Autor: | Editorial:
Cristo y María. Cristo y la Iglesia. La Eucaristía.
CRISTO Y MARIA
Para llegar a Cristo no hay mejor camino que María. María ha sido la persona humana más santa que ha pisado y pisará la tierra. Porque ha sido la que ha estado más unida a Dios por Cristo. María ha alcanzado tal unión con Dios que ha superado todas las expectativas del espíritu humano (MD 3). María es la panagia, la toda santa, como dicen los orientales. María es la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximio, que antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas (MD 9). María es como un espejo, donde se reflejan del modo más profundo y claro las maravillas de Dios (MD 25).
En la liturgia bizantina, en la plegaria eucarística de S. Juan Crisóstomo se dice: Es verdaderamente justo proclamarte bienaventurada, Oh Madre de Dios, porque eres la muy bienaventurada, toda pura y Madre de nuestro Dios. Te ensalzamos, porque eres más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines. Tú, que sin perder tu virginidad has dado al mundo el Verbo de Dios. Tú que eres verdaderamente la Madre de Dios.
María es el camino más rápido, más fácil y más seguro para llegar a Jesús. María y Jesús están íntimamente unidos. Por eso, el pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Virgen y el culto a la Eucaristía... María guía a los fieles a la Eucaristía (MD 44). Podemos decir que María es una Eucaristía viviente, pues en su Corazón siempre está Jesús. Ella es la Madre de la Eucaristía, sagrario eucarístico, estrella que nos guía a Jesús Eucaristía.
Sin María no puede explicarse la Encarnación, sin María no puede entenderse la Eucaristía, ya que junto a Jesús Eucaristía siempre está María. Y desde el sagrario de nuestras Iglesias, ambos irradian un encanto y una luz indecibles que nos llenan de alegría y paz. El Corazón de Jesús y el Corazón de María con eucarísticos, porque ambos Corazones forman uno solo en Cristo. Como aquellos primeros cristianos que tenían un solo corazón y una sola alma y todo lo tenían en común(Hech 4,32). Consagrándonos a ellos, viviremos también nosotros formando una Unidad dentro del Corazón de Jesús y de María, en el seno de la Iglesia.
CRISTO Y LA IGLESIA
La Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo. Por eso, Cristo y la Iglesia están íntimamente unidos, como lo están el cuerpo y la cabeza en el ser humano. Todos nosotros, a pesar de ser muchos, somos todos un solo Cuerpo en Cristo(Rom 12,5). Cristo es la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,18). Y por esta íntima unión entre Cristo y la Iglesia, Ella es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15) y sacramento inseparable de unidad (UUS 5).
La Iglesia es como la continuación de Cristo en la tierra. Es el Pueblo de Dios, la reunión de todos los cristianos, que tienen la misma fe y costumbres bajo la autoridad del Papa. El Papa y los obispos son los maestros auténticos de la verdad por tener la autoridad de Cristo. A ellos se les llama también Iglesia en sentido estricto. Tienen el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, y este oficio lo ejercitan en Nombre de Jesucristo (DV 8). Por ello, los cristianos deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana(DH 14).
Algunos dicen: yo creo en Cristo, pero no creo en la Iglesia. Otros pueden decir: creo en Dios, pero no en Cristo. Y otros: yo creo en el hombre, pero no en Dios... Y se va cayendo sucesivamente en errores cada vez más graves. Por eso, hay que aclarar que despreciar a la Iglesia y a sus legítimas autoridades es, de alguna manera, despreciar a Cristo y su autoridad. Ya decía S. Ambrosio: Donde está Pedro (el Papa) allí está la Iglesia.
Ciertamente, la Iglesia tiene muchos defectos, sus miembros no son todos santos ni lo han sido todos los Papas, cardenales, obispos y sacerdotes, pero ahí nos espera Jesús, en su Iglesia. Porque a ellos los ha escogido para ser sus instrumentos en la gran tarea de la salvación y por medio de ellos perdona y se hace presente en la Eucaristía. Decía Carlo Carretto en su libro Mañana será mejor: Los motivos que tengo para creer en la Iglesia no son las virtudes de los Pontífices, de los obispos o de los sacerdotes. La credibilidad está en el hecho de que, no obstante los dos mil años de pecados cometidos por sus miembros, Ella ha conservado íntegra la fe y esta mañana he visto a un sacerdote celebrar la misa y decir: Esto es mi cuerpo y he creído en la promesa de Jesús y en que el pan que me daba en comunión era el mismo Cuerpo de Jesucristo.
