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Al rescate del afecto
Temas actuales /De la Sociedad

Por: Stephanie Maitland | Fuente: Mujer Nueva

Hoy se predica que da igual “mujer con mujer” u “hombre con hombre”, además de “hombre con mujer”. Todas son “parejas”. Se dice que da igual si la relación es estable o temporal o intercalada con otra o sólo un acontecimiento del momento. Todas son “relaciones íntimas” y todo es lícito “si se quieren”.

Antes, por “amigos” se entendía llanamente como las personas cercanas con quienes uno comparte ideales, proyectos, los momentos buenos y las malas rachas. Ahora por “amigos”, se llega a suponer gratuitamente, que comparten incluso la cama. “Nos vemos esta noche”... ¿Por qué a menudo se le añade mentalmente “después de las copas, en la habitación”?

Tal vez al alquilar un piso con una compañera de clase, la chica se lo piensa dos veces, no sea que los vecinos se pongan a pensar mal. Vamos a vivir juntas... ¡para que nos salga más barato la renta, oigan, nada más!

Una sonrisa, una mirada de comprensión, suelen ser sencillos desbordamientos externos de aprecio, de ternura, de gratitud, de consuelo... así como expresamos ese afecto hacia nuestras madres, nuestros padres o hermanos. Pero es una lástima que, cruzados los bordes del parentesco, también los gestos se vuelven ambiguos. Se tergiversan las intenciones, dando a todo al menos una sombra de erotización.

Está claro que incluso las muestras de afecto natural deben regirse con prudencia y mesura. La inocencia no es lo mismo que ingenuidad. Además, hay momentos que por cuidado de la dignidad de las personas y de la intimidad que expresan, merecen reservarse para la discreción del hogar conyugal. Pero, al revés, ya nos sentimos cohibidos para hacer en público incluso algo tan abierto y diáfano como posar una mano en el hombro del vecino—sea hombre o mujer—o platicar caminando juntos en la calle... con la propia madre.

Puede ser que cuando la sociedad tiene cada vez menos experiencia de vivir entre hermanos, es más difícil tratar a los amigos como hermanos. Puede ser que si la sociedad siempre está buscando una gratificación placentera, siempre la encontrará... donde no estaba la pondrá. Puede ser que nadie les diga a los jóvenes que pueden sentir simpatía por sus amigos sin que tenga nada que ver con el romance o el replantearse su “orientación sexual”.

Puede ser que si miráramos más hacia los ideales comunes, en vez de mirar siempre hacia nosotros mismos, redescubriríamos la camaradería, la colaboración, la lealtad, la solidaridad, la empatía desinteresadas.

De todas formas, no lo dudemos: todavía existe la amistad sin cláusulas de sexualidad. Rescatemos el afecto puro, sin mezclas ni rebajamientos. No toda sonrisa es una invitación sugestiva o un ceder. No toda mirada debe causar sonrojos. No todo abrazo es un buscar “algo más”.

Que podamos volver a decir a nuestros amigos y de nuestras amigas, sin vergüenza ni explicaciones, “les quiero”.






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Imagen: "El Faro"