Menu




Autor: | Editorial:



Amor a Dios
Cinco carteles

Estaban a la puerta de un templo parroquial. El primer cartel mostraba a un niño gordito, de esos que anuncian alimentos para bebés, y debajo habían escrito: "Demasiado joven para amar a Dios". El segundo presentaba a una pareja de "palomos" recién casados dándose un besito; el correspondiente letrero avisaba: "Demasiado felices para amar a Dios". Le seguía un ejecutivo rodeado de teléfonos y con cara de desarrollar una tarea febril: "Demasiado ocupado para amar a Dios". A continuación, un ricachón gordo, con los dedos de las manos llenos de relucientes anillos de oro y pedrería, un habano en la boca, en el momento de descender de un cochazo de lujo: "Demasiado seguro de sí mismo para amar a Dios". Y finalizaba la serie con una sepultura: "Demasiado tarde para amar a Dios".

Palabra divina

Cuando Albino Luciani era Patriarca de Venecia, antes de llegar a ser el Papa Juan Pablo I, algunos sacerdotes ancianos, acostumbrados a predicadores notables como sus predecesores en el cargo patriarcal, le criticaban un poco por la sencillez e ingenuidad de los ejemplos que espolvoreaba en su predicación. Pero él contestaba a esto diciendo: "La palabra de Dios no es más que una carta. Mi madre, cuando el cartero le traía una carta de mi padre, que trabajaba en Alemania, la abría con ansia, la leía y releía; luego, corría a contestarla y enseguida la echaba al buzón. Esto es la palabra de Dios, la carta de una persona que se ama, que se espera; la leemos para hacerla nuestra y contestamos enseguida".

Cfr. N. Valentini y M. Bacchiani, El Papa de la sonrisa

Víctima de holocausto

Santa Teresa de Lisieux tuvo una revelación sobre su pronta muerte. El día 9 de junio de 1895 se ofreció como víctima de amor al Señor. Era el día de la Santísima Trinidad y no contaba más que con veintidós años. La fórmula de su ofrecimiento, hecho con el consentimiento de la superiora y el conocimiento de un teólogo, la llevaba siempre sobre el pecho, junto a los Evangelios. En ella decía entre otras cosas: "Yo deseo ser santa. Pero siento mi impotencia, y os pido, ¡oh Dios mío!, que seáis Vos mismo mi santidad". Y también: "A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a Vuestro Amor misericordioso, suplicándoos me consumáis sin cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de ternura infinita que se hallan encerradas en Vos, y que así llegue a ser, ¡oh Dios mío!, mártir de vuestro amor".

Ofrenda de la propia vida

Año 1931. La República ha sido proclamada el 14 de abril en España. Se ha desatado un huracán de anticlericalismo en el país, y a lo largo de los días 10, 11 y 12 de mayo arden iglesias y conventos en Madrid y en otras ciudades. No es raro que los sacerdotes sufran vejaciones e insultos por la calle y, lo que es peor, la legislación que se prepara no augura nada bueno para la Iglesia.

En la capilla del Hospital del Rey, sor Engracia, una religiosa hija de la caridad, de origen navarro, reza ante el Sagrario. Entra el capellán, José María Somoano, y, creyéndose solo, reza en voz alta:

-Dios mío, te ofrezco mi vida por la salvación de mi patria.

La religiosa no sabe qué hacer y permanece callada.

El sacerdote insiste:

-Dios mío, Dios mío... ¡salva este país!

Al año siguiente, José María Somoano fallece como un mártir, seguramente envenenado por alguien que odia a la Iglesia. Se va al Cielo el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen. Da la impresión de que el Señor había aceptado su ofrenda.

Cfr. J.M. Cejas, José María Somoano
Reportar anuncio inapropiado |

Another one window

Hello!