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Ser y persona: introducción
Para apreciar con más hondura la condición personal, oportuno exponer tres nuevos temas


Por: Tomás Melendo Granados | Fuente: catholic.net



En una obra relativamente reciente —Introducción a la antropología. La persona— esbocé temas varios y distintos en extensión, aunque muy relacionados entre sí: la condición de persona, su dignidad, su autonomía, la libertad, el respeto y la reverencia, la singularidad y la singularización, el conocimiento, el amor, los distintos tipos de bienes, los valores, la contraposición entre dignidad y precio…
Simultáneamente, como fundamento de todos ellos, hicieron acto de presencia algunas nociones-realidades de especial relevancia. En un esfuerzo de simplificación, esas realidades básicas podrían reducirse a tres:
1) la propia persona,
2) el ser que la constituye como tal, y
3) el concreto modo de obrar que les corresponde.

Dando un paso adelante, e intentando llegar al fondo del asunto, cabe señalar el eje en torno al que en definitiva gira todo ello: esa clave sería, sin duda, el ser propio de la persona, también llamado ser personal.
(No en vano aludí allí de continuo a la persona como a un modo de ser o, ciñendo más la cuestión, a un modo de ser superior o privilegiado, sublime… que necesariamente reclama una manera concreta y también excelsa de obrar.)
En consecuencia, para apreciar con más hondura la condición personal, dar mayor relieve a lo ya conocido y abrirnos a consideraciones ulteriores, parece oportuno exponer tres nuevos temas, algo más complicados que los tratados hasta el momento:
1) en primer término, y de la forma más breve e inteligible posible, en qué consiste ser real;
2) a continuación, ya dentro de este contexto, pero en cierta manera superándolo, qué es lo propio de la persona, qué caracteres corresponden a su forma peculiar y más noble de ser: en qué consiste, en fin de cuentas, el ser persona (sería el tema central de toda la indagación);
3) por fin, y según anunciaba en la Introducción al libro citado, hasta qué punto este enfoque desemboca y se prosigue en las afirmaciones más vitales de los personalistas y de qué suerte los enunciados de estos enriquecen y perfilan el conocimiento de la condición personal, al tiempo que encuentran su radical fundamento en la «metafísica de la persona» previamente esbozada.

1. Aproximación inicial a lo real

Teniendo en cuenta la envergadura de lo apuntado, en este artículo abordaré solo el primero de los temas.
Lo hago tras pedir un poco de paciencia, pues solo aparentemente cuanto voy a tratar no tiene nada que ver con el esclarecimiento de la condición de persona. Muy al contrario, de hecho, como podrá advertirse más adelante, resulta definitivo no solo para semejante análisis, sino también para el acercamiento entre metafísica y personalismo.

a) ¿En qué consiste ser real?
i) Un mero esbozo. Ya en el escrito repetidas veces aludido anuncié lo costoso que resulta definir la «realidad» en cuanto tal. Más aún, sostuve que definirla, en sentido estricto, es imposible.
Pero también añadía que esa imposibilidad deriva, paradójicamente, de que todos sabemos lo que significa ser real… aunque nos sintamos incapaces de explicarlo. Y que no logramos exponerlo justo porque se trata de un conocimiento absolutamente fundamental y primario, algo que comprendemos de manera tan inmediata que nos impide apelar a nociones previas para, dentro de ese campo más extenso, acotar su significado (recordemos que definir equivale a de-limitar o poner límites).
(En este caso, la cuestión resulta obvia, precisamente porque más amplio que la realidad… no existe nada, ni en la naturaleza ni en nuestro conocimiento: incluso cuando «pensamos» o intentamos «imaginar» la nada, no podemos evitar concederle un cierto tipo de realidad, aunque muy peculiar y curiosa.)
Pero si tal es la situación, ¿qué nos quedaría por hacer?
En primer término, contemplar con mayor penetración y detenimiento cuanto nos circunda y a nosotros mismos, con objeto de descubrir su ser y los caracteres que lo acompañan; y animar a quienes nos rodean a hacer otro tanto.