Por eso, yo también me siento orgulloso de pertenecer a esta Iglesia católica, en la que he nacido por el bautismo, me alimento con la comunión eucarística y deseo morir para vivir con Cristo por toda la eternidad.
LA EUCARISTIA
Todo ser humano está llamado a ser UNO con Cristo, y esto se realiza de modo admirable en el momento de la comunión o común unión con Cristo. La Eucaristía es para todos los hombres, porque todos están llamados a ser de Cristo y a ser hijos en el Hijo. La Eucaristía es el sacramento de la vida por excelencia, pues nos vigoriza y alimenta espiritualmente y nos hace crecer en el amor. En la Eucaristía bajo las especies de pan y vino, Cristo entero está presente en su realidad física aun corporalmente (MF). Por eso, el contacto físico con Cristo y la unión con Él nos diviniza y nos une, a la vez, a todo el Universo y a todos los hombres. La Eucaristía nos hace más hombres y nos ayuda a unirnos con Jesús a todos los seres. La Unión de todos los seres en Dios por Cristo, se vive y se realiza en plenitud en la comunión eucarística.
Dice Teilhard de Chardin en su libro Como yo creo: La comunión sacramental, en vez de formar en la vida cristiana un elemento discontinuo, se convierte en su trama. Es la acentuación y la renovación de un estado permanente que nos vincula ininterrumpidamente a Jesús. La entera vida cristiana sobre la tierra como en el cielo resulta ser una especie de perpetua unión eucarística. Porque lo divino nunca nos alcanza más que informado por Cristo Jesús: tal es la ley fundamental de nuestra vida sobrenatural... Adherirse a Cristo en la Eucaristía quiere decir inevitablemente, ipso facto, incorporarnos un poco más cada vez a una Cristogénesis.
En su libro El medio divino afirma: Al comulgar, Señor, me abres los brazos y el Corazón en unión con todas las fuerzas del Cosmos juntas ¿Qué podría yo hacer para responder a este beso del Universo? A la ofrenda total que se me hace sólo puedo responder con una aceptación total. Al contacto eucarístico reaccionaré mediante el esfuerzo entero de mi vida, de hoy y de mañana, de mi vida individual y de mi vida aliada a todas las demás vidas. De aquí la importancia del ofrecimiento total de nuestra vida a Cristo en la misa y comunión. Entrega total, abandono total para ser totalmente UNO con Él.
Y sigue diciendo Teilhard: En ningún momento dejaré de avanzar hacia Ti... La Eucaristía debe invadir mi vida, debe hacerse, gracias a este sacramento, un contacto contigo sin límite y sin fin... Por eso, se justifica con un vigor y un rigor insospechado el precepto implícito de la Iglesia de que es preciso siempre y en todas partes comulgar (El medio divino). En su libro Como yo creo dice que todas las comuniones de nuestra vida no son, de hecho, sino los instantes o episodios sucesivos de una sola comunión, o sea, de un solo y mismo proceso de cristificación. Sí, toda nuestra vida debe ser un proceso continuo de cristificación, de hacernos cada vez más Cristo, de unirnos cada vez más a Él y por Él a Dios, uno y trino. Ya decía S. Pablo que Dios nos predestinó desde toda la eternidad a ser conformes a la imagen de su Hijo para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos... y ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas? (Rom 8,29-32).
¿Podemos comprender ahora la importancia que tiene en nuestra vida la comunión eucarística como el mejor alimento y el mejor medio para nuestra unión con Cristo? ¿Podemos comprender la gracia inmensa que hemos recibido de ser católicos y poder disfrutar de la Eucaristía y de la presencia permanente de Jesús, hombre y Dios, en medio de nosotros? El camino para nuestra plenitud humana pasa por Cristo. Pero no olvidemos al Espíritu Santo. Como decía S. Basilio: No existe santidad sin el Espíritu Santo. Él hará posible nuestra unión con Cristo para llegar a ser verdaderos hijos de Dios Padre, en unión con su Hijo Jesucristo. Ya que por medio de Jesús tenemos libre acceso al Padre en el Espíritu Santo (Ef 2,18). Por Cristo, con Él y en Él... todo será más fácil.
