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Autor: | Editorial:



San José
¡Piénsatelo!"

En los comienzos de la fundación de las religiosas combonianas, su fundador, Daniel Comboni, pasó no pocos apuros económicos. Decía a las primeras misioneras que acudieron junto a él para trabajar por Cristo: "Queridas hijas, es el momento de arrodillarse para pedir a San José, nuestro ecónomo principal, que nos ayude".

Las religiosas rezan, pero las deudas no hacen sino incrementarse de día en día. Cuando la situación se vuelve más delicada, Comboni se dirige a la imagen de San José que tiene sobre la mesa. Con sencillez le habla de su apuro y después le da un "ultimátum":

-Si no me escuchas, vuelvo la imagen hacia el muro y no te rezo más.

Todavía tiene confianza de sobra como para decirle a San José sin faltarle, como es lógico, al respeto:

-¡Piénsatelo!

Pasa una hora más o menos y suena una campanilla en la portería. Un señor desconocido pregunta por Comboni y asegura tener bastante prisa. Naturalmente, Mons. Comboni supone que se trata de un nuevo acreedor, pero no, el recién llegado no quiere dinero. Pide que no le pregunte ni quién es ni quién le envía, y le pone en las manos un sobre cerrado, luego besa con respeto el anillo pastoral de Comboni y se marcha sin más. Al abrir el sobre, aparecen los miles de liras que necesita para afrontar los problemas económicos más acuciantes. Es la respuesta de San José.

Cfr. L. Gaiga, Mujeres en la arena

"Id a José"

La siguiente anécdota, como la arriba referida, es una muestra más de cómo San José no abandona a los que le invocan con confianza.

Otro fundador, en este caso el del Opus Dei, se encontraba en el año 1935 metido en la difícil tarea de sacar adelante una residencia de estudiantes, en la madrileña calle de Ferraz, dentro de una escasez de medios materiales más que notable. De entrada ya venía encomendando a San José, y recomendaba hacer lo mismo a sus entonces jovencísimos seguidores, contar con el oportuno permiso eclesiástico para instalar oratorio en aquel inmueble. Acordándose de José, el hijo de Jacob, aquel hombre de confianza del faraón en época de carestía, y de cómo el monarca egipcio enviaba a quien acudía a él en demanda de auxilio a ese buen ministro -"id a José"-, pensó que San José tenía que obtenerle el Pan eucarístico: ¿no había aportado el Santo Patriarca con su trabajo el pan de cada día al hogar de Nazareth?

Una vez logrado el preceptivo permiso eclesiástico, había que obtener los elementos que constituyen un oratorio. Poco a poco, con una gran modestia de medios materiales, fue llevándose a cabo la instalación. Por ejemplo, el Sagrario -de madera dorada- lo recibió en préstamo de manos de la Madre Muratori, Priora de las RR. Reparadoras de Torija, pero faltaban al final varias cosas: candeleros, vinajeras, atril, bandeja... Unos días antes de la fecha prevista para reservar al Señor -estamos en marzo de 1935- el portero de la casa subió a la residencia con un gran paquete que había dejado un señor en la portería, sin acompañarlo de tarjeta que diera razón de quién era el donante. En aquel paquete estaba todo lo que hacía falta para completar la instalación del oratorio. Algún residente comentó, medio en serio medio en broma, que seguramente sería San José, y así quedó el asunto sin que nunca se tuviera conocimiento de la identidad de aquel buen hombre.
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