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Teología: saber y saborear con San Juan de Ávila
Conoce tu fe /Los Padres de la Iglesia. Teología

Por: Celso Júlio da Silva, LC | Fuente: Catholic.net

La teología de nuestro tiempo parece una anciana que va cojeando por la calle, despacio, casi a trompicones, porque su modo de ser enseñada quizás no es el más adecuado. Por tanto, en algunos casos, resulta no sólo ineficaz, sino para nada atractivo. Hay que temer esas teologías que calientan la cabeza, pero enfrían el corazón. Su método nace de ideas, no de la oración y ni de la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia.

No en balde existen dos términos que algunos teólogos y profesores de teología no transmiten con precisión y convicción: saber y saborear. Esta premisa primordial no es harina de mi costal, sino que incluso el teólogo de Lucerna, H. U. von Balthasar, ya lo decía proféticamente. Basta ir a la enseñanza de San Agustín para darse cuenta de que estos dos términos se relacionan y, si no es así, provocan inmensa tristeza en el alma y profunda frustración no sólo a nivel racional, sino a nivel de fe.

En primer lugar, saber y saborear. Estos dos conceptos son una sola cosa, aunque en la práctica la pedagogía con que se enseña teología en algunos ámbitos no tenga esto en consideración. Basta decir que etimológicamente cuando en latín se usa el “sapere” (saber con placer, con gusto, con el corazón, de ahí “sabor”) que supera conceptualmente el “scire” (saber solamente intelectivo, como un dato más en el intelecto, de ahí “ciencia”), se trata de la relación con un conocimiento no sólo intelectual de una cosa, sino también afectivo, es decir, engloba simultáneamente intelecto y corazón. Siendo así, la teología como ciencia de la fe, si no sabe conjugar intelecto y corazón, se vuelve coja como la viejita que cojea por la calle del mundo. Camina con el intelecto, pero tropieza con el corazón. ¡Se olvida de que el Verbo se hizo carne y no sólo intelecto!

Siendo así, en segundo lugar, si el problema es de matiz pedagógico, conviene aclarar que la teología no es una ciencia con la misión de llenar un cubo, sino de encender un fuego. Este principio pedagógico deja claro que la misión de un teólogo no es solamente llenar nuestras cabezas de lindos y ortodoxos contenidos, sino encender un fuego, dar inicio a una pasión. En este caso, el conocimiento de Dios y de lo que Él nos ha revelado no es sólo un dato que se archiva en la mente, sino que debe ser custodiado en el corazón con la oración y el testimonio de vida. Por tanto, la teología que llena la cabeza, pero enfría el corazón no es verdadera teología. La buena teología, además de profundizar en el misterio de Dios en Cristo, enciende en nosotros el fuego del Espíritu Santo para vivir de acuerdo al Evangelio, de acuerdo a los sentimientos y actitudes de Cristo.

Por eso, en tercer lugar, vale decir que la misión de enseñar teología es la de encender un fuego, no llenar un cubo y eso se nota cuando alguien enseña con pasión, con fe, con convicción. Jamás me olvidaré de una consigna fundamental para detectar a los maestros que transmiten pasión a sus alumnos y se muestran convencidos: el buen maestro no es el que tiene que decir algo, sino es el que tiene algo que decir.

Sin embargo, para no solamente detectar carencias en el modo de enseñar teología, como una urgencia más bien pedagógica, ofrecemos un modelo sapiencial y probado por la Iglesia para entender mejor que saber y saborear los contenidos revelados con la inteligencia iluminada por la fe no son cosas distintas, sino complementarias. Por eso traigo a colación a San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, de quien aprendemos no sólo a saber contenidos teológicos, sino a vivir teológicamente, que es algo mucho más serio y atractivo.

San Juan de Ávila, proclamado Doctor de la Iglesia en 2012 por el Papa Benedicto XVI, es un modelo insigne de cómo no sólo acumular ciencia teológica, sino saborear el conocimiento de Dios y vivir de acuerdo a ese sabor de Evangelio contemplativo y misionero. Fue un gran humanista y teólogo del siglo XVI. Revisó varios escritos tanto de Santa Teresa de Jesús como de San Juan de la Cruz. Aportó muchísimo al Concilio de Trento. Incansable predicador y guía espiritual de almas en el sur de España.

Su teología no era fruto de pensamientos abstractos, elaborados en un escritorio, sino pastoral, evangelizadora, imbuida del contacto con la realidad de su pueblo. Esto se nota en su Audi, filia, su Epistolario, sus Tratados y sermones. Esta es una prueba de que saber y saborear la fe es una sola realidad que provoca la fuerza evangelizadora de la Iglesia. A final de cuentas la Iglesia no necesita una teología narcisista, casi una gnosis, que gira en torno a sí misma, sino de hombres imbuidos de sana doctrina que prediquen a Cristo en la realidad concreta de nuestro tiempo como lo hizo San Juan de Ávila en su época.

Además, el Maestro Ávila no sólo llenó a las almas de datos teológicos, sino que encendió un fuego en los corazones por donde pasaba. Fue después de un sermón suyo que se convirtió San Francisco de Borja, por dar un ejemplo. Si tenía que explicar ideas elevadas de la fe, se servía de sus humanidades, de sus resortes retóricos, de imágenes que fuesen eficaces para el entendimiento y el provecho de las almas. Por tanto, su vida fue siempre en clave teológica. Para él la vida era teología, concreción de la fe. Y la teología que no fuese misión, que no fuese vida, estaba enferma, en fin, cojeaba.

Su pericia en discernimiento de almas y acompañamiento espiritual nació precisamente de esta certeza de que la misión del verdadero teólogo no es sólo ofrecer datos de la fe a las personas, sino también encender en ellas el fuego de la fe. Saber y saborear van juntos. Y así no se camina por el mundo cojeando como la viejita del inicio, sino que se corre veloz, porque la Iglesia- lo dijo el Papa Emérito- no crece por proselitismo, sino por atracción.

En estos tiempos que corren pidamos al Espíritu Santo que suscite en su Iglesia teólogos evangelizadores como San Juan de Ávila que captó perfectamente que saber y saborear es el mejor método para integrar a la persona que cree y que ama. Si la fe en Cristo es sólo un archivo de datos revelados y no una pasión que arde dentro del pecho como lo experimentó San Juan de Ávila, la teología seguirá cojeando por el mundo como nuestra viejita. Algún día se cansará y se dará cuenta de que no se puede crecer en la fe movidos sólo por el intelecto, sino que, para alcanzar su destino, necesita integrar intelecto y corazón.