Para llegar a Cristo no hay mejor camino que María. María ha sido la persona humana más santa que ha pisado y pisará la tierra. Porque ha sido la que ha estado más unida a Dios por Cristo. María ha alcanzado tal unión con Dios que ha superado todas las expectativas del espíritu humano (MD 3). María es la panagia, la toda santa, como dicen los orientales. María es la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximio, que antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas (MD 9). María es como un espejo, donde se reflejan del modo más profundo y claro las maravillas de Dios (MD 25).
En la liturgia bizantina, en la plegaria eucarística de S. Juan Crisóstomo se dice: Es verdaderamente justo proclamarte bienaventurada, Oh Madre de Dios, porque eres la muy bienaventurada, toda pura y Madre de nuestro Dios. Te ensalzamos, porque eres más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines. Tú, que sin perder tu virginidad has dado al mundo el Verbo de Dios. Tú que eres verdaderamente la Madre de Dios.
María es el camino más rápido, más fácil y más seguro para llegar a Jesús. María y Jesús están íntimamente unidos. Por eso, el pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Virgen y el culto a la Eucaristía... María guía a los fieles a la Eucaristía (MD 44). Podemos decir que María es una Eucaristía viviente, pues en su Corazón siempre está Jesús. Ella es la Madre de la Eucaristía, sagrario eucarístico, estrella que nos guía a Jesús Eucaristía.
Sin María no puede explicarse la Encarnación, sin María no puede entenderse la Eucaristía, ya que junto a Jesús Eucaristía siempre está María. Y desde el sagrario de nuestras Iglesias, ambos irradian un encanto y una luz indecibles que nos llenan de alegría y paz. El Corazón de Jesús y el Corazón de María con eucarísticos, porque ambos Corazones forman uno solo en Cristo. Como aquellos primeros cristianos que tenían un solo corazón y una sola alma y todo lo tenían en común(Hech 4,32). Consagrándonos a ellos, viviremos también nosotros formando una Unidad dentro del Corazón de Jesús y de María, en el seno de la Iglesia.
CRISTO Y LA IGLESIA
La Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo. Por eso, Cristo y la Iglesia están íntimamente unidos, como lo están el cuerpo y la cabeza en el ser humano. Todos nosotros, a pesar de ser muchos, somos todos un solo Cuerpo en Cristo(Rom 12,5). Cristo es la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,18). Y por esta íntima unión entre Cristo y la Iglesia, Ella es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15) y sacramento inseparable de unidad (UUS 5).
La Iglesia es como la continuación de Cristo en la tierra. Es el Pueblo de Dios, la reunión de todos los cristianos, que tienen la misma fe y costumbres bajo la autoridad del Papa. El Papa y los obispos son los maestros auténticos de la verdad por tener la autoridad de Cristo. A ellos se les llama también Iglesia en sentido estricto. Tienen el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, y este oficio lo ejercitan en Nombre de Jesucristo (DV 8). Por ello, los cristianos deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana(DH 14).
Algunos dicen: yo creo en Cristo, pero no creo en la Iglesia. Otros pueden decir: creo en Dios, pero no en Cristo. Y otros: yo creo en el hombre, pero no en Dios... Y se va cayendo sucesivamente en errores cada vez más graves. Por eso, hay que aclarar que despreciar a la Iglesia y a sus legítimas autoridades es, de alguna manera, despreciar a Cristo y su autoridad. Ya decía S. Ambrosio: Donde está Pedro (el Papa) allí está la Iglesia.
Ciertamente, la Iglesia tiene muchos defectos, sus miembros no son todos santos ni lo han sido todos los Papas, cardenales, obispos y sacerdotes, pero ahí nos espera Jesús, en su Iglesia. Porque a ellos los ha escogido para ser sus instrumentos en la gran tarea de la salvación y por medio de ellos perdona y se hace presente en la Eucaristía. Decía Carlo Carretto en su libro Mañana será mejor: Los motivos que tengo para creer en la Iglesia no son las virtudes de los Pontífices, de los obispos o de los sacerdotes. La credibilidad está en el hecho de que, no obstante los dos mil años de pecados cometidos por sus miembros, Ella ha conservado íntegra la fe y esta mañana he visto a un sacerdote celebrar la misa y decir: Esto es mi cuerpo y he creído en la promesa de Jesús y en que el pan que me daba en comunión era el mismo Cuerpo de Jesucristo.
