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Los derechos humanos. Atentados contra la persona
LOS DERECHOS HUMANOS
El hombre no es un eslabón más de una cadena evolutiva que puede llevar a un superhombre, como dicen algunos. Su valor como persona es inconmensurable, no se puede medir con categorías humanas, porque depende de Dios, que lo ha creado para ser su hijo por toda la eternidad. El ser hijo de Dios le da una dignidad personal por encima de todo lo creado. Su dignidad personal es su bien más precioso por el que supera a todo el mundo material. Y vale no por lo que tiene, sino por lo que es... Su dignidad como persona se manifiesta en todo su fulgor, cuando se considera su origen y su destino (CL 37). Este origen y destino es Dios mismo.
Por eso, cuando alguien no acepta a Dios ni reconoce que el hombre es su hijo, tampoco acepta la dignidad personal del ser humano. Entonces, el hombre queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de instrumentalización que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte. Y el más fuerte puede asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación... De nuevo, nos encontramos frente a una multitud de personas, cuyos derechos fundamentales son violados, a veces también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles... ¿Quién puede contar los niños que no han nacido, porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y trabajo, les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna de seres humanos (CL 5).
Por esto, debemos aclarar que los derechos humanos brotan inmediatamente de la dignidad de la persona humana y son inviolables e inalienables. Nadie, ni una persona particular ni un grupo ni autoridad ni el Estado, puede modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen directamente del mismo Dios.
En la declaración universal de los derechos del hombre, hecha por las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948, se reconoce la dignidad de la persona humana de todos los hombres y afirma los derechos de todos sin distinción. El Papa Juan Pablo II en la jornada mundial por la paz (1-1-99) decía que la dignidad de la persona humana es un valor transcendente, reconocido siempre como tal por cuantos buscan sinceramente la verdad... Y dentro de los derechos del hombre, la libertad religiosa es como el corazón mismo de los derechos humanos. Se le debe reconocer a la persona, incluso la libertad de cambiar de religión, si así lo pide su conciencia. Nadie puede ser obligado a aceptar por la fuerza una determinada religión, sean cuales fueran las circunstancias o motivos.
Veamos ahora más en concreto estos derechos humanos, según los describe el Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris: Todo ser humano tiene derecho a la existencia, a la integridad física, a los medios indispensables para un nivel de vida digno, especialmente en cuanto se refiere a la alimentación, vestido, habitación, descanso, atención médica y a los servicios sociales necesarios... Tiene también derecho natural al debido respeto a su persona, a la buena reputación, a la libertad para buscar la verdad y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, para manifestar y defender sus ideas, para cultivar cualquier arte y, finalmente, para tener una objetiva información de los sucesos públicos. También nace de la naturaleza humana el derecho a participar de los bienes de la cultura y, por tanto, el derecho a una instrucción fundamental y a una formación de acuerdo al grado y desarrollo de la propia comunidad política... Entre los derechos del hombre hay que reconocer también el que tiene de honrar a Dios según el dictamen de su conciencia y profesar la religión privada y públicamente... el derecho a la libertad en la elección del propio estado y, por tanto, a crear una familia, con igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer o también a seguir la vocación al sacerdocio o la vida religiosa... Tiene el derecho de trabajar en tales condiciones que no sufran daño la integridad física ni las buenas costumbres y que no se le impida el desarrollo como persona. Con relación a la mujer, las condiciones de trabajo deben ser conciliables con sus exigencias y con sus deberes de esposa y de madre... De modo especial, hay que poner de relieve el derecho a una retribución del trabajo, determinada según los criterios de la justicia y suficiente para que el trabajador y su familia lleven un nivel de vida conforme a su dignidad humana.
También brota de la naturaleza humana el derecho a la propiedad privada sobre los bienes, incluso productivos. También todo hombre tiene el derecho de reunión y de libre asociación, a la libertad de movimiento y de residencia dentro de su comunidad política de la que es ciudadano, y también el derecho de emigrar...
Los derechos naturales recordados hasta aquí están inseparablemente unidos en la persona que los posee con otros tantos deberes. Al derecho de todo hombre a la existencia, por ejemplo, corresponde el deber de conservar la vida. Al derecho a un nivel de vida digno, el deber de vivir dignamente, y al derecho a la libertad en la búsqueda de la verdad, el deber de buscarla cada día más amplia y profundamente. Esto supuesto, a un determinado derecho natural de cada uno corresponde la obligación en los demás de reconocérselo y respetárselo... Una convivencia humana bien organizada exige que se reconozcan y se respeten los derechos y deberes mutuos. De aquí se sigue que cada uno debe aportar generosamente su colaboración a la creación de un ambiente apropiado en el que los derechos y deberes se ejerciten cada vez con más empeño y rendimiento... Una convivencia humana debe ayudar al hombre a elevarse hacia su fin transcendente, a llegar a Dios, a crecer en el camino del amor, a dar lo mejor de sí mismo, a compartir juntos la belleza en sus múltiples manifestaciones, a vivir una vida noble y digna de seres humanos, ejerciendo mutuamente sus derechos y obligaciones.
Sí, el ser humano tiene derecho a vivir de acuerdo a su dignidad y tiene unos derechos que todos deben respetar, aun cuando esté disminuido por enfermedades físicas o sicológicas e, incluso, aunque haya caído en los vicios más degradantes o en los crímenes más horrendos. Su valor como persona no depende de su bondad ni de sus cualidades humanas o de su salud, ni mucho menos de su dinero, belleza, condición social o poder público. Su valor está en su alma, creada a imagen y semejanza de Dios, y de ahí dimanan todos sus derechos fundamentales. Su alma vale más que todos los tesoros del mundo entero. Por eso, vivir plenamente como hombre, amando y respetando a los demás, es su tarea de todos los días. Y Dios, su Padre, le sigue diciendo desde lo más íntimo de su corazón: Hijo mío, tú puedes, tú debes, tú eres capaz.
ATENTADOS CONTRA LA PERSONA HUMANA
a) LA PENA DE MUERTE
Aproximadamente, la mitad de los países del mundo mantienen en sus legislaciones la pena de muerte. Sin embargo, cada día son más numerosos los países que apoyan su abolición, porque la consideran como un atentado contra el derecho fundamental de todo ser humano a la vida. El derecho de la sociedad a la legítima defensa no quiere decir que deba acudir a la pena de muerte como el único medio para disuadir a los criminales. Está comprobado que la pena de muerte no disminuye los asesinatos, pero lo que sí está demostrado es que, muchas veces, se ha matado a inocentes y esto sí hay que evitarlo a toda costa. Además, en algunos casos, los criminales pueden regenerarse en prisión y llegar a ser buenos ciudadanos.
De todos modos, ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal por sus crímenes. Si vemos el caso de Caín, Dios lo castiga y lo envía al destierro, pero dice: Si alguien mata a Caín, será siete veces vengado (Gén 4,15). Dios no quiere que lo maten y, por eso, le puso una señal para que nadie que lo encontrara le hiciera daño. Dios, que es justo, es también misericordioso. No hay verdadera justicia sin misericordia.
Ahora bien, a lo largo de la historia de la Iglesia siempre se ha aceptado, como un derecho normal del Estado, el aplicar la pena de muerte a ciertos criminales. En la primera redacción del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 se decía: La Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte (Cat 2266). Sin embargo, en la edición típica latina, es decir, en el texto definitivo, publicado en Setiembre de 1997, se hacen algunas correcciones. Entre ellas, cuando se habla de la pena de muerte, se dice que, aunque en el plano teórico puede ser lícita, para su aplicación deben concurrir ciertas condiciones especiales. Debe haber total seguridad de la responsabilidad del reo, y que no haya otro camino para castigar su delito y para que pueda redimirse. Lo cual haría, de hecho, prácticamente inviable este último recurso.
Por eso, aclarando este punto, el mismo Papa, en el encíclica Evangelium Vitae, ha dicho: La medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo, salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gracias a la organización cada vez más adecuada de la institución penal, estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes (EV 56).
Por ejemplo, supongamos que un peligroso terrorista o criminal es condenado a cadena perpetua y, por la corrupción de las autoridades o por la deficiencia en el servicio de vigilancia, se escapa de la cárcel y vuelve a matar y lo cogen y, otra vez, se escapa y vuelve a seguir matando. En este caso extremo, la pena de muerte podría ser el único medio de la sociedad para poder defenderse de un incorregible criminal y salvar así la vida de otros ciudadanos. Pero, con frecuencia, la realidad es muy distinta. Hay pena de muerte por traición a la patria, cuando en tiempo de guerra uno deserta por miedo o por haber dado datos al enemigo bajo tortura.
Y en tiempo de paz, cuántos excesos se cometen sin considerar la dignidad del homicida e, incluso, su arrepentimiento sincero y, a veces, hasta su inocencia. Y se los mata en los países civilizados en la silla eléctrica, en cámaras de gas, con inyecciones letales u otros métodos peores. En USA, por ejemplo, de 1977 a 1998 han ejecutado a 487 reos. Actualmente hay 3,517 condenados a muerte. El año 1997 fueron ejecutados 74 (47 en el Estado de Texas). En este Estado, el 3 de Febrero de 1997 fue ejecutada Karla Tucker, convertida en la prisión, a pesar del clamor mundial para su absolución.
¿Acaso no basta en la mayoría de estos casos acudir a otros medios incruentos para castigar su delito? Según la revista Newsweek de USA y, de acuerdo a investigaciones realizadas en 1998, de los 487 ejecutados en ese país, 75 eran totalmente inocentes. Por eso, la Iglesia aboga por la abolición total de la pena de muerte, ya que los casos extremos en que podría aplicarse son muy raros y los abusos que se dan en la práctica son muchos. Así lo pidió expresamente el Papa Juan Pablo II la noche de Navidad de 1998. En otras ocasiones, ha hablado del recurso innecesario a la pena de muerte (EA 63).
Escuchemos lo que decía S. Agustín hace muchos siglos: ¿Eres juez? Primero júzgate a ti mismo para que puedas juzgar con conciencia limpia a los demás. Mira sobre ti mismo y, si tú escuchas al prójimo como a ti mismo, castigarás el pecado, pero no al pecador. Si alguno resistiera y no quisiera corregirse... persigue tal resistencia, esfuérzate por corregirla y suprimirla, pero de tal modo que se condene al pecado y se salve al hombre. Porque una cosa es el hombre y otra el pecado. Al hombre lo hizo Dios, el pecado es obra del hombre. Perezca lo que hizo el hombre y sálvese la obra de Dios. Por consiguiente, no te atrevas jamás a llegar hasta la pena de muerte en tus sentencias para que, al condenar el pecado, no perezca el hombre. No castigues con la muerte para que haya margen para el arrepentimiento.
Debéis ser duros contra el mal y atacarlo, pero no contra el hombre que lo comete. Contra el mal, habréis de ser incluso crueles, pero no contra quien ha sido hecho como vosotros. Todos, jueces y delincuentes, habéis sido sacados de la misma cantera, habéis tenido el mismo artífice. No me opongo, en modo alguno, que se usen las penas, pero que se usen con amor, aprecio y voluntad sincera de ayudar al delincuente a corregirse (Sermo 13,7-8). Y decía: Odia al pecado, pero ama al pecador.
b) LA ESCLAVITUD
Durante muchos siglos de la historia humana, la esclavitud fue una de las lacras de la humanidad. Unos hombres se arrogaban el derecho de propiedad sobre otros hombres y tenían sobre ellos todos los derechos, incluso de vida y muerte, como si fueran objetos, simplemente, porque los habían comprado o los habían tomado como botín de guerra. Un triste capítulo de la historia humana es la trata de negros, propiciada incluso por países cristianos, para llevar mano de obra barata al Nuevo Mundo. Sin embargo, los Papas habían aclarado bien este punto. El 2 de Junio de 1537, en la bula Sublimis Deus, Paulo III denunciaba a los que creían que los indios debían ser tratados como animales irracionales, sin alma. De ahí surgieron las Leyes de Indias, en las que se prohibía la esclavitud de los indígenas, aunque en la práctica hubo muchos abusos.
El Papa decía en la bula anterior: Declaramos que estos indios así como todos los pueblos que la cristiandad pueda encontrar en el futuro no deben ser privados de su libertad y de sus bienes, aunque no sean cristianos, y que, al contrario, deben ser dejados en pleno gozo de su libertad y de sus bienes. El Papa Urbano VIII (1623-1644) excomulgó a los que retuvieran indios como esclavos. Pero, en la práctica, los países cristianos aprobaron la trata de negros al igual que hoy día muchos países cristianos aprueban el aborto.
Lo triste es que aún hoy día sigue existiendo la esclavitud en algunos países musulmanes. Y todavía existe la trata de blancas, de mujeres usadas contra su voluntad como prostitutas. Así fueron usadas muchas mujeres orientales, esclavas sexuales del ejército japonés durante la segunda guerra mundial. Peor aún es la esclavitud de niños para el placer de los pederastas o la adopción de niños pobres, para hacer de ellos donadores de órganos en países ricos.
