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El celibato por el Reino
Hay hombres y mujeres cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría, renuncian de por vida al matrimonio. Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos»


Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe



El otro día un caballero me dijo que los curas están equivocados en no casarse, porque la Biblia dice que Dios bendijo al hombre y a la mujer, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra».

Le contesté que, en verdad, este texto aparece en el Antiguo Testamento (Gén. 1, 28); pero que los católicos no nos debemos quedar anclados en el Antiguo Testamento. Nosotros somos hijos del Nuevo Testamento, y ahí hay claras indicaciones a favor de la virginidad religiosa. Además Jesús mismo no se casó para así poder entregarse totalmente a su Padre y anunciar su Mensaje. También tenemos el ejemplo del apóstol Pablo y otros más.

Queridos hermanos, en esta carta quiero explicarles por qué las religiosas y los religiosos no se casan. Les hablaré desde la Biblia y desde mi propia experiencia religiosa. Sé muy bien que muchos no encuentran valor alguno en el no casarse, y también un hombre no casado a veces hasta es mal visto en nuestra propia cultura.

Además ante el mundo moderno, que predica la libertad sexual y el erotismo asfixiante, parece ser un disparate hablar de la castidad religiosa. La televisión, el cine, la literatura y la propaganda callejera proclaman todo lo contrario. A pesar de todo, los invito a leer con mucha atención esta carta acerca del celibato religioso. No lo invento yo, sino que está todo en la Biblia.

En verdad, el hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con vistas al matrimonio: Dios creó al ser humano como hombre y mujer, «y vio Dios que era bueno». (Gén. 1, 27, 31). Y sin embargo, hay hombres y mujeres cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría, renuncian de por vida al matrimonio. Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos» (Mt. 19,12). Este estado de vida lo indicamos con los términos: «castidad consagrada», o «celibato religioso», o «virginidad cristiana». Y el que renuncia a ese gran valor humano del matrimonio, lo hace para seguir el ejemplo y el consejo evangélico de Jesús. A quienes profesan de por vida este estado, se les da el nombre de «religiosos», «religiosas», (o monjitas) y sacerdotes.


¿Qué nos enseña la Biblia?

El Pueblo de Dios del Antiguo Testamento apreciaba mucho el matrimonio y cada familia israelita deseaba tener muchos hijos como bendición de Dios (Gén. 22, 17). Y la virginidad, o el no tener hijos, equivalía a la esterilidad, la cual era una humillación y una gran vergüenza (Gén. 30, 23; 1 Sam. 1,11; Lc. 1, 25).
Generalmente, en el Antiguo Testamento no hay aprecio por la virginidad como estado de vida. Recién en el Nuevo Testamento encontramos el estado de virginidad por motivos religiosos:


Jesús mismo, que permaneció sin casarse, fue quien reveló el sentido y el carácter sobrenatural de la virginidad

«Hay hombres que se quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos. El que puede aceptar esto, que lo acepte» (Mt. 19,12). La expresión «por causa del Reino de los Cielos» confiere a la virginidad su carácter religioso y es así un signo de la Nueva Creación que irrumpe ya en este mundo, es decir, es un signo anticipado del mundo que vendrá.


El Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya había algunos creyentes que vivieron como vírgenes por un tiempo para dedicarse a la oración. (1Cor. 7, 5)

También dice el Apóstol que el cuerpo no está sólo destinado para la unión sexual, sino también para dar testimonio de Dios: «El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder... ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor. 6,13-15). Y en otra parte Pablo habla de la virginidad como un estado mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor: «El hombre casado está dividido, y tiene que agradar a su mujer; pero los que permanecen vírgenes no tienen el corazón dividido, sino que están consagrados a Dios tanto en cuerpo como en espíritu: ellos viven sirviendo al Señor con toda dedicación». (1 Cor. 7, 32-35). Esto no es un mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor. 7, 25), sino un llamado personal de Dios, un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor. 7,7) y, como dice Jesús, esto no todos lo pueden entender.


La virginidad es un signo del mundo que vendrá.