¿Y algo más?
Tal vez acudir a términos con un contenido análogo, del tipo «perfección», «consistencia», «densidad», «peso específico», «cohesión», «espesor», «firmeza»… aunque seamos bien conscientes de que ninguna de esas palabras nos dirían nada si cada uno, por su propia cuenta y riesgo, no tuviera un conocimiento previo, aunque confuso, de lo real… derivado de su trato con el mundo de las cosas, de las personas y consigo mismo.
En tanto ya sabemos lo que significa «real», podemos apreciar los matices que a esa percepción básica añaden vocablos como «perfección», «positividad» y los otros que he nombrado. Pero no al contrario. Ahora bien, supuesta esa comprensión primordial, las voces complementarias apuntadas, y otras similares a las que luego aludiré, quizás ayuden a asentar y a ahondar en el conocimiento de lo que se entiende por (ser y por) realidad.
Esta sería, pues, la pregunta clave… y bastante ardua de responder: ¿qué es lo que caracteriza a la realidad, precisamente como tal?; ¿en qué consiste ser o ser real?

ii) Tres rasgos capitales. Señalo de momento tres atributos básicos, que más tarde iré explicando. No importa, pues, que por ahora no acaben de entenderse.
• Todo lo que existe, lo que tiene ser, incluyendo en primer término y de manera eminente a las personas, se caracteriza porque:
1) posee una consistencia propia (es lo que es),
2) con total independencia de que los hombres lo conozcamos o no, nos guste o nos disguste, pensemos que debería o no debería existir, etc.; y,
3) gozando de esa autonomía, exige de cada uno de nosotros, justo de las personas, una respuesta proporcionada.

iii) Dos testimonios de altura. Con objeto de facilitar la comprensión intuitiva del asunto, me centraré de momento en los dos primeros rasgos, aunque sin prescindir por completo del último. Y acudiré al testimonio de un par de grandes y profundos literatos: Clive Staples Lewis y Jorge Guillén.
• Lewis:
1) Para referirse a lo que he denominado la consistencia propia de lo real —a ese ser lo que es—, acude al empleo de expresiones figuradas como «sólido», «firme», «enérgico», «entusiasta», «intenso», «lleno de resolución», y otras parecidas: así nos asegura que es la realidad.
2) Para expresar su independencia respecto al sujeto humano, en el sentido que acabo de exponer, habla por ejemplo de lo «tenazmente real» como de aquello en lo que «tus preferencias no cuentan»: es como es, al margen de lo que el lector y yo deseemos o pensemos.
• Guillén:
Por su parte, Jorge Guillén expresa algo similar, de forma prácticamente insuperable, en su magistral Cántico. Y, más en concreto, en el conjunto de versos que abren el libro, titulado «Más allá». Se trata de un poema que canta el resurgir del universo ante un ser humano que despierta, y el estupor agradecido que la maravilla de lo existente suscita en esa persona.
¿Qué notas definen la realidad de tal universo?, ¿cómo lo caracteriza el poeta?
Puesto que cualquier intento de glosar la poesía diluye o hace naufragar la plenitud de su mensaje, me limitaré —con dudas y cierto temor— a entresacar algunos versos y expresiones particularmente elocuentes.
Y esto, en dos fases.
1-2) En primer término, subrayaré el uso de algunos vocablos que manifiestan la solidez o consistencia del cosmos que renace y su independencia respecto a quien lo percibe:
- «(El alma vuelve al cuerpo, / se dirige a los ojos / y choca.) —¡Luz! Me invade / todo mi ser. ¡Asombro!».
- «…mientras van presentándose / todas las consistencias / que al disponerse en cosas / me limitan, me centran!».
- «Una seguridad / se extiende, cunde, manda. / El esplendor aploma / la insinuada mañana».
- «Y este ser implacable / que se me impone ahora» […] «este ser, avasallador / universal mantiene // también su plenitud / en lo desconocido: / un más allá de veras / misterioso, realísimo».
- «¿Dónde extraviarse, dónde? / Mi centro es este punto: / cualquiera. ¡Tan plenario / siempre me aguarda el mundo! // Una tranquilidad / de afirmación constante / guía a todos los seres, / que entre tantos enlaces // universales, presos / en la jornada eterna, / bajo el sol quieren ser / y a su querer se entregan…».

