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5. Articulación e inserción en la Iglesia particular
Se trata de esforzarse por vivir con mayor exigencia y mayor coherencia las exigencias de la fe, así como la apertura a las diversas manifestaciones del Espíritu


Por: + Luis Bambarén Gastelumendi, S.J. | Fuente: Comisión Episcopal de Apostolado Laical, Perú



5.1.Al servicio de la Iglesia particular

El misterio de comunión y de misión que se manifiesta plenamente en la Iglesia universal se hace presente para los fieles -con todos sus elementos esenciales- a través de la Iglesia particular o local (146). La Iglesia particular viene a ser el espacio histórico en el que se expresan las diversas vocaciones y realizan su servicio apostólico. Los movimientos y asociaciones eclesiales, surgidos para el servicio del Pueblo de Dios, están llamados a insertarse orgánica y dinámicamente en la vida de las Iglesias particulares, articulándose en la pastoral de conjunto desde su propia identidad. La vitalidad que están demostrando debe llevarlos a colaborar en diversos ámbitos y proyectos pastorales de la Iglesia particular, fortaleciendo la comunión y la proyección evangelizadora.

Todos los fieles en la Iglesia particular «deben estar unidos a su Obispo, como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre, para que todo se integre en la unidad y crezca para gloria de Dios (cf. 2 Cor 4,15)» (147). Los Obispos, por su parte, «han de fomentar las diversas formas de apostolado y la coordinación y la conexión estrecha de todas las obras de apostolado» en la jurisdicción bajo su cuidado pastoral, alentando el respeto a la propia identidad y promoviendo la pluralidad. De esta manera, los diversos proyectos e instituciones apostólicas «irán de común acuerdo», al tiempo que «aparecerá mucho más clara la unidad de la diócesis» (148).

Los movimientos y asociaciones, al explicitar en su vida y acción cotidiana, y en su proyección evangelizadora, su atención a las orientaciones del Pastor de la Iglesia particular en la que han sido convocados por el Espíritu a servir, dan muestras inequívocas de eclesialidad y de fidelidad al designio divino. «El apostolado de los laicos, individual o asociado, debe insertarse, de modo ordenado, en el apostolado de toda la Iglesia; más aún, es elemento esencial del apostolado cristiano la unión con aquellos que el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios (cf. Hech 20,28). No menos necesaria es la cooperación entre las diferentes obras de apostolado, que la Jerarquía debe ordenar convenientemente» (149). Dos son los principios que deben armonizarse: la libertad y la comunión. La verdadera libertad fortalece naturalmente la comunión; y a su vez, no hay auténtica comunión sin libertad.

El Santo Padre ha alentando a que los movimientos se inserten orgánica y dinámicamente en la misión de la Iglesia a través de la pastoral de las Iglesias locales. Es éste un aspecto que ha suscitado diversas intervenciones del Magisterio, tanto pontificio como episcopal, en función de la adecuada integración de los carismas que el Espíritu ha sembrado en las asociaciones y movimientos eclesiales con la acción pastoral en las jurisdicciones eclesiásticas. Se ha tenido en cuenta en esto algunas tensiones que se han presentado en relación a la participación al interior de la Iglesia particular.

Si es claro, por un lado, que los Obispos deben discernir y reconocer el carisma de las asociaciones y movimientos, protegerlo en su vivencia y proyección eclesial, promoviendo incluso su libertad de acción, es también claro que los movimientos, desde sus características propias, deben integrarse a la pastoral local bajo la guía de los Pastores, poniendo al servicio del Pueblo de Dios los dones que el Espíritu ha suscitado en ellos. En este sentido es importante no perder de vista, tanto de parte de las asociaciones como de las instancias pastorales de las Iglesias particulares, que no se debe absolutizar la propia experiencia, ni cerrarse en formas o métodos que puedan aparecer como autosuficientes o discriminatorios, tampoco presentarse como la única interpretación o realización auténtica de la Iglesia, o mantener caminos paralelos no convergentes en la comunión pastoral. Todo ello atenta contra la fundamental comunión eclesial y obstaculiza la misión. La fidelidad al Espíritu Santo y el bien de la Iglesia deben llevar a superar tensiones estériles. Se fortalecerá así la comunión eclesial al servicio de la misión, condición cardinal para la eficacia de la nueva evangelización.