Los que permanecen vírgenes en este mundo están despegando de este mundo (1 Cor. 7, 27) y esperan al Esposo y al Reino que ya vienen, según la parábola de las diez vírgenes (Mt. 25, 10). Su vida, su virginidad, es un «signo permanente» del mundo que vendrá, es signo visible del estado de resurrección, de la nueva creación, del mundo futuro donde no habrá matrimonio, y donde seremos semejantes a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc. 20, 35-36).


El ejemplo de Jesús, María y de Pablo

1. Jesús mismo no se casó, no tuvo hijos, no hizo una fortuna.


El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el moho ni la polilla. El, que no tuvo mujer, ni hijos, era hermano de todos y entregó su vida por todos. Además, Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo hasta lo último. Al joven rico, no le pidió solamente que cumpliera los mandamientos de la ley; le pidió un despojo total para seguirlo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás riquezas en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt. 19, 21). «Todos los que han dejado sus casas, o sus hermanos o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o bienes terrenos, por causa mía, recibirán la vida eterna» (Mt. 19, 29). «Si alguien quiere salvar su vida, la perderá; pero él que la pierda por mí, la salvará» (Lc. 9, 24; Lc. 14, 33).


2. María, la Madre de Jesús, es la única mujer del Nuevo Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el nombre de «virgen» (Lc. 1, 27; Mt. 1, 23).

Por su deseo de guardar su virginidad (Lc. 1, 34), María asumía la suerte de las mujeres sin hijos, pero lo que en otro tiempo era humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Lc. 1, 48). Desde antes de su concepción virginal, María tenía la intención de reservarse para Dios. En María apareció en plenitud la virginidad cristiana.


3. El Apóstol Pablo, un hombre apasionado por predicar el mensaje de la salvación, no quiso, como los predicadores de su tiempo, ir acompañado de una esposa (1 Cor. 9, 4-12).

Además Pablo invitó a otros a seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente quisiera que todos fueran como yo» (1 Cor. 7, 7). El Apóstol vio que su vida como célibe le daba mayor disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la predicación. Vio que el celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y de sus hermanos. (1 Cor. 7, 35). Seguramente los apóstoles y muchos discípulos siguieron esta forma de vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido» (Mt. 19, 27).


¿Cuál es el motivo fundamental para optar por una vida sin casarse?

Después de todo, podemos decir que el celibato religioso brota de una experiencia muy especial de Dios. El no casarse en sentido evangélico es fruto de una profunda fe y de una experiencia de que Dios entra en la vida del hombre o de la mujer. Es el Dios vivo, que deja huellas en una persona. Es el Dios, Padre de Jesucristo, que ha seducido a algunas personas de tal manera, que ellos dejan todo atrás y van como enamorados detrás de Jesús. El hombre célibe religioso es una persona «seducida por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (Jer. 20, 7). Desde el momento que llega Dios a la vida del religioso todo cambia. El hombre religioso deja todo atrás, aun el amor humano, porque simplemente ha llegado el Amor. Dios vuelve a ser el «único amor», es como si de improviso aparece el sol y se apagan las estrellas... Dice la Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de mi herencia, mi copa. Me ha tocado en suerte la mejor parte, que Dios mismo me escogió» (Salmo 16, 5-6).

La religiosa y el religioso hacen aparecer a Dios como «amor». Con su oración y su silencio quieren llegar a la fuente de todo amor que Dios ha manifestado en su Hijo Jesucristo. Quieren permanecer en celibato a fin de estar más disponibles para servir a sus hermanos y para entregarse totalmente al amor de Cristo. No hay nada más bello, nada más profundo, nada más perfecto que Cristo. He aquí el último núcleo de una vida célibe por el Reino de los Cielos.


La castidad consagrada no es una vida sin amor

El religioso es sobre todo un hombre de Dios, un hombre para Dios, un hombre que ve en todas las cosas la presencia amorosa de Dios. Es un «especialista de Dios».
El religioso, con su voto de castidad, no opta por un camino de egoísmo, ni tampoco desprecia la sexualidad o el matrimonio. No hace un voto de «desamor», sino un voto de radicalismo en el amor: en su experiencia de amor descubre por intuición una dimensión más abierta y reclama un amor absoluto en toda su vida.