La esclavitud actual reviste distintas formas, a veces solapadas como prostitución o contratos libres de trabajo que son una especie de trabajos forzados. Lo que sí debe quedar claro es que para Dios no hay judío o griego, no hay siervo o libre, varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28). El mismo S. Pablo le escribe a Filemón sobre su esclavo Onésimo, que se había escapado, que lo reciba de nuevo no ya como siervo, sino más que siervo, como hermano amado, muy amado para mí y mucho más para ti, según la carne y según el Señor (Film 16). Cuando uno es cristiano, ya no puede ver a los otros como esclavos o simples siervos, sino como hermanos queridos en el mismo Señor.
c) EL RACISMO
Muchas veces, se considera a otros seres humanos inferiores por su raza, cultura o religión. Hitler creía en la superioridad de la raza aria y, por eso, mató a seis millones de judíos. También determinó la castración de todos los que eran subnormales. En muchos países comunistas se dejaba morir a los desahuciados o enfermos mentales, porque eran económicamente inútiles. En algunos países, todavía existe, en la práctica, una especie de apartheid o racismo contra la población aborigen más pobre e inculta, a quien se desprecia y se considera inferior, como a los parias de la India. También se desprecia a los refugiados, a los inmigrantes, a las minorías de otros pueblos. Hoy se trata de fomentar el racismo, queriendo conseguir en laboratorio, por procreación in vitro o clonación, a hombres con características especiales, que sean superiores a otros. Incluso, son peligrosos ciertos nacionalismos, que llegan a despreciar a otros pueblos y, a veces, se llega a la limpieza étnica como en Yugoslavia. Es importante que cada uno se identifique y ame a su país, su religión o cultura, pero no hasta el punto de despreciar a los otros pueblos. Antes que ciudadano de un país o miembro de una religión, es un ser humano y debe obedecer primero a Dios y a su conciencia antes que al Gobierno de su patria o a las órdenes de sus jefes políticos o militares. Aun en medio de la guerra más cruel, hay que ser compasivos y humanos, porque todos los hombres somos hermanos en Dios y tenemos la misma dignidad. Todos valemos lo mismo ante Dios; para Él no hay inferiores ni superiores.
En la convención de la ONU de 1965 se afirmó que toda doctrina de superioridad, fundada en la diferenciación entre razas, es científicamente falsa, moralmente condenable y socialmente injusta y peligrosa. Así habló también el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes Nº 29. El Papa Juan XXIII en la Pacem in terris decía: Ningún grupo humano se puede engreír de poseer sobre otros una superioridad de naturaleza. Por eso, esperamos que un día haya más respeto entre los hombres y más tolerancia con los que no son como nosotros. Ojalá que desaparezcan para siempre las guerras de religión; los grupos terroristas, que quieren imponer sus ideas por la fuerza; grupos, como el Ku Klux Klan de los Estados Unidos, que ejercen violencia contra judíos, negros y católicos; y todos los grupos que fomentan el racismo o apoyan leyes de extranjería antihumanas.
Todos los hombres tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación e idéntico destino. Por eso, toda discriminación de los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser eliminada por ser contrario al plan de Dios (GS 29). Ciertamente, entre los seres humanos existen diferencias y, a veces, enormes en el grado de saber, virtud, capacidad de invención y posesión de bienes materiales. Pero esto nunca puede justificar el propósito de hacer valer la propia superioridad para sojuzgar de cualquier modo que sea a los otros. Antes bien, esta superioridad comporta una mayor obligación de ayudar a los demás para que logren en esfuerzo común la propia perfección. En realidad, no existen seres humanos superiores por naturaleza, sino que todos los seres humanos son iguales por su dignidad natural, en razón de la dignidad de su naturaleza humana (Pacem in terris).
Por eso, examina tu conciencia y mira a ver si eres racista y cuántas veces has despreciado a los otros, creyéndote superior. Ojalá que seas verdadero hijo de Dios y puedas decir a cada ser humano que pase a tu lado: TU ERES MI HERMANO.
d) EL MACHISMO
El machismo es una mentalidad muy común entre ciertos hombres, que les hace creer en la superioridad del hombre sobre la mujer y que, muchas veces, la somete a desprecios y maltratos, especialmente en el ambiente doméstico. En algunos países, todavía existen leyes discriminatorias: no pueden votar u ocupar ciertos cargos públicos ni tienen los mismos derechos que el varón en cuanto a la herencia o decisiones económicas familiares. En China todavía se las considera de menos valor que el hombre y, con frecuencia, se las mata al nacer. Recordemos las leyes de algunos países fundamentalistas musulmanes que les prohiben ir por la calle con el rostro descubierto o trabajar fuera de casa e, incluso, se las mutila, cortándoles el clítoris, para evitar que sientan mucho placer sexual y así puedan guardar mejor la fidelidad; como si fueran propiedad de sus esposos, que se creen tener derecho para usarlas como objetos de placer hasta en cosas contra natura. Y cuántas veces se les ha impuesto la esterilización en contra de su propia voluntad. La Iglesia deplora como abominable la esterilización, a veces programada de las mujeres, sobre todo, de las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera engañosa sin saberlo las interesadas. Esto es mucho más grave, cuando se hace para conseguir ayudas económicas a nivel internacional (EA 45). O también, cuando se les engaña para ser esterilizadas, ya sea con beneficios económicos o por intereses políticos.
¡Durante cuántos siglos la mujer estuvo relegada al ámbito de su propia casa sin poder estudiar en las Universidades ni tener voz ni voto en las decisiones políticas! Por esto, el Papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris dice que: Hoy día la mujer sabe que no puede ya consentir ser considerada y tratada como un instrumento y exige ser considerada como persona en paridad de derechos y obligaciones como el hombre, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en la vida pública.
El Papa Juan Pablo II, en la carta apostólica Mulieris dignitatem, al hablar de la dignidad de la mujer aclara: Lo que dice S. Pablo de que las mujeres deben estar sometidas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer (Ef 5,22) debe entenderse de un modo nuevo, es decir, como una sumisión recíproca... no solamente sumisión de la mujer al marido... Todas las razones en favor de la sumisión de la mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar en el sentido de una sumisión recíproca de ambos en el temor de Cristo.
Por eso, hay que recalcar que ambos, hombre y mujer, como seres humanos partícipes de la misma naturaleza, tienen los mismos derechos y la misma dignidad, aunque sean diferentes. Y de la misma manera que hay que rechazar el machismo hay que rechazar el feminismo, que considera que la mujer debe liberarse del hombre y ser independiente con derecho a la libertad sexual, a abortar, cuando quiera, y a vivir como quiera... Más que imitar al hombre, la mujer debe ser lo que es y sentirse orgullosa de su vocación de amor, viendo en María un modelo. Ser mujer no es ser inferior al hombre. De hecho, la persona humana más perfecta que ha existido, existe y existirá, ha sido una mujer: María.
El Papa Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater afirma que la mujer debe vivir dignamente su feminidad, mirando a María. A la luz de María la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza, la laboriosidad infatigable, y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo (Nº 46). La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás. La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual se une a la conciencia de que Dios le confía al hombre, es decir, al ser humano... La mujer es fuerte por la conciencia de esta entrega, es fuerte por el hecho de que Dios le confía al hombre, siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en la que pueda encontrarse. Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo y todo ello la hace fuerte y la reafirma en su vocación de mujer (MD 30).
El hecho de que las mujeres en la Iglesia Católica no puedan ser sacerdotes no significa una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del Universo (OS). En esto seguimos simplemente la enseñanza de Jesús. Jesús podía haber escogido mujeres, especialmente a su propia madre, y no lo hizo. Él conocía el futuro y, por eso, no podemos suponer que se debió solamente a motivos históricos o circunstanciales. Que la mujer no pueda ser sacerdote no quiere decir que sea menos que el hombre, sino que es distinta y a cada uno Dios le da misiones diferentes en la sociedad, así como dentro de la propia familia. Por eso, el Papa Juan Pablo II dice en la misma carta apostólica Ordinatio sacerdotalis: declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia. Es, pues, una doctrina, que no es discutible, sino definitiva y debe ser considerada siempre, en todas partes y por todos los fieles como perteneciente al depósito de la fe (Respuesta de la Congregación para la doctrina de la fe del 28-10-1995). De todos modos, dice el Papa en la misma carta: el único carisma superior, que debe ser apetecido, es el amor. Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros (sacerdotes), sino los santos.
e) EL ABORTO
Es un gran atentado contra la vida de seres humanos inocentes, indefensos y todavía por nacer. Frecuentemente, son los propios padres quienes deciden la muerte, como si tuvieran derecho a decidir quién puede vivir o morir. Cada año son cerca de setenta millones de seres humanos que son abortados. Una injusticia que clama venganza al cielo. ¿Acaso los padres sólo ven su propia comodidad? ¿Dónde están los derechos de esos hijos, que desean nacer, y a quienes Dios les ha dado la vida con infinito amor? Cada día crece más la amenaza contra estos niños aún no nacidos, porque va creciendo una mentalidad hedonista, que busca el placer y evita los hijos. Cada día son más también los anticonceptivos abortivos disponibles.
Con relación a las técnicas para practicar el aborto, debemos decir que son, ciertamente, salvajes. En el método de succión, se introduce un tubo por la vagina y se aspira el feto hasta que es sacado del útero completamente desmembrado. La dilatación y el legrado consisten en introducir un cuchillo curvo en el útero y se despedaza al niño para poder sacarlo a pedazos. Otras veces, se aplica una inyección de una solución concentrada de sal para que muera el niño y la madre lo dé a luz ya muerto. O la histerectomía, que se practica en los últimos meses, con cesárea, para sacar al niño y aprovecharlo, como si fuera un animalito, para la confección de fármacos y cremas. Por eso, debemos tener claro, como dice el concilio que El aborto y el infanticidio son crímenes abominables (GS 51) Y quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión (Cat 2272 y canon 1398). El Catecismo de la Iglesia católica afirma que la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción . Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable a la vida (Cat 2270).
El famoso abortista, convertido católico, Bernard Nathanson, después de haber practicado personalmente más de 5,000 abortos decía: Estoy convencido de que la vida comienza en el momento de la concepción y debe ser inviolable. El Dr. Lejeune, famoso catedrático de genética fundamental de la Universidad de París afirma que abortar es matar, aunque el cadáver sea muy pequeño. Por eso, legalizar el aborto es legalizar la pena de muerte para estos niños no nacidos. Y el país que legaliza el aborto, de algún modo, está matando su propia alma. Porque nadie puede disponer de la vida, sólo Dios es el dueño de la vida y nadie tiene derecho a quitársela a sí mismo o a los demás. Como diría Sta. Isabel a María, y se puede aplicar a todas las mujeres: Bendito es el fruto de tu vientre (Lc 1.42).
En la encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II dice: ¿Cómo es posible hablar de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e inocente?... El derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte de la población, aunque sea mayoritaria... De ese modo, la democracia, a pesar de sus reglas va por un camino de totalitarismo fundamental... El Estado tirano presupone poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de la utilidad pública, que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas, según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero, en realidad, estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases... ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre las personas, declarando a algunas dignas de ser defendidas mientras a otras se niega esta dignidad? (Nº 20).
Por eso, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus sucesores en comunión con los obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. Esta doctrina es corroborada por la S. Escritura, transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal... Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie, además, puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo (Nº 57).
Algunos intentan justificar el aborto, sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida, que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano, si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que, desde el primer instante, se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas... Por eso, el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente, el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida (Nº 60).
Decía la M. Teresa de Calcuta: Cuando las madres son capaces de matar a sus propios hijos concebidos en su seno, ya todo se puede esperar, ya no hay compasión, ya no hay moral, la sociedad está perdida. De aquí surge la conclusión de que todos los que se precien de ser humanos y no solamente los católicos, deben defender la vida de estos niños aún no nacidos. Dice el Papa: Defiende, respeta, ama y sirve a la vida, a toda vida humana. Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad (Nº 5).
f) LA EUTANASIA
Es otro grave atentado contra el derecho a la vida. Nadie tiene derecho a disponer de la vida de otro y ni siquiera de su propia vida. Solo Dios es el único Señor de la vida. Para Él no hay vidas inútiles. Nadie viene al mundo por casualidad. Toda vida humana tiene un sentido y una finalidad en sus planes divinos. Como dice el Papa Juan Pablo II: La vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad (FC 30). No se puede hablar de matar por piedad a los niños que nacen con graves deficiencias o a los ancianos en estado terminal o a quienes estén ya desahuciados, quizás sea más exacto hablar de comodidad de la familia, de evitarse sacrificios y dispendios económicos. En una palabra, hablar de egoísmo, que procura librarse de todo lo que le molesta, porque falta, precisamente, piedad y amor. Frecuentemente, se dan casos de familias que deciden interrumpir tratamientos sencillos y poco costosos como el equipo de oxígeno o la sonda para alimentar al enfermo, para que muera de una vez. Pero esto no se puede justificar, es falsa piedad, que más bien busca evitarse molestias por tiempo indefinido. ¿Qué sabemos nosotros de los planes de Dios? ¿Acaso no puede seguir bendiciendo al enfermo en ese estado terminal o darle una oportunidad para arrepentirse y purificarse?
