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Aplicaciones Pedagógicas de la Concepción Antropológica de la Persona Humana.
Educadores Católicos /Cimientos de la Educación

Por: Centro de Asesoría Pedagógica | Fuente: Catholic.net


La persona humana

«Dios creó al hombre, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” Gn 1, 27. El hombre ocupa un lugar único en la creación: está hecho a imagen de Dios”; en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo materia; es creado “hombre y mujer”, Dios lo estableció en la amistad con Él.»

«De todas las criaturas visibles sólo el hombre es ‘capaz de conocer y amar a su Creador’ GS 12,3; “es la única creatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” GS 24,3; “sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad.»

«Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.»

(Catecismo de la Iglesia católica núm. 355 a 357).

Toda pedagogía tiene su base en una determinada visión del ser humano. La pedagogía cristiana surge de la visión del hombre como imagen de Dios herida y restaurada en Cristo. Para nosotros como formadores esta restauración se convierte en misión.

En el centro de nuestra metodología pedagógica está la persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza, con una naturaleza tocada por el pecado original, pero con la dignidad especial que le confiere el hecho de ser hijo de Dios en Cristo y templo del Espíritu Santo.

Por consiguiente es una visión de fe la que nosotros tenemos del hombre. Una visión que reconoce la herida del pecado original con que el ser humano viene a este mundo. Es una visión profundamente positiva porque creemos que Cristo nos libera del pecado original y de todo pecado por el Bautismo y nos abre las puertas del cielo.

El hombre, contemplado desde tal perspectiva, está fundamentalmente abierto a la esperanza. No hay espacio para el pesimismo derrotista; la tarea urgente y perentoria es ir configurando en cada persona ese hombre nuevo de que hablaba san Pablo, creado por Dios en justicia y santidad verdaderas.

Ahora bien, todo nuestro esfuerzo en el trabajo formativo se centra en la persona humana, pero no termina ahí. El fin último de nuestra labor es que la persona humana cumpla la misión para la cual ha sido creada y alcance a Dios.

Esto amplía nuestra concepción del hombre, ya que no queda en el hombre mismo como fin, sino que lo proyectamos hacia Dios y hacia los hombres.

Buscamos que nuestro trabajo por el hombre no tenga un carácter aislado, personalista, egoísta, sino que esté proyectado al amor de Dios y al servicio eficaz y comprometido de los demás hombres, recordando que al final de la vida lo único que importará será lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.


La persona humana abierta a Dios.

La clave de bóveda de esta concepción educativa es la convicción de que la persona humana está abierta al absoluto trascendente que es Dios, no como un valor al lado de otros valores, sino como la causa que funda y de la que mana todo valor. En este sentido lo podemos llamar valor supremo, en cuya posesión y fruición la persona humana alcanza su máxima realización.

Para nosotros, cristianos, Dios se ha manifestado visiblemente en la persona de Cristo, nuestro ideal ético se encarna en Jesucristo, Dios y Hombre, que –como dice el Vaticano II– revela el hombre al hombre y realiza en su más alto grado todas las posibilidades de la humanidad. Por lo mismo el Evangelio viene a ser el código de comportamiento humano y su mensaje de promoción del hombre nuevo debe ser un programa por llevar a cabo.

Sólo a la luz de Cristo, hombre perfecto, llega el hombre a comprender la grandeza de su vocación y de su destino. Es por ello que en el centro mismo de nuestra labor educativa debe estár Cristo, como Camino, Verdad y Vida del cristiano y de todo hombre, y como centro, criterio y modelo para nuestra labor formativa.


La persona humana abierta al hombre, en la sociedad y en la
Iglesia.


Dentro de nuestra labor educativa debemos buscar que la persona humana con una conciencia rectamente formada y con la mirada puesta en Dios, haga propio el sentido de justicia, la sinceridad, la veracidad, la fidelidad a la palabra dada, el sentido de responsabilidad y la honestidad familiar y social.

En el alumno así formado es muy fácil suscitar la conciencia cívica que le lleve a asumir y practicar la solidaridad con sus semejantes, a colaborar en la vida pública, a cumplir con sus deberes de justicia social y a desempeñar su profesión con la máxima eficiencia y honestidad.

El cristiano así formado se sentirá corresponsable de la vida de la Iglesia, con firme conciencia de pertenencia, de misión y de unidad.


Aplicaciones pedagógicas de la concepción antropológica.


· Reconocer la bondad fundamental del hombre.

Ante todo el hombre es creatura e imagen de Dios. Hay en él una dignidad y una nobleza que lo ponen por encima de toda otra creatura de este mundo. El hombre es fundamentalmente bueno, muy bueno.

Ese fondo bueno se despliega en una serie de facultades, cualidades o “talentos” desde su condición física hasta su más alta dimensión espiritual, como lo dice Cristo en el Evangelio (Cf. Mt. 25, 25).

No podemos ignorar esta bondad profunda y radical del ser humano. Es realismo pedagógico no olvidar esta verdad y que, sin dejarse ofuscar por una visión miope sobre el material humano que debe educar, deben reconocerse las maravillas que la creación ha operado en cada niño y joven. No reconocerlas sería negar la obra de Dios y partir de una base errónea en el proceso de Formación integral.

Nuestra tarea como educadores será ayudar a que se despliegue toda la bondad ínsita en cada uno de nuestros alumnos y llegue a su más alto desarrollo. Ha de saber descubrir en el educando la imagen de Dios que se oculta quizás tras un muro de defectos, pero que no por eso es menos real.


· Reconocer los límites y posibilidades del hombre.

Sin embargo, sería también un grave error ignorar los límites y hasta las miserias que los jóvenes que llegan a nuestras escuelas traen consigo.

Es un ser finito, condicionado por las coordenadas de su corporeidad e historicidad, ajetreado por influjos psicológicos conscientes o inconscientes y, sobre todo, un hombre cuya naturaleza quedó tocada por el pecado. La bondad de la imagen divina quedó en él enrarecida.


· Reconocer la eficacia de la gracia divina en el hombre.

En Cristo la imagen de Dios en el hombre ha sido restaurada. La antropología terrena deja paso, en esta perspectiva, a la antropología celeste.

Sin tener presente la gracia y la llamada a la gloria, se corre el riesgo de confundir el realismo del que hablamos con el pesimismo propio de los humanismos horizontales.

El realismo cristiano, en cambio, tiene en cuenta todas las dimensiones del misterio del hombre, misterio que sólo se esclarece a la luz del misterio de la Encarnación y del misterio Pascual.

Es el realismo sobrenatural del hombre de Dios, del hombre que cree firmemente en la continua actividad del Espíritu Santo en las almas, del que cuenta con el poder de Dios, del que sabe que la sabiduría de Dios actúa por medio de la paradoja de la cruz.

Como formadores debemos reconocer la presencia y la acción de la gracia en el alma de los alumnos y de todo el equipo que conforma la vida del colegio. Saber discernir la labor del Espíritu en sus corazones y contemplar la grandeza de su dignidad y de su destino sobrenatural. El hecho de contar con la acción de la gracia redimensiona todo el proceso educativo. Los casos que podrían parecer perdidos son vistos bajo una óptica diversa, ya que se posee la conciencia de que la gracia puede actuar de modo inesperado por caminos conocidos sólo por la sabiduría divina. Este realismo, de fondo optimista, imprime un sello de confianza y serenidad a toda la labor formativa.