3) A continuación recojo algunas expresiones que, además, manifiestan:
• que lo importante para la persona humana es, en fin de cuentas, incrementar su propia perfección o, con terminología metafísica, ser cada vez con mayor intensidad;
• y que esa persona crece y mejora, y se acerca a su plenitud, en contacto con el ser de las realidades existentes (entre las que figurarían en primer lugar las restantes personas, a las que Guillén aquí no alude porque excede el contexto en que encuadra su poema, pero a las que me referiré con profusión más adelante):
- «Corre la sangre, corre / con fatal avidez. / A ciegas acumulo / destino: quiero ser. // Ser, nada más. Y basta. / Es la absoluta dicha. / ¡Con la esencia en silencio / tanto se identifica! // ¡Al azar de las suertes / únicas de un tropel / surgir entre los siglos, / alzarse con el ser, / y a la fuerza fundirse / con la sonoridad / más tenaz: sí, sí, sí, / la palabra del mar! // Todo me comunica, / vencedor, hecho mundo, / su brío para ser / de veras real, en triunfo. // Soy, más, estoy. Respiro. / Lo profundo es el aire. / La realidad me inventa, / soy su leyenda. ¡Salve!».
- «¡Oh perfección! Dependo / del total más allá, / dependo de las cosas. / Sin mí son y ya están // proponiendo un volumen / que ni soñó la mano, / feliz de resolver / una sorpresa en acto».
(Como insinuaba, estamos solo ante un pequeño botón de muestra, que podría completarse con muchísimas más afirmaciones del propio Guillén, o con las de tantos otros poetas, poseedores también del «sentido y de la importancia de lo real» incluso en lo más precario: el Rafael Morales de Los desterrados o de Canción sobre el asfalto, sin ir más lejos, y algunos versos especialmente pertinentes de La voz a ti debida, de Pedro Salinas (por ejemplo: «DESPIERTA. El día te llama / a tu vida: tu deber / […]. Ponte en pie, afirma la recta / voluntad simple de ser / pura virgen vertical».)
Pero ahora tenemos que volver al escueto lenguaje de la filosofía.

b) Entre el ser y el yo: ¿una alternativa?
Para cualquiera que se encuentre al tanto de los vientos que soplan en la actualidad, resultará claro que los textos aludidos, en cuanto que afirman una realidad autónoma respecto al hombre y no algo dependiente de la cultura o de la libertad humana, se sitúan bastante contracorriente.
Pero eso mismo los hace acreedores de un comentario adicional.
i) ¿Existe una realidad en sí? Lo que uno oye hoy a menudo —sobre todo si tiene la magnífica «desgracia» de trabajar con, entre y para «filósofos»— es que, en fin de cuentas, no existe nada que se acerque remotamente a lo que cabría calificar como realidad en sí, al margen del ser humano: sino que es éste el que la modula y configura —¡la crea!—, si no a su antojo, que también se oye en ocasiones, en función de las coordenadas culturales o personales en que a su vez se encuentra.
• Esta afirmación básica y falsa (el hombre es el autor de la realidad: esta no es nada —o nada concreto y determinado— sin el hombre: incluso cada cual decida para sí su propia «orientación sexual» o «sexo»), recibe muy distintas formulaciones, más o menos claras o difusas y más o menos reposadas o agresivas.
• En los momentos actuales, la más de moda es tal vez la que apela al multiculturalismo; podría expresarse así:
- en cada una de las prácticamente infinitas culturas que existen, han existido y existirán la realidad es radicalmente distinta;
- y, además, no hay criterio alguno para determinar si lo que una cultura sostiene —su realidad— es mejor o peor que lo defendido por cualquier otra.
La versión casera de estas afirmaciones cabe encontrarla en la Universidad, en boca de un estudiante dotado de la mejor voluntad, que sostiene sin tapujos ni titubeos que si él sale de la clase, cierra la puerta tras sí y no se mueve de ese lugar, al cabo de unos segundos no solo no puede estar seguro de que los alumnos restantes y el mobiliario sigan existiendo, sino que, precisamente en cuanto él no los ve, dejan de existir.
(No es una invención: me ha sucedido esta misma tarde mientras explicaba Teoría del conocimiento; y algo muy similar acaece cada curso alrededor de veinticinco o treinta veces. Con bastante pena por la manipulación intelectual de alto alcance que todo esto supone, y con un deje de cariñosa ironía, casi siempre me echo a temblar ante el inesperado poder de aniquilación que manifiestan esos chicos y les imploro prácticamente de rodillas que, por lo que más quieran, se mantengan firmes en sus asientos y no se les ocurra salir de clase, cerrar la puerta… y devolvernos a la nada: ¡todavía tenemos mucho que hacer en esta vida!).
Y la misma idea, en versiones light y no conscientes de ordinario, la encuentra uno a menudo en cuanto entabla una conversación mínimamente seria o que afecte a la vida vivida de nuestro interlocutor: «eso será para ti; pero para mí…»; «eso es lo que tú piensas, lo que piensa el Papa —esto sale siempre con determinados temas—…; yo, sin embargo»; «cada uno tiene su verdad»… y una larga cadena de variantes que no modifican el núcleo del asunto: la realidad es relativa a cada cual.

