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Autor: | Editorial:



Hombres perdidos. Hombres engañados. Hombres de barro.
HOMBRES PERDIDOS

Hay muchos hombres que se encuentran en este mundo como perdidos en la noche, envueltos en la oscuridad, desorientados, sin encontrar sentido a su existencia. Les falta la luz de la fe y no creen en Dios. ¿Para qué vivir, si todo termina con la muerte? Para algunos biólogos ateos, el hombre es simplemente el último eslabón de la evolución animal. Por eso, Heidegger decía que “el hombre es un ser para la muerte”. Sartre afirmaba que “el hombre es una pasión inútil” y Spengler que es “un animal de instintos fallidos”.

¿Eso es el hombre? ¿Un ser inteligente perdido en la inmensidad del Cosmos sin luz y sin futuro? ¿Acaso es fruto del azar de las fuerzas físico - químicas de la naturaleza? ¿Acaso Dios lo ha abandonado a su suerte? ¿O es que Dios ha muerto y se ha quedado el hombre solo y sin esperanza en este gran Universo? Así decía Nietzsche: “Dios ha muerto. ¡Viva el Superhombre!”.

Precisamente, en una estación de trenes de Alemania, alguien había escrito esto:
- “Dios ha muerto”
Nietzsche
Alguien escribió debajo:
- “Nietzsche ha muerto”
Dios

Sí, podemos creer o no creer en Dios, pero sin fe y sin Dios nuestra vida estará vacía, porque nos faltará una razón para vivir. Ya hace muchos siglos, decía Platón que para creer en Dios bastaba levantar los ojos al cielo. Pasteur escribió que “un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia acerca a Él”. Y así podríamos enumerar a la mayoría de los sabios y científicos que han existido en el mundo y que han creído en Dios; porque, como diría Max Hartmann: “Los descubrimientos de la ciencia, aun de la más desarrollada como la Física, de ningún modo contradicen la existencia de Dios”.

Si Dios no existiera ¿qué sentido tendría hablar del bien y del mal? ¿Quién ha dicho que esto es bueno y esto es malo? Entonces, como han dicho ya algunos filósofos, el bien sería para unos el placer; para otros, lo que es útil, lo que me gusta, lo que me interesa, lo que deseo, aun en contra de los intereses de los demás. Por eso, decía Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Creer en Dios y tener fe es como una luz en el camino, que nos da esperanza, al saber que Dios es nuestro Padre, que nos ama y tiene nuestra vida en sus manos y “todo lo permite por nuestro bien” (Rom 8,28), aunque no lo entendamos.

Cuando no creemos en Dios, tampoco podemos creer en el amor. Cuando no amamos a Dios, no podemos amar al hombre. Cuanto más lejos estemos de Dios, más lejos estaremos de los hombres; pues nos faltará el amor de Dios en el corazón. Cuando los comunistas hablan de justicia social y de ayudar a los pobres todo es una falacia; porque al final, solamente ayudarán a los pobres que piensen como ellos y los apoyen. Como se ha visto en tantas países dominados por el comunismo, los pobres que no piensan como ellos son tachados de reaccionarios y, por eso, condenados. No es, pues, verdadero amor a los pobres, sino a sus propias ideas de poder.

En cambio, qué distinto era el modo de actuar de la M. Teresa de Calcuta. Se dedicó a cuidar a los más pobres de entre los pobres, sin ningún interés personal y sin distinciones de ninguna clase. Ella nos cuenta cómo en una ocasión recogió por la calle a un hombre moribundo, lleno de gusanos, y lo limpió y le manifestó toda su ternura y cariño. Aquel hombre le dijo: “He vivido toda la vida como un animal y ahora voy a morir como un ángel. Regreso a la casa de mi Padre Dios”. Sí, Dios es un Padre bueno, que siempre nos espera a la vera del camino, como le esperó a André Frossard, Douglas Hyde, Alexis Carrel, Paul Claudel, García Morente y a tantos otros ateos, que se convirtieron y lo amaron después con toda su alma.