El voto de castidad, ciertamente, es una renuncia a la expresión genital de la sexualidad, característica de la vida matrimonial; pero el voto de castidad no implica ninguna renuncia al amor. Es un voto que expresa una superabundancia de amor radical que trasciende la carne y la sangre. Para el religioso no es posible amar a Dios, sin amar a los hombres sus hermanos.


El religioso no renuncia a la personalidad masculina o femenina

Aunque las posibilidades sexuales no se ejercitan, sin embargo una religiosa enfermera o una religiosa maestra desempeña un trabajo «como mujer» con sus cualidades de ternura y bondad; y un religioso misionero actúa «como hombre» con su vigor, con su amor por la verdad y con sus cualidades de corazón.

Es un hecho significativo que Jesús fuera varón íntegramente y que como varón nos predicó la Buena Nueva. Fue muy significativo que María, como mujer, supiera acoger al Salvador y como madre presentara su Hijo al mundo entero. Dios mismo eligió a María como mujer y como Madre para ser puente entre el cielo y la tierra. Los religiosos no viven su virginidad sin su personalidad masculina o femenina.

Ellos tratan, con su consagración a Dios y con libertad de espíritu, de ser fecundos de una manera que a menudo no es posible para los demás. Muchas veces vemos cómo el niño huérfano, el drogadicto perdido, el enfermo aislado, la anciana abandonada encuentran en la religiosa a una verdadera madre. Muchas veces el joven angustiado, el hombre fracasado, un pueblo desorientado, encuentran en un religioso a un verdadero padre.


Una tradición cristiana desde el Nuevo Testamento

Desde el comienzo de la Iglesia apareció este carisma del celibato consagrado en la historia humana. Estos carismas del celibato religioso han sido expresiones de la libertad del Espíritu Santo que durante 2.000 años ha enriquecido la historia de la Iglesia. Por inspiración del Espíritu de Dios, los religiosos se sienten empujados a ser testigos del amor divino, y sólo el amor de Dios puede amar más libremente a todos los hombres, y especialmente a los más humildes.

El celibato religioso nunca ha manifestado un desprecio por el matrimonio. El celibato no es un valor mayor al del matrimonio, es simplemente una manera radical de vivir el amor cristiano; de otra forma la castidad consagrada pierde su significado.

Nos extraña muchísimo que el reformador Lutero y los protestantes del siglo XVI rechazaran el camino de la vida religiosa como un camino prácticamente imposible y dieran preferencia al matrimonio. Esta opción de los protestantes va claramente contra una corriente religiosa que brotó desde los tiempos de Jesucristo hasta ahora. Por eso varios grupos protestantes vuelven últimamente a esta antigua tradición cristiana y auténticamente evangélica, y comenzaron en este siglo con grupos religiosos que viven el celibato como nosotros «por el Reino de los Cielos». (Pensemos en los monjes reformados de Taizé en Francia, los hermanos y hermanas franciscanos, anglicanos y protestantes en Alemania e Inglaterra).

Queridos hermanos, siempre hubo y habrá en la Iglesia de Cristo hombres y mujeres llamados por Dios para que, con su vida de castidad consagrada, sean testigos del amor de Dios. La vida religiosa es simplemente un carisma o una manifestación del Espíritu Santo que Dios regala a su Iglesia y al mundo. Sin estos hombres religiosos, sin estos «especialistas de Dios», el mundo sería más pobre. Pero esto no todos lo pueden entender. Por algo dijo Jesús: «El que pueda entender que entienda» (Mt. 19, 12).

Espero que estos Temas leídos una y otra vez les fortalezcan en la verdadera Fe y les den argumentos para saber dar razón de su esperanza.


Cuestionario

¿Qué nos enseña la Biblia al respecto? ¿Cuál fue el ejemplo de Jesús? ¿Qué significa también la virginidad? ¿Cuál fue el camino seguido por Pablo y por María, la Madre de Jesús? ¿Cuál es el motivo fundamental para hacer esta opción? La castidad consagrada, ¿significa dejar de amar? ¿Cuál ha sido la tradición cristiana al respecto?







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