ii) Relativizar el relativismo.

No es este el momento de apuntar una crítica, siquiera somera, del relativismo escéptico. La he llevado a cabo en otras ocasiones, y muchos la han realizado mejor que yo.
Interesa, sí, dejar claro:
1) que no se trata de una cuestión simple, ajena a cualquier matiz o puntualización, por cuanto, en efecto, el hombre tiene la capacidad (y la ejerce incluso sin advertirlo) de descubrir, añadir o restar un cierto significado a todo lo que encuentra a su alrededor… empezando por sí mismo: de ello trataré más adelante;
2) que, no obstante, tal facultad no anula, sino que más bien confirma, la consistencia inicial (el ser) de cuanto existe, incluido —como uno de los casos más claros— el propio hombre: pues si éste no fuera como es, no podría ni percibir ni agregar sentidos a las cosas y personas, ni, además de ello, modificarse a sí mismo o modificar cuanto lo circunda (ni en el pensamiento o la imaginación ni en la misma realidad extramental);
3) que, por consiguiente, resulta imprescindible empezar confirmando sin reservas la entidad o firmeza de cuanto existe al margen de cualquier intervención humana y como fundamento de todas y cada una de ellas;
(aquí, de nuevo, vendrían en nuestra ayuda los conocidos versos de Machado: «el ojo que tú ves / no es ojo porque lo veas, / es ojo porque te ve»; o esos otros más conocidos y centrales: «¿tu verdad?; / no, la verdad /, y ven conmigo a buscarla; / la tuya, guárdatela»);
4) que es de vital importancia distinguir entre el conocimiento de una realidad y la realidad en sí; la percepción de algo me afecta efectivamente a mí, pero en absoluto —por el simple hecho de conocerla o desconocerla— a la persona o cosa en cuestión;
(la ley de la gravedad, pongo por caso, no empezó a ejercerse al descubrirla Newton, sino que ha sido una constante con independencia de ese hallazgo; y si la formulación de Newton, generalmente aceptada, se descubriera falsa… el comportamiento de los graves seguiría siendo el que siempre ha sido y ahora es, mientras no mudaran las condiciones reales del Universo);
5) que, a estos efectos, importa mucho diferenciar los productos manufacturados y las realidades naturales;
• el alumno antes aludido no carecía de toda razón al decirme que si alguien de otra cultura en que no se conociera la pizarra entraba en clase, difícilmente la distinguiría de las restantes superficies lisas (paredes, sobre todo), del aula, y que, por tanto, para él la pizarra no existía (más tarde me detendré en ese para él);
- ciertamente, cuando el hombre fabrica algo, de ordinario lo destina a un fin o función y lo realiza a tenor de ese designio; quien desconoce tal objetivo está incapacitado para determinar en qué consiste aquel artilugio (puesto que su ser resulta marcado por su finalidad) y, retomando la expresión de mi alumno, cabría sostener que para él no existe;
- con todo, me parece decisivo señalar que la pizarra lo es no porque yo sepa su destino o porque lo previera su creador, sino porque de hecho, además y por encima de ambos requisitos, tras el proceso de producción posee las características que hacen posible escribir en ella con facilidad (cosa que, dicho sea de pasada, no ocurre con demasiada frecuencia… al menos en mi Universidad):
- ni la intención del fabricante ni el conocimiento de quien la usa servirían para nada si lo realmente elaborado no es una pizarra, en el sentido arriba sugerido;
• por otra parte, si lo que acabo de esbozar puede aplicarse a los artículos manufacturados por el hombre, no ocurre lo mismo con los distintos elementos de la naturaleza:
- estos son lo que son, con independencia de que los seres humanos lo sepamos o no, o incluso ni siquiera conozcamos que existen («este ser, avasallador / universal mantiene // también su plenitud / en lo desconocido: / un más allá de veras / misterioso, realísimo», acabamos de leer en Cántico);