Ahora bien, la Iglesia acepta que puedan interrumpirse tratamientos médicos muy costosos, peligrosos o desproporcionados a los resultados que se puedan obtener, aunque pueda venir la muerte de modo natural. Las familias no están obligadas a estos tratamientos muy costosos, que no pueden afrontar. Con esto no se pretende provocar (directamente) la muerte, se acepta sólo no poder impedirla. Estas decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente (Cat 2278). El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana, si la muerte no es pretendida ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable (Cat 2279).
Fuera de estos casos, no se puede aceptar la eutanasia y mucho menos legalizarla. En este caso, se miraría con desconfianza al médico que tiene la misión de sanar y no de matar. Además habría casos en que podría tomarse esa decisión para evitarse problemas, para apropiarse cuanto antes de la herencia, eliminar testigos incómodos o enemigos indeseables, competidores peligrosos, familiares molestos o para aprovechar sus órganos cuanto antes.
Si vemos los hechos concretos, la ley de la eutanasia, dada en 1939 por el III Reich de Hitler, envió a la muerte a 100,000 personas minusválidas, y no necesariamente en estado terminal, por considerarlas sin valor y económicamente inútiles. Actualmente, en Holanda, donde se ha aprobado esta ley, el 2% de las muertes son por eutanasia, lo que significa 18,000 personas al año. Por eso, la Iglesia ha hablado sobre este asunto de tanta actualidad, pues en muchos países se pretende ya legalizarla. Dice Juan Pablo II: De acuerdo al magisterio de mis predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario y universal (EV 65). El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar (EV 73). Por eso, en caso de campañas públicas para legalizarlas o para cumplirlas, si ya están legalizadas, no hay que seguirlas por respeto a nuestra propia dignidad y a la de los demás. En caso de una ley injusta, que admita el aborto o la eutanasia, nunca será lícito someterse a ella ni participar en campañas de opinión en favor de una ley semejante ni darle el apoyo del propio voto (EV 73).
Nunca me olvidaré del caso que leí en una revista. Ocurrió en Estados Unidos. Un papá fue al hospital a ver a su hijo recién nacido y, al ver que había nacido mongólico, lo tomó en sus brazos y, desesperado, le golpeó la cabeza contra el suelo y lo mató. ¿Acaso ese niño no tenía derecho a vivir? ¿Acaso su vida no valía nada? Muchas veces, hablamos de los derechos humanos como si la mamá tuviera derecho a abortar o los padres pudieran tener derecho a practicar la eutanasia con sus hijos que nacen enfermos.... ¿Y el niño no tiene derechos? ¿Y dónde están los derechos de Dios? ¿Acaso ese niño no es hijo de Dios, a quien ha creado con infinito amor? ¿Quién puede arrogarse el derecho de matar y quitar la vida de otro? ¿Acaso se puede justificar el matar por piedad? ¿para que no sufra? Quizás Dios pudiera decirnos, como a Caín: La sangre de tu hermano, está clamando a Mí desde la tierra (Gén 4,10).
g) MANIPULACION DE LA VIDA HUMANA NACIENTE
Éste es otro grave atentado a la dignidad de las personas. Por eso, en la instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe, publicada el 22 de Febrero de 1987, se afirma que nadie puede manipular ni experimentar con embriones producidos en laboratorio, que son verdaderos seres humanos. Es inmoral producir seres humanos en laboratorio como material biológico disponible y menos aún destruir estos embriones humanos sobrantes, como ocurre en muchos centros de fecundación artificial de los países desarrollados. ¿Desarrollados? ¿o subdesarrollados en el espíritu?
Utilizar un embrión humano como objeto o instrumento de experimentación es un delito contra la dignidad del ser humano, que tiene derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona humana. La práctica de mantener en vida embriones humanos para fines experimentales o comerciales, es completamente inmoral. Incluso, los cadáveres de estos embriones o fetos humanos deben ser respetados y evitarse cualquier práctica comercial para obtener productos nuevos. La misma congelación de embriones, aunque se realice para mantener en vida al embrión, constituye una ofensa al respeto debido a los seres humanos. Tampoco es lícito experimentar con embriones humanos en orden a la investigación científica.
Hoy día muchas parejas de esposos acuden a los médicos para tener hijos por fecundación o inseminación artificial. Pero esto es inmoral, lo mismo si se hace con espermas u óvulos de otro que no sea el esposo o la esposa, como si se trata de mujeres viudas, solteras o no casadas legítimamente. Pero también lo es, aun cuando sea con elementos propios de los esposos, ya que, para que pueda implantarse y ser viable un embrión, es preciso producir varios más, que van a morir hasta que se consiga el éxito, y nadie tiene derecho a matar a otros seres humanos para obtener algo, aunque sea bueno. El fin no justifica los medios.
Los laboratorios no pueden ser fábricas de seres humanos. Un caso especial, que tiene mucha actualidad, es el de la clonación de seres humanos en el futuro. Hasta ahora sólo se ha conseguido en animales. Y se trata de una técnica reproductiva para conseguir seres idénticos, al menos en cuanto al cuerpo. Se unen el núcleo de una célula viva del donante, que se quiere clonar, con un óvulo sin núcleo y se implanta en un útero. El ser resultante tendría todas las características del donante. Si éste es un hombre sería, a la vez, padre y madre de su hijo. Si es mujer, tendría un hijo sin padre. Pero, aparte de esto ¿cuántos seres humanos deberían morir para conseguir un solo éxito? Para obtener la oveja Dolly en Inglaterra, se hicieron 277 fusiones y sólo ocho tuvieron éxito y sólo uno de estos ocho embriones llegó a feliz término.
Por eso, la reproducción clonal es totalmente inmoral. Si esto se hiciera realidad, se crearían grupos de seres humanos idénticos físicamente para ciertas cosas, con lo que se podría fomentar el racismo o las diferencias sociales, se perdería el sentido profundo de la maternidad, se acabaría el sentido de familia, de filiación, de matrimonio. Muchas mujeres preferirían tener hijos idénticos a ellas sin necesidad de un padre, incluso podrían evitar los problemas del embarazo con úteros artificiales. Sin embargo, debemos aclarar que el alma humana no se puede clonar y que siempre habría diferencias entre los seres clonados, como los hay entre los gemelos univitelinos. Además, ¿cuántos traumas tendrían que sobrellevar estos niños sin padre ni madre auténticos? Si un niño no deseado, nace con traumas ¿cuántos más tendrá el que no ha tenido durante nueve meses el amor de una madre y ha vivido en un mundo vacío y sin luz, en un útero de una mujer alquilada o de un útero artificial? Veamos lo que nos dice Margaret Brown, una joven de 20 años, estudiante de biología en Texas. Sus declaraciones aparecieron en 1994 en el semanario Newsweek. Ella es fruto de inseminación artificial y no conoce a su padre.
Tengo el sueño recurrente de estar flotando en la oscuridad, mientras giro sin parar cada vez más de prisa en una región sin nombre, fuera del tiempo. Me empiezo a angustiar y quiero poner los pies en la tierra para encontrarme a mí misma. Soy una persona engendrada por inseminación artificial, alguien que nunca conocerá la mitad de su identidad (padre)... No veo cómo alguien puede privar conscientemente a otro de algo tan básico y esencial como es su herencia. Aprecio enormemente los sacrificios de mi madre y el amor de mi familia. Pero, incluso acunada por el amor de la hermana de mi padre legal, siento como si estuviera tomando prestada la familia de otro. Los hijos no son bienes de consumo o posesiones. Son personas con idénticos intereses en el proceso.
Maravilloso testimonio, que debemos tener en cuenta para valorar al ser humano en toda su dimensión y no solamente la corporal o la de este mundo pasajero, pues tiene un destino eterno. Cada ser humano es irrepetible. Dios no hace fotocopias y el alma que nos da a cada uno es distinta y la crea personalmente con un amor infinito y particular.
El ser humano no puede ser fruto de técnicas científicas. La persona humana debe ser fruto del amor de sus padres. No se puede admitir que los medios técnicos sustituyan al acto conyugal. Por eso, la Iglesia sólo acepta aquellos medios artificiales que vayan destinados exclusivamente a facilitar el acto natural de los esposos para que alcance su propio fin de la fecundación. Sólo se puede ayudar para que el acto conyugal consiga el efecto deseado.
Evidentemente, hay que evitar a toda costa los intentos de fecundación artificial entre gametos animales y humanos, la gestación de embriones humanos en úteros de animales o en úteros humanos de alquiler (que no es su madre) y mucho menos aceptar la construcción de úteros artificiales para un embrión humano. Igualmente es inmoral cualquier intento de producir seres humanos en laboratorio sin conexión alguna con la sexualidad humana sea por fisión gemelar, partenogénesis... Asimismo debe ser totalmente evitado obtener seres humanos determinados o seleccionados en cuanto al sexo, estatura, color, etc., por intervención del patrimonio cromosómico (Cf Cat 2275). Según este mismo número del Catecismo son lícitas solamente las intervenciones sobre el embrión humano que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados y que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual.
De todo esto, podemos concluir que el ser humano desde su concepción es un ser vivo, biológicamente humano, que tiene un destino humano y que tiene ya programadas todas las cualidades que tendrá el día de mañana. Por eso, hay que respetarlo desde el día de su concepción en el seno materno.
h) ESTERILIZACION Y ANTICONCEPTIVOS
Estos métodos de regulación de nacimientos son antinaturales y van contra la dignidad del ser humano. Además, en muchos países, los gobiernos presionan a los más pobres para someterse a estos métodos, abusando de su ignorancia y, a veces, se los chantajea a cambio de alimentos necesarios para el sustento familiar. Con relativa frecuencia, el someterse a la esterilización (ligadura de trompas o vasectomía) en malas condiciones higiénicas, en poblados alejados, ha traído graves consecuencias para la salud de los pacientes, incluso la muerte. La esterilización es en sí misma una mutilación corporal, que va en contra de la misma dignidad de la persona, cuando no hay causas justificables.
Decía el Papa Pablo VI en la encíclica Humanae vitae: Hay que excluir como método de regulación de nacimientos la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer. Lo mismo podemos decir de los anticonceptivos artificiales, que, al no ser naturales, son de alguna manera inhumanos y van contra la misma persona. En primer lugar, hay que descartar los DIU (dispositivos intrauterinos, como las espirales, T de cobre, etc.), pues son abortivos y, por tanto, criminales. En cuanto a las píldoras, hay algunas como la RU-486, que son claramente abortivas. Otros productos como Microgynon, Nordette, Depoprovera... son también abortivos. Pero, aunque no lo fueran, está comprobado que todas las píldoras son dañinas para la salud. Algunas asociaciones de USA han enumerado hasta 18 enfermedades que pueden producir estas píldoras, como la embolia, ataques al corazón y, algunos dicen, que incluso el cáncer.
Con relación a las cremas o jaleas, la firma norteamericana Johnson & Johnson ha sido demandada varias veces por el nacimiento de hijos deformes, concretamente con relación a la jalea Orthogynol. Y no olvidemos a la famosa píldora Thalidomida, con la que nacían los niños sin brazos. Si la Iglesia aceptara como buenos los anticonceptivos no abortivos, todos se sentirían libres para usarlos, incluso los jóvenes no casados, se podrían comprar en cualquier tienda, como si fueran caramelos, habría una intensa campaña por televisión y esto no haría más que fomentar el libertinaje sexual y los abortos.
Por eso, los profesionales cristianos tienen que poner su objeción de conciencia, cuando les obliguen a realizar operaciones de esterilización o colocar DIU. Los farmacéuticos cristianos deben rechazar vender todos estos métodos artificiales, que, a la larga, son dañinos para la salud física, síquica y espiritual de las personas. La Iglesia solamente acepta los métodos naturales de Ogino-Knaus, de temperatura y el de Billings. Este último, según la OMS (Oficina Mundial de la Salud) de la ONU, tiene hasta un 98,5% de eficacia y seguridad sin efectos negativos colaterales.
Muchos gobiernos alientan campañas de planificación familiar con la idea de que somos muchos y pobres y, estando menos, seremos más ricos. Pero, como decía Pablo VI en la ONU, en Octubre de 1965, el problema no es suprimir comensales, sino en multiplicar el pan. No se adelantaría nada, siendo menos personas, si seguimos siendo tan irresponsables e inmaduros como antes. Lo importante no es tener más, sino ser más como personas. Aparte de que es una falacia, como lo han probado economistas de fama internacional, el decir que, siendo menos, tendremos más dinero.
En conclusión, como dice el Papa Juan Pablo II: La Iglesia condena como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado (FC 30).
i) LA PORNOGRAFIA
Es otro grave atentado contra la dignidad de las personas. A través de revistas, videos, películas y espectáculos pornográficos se va fomentando el libertinaje sexual con todo lo que conlleva de degradante para la persona y de disgregación para las familias. En muchos casos, la pornografía actúa como cómplice indirecto de graves agresiones sexuales como violaciones, secuestros, adulterios, etc. La pornografía lleva al menosprecio de los demás y a verlos sólo como objetos de placer, suprimiendo la ternura y el verdadero amor. De ahí la grave responsabilidad de quienes tienen en sus manos, como propietarios o directores, los medios de comunicación social, ya que pueden manipular las conciencias de mucha gente fácilmente influenciable.