Por eso, yo también me siento orgulloso de pertenecer a esta Iglesia católica, en la que he nacido por el bautismo, me alimento con la comunión eucarística y deseo morir para vivir con Cristo por toda la eternidad.
LA EUCARISTIA
Todo ser humano está llamado a ser UNO con Cristo, y esto se realiza de modo admirable en el momento de la comunión o común unión con Cristo. La Eucaristía es para todos los hombres, porque todos están llamados a ser de Cristo y a ser hijos en el Hijo. La Eucaristía es el sacramento de la vida por excelencia, pues nos vigoriza y alimenta espiritualmente y nos hace crecer en el amor. En la Eucaristía bajo las especies de pan y vino, Cristo entero está presente en su realidad física aun corporalmente (MF). Por eso, el contacto físico con Cristo y la unión con Él nos diviniza y nos une, a la vez, a todo el Universo y a todos los hombres. La Eucaristía nos hace más hombres y nos ayuda a unirnos con Jesús a todos los seres. La Unión de todos los seres en Dios por Cristo, se vive y se realiza en plenitud en la comunión eucarística.
Dice Teilhard de Chardin en su libro Como yo creo: La comunión sacramental, en vez de formar en la vida cristiana un elemento discontinuo, se convierte en su trama. Es la acentuación y la renovación de un estado permanente que nos vincula ininterrumpidamente a Jesús. La entera vida cristiana sobre la tierra como en el cielo resulta ser una especie de perpetua unión eucarística. Porque lo divino nunca nos alcanza más que informado por Cristo Jesús: tal es la ley fundamental de nuestra vida sobrenatural... Adherirse a Cristo en la Eucaristía quiere decir inevitablemente, ipso facto, incorporarnos un poco más cada vez a una Cristogénesis.
En su libro El medio divino afirma: Al comulgar, Señor, me abres los brazos y el Corazón en unión con todas las fuerzas del Cosmos juntas ¿Qué podría yo hacer para responder a este beso del Universo? A la ofrenda total que se me hace sólo puedo responder con una aceptación total. Al contacto eucarístico reaccionaré mediante el esfuerzo entero de mi vida, de hoy y de mañana, de mi vida individual y de mi vida aliada a todas las demás vidas. De aquí la importancia del ofrecimiento total de nuestra vida a Cristo en la misa y comunión. Entrega total, abandono total para ser totalmente UNO con Él.
Y sigue diciendo Teilhard: En ningún momento dejaré de avanzar hacia Ti... La Eucaristía debe invadir mi vida, debe hacerse, gracias a este sacramento, un contacto contigo sin límite y sin fin... Por eso, se justifica con un vigor y un rigor insospechado el precepto implícito de la Iglesia de que es preciso siempre y en todas partes comulgar (El medio divino). En su libro Como yo creo dice que todas las comuniones de nuestra vida no son, de hecho, sino los instantes o episodios sucesivos de una sola comunión, o sea, de un solo y mismo proceso de cristificación. Sí, toda nuestra vida debe ser un proceso continuo de cristificación, de hacernos cada vez más Cristo, de unirnos cada vez más a Él y por Él a Dios, uno y trino. Ya decía S. Pablo que Dios nos predestinó desde toda la eternidad a ser conformes a la imagen de su Hijo para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos... y ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas? (Rom 8,29-32).
¿Podemos comprender ahora la importancia que tiene en nuestra vida la comunión eucarística como el mejor alimento y el mejor medio para nuestra unión con Cristo? ¿Podemos comprender la gracia inmensa que hemos recibido de ser católicos y poder disfrutar de la Eucaristía y de la presencia permanente de Jesús, hombre y Dios, en medio de nosotros? El camino para nuestra plenitud humana pasa por Cristo. Pero no olvidemos al Espíritu Santo. Como decía S. Basilio: No existe santidad sin el Espíritu Santo. Él hará posible nuestra unión con Cristo para llegar a ser verdaderos hijos de Dios Padre, en unión con su Hijo Jesucristo. Ya que por medio de Jesús tenemos libre acceso al Padre en el Espíritu Santo (Ef 2,18). Por Cristo, con Él y en Él... todo será más fácil.