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¿Estoy amando de verdad?
Jóvenes /Noviazgo

Por: . | Fuente: es.catholic.net

Al reflexionar sobre el noviazgo parece oportuno hacer algunas observaciones sobre su objetivo, sobre el significado genuino de esa palabra maravillosa, tan fácil de cantar pero tan difícil de comprender de verdad: el amor. ¿Qué es el amor?¿Cuáles son sus verdaderos ingredientes? ¿Cómo podemos saber si amamos de veras o son sólo devaneos superficiales lo que sentimos hacia el otro?

Cuando Dios creó al hombre lo quiso hacer “a su imagen y semejanza”. Semejanza, ante todo, en su capacidad de amar, pues “Dios es amor”. Puso en su corazón la capacidad de salir de sí mismo para darse a los demás y encontrar su propia felicidad en esa donación de sí a Dios mismo y al prójimo. “No es bueno que el hombre esté solo” dijo Dios al ver a Adán en el Paraíso; y le regaló a Eva para que fuera la compañera de su vida y ambos formaran “una sola carne”. Y les pidió: “creced y multiplicaos”.

El maravilloso designio de Dios sobre el ser humano grabó sus huellas en lo más hondo de su ser y le llama desde dentro de él mismo. Ése es el sentido profundo de todos esos fenómenos físicos, psicológicos y espirituales que bullen en todos los hombres y atraen un sexo hacia el otro: instinto sexual; sentimientos de simpatía, ternura, alegría, sensación de bienestar, deseo de presencia, etc. deseo profundo de amar y ser amado, de dar y recibir.

Uno de los mayores errores en torno al noviazgo, al matrimonio y al amor en general, es separar las diversas dimensiones del ser humano o, peor aún, reducirlo a alguna de ellas. La alusión del Génesis a “una sola carne” ayuda a entender que el proyecto de Dios sobre el hombre y su capacidad de amar, incluye su dimensión física: instinto sexual, configuración genital, atracción corporal, capacidad de gozar del placer sexual, etc. Pero el hombre, creado “a imagen y semejanza” es mucho más que todo eso, en lo que se asemeja sólo a los animales. A él, según nos lo pinta la narración bíblica, lo creó Dios mismo con sus manos, e inspiró en él su aliento, su espíritu. El hombre es también espiritual. Y por tanto su amor debe responder a la profundidad de su espíritu. El amor humano se podrá entender sólo cuando se comprenda que es una donación de una persona en su integridad físico-espiritual a otra persona querida integralmente, precisamente en cuanto persona, y no en cuanto cuerpo solamente, o como fuente de afectos que satisfacen la propia necesidad de sentirse amado.


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