El Consejo Pontificio para las comunicaciones sociales publicó un documento en Mayo de 1989 sobre Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales. En este documento se dice: Nadie puede considerarse inmune a los efectos degradantes de la pornografía y la violencia... Los niños y los jóvenes son especialmente vulnerables y expuestos a ser sus víctimas. La pornografía y la violencia sádica desprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos, especialmente mujeres y niños, destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad.
Quienes hacen uso de estos productos no sólo se perjudican a sí mismos, sino que también contribuyen a la promoción de un comercio nefasto... Ciertos programas de televisión pueden condicionar a las personas condicionables, sobre todo niños y jóvenes, hasta el punto de que lleguen a considerar normal, aceptable y digno de ser imitado, todo lo que ven. Esto es especialmente cierto para los que están afectados de ciertas enfermedades mentales.
A veces, gritamos contra los violadores depravados, que abusan de los niños, pero no hablamos de la culpa que tienen los responsables de los medios de comunicación que fomentan el libertinaje sexual. Con la excusa de la libertad de expresión fomentan el libertinaje, como si todo se pudiera decir, ver o hacer. En esto también tienen mucha culpa las autoridades civiles por permitir este libertinaje que hace perder los valores morales. Se deben dar leyes de control para la protección de niños y jóvenes, en especial, y controlar esta industria lucrativa del sexo, que da muchos beneficios económicos; pero que hace tanto daño a la sociedad. Los padres de familia deben denunciar ciertos programas y hacer frente común para presionar a las autoridades y a estos medios de comunicación.
El Papa Juan Pablo II en su mensaje del 25-1-1994, con ocasión de la XXVIII jornada mundial de las comunicaciones sociales decía: La televisión puede dañar la vida familiar, difundiendo valores y modelos de comportamiento degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia, inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso, difundiendo mensajes distorsionados o información manipulada sobre los hechos y problemas de actualidad, transmitiendo publicidad de explotación, que recurre a los más bajos instintos, exaltando falsas visiones de la vida, que obstaculizan la realización del recíproco respeto de la justicia y de la paz.
Cuánta responsabilidad tienen también los padres de familia para controlar lo que ven sus hijos y que no se contaminen con tanta telebasura que nos inunda. Muchas veces, es preferible apagar la televisión, incluso ante programas buenos, para dar lugar al diálogo familiar, que se ha perdido, frecuentemente, por culpa de la televisión. Pero no hablamos sólo de televisión, sino también de revistas, videos, espectáculos y todo lo que fomenta el sexo, como si fuera el principal valor de la vida e imprescindible para ser feliz.
En todo esto, el Estado debe asumir su responsabilidad, pues, como dice el Papa Juan Pablo II: los medios de comunicación masiva son, con frecuencia destructores de la personalidad al presentar el sexo, el placer, la violencia... como los máximos valores. Más bien, deben fomentar los valores fundamentales del matrimonio como son la unidad, la fidelidad y el amor.
Sin embargo, a veces se fomentan y se defienden públicamente, incluso en películas, actitudes contrarias a la naturaleza con la excusa de defender los derechos humanos y de que todos tienen derecho a ser felices. Me refiero concretamente a la homosexualidad. A este respecto, hay que aclarar que la orientación homosexual, en principio, no es pecado, puede existir sin culpa personal. Lo que sí es siempre pecado es el acto homosexual. Pero muchos homosexuales y lesbianas se sienten discriminados, porque desean formar matrimonios con los mismos derechos que las parejas normales, e incluso adoptar niños. En algunos países, ya se les han dado estas facilidades legales. Pero una cosa es lamentar los desprecios y violencias contra ellos, que, como personas, merecen todo respeto y tienen la misma dignidad que los demás... Y otra cosa muy distinta es querer institucionalizar una orientación particular, que podría servir de modelo para otros y ser una referencia social, como otra alternativa al matrimonio normal. ¿Y qué podríamos decir de esos niños educados por parejas de homosexuales? ¿Acaso no tienen derecho a una vida sicológicamente normal? Aléjate de la pornografía y de todo lo que ensucie tu corazón y tu alma. Respeta tu dignidad de hijo de Dios.
j) VIOLENCIA Y TORTURA
Son incontables las formas de violencia y tortura que la maldad humana ha podido inventar para hacer sufrir a otros seres humanos, sus hermanos. Desde la violencia doméstica hasta los atentados terroristas, desde las violaciones sexuales hasta las torturas más sádicas, desde el asesinato sin piedad hasta el genocidio de poblaciones enteras. Por eso, es inmoral el uso de bombas de gran poder destructor o los bombardeos indiscriminados, que matan muchos seres inocentes.
Y ¿qué decir de la guerra? En toda guerra las primeras víctimas son los mismos soldados, que mueren a millares. Recuerdo la película Salvar al soldado Ryan de Spielberg. En ella aparece el capitán Müller que dice: Cada vez que mato a un hombre, me siento más lejos de casa. Sí, se siente más lejos de los suyos. Porque ¿quién le ha explicado al soldado por qué tiene que matar a otro semejante? Simplemente, el Alto Mando decide y ellos obedecen. En esa película se siente la idea de que cada soldado también tiene una madre, que no son simples números en las fichas del ejército. Son personas individuales, son gente con alma, son seres humanos, al igual que los que consideran enemigos. Por eso, en el caso de que uno tenga que ir a la guerra, no debe olvidar que los otros son también seres humanos y hacer la guerra lo más humana posible, teniendo compasión y misericordia con los vencidos y evitando el odio y la violencia sádica o las torturas contra ellos.
Y ¿qué diremos de los niños-soldado, que en ciertos países se envía a la guerra? Niños aún se les adiestra para matar y, a menudo, son empujados a hacerlo. ¿Qué futuro tendrán estos niños que, desde pequeños, han aprendido a odiar y no amar? ¡Cuántos problemas sicológicos y humanos tendrán después para insertarse en la sociedad! Por eso, hay que evitar a toda costa el odio, que lleva a la violencia y la tortura.
Decía el concilio Vaticano II que todo cuanto atenta contra la vida como los homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado, cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena, cuanto ofende la dignidad humana como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes o las condiciones laborales infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador (GS 27). En algunos países todavía se cortan las manos y dedos a los ladrones, se castra a los violadores y se flagela y fusila en público.
¿Cómo es posible que seres humanos puedan hacer sufrir sin piedad a sus hermanos? Hablando de torturas, éstas pueden ser con descargas eléctricas, quemaduras por todo el cuerpo, maltratos físicos de toda índole, casi ahogamientos con agua, incluyendo sustancias fétidas, mutilaciones, violaciones, pero nada puede justificar esta barbarie, ni siquiera la seguridad del Estado para obtener información de los enemigos o terroristas. Estas torturas pueden ser también torturas sicológicas con interrogatorios interminables, con lavados de cerebro para tratar de imponerles determinadas ideas, internamiento en clínicas siquiátricas... y no hablemos de secuestros, campos de concentración, deportaciones o trabajos forzados, etc., etc.
Nunca la violencia y la tortura será un camino para la paz. La violencia engendra violencia. Por eso, decía el Papa Juan Pablo II en el Perú, el 3-2-1985: Nunca se justifica el crimen como camino de liberación. El mal nunca es camino hacia el bien... La lógica despiadada de la violencia no conduce a nada. Ningún bien se obtiene contribuyendo a aumentarla... La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica... El odio nunca será camino para la paz, sólo el amor y el perdón nos llevará a la paz personal y social... Se hace, pues, necesaria una auténtica y radical conversión del corazón del hombre.
No hay que olvidar nunca que el ser humano tiene derecho a una vida digna y a su integridad corporal y que nadie, ni siquiera abusando de la debilidad o ignorancia del otro, puede quitarle este derecho como ocurre, a veces, en el caso de enfermos mentales o, peor aún, de las esterilizaciones (que son mutilaciones) de poblaciones enteras, engañadas y presionadas sicológicamente para evitar tener más hijos. Los ignorantes y débiles no pierden sus derechos humanos ni tienen menos derechos que los sabios y poderosos. La violencia y la tortura en cualquiera de sus formas es antihumana y, por tanto, anticristiana, ya que ser cristiano es ser radicalmente humano.
k) INJUSTICIAS SOCIALES
Hay muchas clases de injusticias sociales, una de las más palpables es la del salario injusto, pues muchos patrones ven al trabajador como un objeto y a su trabajo como una mercancía, que ellos compran al mejor precio. Por eso, cuando hay poco trabajo y mucha demanda, pueden abusar de los trabajadores indefensos, que tienen que trabajar en lo que sea al precio de lo que sea. Aún es más dramática esta situación, cuando se refiere a inmigrantes o ilegales, que en ciertos países están desprotegidos, sin seguros y con salarios mínimos, debajo de lo normal del país.
Por eso, hay que tener muy en cuenta, como decía el Papa León XIII en la encíclica Rerum Novarum y lo recalca Juan Pablo II en la Centesimus annus, que el trabajo es una actividad ordenada a proveer las necesidades de la vida y, en concreto, a su conservación; y que el trabajo tiene una dimensión social, por su íntima relación con la familia del trabajador. De ahí que el salario debe ser familiar y alcanzar para el sustento de la familia. Según el Banco mundial, hay en el mundo unos 1,116 millones de personas, que sobreviven con menos de un dólar diario per cápita. Por esto, es urgente que las personas, las empresas y los países ricos superen una visión egoísta de la vida y dejen su pasión obsesiva de tener más a costa de quien sea y de lo que sea. Porque no sólo hay que mirar a los beneficios económicos, sino que hay que procurar crear nuevos puestos de trabajo para dar una vida digna a muchas familias. Esto quiere decir que los ricos no pueden mirar solamente a sus propios intereses económicos y guardar su dinero en Bancos internacionales o usarlo solamente para su propia diversión y viajes de placer, sino que deben ver la manera de colaborar con sus países en la construcción de una sociedad, donde los bienes sean mejor distribuidos y haya más trabajo para todos. La huida de capitales puede ser una grave injusticia contra los propios connacionales.
Para la defensa de los trabajadores la Iglesia aprueba y defiende la creación de sindicatos. Éste es un derecho natural y el Estado no puede impedir su formación, pues debe tutelar los derechos naturales y no destruirlos. Prohibiendo tales asociaciones, se contradiría a sí mismo (CA 7).
En ciertas circunstancias la huelga puede ser moralmente legítima, cuando constituye un recurso inevitable, si no necesario, para obtener un beneficio proporcionado. Pero resulta moralmente inaceptable, cuando va acompañada de violencias o también, cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente vinculados con las condiciones de trabajo o contrario al bien común (Cat 2435). La Iglesia enseña que la propiedad privada no es un derecho incondicional y absoluto, pues tiene una función social. Dios da los bienes para todos y nadie puede apropiárselos de modo absoluto, sino que debe ayudar con ellos a los demás. Esto mismo decía Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio, añadiendo que el bien común, algunas veces, exige la expropiación si, por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la propiedad colectiva (CA 24).
Con relación a los contratos, decía León XIII que el consentimiento de las partes, si están en situaciones demasiado desiguales, no basta para garantizar la justicia del contrato... y esto vale también para los contratos internacionales (RN 10 y Cat 2434). Por esto mismo, Juan Pablo II, hablando de la deuda externa de los países pobres decía: No es lícito exigir o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. Hay que encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de las deudas compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso (CA 35).
Igualmente, en la encíclica Sollicitudo rei socialis afirma que hay que dar a los pobres no sólo de lo que nos sobra, sino hasta de lo necesario. Dice que la Iglesia tiene la convicción de que ella misma y sus ministros y cada uno de sus miembros están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino hasta con lo necesario. Ante casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello (Nº 31).
La Iglesia, en toda cuestión social, recalca el valor del ser humano. Por eso, hay que evitar las condiciones degradantes de trabajo, en ambientes malsanos, sin protecciones ante los peligros, y denunciar los abusos y acosos sexuales para conservar el puesto de trabajo. Vivimos en una época de crisis de valores. Para muchos, los conceptos de amor, libertad, trabajo, derechos humanos no significan lo que realmente son por su naturaleza. Hablan de amor como si fuera libertinaje sexual; de libertad como si todo pudiera hacerse sin cortapisas de ninguna clase; y, cuando hablan de derechos humanos, hablan solamente de los suyos. En este contexto, la mujer es vista, muchas veces, como objeto de placer, los hijos como un obstáculo para la felicidad de los padres, la familia como una institución que quita la libertad, el trabajo como algo pesado que hay que evitar. Es la civilización de lo fácil y de lo cómodo. Por eso, hay que revalorar el trabajo de la persona, como necesario para su realización personal.
Decía Juan Pablo II en España el 7-11-82 que el trabajo es un deber moral. Es un acto de alegría y se convierte en alegría: alegría profunda de darse a la propia familia y a los demás... Por eso, hay que hacer bien el trabajo. No se puede rehuir el deber de trabajar ni trabajar mediocremente, sin interés, y sólo por cumplir, sino hacerlo bien para realizarnos debidamente. Puesto que mediante el trabajo, el hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido, se hace más hombre (LE 9). El trabajo dignifica al hombre y lo llena de la alegría de Dios, siempre que sea digno y honrado, y en condiciones dignas. Porque el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (Cat 2428) y el que no quiera trabajar que no coma (2 Tes 3,10).