Así le sucedió al célebre aviador australiano Hans Bertram. Nos lo cuenta en su libro “Vuelo al infierno”, donde nos habla de cómo vivió durante veintiséis años sin Dios, hasta que un accidente le hizo creer en Él. Escribió en su Diario: “Estamos perdidos desde hace dieciséis días, no tenemos víveres, nos falta agua ¿qué nos aguarda? ¿enloqueceremos? ¿pereceremos?... Durante la noche repito lentamente las palabras del Padrenuestro y pongo en manos de Dios nuestro destino. En estos momentos, he descubierto a Dios, es como si me hubieran quitado una venda de los ojos. Y quiero gritarle a todos esta gran verdad: Dios existe y Él me ama”.

Por eso, vive como si Dios existiera, aunque no estés seguro. Porque, si al final no existe, no has perdido nada. En cambio, si vives como si no existiera y al final resulta que sí existe, lo habrás perdido todo y tu vida habrá quedado vacía y sin sentido. Quizás hayas oído hablar de Voltaire, el gran ateo, que luchó tanto contra Dios y la religión y cuya tumba se encuentra en el panteón de París. Su amigo, el médico Trouchon, estuvo presente en su agonía y dijo: “Si un diablo pudiera morir, moriría como Voltaire”. ¿Qué te parece? ¿Te gustaría morir también a ti como un diablo o que te lleve el diablo? Por eso, nunca es tarde para arrepentirse y cambiar de vida. Nunca es tarde para encontrar a Dios.

Recuerdo a un ateo que decía: “Yo no creo en Dios, porque si existe, dónde está? ¿Por qué hay tanta injusticia y tanta pobreza y tantos niños que mueren de hambre y tanta guerra y odio e incomprensión entre los hombres?” Precisamente, todo eso existe, porque no creen en Él o no lo aman de verdad. Si los hombres siguieran el camino de Dios y cumplieran sus mandamientos, no habría en el mundo cárceles ni policía, ni hogares destruidos, no se tendrían que poner candados en las puertas de las casas ni habría traiciones ni mentiras, ni robos ni violaciones, no existirían ancianos desamparados o niños muertos de hambre. Y todo sería un paraíso. ¿Por qué no comenzamos tú y yo a hacer un pequeño paraíso a nuestro alrededor?

Mira, un judío sobreviviente de los campos de concentración decía: “He visto con mis propios ojos cosas que nadie debería ver jamás. Cámaras de gas construidas por ingenieros de verdad, niños envenenados por médicos, bebés muertos por enfermeras. He visto la muerte a mi alrededor y he sobrevivido, gracias a Dios. Y ahora tengo la misión de decirle al mundo que, a pesar de todo, vale la pena vivir y que Dios vela sobre nosotros”. ¿Lo crees tú? ¿Crees que Dios es un Padre, que vela y se preocupa de ti hasta en los más mínimos detalles? ¿Qué haces para amarlo y hacer felices a los demás?

¿Podrías tú comprender la actitud de la hija del gran millonario norteamericano Minford? Cuando su padre le dijo que debía salir de religiosa para dejarle la herencia de su gran fortuna, ella dijo: “Prefiero mi pobre hábito religioso a todas las riquezas de mi padre”. ¿Harías tú lo mismo? ¿Serías capaz de darlo todo antes que renunciar a Dios? ¿Acaso no crees en Dios? Todavía estás a tiempo; mientras hay vida, hay esperanza. Escucha lo que escribió un soldado norteamericano, muerto en el desembarco de Africa del Norte el 1-11-1942. Se lo encontraron en una carta que tenía en su bolsillo y decía así:“Dios mío, me dijeron que no existías y yo, como un tonto me lo creí. La otra tarde, desde el fondo de un agujero, hecho por un obús, vi tu cielo. De pronto, me di cuenta de que me habían engañado. Me pregunto, si tú consentirás en estrecharme la mano. Siento que tú me vas a comprender. Por eso, te digo: Te amo, Señor. Ahora se va a dar un combate terrible ¿Quién sabe? Puede ser que yo llegue a tu casa esta misma tarde... Dios mío, me pregunto, si Tú me vas a estar esperando a la puerta. ¡Mira, estoy llorando! ¡Yo, derramando lágrimas! ¡Ah, si te hubiera conocido antes! Bueno, tengo que irme. Es extraño, pero desde que te he encontrado, ya no tengo miedo a morir. Hasta la vista” (Francis Angermayer).

