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Santos Paulino de Nola, Juan Fisher y Tomás Moro
Hispanos Católicos en Estados Unidos /Homilías Mons. Enrique Díaz

Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

Hay una necesidad imperiosa para hombre de comunicarse con Dios. A pesar de los muchos ruidos y de  que se busca llenar los vacíos ocupando a todas horas nuestros sentidos, en el fondo descubrimos ese deseo de hablar con Dios. Quizás a veces reducimos esta oración a las palabras aprendidas desde niños y las repetimos mecánicamente. Hoy Jesús nos invita a acercarnos a Dios con la actitud del hijo que se acerca a su padre.

El Padre Nuestro es la más bella oración que se haya inventado o experimentado, brota del corazón de Jesús. Cristo mismo la enseña a sus discípulos, pero primeramente insiste en que para hacer oración no se necesita de muchas palabras. Padre, papá, Abbá, es un término al mismo tiempo de cercanía, de confianza y de respeto. Es así como nos anima Jesús a que iniciemos nuestra oración, poniéndonos en manos de quien sabemos que nos ama. Ésta es la premisa, para hacer oración hay que sentirse en un ambiente de amor y confiarse a las manos de Papá Dios. Lo demás brotará fácilmente. “Padre”, “Abbá”, es la primera palabra que un niño le dirige a su papá para expresarle reconocimiento y amor. Pero al decir “nuestro”, nos abrimos a la fraternidad, no somos egoístas, no acaparamos a nuestro Dios, sino que nos sabemos hermanos compartiendo un mismo papá que nos ama a todos por igual.

Las peticiones de esta bella oración, cada una en sí misma, nos llevan a profundizar la providencia, el Reino y nuestra participación. La oración brota del interior de cada persona y no necesita multiplicarse indefinidamente para sentirse escuchada. Es buscar la voluntad de Padre, es hacer presente su Reino y la santificación de su nombre. Las primeras peticiones están dirigidas a la alabanza y presencia del Señor en medio de nosotros, la segunda parte está dirigida a la procuración del bienestar, liberación y protección de las personas, pero una y otra se implican mutuamente.

No puede haber verdadera santificación del nombre de Dios, si no hay verdadera satisfacción del hambre de los hermanos. No puede haber presencia del Reino si no nos hemos liberado de nuestros males: injusticia, ambición y poder. Oremos confiadamente con esta plegaria que el Señor nos enseñó.