El hombre no es un eslabón más de una cadena evolutiva que puede llevar a un superhombre, como dicen algunos. Su valor como persona es inconmensurable, no se puede medir con categorías humanas, porque depende de Dios, que lo ha creado para ser su hijo por toda la eternidad. El ser hijo de Dios le da una dignidad personal por encima de todo lo creado. Su dignidad personal es su bien más precioso por el que supera a todo el mundo material. Y vale no por lo que tiene, sino por lo que es... Su dignidad como persona se manifiesta en todo su fulgor, cuando se considera su origen y su destino (CL 37). Este origen y destino es Dios mismo.
Por eso, cuando alguien no acepta a Dios ni reconoce que el hombre es su hijo, tampoco acepta la dignidad personal del ser humano. Entonces, el hombre queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de instrumentalización que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte. Y el más fuerte puede asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación... De nuevo, nos encontramos frente a una multitud de personas, cuyos derechos fundamentales son violados, a veces también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles... ¿Quién puede contar los niños que no han nacido, porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y trabajo, les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna de seres humanos (CL 5).
Por esto, debemos aclarar que los derechos humanos brotan inmediatamente de la dignidad de la persona humana y son inviolables e inalienables. Nadie, ni una persona particular ni un grupo ni autoridad ni el Estado, puede modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen directamente del mismo Dios.
En la declaración universal de los derechos del hombre, hecha por las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948, se reconoce la dignidad de la persona humana de todos los hombres y afirma los derechos de todos sin distinción. El Papa Juan Pablo II en la jornada mundial por la paz (1-1-99) decía que la dignidad de la persona humana es un valor transcendente, reconocido siempre como tal por cuantos buscan sinceramente la verdad... Y dentro de los derechos del hombre, la libertad religiosa es como el corazón mismo de los derechos humanos. Se le debe reconocer a la persona, incluso la libertad de cambiar de religión, si así lo pide su conciencia. Nadie puede ser obligado a aceptar por la fuerza una determinada religión, sean cuales fueran las circunstancias o motivos.
Veamos ahora más en concreto estos derechos humanos, según los describe el Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris: Todo ser humano tiene derecho a la existencia, a la integridad física, a los medios indispensables para un nivel de vida digno, especialmente en cuanto se refiere a la alimentación, vestido, habitación, descanso, atención médica y a los servicios sociales necesarios... Tiene también derecho natural al debido respeto a su persona, a la buena reputación, a la libertad para buscar la verdad y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, para manifestar y defender sus ideas, para cultivar cualquier arte y, finalmente, para tener una objetiva información de los sucesos públicos. También nace de la naturaleza humana el derecho a participar de los bienes de la cultura y, por tanto, el derecho a una instrucción fundamental y a una formación de acuerdo al grado y desarrollo de la propia comunidad política... Entre los derechos del hombre hay que reconocer también el que tiene de honrar a Dios según el dictamen de su conciencia y profesar la religión privada y públicamente... el derecho a la libertad en la elección del propio estado y, por tanto, a crear una familia, con igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer o también a seguir la vocación al sacerdocio o la vida religiosa... Tiene el derecho de trabajar en tales condiciones que no sufran daño la integridad física ni las buenas costumbres y que no se le impida el desarrollo como persona. Con relación a la mujer, las condiciones de trabajo deben ser conciliables con sus exigencias y con sus deberes de esposa y de madre... De modo especial, hay que poner de relieve el derecho a una retribución del trabajo, determinada según los criterios de la justicia y suficiente para que el trabajador y su familia lleven un nivel de vida conforme a su dignidad humana.
También brota de la naturaleza humana el derecho a la propiedad privada sobre los bienes, incluso productivos. También todo hombre tiene el derecho de reunión y de libre asociación, a la libertad de movimiento y de residencia dentro de su comunidad política de la que es ciudadano, y también el derecho de emigrar...
Los derechos naturales recordados hasta aquí están inseparablemente unidos en la persona que los posee con otros tantos deberes. Al derecho de todo hombre a la existencia, por ejemplo, corresponde el deber de conservar la vida. Al derecho a un nivel de vida digno, el deber de vivir dignamente, y al derecho a la libertad en la búsqueda de la verdad, el deber de buscarla cada día más amplia y profundamente. Esto supuesto, a un determinado derecho natural de cada uno corresponde la obligación en los demás de reconocérselo y respetárselo... Una convivencia humana bien organizada exige que se reconozcan y se respeten los derechos y deberes mutuos. De aquí se sigue que cada uno debe aportar generosamente su colaboración a la creación de un ambiente apropiado en el que los derechos y deberes se ejerciten cada vez con más empeño y rendimiento... Una convivencia humana debe ayudar al hombre a elevarse hacia su fin transcendente, a llegar a Dios, a crecer en el camino del amor, a dar lo mejor de sí mismo, a compartir juntos la belleza en sus múltiples manifestaciones, a vivir una vida noble y digna de seres humanos, ejerciendo mutuamente sus derechos y obligaciones.
Sí, el ser humano tiene derecho a vivir de acuerdo a su dignidad y tiene unos derechos que todos deben respetar, aun cuando esté disminuido por enfermedades físicas o sicológicas e, incluso, aunque haya caído en los vicios más degradantes o en los crímenes más horrendos. Su valor como persona no depende de su bondad ni de sus cualidades humanas o de su salud, ni mucho menos de su dinero, belleza, condición social o poder público. Su valor está en su alma, creada a imagen y semejanza de Dios, y de ahí dimanan todos sus derechos fundamentales. Su alma vale más que todos los tesoros del mundo entero. Por eso, vivir plenamente como hombre, amando y respetando a los demás, es su tarea de todos los días. Y Dios, su Padre, le sigue diciendo desde lo más íntimo de su corazón: Hijo mío, tú puedes, tú debes, tú eres capaz.
ATENTADOS CONTRA LA PERSONA HUMANA
a) LA PENA DE MUERTE
Aproximadamente, la mitad de los países del mundo mantienen en sus legislaciones la pena de muerte. Sin embargo, cada día son más numerosos los países que apoyan su abolición, porque la consideran como un atentado contra el derecho fundamental de todo ser humano a la vida. El derecho de la sociedad a la legítima defensa no quiere decir que deba acudir a la pena de muerte como el único medio para disuadir a los criminales. Está comprobado que la pena de muerte no disminuye los asesinatos, pero lo que sí está demostrado es que, muchas veces, se ha matado a inocentes y esto sí hay que evitarlo a toda costa. Además, en algunos casos, los criminales pueden regenerarse en prisión y llegar a ser buenos ciudadanos.
De todos modos, ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal por sus crímenes. Si vemos el caso de Caín, Dios lo castiga y lo envía al destierro, pero dice: Si alguien mata a Caín, será siete veces vengado (Gén 4,15). Dios no quiere que lo maten y, por eso, le puso una señal para que nadie que lo encontrara le hiciera daño. Dios, que es justo, es también misericordioso. No hay verdadera justicia sin misericordia.
Ahora bien, a lo largo de la historia de la Iglesia siempre se ha aceptado, como un derecho normal del Estado, el aplicar la pena de muerte a ciertos criminales. En la primera redacción del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 se decía: La Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte (Cat 2266). Sin embargo, en la edición típica latina, es decir, en el texto definitivo, publicado en Setiembre de 1997, se hacen algunas correcciones. Entre ellas, cuando se habla de la pena de muerte, se dice que, aunque en el plano teórico puede ser lícita, para su aplicación deben concurrir ciertas condiciones especiales. Debe haber total seguridad de la responsabilidad del reo, y que no haya otro camino para castigar su delito y para que pueda redimirse. Lo cual haría, de hecho, prácticamente inviable este último recurso.
Por eso, aclarando este punto, el mismo Papa, en el encíclica Evangelium Vitae, ha dicho: La medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo, salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gracias a la organización cada vez más adecuada de la institución penal, estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes (EV 56).
Por ejemplo, supongamos que un peligroso terrorista o criminal es condenado a cadena perpetua y, por la corrupción de las autoridades o por la deficiencia en el servicio de vigilancia, se escapa de la cárcel y vuelve a matar y lo cogen y, otra vez, se escapa y vuelve a seguir matando. En este caso extremo, la pena de muerte podría ser el único medio de la sociedad para poder defenderse de un incorregible criminal y salvar así la vida de otros ciudadanos. Pero, con frecuencia, la realidad es muy distinta. Hay pena de muerte por traición a la patria, cuando en tiempo de guerra uno deserta por miedo o por haber dado datos al enemigo bajo tortura.
Y en tiempo de paz, cuántos excesos se cometen sin considerar la dignidad del homicida e, incluso, su arrepentimiento sincero y, a veces, hasta su inocencia. Y se los mata en los países civilizados en la silla eléctrica, en cámaras de gas, con inyecciones letales u otros métodos peores. En USA, por ejemplo, de 1977 a 1998 han ejecutado a 487 reos. Actualmente hay 3,517 condenados a muerte. El año 1997 fueron ejecutados 74 (47 en el Estado de Texas). En este Estado, el 3 de Febrero de 1997 fue ejecutada Karla Tucker, convertida en la prisión, a pesar del clamor mundial para su absolución.
¿Acaso no basta en la mayoría de estos casos acudir a otros medios incruentos para castigar su delito? Según la revista Newsweek de USA y, de acuerdo a investigaciones realizadas en 1998, de los 487 ejecutados en ese país, 75 eran totalmente inocentes. Por eso, la Iglesia aboga por la abolición total de la pena de muerte, ya que los casos extremos en que podría aplicarse son muy raros y los abusos que se dan en la práctica son muchos. Así lo pidió expresamente el Papa Juan Pablo II la noche de Navidad de 1998. En otras ocasiones, ha hablado del recurso innecesario a la pena de muerte (EA 63).
Escuchemos lo que decía S. Agustín hace muchos siglos: ¿Eres juez? Primero júzgate a ti mismo para que puedas juzgar con conciencia limpia a los demás. Mira sobre ti mismo y, si tú escuchas al prójimo como a ti mismo, castigarás el pecado, pero no al pecador. Si alguno resistiera y no quisiera corregirse... persigue tal resistencia, esfuérzate por corregirla y suprimirla, pero de tal modo que se condene al pecado y se salve al hombre. Porque una cosa es el hombre y otra el pecado. Al hombre lo hizo Dios, el pecado es obra del hombre. Perezca lo que hizo el hombre y sálvese la obra de Dios. Por consiguiente, no te atrevas jamás a llegar hasta la pena de muerte en tus sentencias para que, al condenar el pecado, no perezca el hombre. No castigues con la muerte para que haya margen para el arrepentimiento.
Debéis ser duros contra el mal y atacarlo, pero no contra el hombre que lo comete. Contra el mal, habréis de ser incluso crueles, pero no contra quien ha sido hecho como vosotros. Todos, jueces y delincuentes, habéis sido sacados de la misma cantera, habéis tenido el mismo artífice. No me opongo, en modo alguno, que se usen las penas, pero que se usen con amor, aprecio y voluntad sincera de ayudar al delincuente a corregirse (Sermo 13,7-8). Y decía: Odia al pecado, pero ama al pecador.
b) LA ESCLAVITUD
Durante muchos siglos de la historia humana, la esclavitud fue una de las lacras de la humanidad. Unos hombres se arrogaban el derecho de propiedad sobre otros hombres y tenían sobre ellos todos los derechos, incluso de vida y muerte, como si fueran objetos, simplemente, porque los habían comprado o los habían tomado como botín de guerra. Un triste capítulo de la historia humana es la trata de negros, propiciada incluso por países cristianos, para llevar mano de obra barata al Nuevo Mundo. Sin embargo, los Papas habían aclarado bien este punto. El 2 de Junio de 1537, en la bula Sublimis Deus, Paulo III denunciaba a los que creían que los indios debían ser tratados como animales irracionales, sin alma. De ahí surgieron las Leyes de Indias, en las que se prohibía la esclavitud de los indígenas, aunque en la práctica hubo muchos abusos.
El Papa decía en la bula anterior: Declaramos que estos indios así como todos los pueblos que la cristiandad pueda encontrar en el futuro no deben ser privados de su libertad y de sus bienes, aunque no sean cristianos, y que, al contrario, deben ser dejados en pleno gozo de su libertad y de sus bienes. El Papa Urbano VIII (1623-1644) excomulgó a los que retuvieran indios como esclavos. Pero, en la práctica, los países cristianos aprobaron la trata de negros al igual que hoy día muchos países cristianos aprueban el aborto.
Lo triste es que aún hoy día sigue existiendo la esclavitud en algunos países musulmanes. Y todavía existe la trata de blancas, de mujeres usadas contra su voluntad como prostitutas. Así fueron usadas muchas mujeres orientales, esclavas sexuales del ejército japonés durante la segunda guerra mundial. Peor aún es la esclavitud de niños para el placer de los pederastas o la adopción de niños pobres, para hacer de ellos donadores de órganos en países ricos.