La esperanza es lo último que se pierde. Háblale a tu Padre Dios y lo sentirás muy cerca de ti, en tu propio corazón. Hace mucho tiempo que te está buscando, porque eres su hijo. Dile: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 40,8; Heb 10,7).


HOMBRES ENGAÑADOS

Muchos hombres de la actualidad buscan tan ansiosamente la felicidad, que caen en las trampas de sus propios placeres y consiguen el efecto contrario: la infelicidad. Quizás los han engañado o se han engañado a sí mismos, pero nunca es tarde para aprender que la verdadera felicidad no está en los placeres y cosas de este mundo, sino en Dios. En este engaño masivo de tantos hombres actuales, no podemos olvidar a nuestro gran enemigo: el diablo. Muchos lo ignoran o no creen en él; pero no por eso deja de existir y, desde el principio del mundo, sigue engañando a los hombres. “Está rondando como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe” (1 Pe 5,8).

¿Has leído alguna vez el capítulo tercero del libro de Génesis? Allí se nos habla de este gran enemigo que nos tienta con mentiras, porque es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). Le tienta a la mujer y le dice: “¿Así que Dios os ha mandado que no comáis de todos los árboles del paraíso?”. Era mentira, podían comer de todos menos de uno. De este árbol prohibido, Dios les dijo que no comieran “no vayan a morir”. Y la serpiente les insiste con mentiras: “No moriréis, porque Dios sabe que el día que comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal”.

Y Eva cae en la trampa. Es como si hubiera pensado: Dios no es bueno, es malo; porque no quiere que sea feliz. Él sabe que, si yo como de este árbol, voy a ser como él, pero tiene celos y envidia de mí. Dios no es Amor, no me ama. Por tanto, yo me rebelo contra él y voy a comer de este árbol para ser feliz y ser como él. Y cae en la tentación y come y le da de comer a su esposo. Pero ¿qué sucede? Que en vez de ser como Dios, de ser unos superhombres y conseguir la felicidad... se hunden en su propia miseria, tienen miedo y vergüenza y se sienten infelices. Se les abren los ojos y ven que están desnudos y se esconden. Y Dios, que todos los días se paseaba con ellos por el jardín del paraíso con toda confianza, aquel día no los encuentra y los busca. “Llamó Dios al hombre y le dijo: ¿dónde estás? Y éste contestó: Te he oído en el jardín y he tenido miedo, porque estaba desnudo y me escondí. ¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Es que comiste del árbol del que te prohibí comer?”.

¡Pobres seres humanos que, como Adán y Eva, siguen cayendo en la trampa de Satanás y son engañados bajo la seductora ilusión de encontrar la felicidad! Cuántos dicen: ¿Por qué Dios me va a prohibir esto o lo otro? Yo tengo derecho a ser feliz y me hace feliz la droga o las discotecas o ese amor prohibido... ¿Por qué me lo va a prohibir? ¿Por qué no quiere que sea feliz? Les pasa como a aquellos jóvenes que le dicen a su padre: Papá, yo quiero ser feliz, no me lo prohibas. Y para conseguirlo quiero hacer lo que quiero: quiero ir a fiestas, tener dinero y comodidades, no quiero estudiar ni trabajar; no te preocupes de mí, porque yo soy mayorcito y sé cuidarme y llegaré a casa a la hora que yo quiera... ¿Qué diríamos de ese jovencito que piensa que su padre le quita la libertad de ser feliz? Quizás se va de casa para conseguir mejor sus deseos. Y quiere que su padre le dé todas las facilidades y comodidades.