- y poseen un conjunto de virtualidades y de posibilidades de transformación ya dadas…, aunque nosotros vayamos descubriéndolas paulatinamente y muchas de ellas resulten ignoradas para siempre o las olvidemos después que otros las hubieran desenmascarado;
(+ un ejemplo relativamente simple puede ayudar a comprenderlo:
- si un coche bien construido y en uso se sitúa en un lugar donde ninguno de los presentes sabe que se trata de un coche, hasta cierto punto ese vehículo deja de ser un automóvil para transformarse en… quién sabe qué: dormitorio precario para los indigentes, adorno para el pueblo, contenedor de desperdicios, etc.; precisamente porque el propósito y el diseño humano materializado en los elementos oportunos hacen que aquello sea un auto, cuando tal proyecto resulta desconocido, hasta cierto punto —como insinuaba— deja de ser lo que era… y solo vuelve a serlo cuando alguien reconoce que tiene una función concreta y que ha sido fabricado para cumplirla;
- tal vez la prueba más clara al respecto es que —utilizando un lenguaje antropomórfico— el automóvil necesita gasolina, aceite, etc., solo si hay una persona que conozca para qué sirve y decida utilizarlo;
+ por el contrario, las realidades naturales son lo que son con independencia de que alguien lo sepa o no;
- cosa que también se comprueba sin problemas porque sus necesidades (y esto se advierte sobre todo en los seres vivos) se dan con la misma intensidad y fuerza al margen de nuestro conocimiento: a diferencia del coche, un perro o un caballo o un manzano o un rosal requieren del alimento o de las condiciones climáticas adecuadas tanto si el hombre está al tanto como si no… o incluso si ignora que existen;)
6) que, a raíz de lo bosquejado, me parecen del todo pertinentes incluso las más fuertes afirmaciones de Guillén, siempre que tengamos en cuenta el lenguaje poético con que las reviste:
• en efecto, por utilizar solo una de sus expresiones, las personas y «las cosas [no artificiales], sin mí son y ya están» (y solo a partir de ese ser y estar suyos y mío cabrá cualquier género de modificación en mi apreciación de ellas o en su misma realidad);
• por otro lado, aunque resulte mucho más sutil, no deja de ser cierto que «la realidad me inventa», al contrario de lo que pretenden los relativistas;
+ si entendemos tal afirmación en el sentido correcto, no soy yo quien me doy el ser a mí mismo ni ha sido ninguno de nosotros quién ha «inventado» al hombre (aunque, como estudiaremos, y ahora solo apunto, en virtud de su libertad y sobre la base de la naturaleza concreta recibida en cada caso, el varón y la mujer pueden con toda justicia ser y llamarse artífices de sí mismos);
- (puestos a poner pegas, las modernas técnicas de manipulación genética levantarían un cierto interrogante respecto a ese «la realidad me inventa» que acabo de aducir;
- pero:
por un lado, cada vez van quedando más claro los problemas, también biológicos, que tales incursiones en los orígenes de la vida humana traen consigo;
por otro, y más radical, los que se utilizan en estos y similares procedimientos son siempre elementos tomados de la naturaleza y más o menos «retocados»: nunca una creación absoluta;)
7) que, desde la perspectiva psíquica, descubrir y aceptar la realidad tal como es (la mía y la de todo lo demás), aunque cuando existan causas justificadas luche por modificarla o mejorarla, constituye:
• aparte de un maravilloso ejercicio de la libertad, como más tarde explicaré, una de las condiciones más imprescindibles para mantener no solo la paz y la serenidad, sino incluso la salud mental;
• mientras que el rechazo de mi propio modo de ser o de las circunstancias tal como se presentan (con independencia, repito, de que me esfuerce después por rectificarlas), es hoy uno de los motivos más frecuentes y más de fondo de frustración y de un buen número de perturbaciones psíquicas;