La esclavitud actual reviste distintas formas, a veces solapadas como prostitución o contratos libres de trabajo que son una especie de trabajos forzados. Lo que sí debe quedar claro es que para Dios no hay judío o griego, no hay siervo o libre, varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28). El mismo S. Pablo le escribe a Filemón sobre su esclavo Onésimo, que se había escapado, que lo reciba de nuevo no ya como siervo, sino más que siervo, como hermano amado, muy amado para mí y mucho más para ti, según la carne y según el Señor (Film 16). Cuando uno es cristiano, ya no puede ver a los otros como esclavos o simples siervos, sino como hermanos queridos en el mismo Señor.
c) EL RACISMO
Muchas veces, se considera a otros seres humanos inferiores por su raza, cultura o religión. Hitler creía en la superioridad de la raza aria y, por eso, mató a seis millones de judíos. También determinó la castración de todos los que eran subnormales. En muchos países comunistas se dejaba morir a los desahuciados o enfermos mentales, porque eran económicamente inútiles. En algunos países, todavía existe, en la práctica, una especie de apartheid o racismo contra la población aborigen más pobre e inculta, a quien se desprecia y se considera inferior, como a los parias de la India. También se desprecia a los refugiados, a los inmigrantes, a las minorías de otros pueblos. Hoy se trata de fomentar el racismo, queriendo conseguir en laboratorio, por procreación in vitro o clonación, a hombres con características especiales, que sean superiores a otros. Incluso, son peligrosos ciertos nacionalismos, que llegan a despreciar a otros pueblos y, a veces, se llega a la limpieza étnica como en Yugoslavia. Es importante que cada uno se identifique y ame a su país, su religión o cultura, pero no hasta el punto de despreciar a los otros pueblos. Antes que ciudadano de un país o miembro de una religión, es un ser humano y debe obedecer primero a Dios y a su conciencia antes que al Gobierno de su patria o a las órdenes de sus jefes políticos o militares. Aun en medio de la guerra más cruel, hay que ser compasivos y humanos, porque todos los hombres somos hermanos en Dios y tenemos la misma dignidad. Todos valemos lo mismo ante Dios; para Él no hay inferiores ni superiores.
En la convención de la ONU de 1965 se afirmó que toda doctrina de superioridad, fundada en la diferenciación entre razas, es científicamente falsa, moralmente condenable y socialmente injusta y peligrosa. Así habló también el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes Nº 29. El Papa Juan XXIII en la Pacem in terris decía: Ningún grupo humano se puede engreír de poseer sobre otros una superioridad de naturaleza. Por eso, esperamos que un día haya más respeto entre los hombres y más tolerancia con los que no son como nosotros. Ojalá que desaparezcan para siempre las guerras de religión; los grupos terroristas, que quieren imponer sus ideas por la fuerza; grupos, como el Ku Klux Klan de los Estados Unidos, que ejercen violencia contra judíos, negros y católicos; y todos los grupos que fomentan el racismo o apoyan leyes de extranjería antihumanas.
Todos los hombres tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación e idéntico destino. Por eso, toda discriminación de los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser eliminada por ser contrario al plan de Dios (GS 29). Ciertamente, entre los seres humanos existen diferencias y, a veces, enormes en el grado de saber, virtud, capacidad de invención y posesión de bienes materiales. Pero esto nunca puede justificar el propósito de hacer valer la propia superioridad para sojuzgar de cualquier modo que sea a los otros. Antes bien, esta superioridad comporta una mayor obligación de ayudar a los demás para que logren en esfuerzo común la propia perfección. En realidad, no existen seres humanos superiores por naturaleza, sino que todos los seres humanos son iguales por su dignidad natural, en razón de la dignidad de su naturaleza humana (Pacem in terris).
Por eso, examina tu conciencia y mira a ver si eres racista y cuántas veces has despreciado a los otros, creyéndote superior. Ojalá que seas verdadero hijo de Dios y puedas decir a cada ser humano que pase a tu lado: TU ERES MI HERMANO.
d) EL MACHISMO
El machismo es una mentalidad muy común entre ciertos hombres, que les hace creer en la superioridad del hombre sobre la mujer y que, muchas veces, la somete a desprecios y maltratos, especialmente en el ambiente doméstico. En algunos países, todavía existen leyes discriminatorias: no pueden votar u ocupar ciertos cargos públicos ni tienen los mismos derechos que el varón en cuanto a la herencia o decisiones económicas familiares. En China todavía se las considera de menos valor que el hombre y, con frecuencia, se las mata al nacer. Recordemos las leyes de algunos países fundamentalistas musulmanes que les prohiben ir por la calle con el rostro descubierto o trabajar fuera de casa e, incluso, se las mutila, cortándoles el clítoris, para evitar que sientan mucho placer sexual y así puedan guardar mejor la fidelidad; como si fueran propiedad de sus esposos, que se creen tener derecho para usarlas como objetos de placer hasta en cosas contra natura. Y cuántas veces se les ha impuesto la esterilización en contra de su propia voluntad. La Iglesia deplora como abominable la esterilización, a veces programada de las mujeres, sobre todo, de las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera engañosa sin saberlo las interesadas. Esto es mucho más grave, cuando se hace para conseguir ayudas económicas a nivel internacional (EA 45). O también, cuando se les engaña para ser esterilizadas, ya sea con beneficios económicos o por intereses políticos.
¡Durante cuántos siglos la mujer estuvo relegada al ámbito de su propia casa sin poder estudiar en las Universidades ni tener voz ni voto en las decisiones políticas! Por esto, el Papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris dice que: Hoy día la mujer sabe que no puede ya consentir ser considerada y tratada como un instrumento y exige ser considerada como persona en paridad de derechos y obligaciones como el hombre, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en la vida pública.
El Papa Juan Pablo II, en la carta apostólica Mulieris dignitatem, al hablar de la dignidad de la mujer aclara: Lo que dice S. Pablo de que las mujeres deben estar sometidas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer (Ef 5,22) debe entenderse de un modo nuevo, es decir, como una sumisión recíproca... no solamente sumisión de la mujer al marido... Todas las razones en favor de la sumisión de la mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar en el sentido de una sumisión recíproca de ambos en el temor de Cristo.
Por eso, hay que recalcar que ambos, hombre y mujer, como seres humanos partícipes de la misma naturaleza, tienen los mismos derechos y la misma dignidad, aunque sean diferentes. Y de la misma manera que hay que rechazar el machismo hay que rechazar el feminismo, que considera que la mujer debe liberarse del hombre y ser independiente con derecho a la libertad sexual, a abortar, cuando quiera, y a vivir como quiera... Más que imitar al hombre, la mujer debe ser lo que es y sentirse orgullosa de su vocación de amor, viendo en María un modelo. Ser mujer no es ser inferior al hombre. De hecho, la persona humana más perfecta que ha existido, existe y existirá, ha sido una mujer: María.
El Papa Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater afirma que la mujer debe vivir dignamente su feminidad, mirando a María. A la luz de María la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza, la laboriosidad infatigable, y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo (Nº 46). La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás. La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual se une a la conciencia de que Dios le confía al hombre, es decir, al ser humano... La mujer es fuerte por la conciencia de esta entrega, es fuerte por el hecho de que Dios le confía al hombre, siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en la que pueda encontrarse. Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo y todo ello la hace fuerte y la reafirma en su vocación de mujer (MD 30).
El hecho de que las mujeres en la Iglesia Católica no puedan ser sacerdotes no significa una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del Universo (OS). En esto seguimos simplemente la enseñanza de Jesús. Jesús podía haber escogido mujeres, especialmente a su propia madre, y no lo hizo. Él conocía el futuro y, por eso, no podemos suponer que se debió solamente a motivos históricos o circunstanciales. Que la mujer no pueda ser sacerdote no quiere decir que sea menos que el hombre, sino que es distinta y a cada uno Dios le da misiones diferentes en la sociedad, así como dentro de la propia familia. Por eso, el Papa Juan Pablo II dice en la misma carta apostólica Ordinatio sacerdotalis: declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia. Es, pues, una doctrina, que no es discutible, sino definitiva y debe ser considerada siempre, en todas partes y por todos los fieles como perteneciente al depósito de la fe (Respuesta de la Congregación para la doctrina de la fe del 28-10-1995). De todos modos, dice el Papa en la misma carta: el único carisma superior, que debe ser apetecido, es el amor. Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros (sacerdotes), sino los santos.
e) EL ABORTO
Es un gran atentado contra la vida de seres humanos inocentes, indefensos y todavía por nacer. Frecuentemente, son los propios padres quienes deciden la muerte, como si tuvieran derecho a decidir quién puede vivir o morir. Cada año son cerca de setenta millones de seres humanos que son abortados. Una injusticia que clama venganza al cielo. ¿Acaso los padres sólo ven su propia comodidad? ¿Dónde están los derechos de esos hijos, que desean nacer, y a quienes Dios les ha dado la vida con infinito amor? Cada día crece más la amenaza contra estos niños aún no nacidos, porque va creciendo una mentalidad hedonista, que busca el placer y evita los hijos. Cada día son más también los anticonceptivos abortivos disponibles.
Con relación a las técnicas para practicar el aborto, debemos decir que son, ciertamente, salvajes. En el método de succión, se introduce un tubo por la vagina y se aspira el feto hasta que es sacado del útero completamente desmembrado. La dilatación y el legrado consisten en introducir un cuchillo curvo en el útero y se despedaza al niño para poder sacarlo a pedazos. Otras veces, se aplica una inyección de una solución concentrada de sal para que muera el niño y la madre lo dé a luz ya muerto. O la histerectomía, que se practica en los últimos meses, con cesárea, para sacar al niño y aprovecharlo, como si fuera un animalito, para la confección de fármacos y cremas. Por eso, debemos tener claro, como dice el concilio que El aborto y el infanticidio son crímenes abominables (GS 51) Y quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión (Cat 2272 y canon 1398). El Catecismo de la Iglesia católica afirma que la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción . Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable a la vida (Cat 2270).
El famoso abortista, convertido católico, Bernard Nathanson, después de haber practicado personalmente más de 5,000 abortos decía: Estoy convencido de que la vida comienza en el momento de la concepción y debe ser inviolable. El Dr. Lejeune, famoso catedrático de genética fundamental de la Universidad de París afirma que abortar es matar, aunque el cadáver sea muy pequeño. Por eso, legalizar el aborto es legalizar la pena de muerte para estos niños no nacidos. Y el país que legaliza el aborto, de algún modo, está matando su propia alma. Porque nadie puede disponer de la vida, sólo Dios es el dueño de la vida y nadie tiene derecho a quitársela a sí mismo o a los demás. Como diría Sta. Isabel a María, y se puede aplicar a todas las mujeres: Bendito es el fruto de tu vientre (Lc 1.42).
En la encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II dice: ¿Cómo es posible hablar de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e inocente?... El derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte de la población, aunque sea mayoritaria... De ese modo, la democracia, a pesar de sus reglas va por un camino de totalitarismo fundamental... El Estado tirano presupone poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de la utilidad pública, que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas, según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero, en realidad, estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases... ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre las personas, declarando a algunas dignas de ser defendidas mientras a otras se niega esta dignidad? (Nº 20).
Por eso, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus sucesores en comunión con los obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. Esta doctrina es corroborada por la S. Escritura, transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal... Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie, además, puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo (Nº 57).
Algunos intentan justificar el aborto, sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida, que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano, si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que, desde el primer instante, se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas... Por eso, el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente, el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida (Nº 60).
Decía la M. Teresa de Calcuta: Cuando las madres son capaces de matar a sus propios hijos concebidos en su seno, ya todo se puede esperar, ya no hay compasión, ya no hay moral, la sociedad está perdida. De aquí surge la conclusión de que todos los que se precien de ser humanos y no solamente los católicos, deben defender la vida de estos niños aún no nacidos. Dice el Papa: Defiende, respeta, ama y sirve a la vida, a toda vida humana. Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad (Nº 5).
f) LA EUTANASIA
Es otro grave atentado contra el derecho a la vida. Nadie tiene derecho a disponer de la vida de otro y ni siquiera de su propia vida. Solo Dios es el único Señor de la vida. Para Él no hay vidas inútiles. Nadie viene al mundo por casualidad. Toda vida humana tiene un sentido y una finalidad en sus planes divinos. Como dice el Papa Juan Pablo II: La vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad (FC 30). No se puede hablar de matar por piedad a los niños que nacen con graves deficiencias o a los ancianos en estado terminal o a quienes estén ya desahuciados, quizás sea más exacto hablar de comodidad de la familia, de evitarse sacrificios y dispendios económicos. En una palabra, hablar de egoísmo, que procura librarse de todo lo que le molesta, porque falta, precisamente, piedad y amor. Frecuentemente, se dan casos de familias que deciden interrumpir tratamientos sencillos y poco costosos como el equipo de oxígeno o la sonda para alimentar al enfermo, para que muera de una vez. Pero esto no se puede justificar, es falsa piedad, que más bien busca evitarse molestias por tiempo indefinido. ¿Qué sabemos nosotros de los planes de Dios? ¿Acaso no puede seguir bendiciendo al enfermo en ese estado terminal o darle una oportunidad para arrepentirse y purificarse?