Estos jóvenes no han comprendido que la única y verdadera felicidad sólo la encontramos en Dios, porque lejos de Dios, nos hundimos en nuestros propios vicios y encontramos la amargura de nuestra propia ruina e infelicidad. Aprende en cabeza ajena y no busques la felicidad en los placeres y comodidades de la vida, sino en la alegría de deber cumplido, en el esfuerzo y el sacrificio de hacer el bien y en el amor y servicio a todos los hombres. Así, serás feliz, haciendo felices a los demás y Dios, tu Padre, te dará su alegría en tu corazón.

Decía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes en Saint Louis, USA, el 26-1-1999: “No escuchéis a quienes os incitan a mentir, a evadir la responsabilidad ni a quienes os dicen que la castidad está pasada de moda. No os dejéis llevar de falsos valores o slogans ilusorios, especialmente en lo que respecta a la libertad. La libertad no es la capacidad de hacer lo que queramos cuando queramos, sino la capacidad de vivir responsablemente la verdad de nuestra relación con Dios y entre nosotros. No dejéis que nadie os engañe. Volveos a Jesús, escuchadlo y descubriréis el auténtico significado y el verdadero sentido de vuestra vida”.


HOMBRES DE BARRO

¿Recuerdas el sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia? Vio “una estatua muy grande y de un brillo extraordinario. Su cabeza era de oro puro; su pecho y sus brazos de plata; su vientre y sus caderas, de bronce; sus piernas de hierro y sus pies, parte de hierro y parte de barro... Una piedra desprendida, no lanzada por mano alguna, hirió la estatua en los pies de hierro y de barro y la destrozó. Entonces, el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro se desmenuzaron... y se los llevó el viento, sin que de ellos quedara traza alguna” (Dan 2). Pues bien, hay muchos hombres, que tienen la cabeza de oro, es decir, que solo piensan en el oro y en el dinero. Todo su cuerpo vive para las cosas de este mundo, se olvidan de que tienen un alma y sólo piensan en las cosas materiales. Pero su vida es muy frágil, tienen los pies de barro, y cualquier cosa los puede hacer caer y “morir”... quizás para siempre. ¿De qué les servirá todo el dinero y todos los tesoros acumulados con tanto esfuerzo? ¿Por qué no vivir para la eternidad?

Estos hombres no tienen tiempo para comer ni para dormir ni para sonreír, ni siquiera tienen tiempo para ser “hombres”. Para ellos sólo cuenta el dinero, dinero, dinero... Y ¿cuál es el resultado? El resultado es aterrador. Por el dinero pierden su propia dignidad, su corazón humano, la honradez, la fidelidad, la sinceridad... En una palabra, pierden a Dios. Para ellos no es importante cumplir su palabra dada ni los juramentos hechos ante el altar. Sólo viven para tener dinero y gozar de la vida. Así vivió un hombre durante toda su vida y en el lecho de muerte, reconociendo sus errores les dijo a sus familiares: “Poned este epitafio en mi tumba: Aquí descansa un pobre hombre que se fue del mundo sin saber siquiera para qué había venido”. En cambio, qué distinta fue la muerte del famoso físico Ampere, un hombre profundamente religioso, que quiso que grabasen en su tumba estas palabras: “tandem felix” (por fin, feliz). ¿Cómo quieres tú que sea tu muerte?

Recuerdo que, en una ocasión, tuve que confesar a un viejecito, que estaba moribundo, y me dijo: “Padre, cuando yo era joven, solamente pensaba en divertirme y en ganar dinero. Era un ignorante, pero ahora me arrepiento y pido perdón de todos mis errores”. Ojalá que tú no esperes al último momento, porque podría ser demasiado tarde. Piensa que todo lo de este mundo pasa rápidamente y debes acumular un tesoro que te sirva para la vida eterna. Porque no sabes hasta cuándo tendrás la oportunidad de seguir con vida y sólo se vive una sola vez.