8) que, ya por último, el para mí a que vengo aludiendo adquiere carácter incondicional e incrementa su poderío hasta ahogar cualquier otra consideración, en la misma medida en que tiendo a absolutizar el yo en cuanto tal, a «darme importancia», y, paralelamente, a restársela al ser (de todas las demás cosas y personas… e incluso, aunque no es fácil de comprender inicialmente, al mío mismo —mi ser, no mi yo—, como veremos de inmediato);
• con otras palabras, tomadas de la misma conversación a que me he referido ya un par de veces:
- mientras algunas de las personas que intervinieron en el diálogo sostenían, para apoyar a su compañero —¡como era su obligación!—, que si estaban fuera de clase no podían saber si el contenido del aula permanecía inmutado (cuestión que, con ciertas reservas, también yo certifico: por ejemplo, si se refiere a un saber absolutamente cierto, pues algo podría haber sucedido dentro del aula, que acabara con ella y con nosotros),
- otros, sin darse apenas cuenta del profundo cambio de alcance de su expresión, insistían en que, al no percibirlas, esas realidades no existían (añadiendo o no, según los casos, el para mí de marras);
• complementariamente, y confío en que se entienda de manera intuitiva, quienes conceden la primacía absoluta al yo en detrimento del ser, harán casi sin darse cuenta dos cambios o «deslizamientos» de trascendental relieve:
- en el orden del saber teorético, del conocimiento, puesto que lo que realmente importa soy yo (¡y solo yo!, parodiando la conocida canción: «tú, solo tú…»), si algo no existe para mí, acabarán por concluir —aunque sea de forma implícita y sin advertirlo— que, en fin de cuentas no existe… sin más;
- en el terreno de la praxis, del obrar moral, sostendrán sin ningún tipo de remilgos y con total coherencia (que no verdad) que con su cuerpo, con sus pertenencias… tienen derecho a hacer lo que quieran (o lo que deseen; en su jerga: «lo que les dé la gana»):
la subjetividad (pura voluntad y apetitos… ¡sin ser que los sustente!) se torna todopoderosa y no tiene que rendir cuenta alguna al ser que la constituye y que hace de ella una persona (recuérdese lo que en su momento decía de la responsabilidad como respuesta al propio ser —y al ajeno—, en la línea del conocido precepto kantiano: no tratar como simple medio ni a sí mismo ni a ningún otro; volveré sobre ello);
pero por idéntico motivo, más tarde o más temprano (y normalmente bastante temprano) esas subjetividades «des-substanciadas», esos yo «auto-referentes y sin fundamento» se arrogarán la potestad de obrar de manera análoga —es decir, caprichosa y despótica— ya no consigo mismos, sino con cualquier otra realidad (¿?), sea cosa o sea persona;
(en este segundo caso, por lo común se arbitrarán procedimientos, a menudo bastante complejos, para enmascarar o restringir ese dominio —la libertad de los demás como demarcación o límite de la mía, no obrar de modo que se produzcan colisiones mortales, etc.—, pero sin ninguna base: pues sin ser y sin la respuesta que este reclama —y de la que muy pronto nos ocuparemos— no existe razón alguna de peso para poner freno al capricho, incluso al más voluble, de nadie… ni respecto de sí ni respecto a otro).

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Algunos atributos de la realidad de la persona

 

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