Ahora bien, la Iglesia acepta que puedan interrumpirse tratamientos médicos muy costosos, peligrosos o desproporcionados a los resultados que se puedan obtener, aunque pueda venir la muerte de modo natural. Las familias no están obligadas a estos tratamientos muy costosos, que no pueden afrontar. Con esto no se pretende provocar (directamente) la muerte, se acepta sólo no poder impedirla. Estas decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente (Cat 2278). El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana, si la muerte no es pretendida ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable (Cat 2279).
Fuera de estos casos, no se puede aceptar la eutanasia y mucho menos legalizarla. En este caso, se miraría con desconfianza al médico que tiene la misión de sanar y no de matar. Además habría casos en que podría tomarse esa decisión para evitarse problemas, para apropiarse cuanto antes de la herencia, eliminar testigos incómodos o enemigos indeseables, competidores peligrosos, familiares molestos o para aprovechar sus órganos cuanto antes.
Si vemos los hechos concretos, la ley de la eutanasia, dada en 1939 por el III Reich de Hitler, envió a la muerte a 100,000 personas minusválidas, y no necesariamente en estado terminal, por considerarlas sin valor y económicamente inútiles. Actualmente, en Holanda, donde se ha aprobado esta ley, el 2% de las muertes son por eutanasia, lo que significa 18,000 personas al año. Por eso, la Iglesia ha hablado sobre este asunto de tanta actualidad, pues en muchos países se pretende ya legalizarla. Dice Juan Pablo II: De acuerdo al magisterio de mis predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario y universal (EV 65). El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar (EV 73). Por eso, en caso de campañas públicas para legalizarlas o para cumplirlas, si ya están legalizadas, no hay que seguirlas por respeto a nuestra propia dignidad y a la de los demás. En caso de una ley injusta, que admita el aborto o la eutanasia, nunca será lícito someterse a ella ni participar en campañas de opinión en favor de una ley semejante ni darle el apoyo del propio voto (EV 73).
Nunca me olvidaré del caso que leí en una revista. Ocurrió en Estados Unidos. Un papá fue al hospital a ver a su hijo recién nacido y, al ver que había nacido mongólico, lo tomó en sus brazos y, desesperado, le golpeó la cabeza contra el suelo y lo mató. ¿Acaso ese niño no tenía derecho a vivir? ¿Acaso su vida no valía nada? Muchas veces, hablamos de los derechos humanos como si la mamá tuviera derecho a abortar o los padres pudieran tener derecho a practicar la eutanasia con sus hijos que nacen enfermos.... ¿Y el niño no tiene derechos? ¿Y dónde están los derechos de Dios? ¿Acaso ese niño no es hijo de Dios, a quien ha creado con infinito amor? ¿Quién puede arrogarse el derecho de matar y quitar la vida de otro? ¿Acaso se puede justificar el matar por piedad? ¿para que no sufra? Quizás Dios pudiera decirnos, como a Caín: La sangre de tu hermano, está clamando a Mí desde la tierra (Gén 4,10).
g) MANIPULACION DE LA VIDA HUMANA NACIENTE
Éste es otro grave atentado a la dignidad de las personas. Por eso, en la instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe, publicada el 22 de Febrero de 1987, se afirma que nadie puede manipular ni experimentar con embriones producidos en laboratorio, que son verdaderos seres humanos. Es inmoral producir seres humanos en laboratorio como material biológico disponible y menos aún destruir estos embriones humanos sobrantes, como ocurre en muchos centros de fecundación artificial de los países desarrollados. ¿Desarrollados? ¿o subdesarrollados en el espíritu?
Utilizar un embrión humano como objeto o instrumento de experimentación es un delito contra la dignidad del ser humano, que tiene derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona humana. La práctica de mantener en vida embriones humanos para fines experimentales o comerciales, es completamente inmoral. Incluso, los cadáveres de estos embriones o fetos humanos deben ser respetados y evitarse cualquier práctica comercial para obtener productos nuevos. La misma congelación de embriones, aunque se realice para mantener en vida al embrión, constituye una ofensa al respeto debido a los seres humanos. Tampoco es lícito experimentar con embriones humanos en orden a la investigación científica.
Hoy día muchas parejas de esposos acuden a los médicos para tener hijos por fecundación o inseminación artificial. Pero esto es inmoral, lo mismo si se hace con espermas u óvulos de otro que no sea el esposo o la esposa, como si se trata de mujeres viudas, solteras o no casadas legítimamente. Pero también lo es, aun cuando sea con elementos propios de los esposos, ya que, para que pueda implantarse y ser viable un embrión, es preciso producir varios más, que van a morir hasta que se consiga el éxito, y nadie tiene derecho a matar a otros seres humanos para obtener algo, aunque sea bueno. El fin no justifica los medios.
Los laboratorios no pueden ser fábricas de seres humanos. Un caso especial, que tiene mucha actualidad, es el de la clonación de seres humanos en el futuro. Hasta ahora sólo se ha conseguido en animales. Y se trata de una técnica reproductiva para conseguir seres idénticos, al menos en cuanto al cuerpo. Se unen el núcleo de una célula viva del donante, que se quiere clonar, con un óvulo sin núcleo y se implanta en un útero. El ser resultante tendría todas las características del donante. Si éste es un hombre sería, a la vez, padre y madre de su hijo. Si es mujer, tendría un hijo sin padre. Pero, aparte de esto ¿cuántos seres humanos deberían morir para conseguir un solo éxito? Para obtener la oveja Dolly en Inglaterra, se hicieron 277 fusiones y sólo ocho tuvieron éxito y sólo uno de estos ocho embriones llegó a feliz término.
Por eso, la reproducción clonal es totalmente inmoral. Si esto se hiciera realidad, se crearían grupos de seres humanos idénticos físicamente para ciertas cosas, con lo que se podría fomentar el racismo o las diferencias sociales, se perdería el sentido profundo de la maternidad, se acabaría el sentido de familia, de filiación, de matrimonio. Muchas mujeres preferirían tener hijos idénticos a ellas sin necesidad de un padre, incluso podrían evitar los problemas del embarazo con úteros artificiales. Sin embargo, debemos aclarar que el alma humana no se puede clonar y que siempre habría diferencias entre los seres clonados, como los hay entre los gemelos univitelinos. Además, ¿cuántos traumas tendrían que sobrellevar estos niños sin padre ni madre auténticos? Si un niño no deseado, nace con traumas ¿cuántos más tendrá el que no ha tenido durante nueve meses el amor de una madre y ha vivido en un mundo vacío y sin luz, en un útero de una mujer alquilada o de un útero artificial? Veamos lo que nos dice Margaret Brown, una joven de 20 años, estudiante de biología en Texas. Sus declaraciones aparecieron en 1994 en el semanario Newsweek. Ella es fruto de inseminación artificial y no conoce a su padre.
Tengo el sueño recurrente de estar flotando en la oscuridad, mientras giro sin parar cada vez más de prisa en una región sin nombre, fuera del tiempo. Me empiezo a angustiar y quiero poner los pies en la tierra para encontrarme a mí misma. Soy una persona engendrada por inseminación artificial, alguien que nunca conocerá la mitad de su identidad (padre)... No veo cómo alguien puede privar conscientemente a otro de algo tan básico y esencial como es su herencia. Aprecio enormemente los sacrificios de mi madre y el amor de mi familia. Pero, incluso acunada por el amor de la hermana de mi padre legal, siento como si estuviera tomando prestada la familia de otro. Los hijos no son bienes de consumo o posesiones. Son personas con idénticos intereses en el proceso.
Maravilloso testimonio, que debemos tener en cuenta para valorar al ser humano en toda su dimensión y no solamente la corporal o la de este mundo pasajero, pues tiene un destino eterno. Cada ser humano es irrepetible. Dios no hace fotocopias y el alma que nos da a cada uno es distinta y la crea personalmente con un amor infinito y particular.
El ser humano no puede ser fruto de técnicas científicas. La persona humana debe ser fruto del amor de sus padres. No se puede admitir que los medios técnicos sustituyan al acto conyugal. Por eso, la Iglesia sólo acepta aquellos medios artificiales que vayan destinados exclusivamente a facilitar el acto natural de los esposos para que alcance su propio fin de la fecundación. Sólo se puede ayudar para que el acto conyugal consiga el efecto deseado.
Evidentemente, hay que evitar a toda costa los intentos de fecundación artificial entre gametos animales y humanos, la gestación de embriones humanos en úteros de animales o en úteros humanos de alquiler (que no es su madre) y mucho menos aceptar la construcción de úteros artificiales para un embrión humano. Igualmente es inmoral cualquier intento de producir seres humanos en laboratorio sin conexión alguna con la sexualidad humana sea por fisión gemelar, partenogénesis... Asimismo debe ser totalmente evitado obtener seres humanos determinados o seleccionados en cuanto al sexo, estatura, color, etc., por intervención del patrimonio cromosómico (Cf Cat 2275). Según este mismo número del Catecismo son lícitas solamente las intervenciones sobre el embrión humano que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados y que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual.
De todo esto, podemos concluir que el ser humano desde su concepción es un ser vivo, biológicamente humano, que tiene un destino humano y que tiene ya programadas todas las cualidades que tendrá el día de mañana. Por eso, hay que respetarlo desde el día de su concepción en el seno materno.
h) ESTERILIZACION Y ANTICONCEPTIVOS
Estos métodos de regulación de nacimientos son antinaturales y van contra la dignidad del ser humano. Además, en muchos países, los gobiernos presionan a los más pobres para someterse a estos métodos, abusando de su ignorancia y, a veces, se los chantajea a cambio de alimentos necesarios para el sustento familiar. Con relativa frecuencia, el someterse a la esterilización (ligadura de trompas o vasectomía) en malas condiciones higiénicas, en poblados alejados, ha traído graves consecuencias para la salud de los pacientes, incluso la muerte. La esterilización es en sí misma una mutilación corporal, que va en contra de la misma dignidad de la persona, cuando no hay causas justificables.
Decía el Papa Pablo VI en la encíclica Humanae vitae: Hay que excluir como método de regulación de nacimientos la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer. Lo mismo podemos decir de los anticonceptivos artificiales, que, al no ser naturales, son de alguna manera inhumanos y van contra la misma persona. En primer lugar, hay que descartar los DIU (dispositivos intrauterinos, como las espirales, T de cobre, etc.), pues son abortivos y, por tanto, criminales. En cuanto a las píldoras, hay algunas como la RU-486, que son claramente abortivas. Otros productos como Microgynon, Nordette, Depoprovera... son también abortivos. Pero, aunque no lo fueran, está comprobado que todas las píldoras son dañinas para la salud. Algunas asociaciones de USA han enumerado hasta 18 enfermedades que pueden producir estas píldoras, como la embolia, ataques al corazón y, algunos dicen, que incluso el cáncer.
Con relación a las cremas o jaleas, la firma norteamericana Johnson & Johnson ha sido demandada varias veces por el nacimiento de hijos deformes, concretamente con relación a la jalea Orthogynol. Y no olvidemos a la famosa píldora Thalidomida, con la que nacían los niños sin brazos. Si la Iglesia aceptara como buenos los anticonceptivos no abortivos, todos se sentirían libres para usarlos, incluso los jóvenes no casados, se podrían comprar en cualquier tienda, como si fueran caramelos, habría una intensa campaña por televisión y esto no haría más que fomentar el libertinaje sexual y los abortos.
Por eso, los profesionales cristianos tienen que poner su objeción de conciencia, cuando les obliguen a realizar operaciones de esterilización o colocar DIU. Los farmacéuticos cristianos deben rechazar vender todos estos métodos artificiales, que, a la larga, son dañinos para la salud física, síquica y espiritual de las personas. La Iglesia solamente acepta los métodos naturales de Ogino-Knaus, de temperatura y el de Billings. Este último, según la OMS (Oficina Mundial de la Salud) de la ONU, tiene hasta un 98,5% de eficacia y seguridad sin efectos negativos colaterales.
Muchos gobiernos alientan campañas de planificación familiar con la idea de que somos muchos y pobres y, estando menos, seremos más ricos. Pero, como decía Pablo VI en la ONU, en Octubre de 1965, el problema no es suprimir comensales, sino en multiplicar el pan. No se adelantaría nada, siendo menos personas, si seguimos siendo tan irresponsables e inmaduros como antes. Lo importante no es tener más, sino ser más como personas. Aparte de que es una falacia, como lo han probado economistas de fama internacional, el decir que, siendo menos, tendremos más dinero.
En conclusión, como dice el Papa Juan Pablo II: La Iglesia condena como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado (FC 30).
i) LA PORNOGRAFIA
Es otro grave atentado contra la dignidad de las personas. A través de revistas, videos, películas y espectáculos pornográficos se va fomentando el libertinaje sexual con todo lo que conlleva de degradante para la persona y de disgregación para las familias. En muchos casos, la pornografía actúa como cómplice indirecto de graves agresiones sexuales como violaciones, secuestros, adulterios, etc. La pornografía lleva al menosprecio de los demás y a verlos sólo como objetos de placer, suprimiendo la ternura y el verdadero amor. De ahí la grave responsabilidad de quienes tienen en sus manos, como propietarios o directores, los medios de comunicación social, ya que pueden manipular las conciencias de mucha gente fácilmente influenciable.