El año 1933 se estrelló un avión que iba de Viena a Venecia. Entre los muertos había un joven escritor que había llegado a Viena desde Berlín dos horas antes. En Viena había pasado dos horas en amena conversación con un amigo suyo y le había dicho: “Qué grande es el hombre, esta mañana he desayunado en Berlín, ahora almuerzo en Viena y esta noche cenaré en Venecia”. ¿Cenaré en Venecia? Nunca llegó a Venecia. Por eso, hay que tomar la vida en serio, porque no sabemos hasta cuándo tendremos la oportunidad de seguir con vida.

En el reloj de la torre de Leipzig en Alemania está escrito: “Mors certa, hora incerta” (la muerte es cierta, pero la hora es incierta). Por esto, un gran maestro de la vida espiritual, al preguntarle cuál había sido la gracia más grande que había recibido en su vida, respondió: “La gracia más grande que he recibido en mi vida ha sido la de darme cuenta cada día, al levantarme por la mañana, que no sé si llegaré a la noche”. Y le dijeron: “Pero eso lo sabe todo el mundo”. “Sí, respondió, todos lo saben, pero no todos lo sienten”. Vive, pues, como si cada día fuera el último de tu vida.

Recuerdo que leí en el periódico la siguiente noticia: “Un joven médico, después de la fiesta de su graduación, en la que había estado muy alegre y había sido el centro de atención de todas las damas presentes... al salir fue atropellado por un taxi y murió”. Más o menos era así la nota de prensa, y, además, añadía que era muy inteligente y que había sido aprobado con las máximas calificaciones y que tenía un gran porvenir... ¿Un gran porvenir? Nadie es dueño de su futuro.

En un libro antiguo leí un cuento interesante: “Un hombre pobre, vivía solo en su chocita. La última noche del año se le apareció un ángel y, al dar las doce, colocó delante de él un saco de oro, diciéndole: Este saco de oro es tuyo, aprovéchalo bien y serás feliz”. ¿Qué harías tú con un saco de oro? No olvides que el tiempo es oro. Pues piensa que también a ti Dios te ha dado un saco de oro, que es el tiempo disponible, aprovéchalo bien, no lo despilfarres y serás feliz.

Nunca me olvidaré de aquella pareja de esposos que tenía serios problemas. Un día la esposa le dijo a su esposo: “Si tuviera que decidir hoy, si casarme contigo o no, no me casaría. Yo amé y amo a aquel joven universitario, apuesto, cariñoso, atento, que siempre estaba pendiente de mí. A aquel hombre lo amé y lo amo con todo mi corazón, pero hoy se ha convertido en un hombre tosco y serio, que todo el día está pensando en el dinero y en el negocio y no tiene tiempo para mí ni para nuestros hijos ni para sí mismo. No ama ni se deja amar. Parece que hubiera renunciado a tener corazón y se ha convertido en una computadora que sólo sabe sumar y restar, parece una máquina y no una persona”.

El esposo comprendió que los negocios absorbían demasiado su tiempo, que vivía tenso, que no comía en casa, que era un extraño para sus hijos... No era amable ni cariñoso con la esposa. Era adicto al trabajo y estaba demasiado tiempo fuera de casa. Había perdido la capacidad de ser feliz y sólo buscaba desahogarse y divertirse, de vez en cuando, con amigos y amigas, que no le llenaban su corazón. Y cada día se sentía más vacío y estaba perdiendo definitivamente a su familia y a sí mismo. Cada día era más rico en dinero, pero más pobre de alma, un robot, un hombre mecanizado, que producía cosas y mucho dolor a su alrededor, pero que no era feliz ni hacía felices a los demás.

Por eso, piensa: Tú no debes vivir sólo para los cuatro días de este mundo, debes vivir para la eternidad, debes ser un hombre de pies a cabeza, un hombre de cuerpo entero. Hoy día en que hay seguro para todo: contra accidentes, incendios, naufragios, muertes ¿has firmado un seguro para tu salvación eterna? Tu alma vale más que el mundo entero. No la pierdas por el afán del dinero. “El afán del dinero es la raíz de todos los males” (1 Tim 6,10).
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