El Consejo Pontificio para las comunicaciones sociales publicó un documento en Mayo de 1989 sobre Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales. En este documento se dice: Nadie puede considerarse inmune a los efectos degradantes de la pornografía y la violencia... Los niños y los jóvenes son especialmente vulnerables y expuestos a ser sus víctimas. La pornografía y la violencia sádica desprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos, especialmente mujeres y niños, destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad.
Quienes hacen uso de estos productos no sólo se perjudican a sí mismos, sino que también contribuyen a la promoción de un comercio nefasto... Ciertos programas de televisión pueden condicionar a las personas condicionables, sobre todo niños y jóvenes, hasta el punto de que lleguen a considerar normal, aceptable y digno de ser imitado, todo lo que ven. Esto es especialmente cierto para los que están afectados de ciertas enfermedades mentales.
A veces, gritamos contra los violadores depravados, que abusan de los niños, pero no hablamos de la culpa que tienen los responsables de los medios de comunicación que fomentan el libertinaje sexual. Con la excusa de la libertad de expresión fomentan el libertinaje, como si todo se pudiera decir, ver o hacer. En esto también tienen mucha culpa las autoridades civiles por permitir este libertinaje que hace perder los valores morales. Se deben dar leyes de control para la protección de niños y jóvenes, en especial, y controlar esta industria lucrativa del sexo, que da muchos beneficios económicos; pero que hace tanto daño a la sociedad. Los padres de familia deben denunciar ciertos programas y hacer frente común para presionar a las autoridades y a estos medios de comunicación.
El Papa Juan Pablo II en su mensaje del 25-1-1994, con ocasión de la XXVIII jornada mundial de las comunicaciones sociales decía: La televisión puede dañar la vida familiar, difundiendo valores y modelos de comportamiento degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia, inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso, difundiendo mensajes distorsionados o información manipulada sobre los hechos y problemas de actualidad, transmitiendo publicidad de explotación, que recurre a los más bajos instintos, exaltando falsas visiones de la vida, que obstaculizan la realización del recíproco respeto de la justicia y de la paz.
Cuánta responsabilidad tienen también los padres de familia para controlar lo que ven sus hijos y que no se contaminen con tanta telebasura que nos inunda. Muchas veces, es preferible apagar la televisión, incluso ante programas buenos, para dar lugar al diálogo familiar, que se ha perdido, frecuentemente, por culpa de la televisión. Pero no hablamos sólo de televisión, sino también de revistas, videos, espectáculos y todo lo que fomenta el sexo, como si fuera el principal valor de la vida e imprescindible para ser feliz.
En todo esto, el Estado debe asumir su responsabilidad, pues, como dice el Papa Juan Pablo II: los medios de comunicación masiva son, con frecuencia destructores de la personalidad al presentar el sexo, el placer, la violencia... como los máximos valores. Más bien, deben fomentar los valores fundamentales del matrimonio como son la unidad, la fidelidad y el amor.
Sin embargo, a veces se fomentan y se defienden públicamente, incluso en películas, actitudes contrarias a la naturaleza con la excusa de defender los derechos humanos y de que todos tienen derecho a ser felices. Me refiero concretamente a la homosexualidad. A este respecto, hay que aclarar que la orientación homosexual, en principio, no es pecado, puede existir sin culpa personal. Lo que sí es siempre pecado es el acto homosexual. Pero muchos homosexuales y lesbianas se sienten discriminados, porque desean formar matrimonios con los mismos derechos que las parejas normales, e incluso adoptar niños. En algunos países, ya se les han dado estas facilidades legales. Pero una cosa es lamentar los desprecios y violencias contra ellos, que, como personas, merecen todo respeto y tienen la misma dignidad que los demás... Y otra cosa muy distinta es querer institucionalizar una orientación particular, que podría servir de modelo para otros y ser una referencia social, como otra alternativa al matrimonio normal. ¿Y qué podríamos decir de esos niños educados por parejas de homosexuales? ¿Acaso no tienen derecho a una vida sicológicamente normal? Aléjate de la pornografía y de todo lo que ensucie tu corazón y tu alma. Respeta tu dignidad de hijo de Dios.
j) VIOLENCIA Y TORTURA
Son incontables las formas de violencia y tortura que la maldad humana ha podido inventar para hacer sufrir a otros seres humanos, sus hermanos. Desde la violencia doméstica hasta los atentados terroristas, desde las violaciones sexuales hasta las torturas más sádicas, desde el asesinato sin piedad hasta el genocidio de poblaciones enteras. Por eso, es inmoral el uso de bombas de gran poder destructor o los bombardeos indiscriminados, que matan muchos seres inocentes.
Y ¿qué decir de la guerra? En toda guerra las primeras víctimas son los mismos soldados, que mueren a millares. Recuerdo la película Salvar al soldado Ryan de Spielberg. En ella aparece el capitán Müller que dice: Cada vez que mato a un hombre, me siento más lejos de casa. Sí, se siente más lejos de los suyos. Porque ¿quién le ha explicado al soldado por qué tiene que matar a otro semejante? Simplemente, el Alto Mando decide y ellos obedecen. En esa película se siente la idea de que cada soldado también tiene una madre, que no son simples números en las fichas del ejército. Son personas individuales, son gente con alma, son seres humanos, al igual que los que consideran enemigos. Por eso, en el caso de que uno tenga que ir a la guerra, no debe olvidar que los otros son también seres humanos y hacer la guerra lo más humana posible, teniendo compasión y misericordia con los vencidos y evitando el odio y la violencia sádica o las torturas contra ellos.
Y ¿qué diremos de los niños-soldado, que en ciertos países se envía a la guerra? Niños aún se les adiestra para matar y, a menudo, son empujados a hacerlo. ¿Qué futuro tendrán estos niños que, desde pequeños, han aprendido a odiar y no amar? ¡Cuántos problemas sicológicos y humanos tendrán después para insertarse en la sociedad! Por eso, hay que evitar a toda costa el odio, que lleva a la violencia y la tortura.
Decía el concilio Vaticano II que todo cuanto atenta contra la vida como los homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado, cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena, cuanto ofende la dignidad humana como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes o las condiciones laborales infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador (GS 27). En algunos países todavía se cortan las manos y dedos a los ladrones, se castra a los violadores y se flagela y fusila en público.
¿Cómo es posible que seres humanos puedan hacer sufrir sin piedad a sus hermanos? Hablando de torturas, éstas pueden ser con descargas eléctricas, quemaduras por todo el cuerpo, maltratos físicos de toda índole, casi ahogamientos con agua, incluyendo sustancias fétidas, mutilaciones, violaciones, pero nada puede justificar esta barbarie, ni siquiera la seguridad del Estado para obtener información de los enemigos o terroristas. Estas torturas pueden ser también torturas sicológicas con interrogatorios interminables, con lavados de cerebro para tratar de imponerles determinadas ideas, internamiento en clínicas siquiátricas... y no hablemos de secuestros, campos de concentración, deportaciones o trabajos forzados, etc., etc.
Nunca la violencia y la tortura será un camino para la paz. La violencia engendra violencia. Por eso, decía el Papa Juan Pablo II en el Perú, el 3-2-1985: Nunca se justifica el crimen como camino de liberación. El mal nunca es camino hacia el bien... La lógica despiadada de la violencia no conduce a nada. Ningún bien se obtiene contribuyendo a aumentarla... La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica... El odio nunca será camino para la paz, sólo el amor y el perdón nos llevará a la paz personal y social... Se hace, pues, necesaria una auténtica y radical conversión del corazón del hombre.
No hay que olvidar nunca que el ser humano tiene derecho a una vida digna y a su integridad corporal y que nadie, ni siquiera abusando de la debilidad o ignorancia del otro, puede quitarle este derecho como ocurre, a veces, en el caso de enfermos mentales o, peor aún, de las esterilizaciones (que son mutilaciones) de poblaciones enteras, engañadas y presionadas sicológicamente para evitar tener más hijos. Los ignorantes y débiles no pierden sus derechos humanos ni tienen menos derechos que los sabios y poderosos. La violencia y la tortura en cualquiera de sus formas es antihumana y, por tanto, anticristiana, ya que ser cristiano es ser radicalmente humano.
k) INJUSTICIAS SOCIALES
Hay muchas clases de injusticias sociales, una de las más palpables es la del salario injusto, pues muchos patrones ven al trabajador como un objeto y a su trabajo como una mercancía, que ellos compran al mejor precio. Por eso, cuando hay poco trabajo y mucha demanda, pueden abusar de los trabajadores indefensos, que tienen que trabajar en lo que sea al precio de lo que sea. Aún es más dramática esta situación, cuando se refiere a inmigrantes o ilegales, que en ciertos países están desprotegidos, sin seguros y con salarios mínimos, debajo de lo normal del país.
Por eso, hay que tener muy en cuenta, como decía el Papa León XIII en la encíclica Rerum Novarum y lo recalca Juan Pablo II en la Centesimus annus, que el trabajo es una actividad ordenada a proveer las necesidades de la vida y, en concreto, a su conservación; y que el trabajo tiene una dimensión social, por su íntima relación con la familia del trabajador. De ahí que el salario debe ser familiar y alcanzar para el sustento de la familia. Según el Banco mundial, hay en el mundo unos 1,116 millones de personas, que sobreviven con menos de un dólar diario per cápita. Por esto, es urgente que las personas, las empresas y los países ricos superen una visión egoísta de la vida y dejen su pasión obsesiva de tener más a costa de quien sea y de lo que sea. Porque no sólo hay que mirar a los beneficios económicos, sino que hay que procurar crear nuevos puestos de trabajo para dar una vida digna a muchas familias. Esto quiere decir que los ricos no pueden mirar solamente a sus propios intereses económicos y guardar su dinero en Bancos internacionales o usarlo solamente para su propia diversión y viajes de placer, sino que deben ver la manera de colaborar con sus países en la construcción de una sociedad, donde los bienes sean mejor distribuidos y haya más trabajo para todos. La huida de capitales puede ser una grave injusticia contra los propios connacionales.
Para la defensa de los trabajadores la Iglesia aprueba y defiende la creación de sindicatos. Éste es un derecho natural y el Estado no puede impedir su formación, pues debe tutelar los derechos naturales y no destruirlos. Prohibiendo tales asociaciones, se contradiría a sí mismo (CA 7).
En ciertas circunstancias la huelga puede ser moralmente legítima, cuando constituye un recurso inevitable, si no necesario, para obtener un beneficio proporcionado. Pero resulta moralmente inaceptable, cuando va acompañada de violencias o también, cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente vinculados con las condiciones de trabajo o contrario al bien común (Cat 2435). La Iglesia enseña que la propiedad privada no es un derecho incondicional y absoluto, pues tiene una función social. Dios da los bienes para todos y nadie puede apropiárselos de modo absoluto, sino que debe ayudar con ellos a los demás. Esto mismo decía Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio, añadiendo que el bien común, algunas veces, exige la expropiación si, por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la propiedad colectiva (CA 24).
Con relación a los contratos, decía León XIII que el consentimiento de las partes, si están en situaciones demasiado desiguales, no basta para garantizar la justicia del contrato... y esto vale también para los contratos internacionales (RN 10 y Cat 2434). Por esto mismo, Juan Pablo II, hablando de la deuda externa de los países pobres decía: No es lícito exigir o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. Hay que encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de las deudas compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso (CA 35).
Igualmente, en la encíclica Sollicitudo rei socialis afirma que hay que dar a los pobres no sólo de lo que nos sobra, sino hasta de lo necesario. Dice que la Iglesia tiene la convicción de que ella misma y sus ministros y cada uno de sus miembros están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino hasta con lo necesario. Ante casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello (Nº 31).
La Iglesia, en toda cuestión social, recalca el valor del ser humano. Por eso, hay que evitar las condiciones degradantes de trabajo, en ambientes malsanos, sin protecciones ante los peligros, y denunciar los abusos y acosos sexuales para conservar el puesto de trabajo. Vivimos en una época de crisis de valores. Para muchos, los conceptos de amor, libertad, trabajo, derechos humanos no significan lo que realmente son por su naturaleza. Hablan de amor como si fuera libertinaje sexual; de libertad como si todo pudiera hacerse sin cortapisas de ninguna clase; y, cuando hablan de derechos humanos, hablan solamente de los suyos. En este contexto, la mujer es vista, muchas veces, como objeto de placer, los hijos como un obstáculo para la felicidad de los padres, la familia como una institución que quita la libertad, el trabajo como algo pesado que hay que evitar. Es la civilización de lo fácil y de lo cómodo. Por eso, hay que revalorar el trabajo de la persona, como necesario para su realización personal.
Decía Juan Pablo II en España el 7-11-82 que el trabajo es un deber moral. Es un acto de alegría y se convierte en alegría: alegría profunda de darse a la propia familia y a los demás... Por eso, hay que hacer bien el trabajo. No se puede rehuir el deber de trabajar ni trabajar mediocremente, sin interés, y sólo por cumplir, sino hacerlo bien para realizarnos debidamente. Puesto que mediante el trabajo, el hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido, se hace más hombre (LE 9). El trabajo dignifica al hombre y lo llena de la alegría de Dios, siempre que sea digno y honrado, y en condiciones dignas. Porque el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (Cat 2428) y el que no quiera trabajar que no coma (2 Tes 3,10).