También debe quedar claro que la auténtica comunión no conduce a la uniformidad, sino a la valoración de la multiplicidad de carismas con que Dios ha enriquecido a su Iglesia. La comunión eclesial exige el reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia. Como leemos en la Primera Carta a los Corintios: «Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: "Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo" ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: "Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo" ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿dónde el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: "¡No te necesito!". Ni la cabeza a los pies: "¡No os necesito!"» (1 Cor 12,14-21).

El reconocimiento y la valoración de la pluralidad de las diversas experiencias asociativas no es sólo una preocupación de estos tiempos de finales de milenio. Ya el Papa Pío XII en 1947 decía: «Es necesario prevenir el error que algunos, impulsados de buen celo, pueden tener de querer uniformar las actividades en pro de las almas y someterlas todas a una forma común, con miopía de concepción, del todo ajena a las tradiciones y al suave impulso de la Iglesia, heredera de la doctrina de San Pablo, "Unos tienen un don, y otros, otro; pero el mismo espíritu" (1Cor 12,4); y como en los ejércitos de la tierra, diversas armas y cuerpos aseguran con su diferencia la armónica cooperación común que lleva a la victoria, del mismo modo, junto a otras formas de celo, por importantes y aún principales que sean, la Iglesia desea y alienta la existencia de organizaciones de apostolado seglar... y que prosperen y se desarrollen en sus formas y en sus métodos, siendo, dentro del ejército de Cristo, una bella muestra de la fecunda multiplicidad del apostolado católico, manifestado en diversas obras y organizaciones, que trabajan todas intensamente bajo la guía y protección de la cabeza suprema de la Iglesia» (150).

La conciencia de ser todos parte del único Cuerpo de Jesús debe llevar a una respetuosa y profunda solidaridad: «La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él" (LG, 7)» (151). El respeto a la pluralidad en la comunión al interior del Pueblo de Dios es un bien que siempre debe protegerse. La Iglesia particular se edifica a partir de la vivencia de la comunión en la que se integran ministerios y carismas en un respeto y complementariedad que fortalece la unidad.

La integración en la comunión de todos los ministerios y carismas, de las diversas vocaciones y servicios, exige la caridad fraterna. Para ello es bueno tener en cuenta lo que se señala en el Concilio: «Para promover el espíritu de unidad, de manera que en todo el apostolado de la Iglesia resplandezca la caridad fraterna, se alcancen los objetivos comunes y se eviten rivalidades perniciosas, se requiere, en efecto, un mutuo aprecio de todas las formas de apostolado existentes en la Iglesia y una adecuada coordinación, respetando el carácter propio de cada una. Esto es muy necesario, porque la acción peculiar de la Iglesia requiere la armonía y la cooperación apostólica de uno y otro clero, de los religiosos y de los laicos» (152).


5.2.La parroquia, comunidad de comunidades

La inserción de los movimientos eclesiales en la Iglesia particular se hace a través de las instancias pastorales ordinarias. La primera y principal de ellas es la parroquia.

La parroquia es «una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular» (153). Como comunidad de fe, edificada en torno a la Eucaristía, debe ser espacio de comunión y participación eclesial (154). «La parroquia ofrece un modelo preclaro de apostolado comunitario al congregar en unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran, insertándolas en la universalidad de la Iglesia» (155). Como afirma Santo Domingo, la parroquia es «comunidad de comunidades y movimientos» (156), y como tal es la expresión más visible e inmediata de la comunión eclesial universal. Ella es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular (157) y representa visiblemente a la Iglesia universal extendida por toda la tierra (158).

La parroquia, como comunión orgánica y misionera, debe alentar la vida de las diversas comunidades, asociaciones y movimientos, respetando su propia identidad, para una mayor y permanente dinamización del servicio pastoral. Asimismo, cuando sea el caso, coordinar una adecuada inserción apostólica en los diferentes ambientes de la sociedad en la comunidad y el territorio bajo su cuidado pastoral. Esto debe entenderse a la luz de la eclesiología de comunión en la que se presentan de manera complementaria los distintos ministerios y carismas, todos integrados en una comunión evangelizadora y ordenados al crecimiento de la Iglesia, cada cual desde su propia modalidad e identidad.

Pero a la luz de los desafíos y problemas de la sociedad actual, especialmente en las ciudades, es claro que la parroquia es insuficiente. El Papa Juan Pablo II lo puso de manifiesto en la Christifideles laici: «Ciertamente es inmensa la tarea que ha de realizar la Iglesia en nuestros días; y para llevarla a cabo no basta la parroquia sola» (159). Más aún, la parroquia debe multiplicar su servicio más allá de las estructuras tradicionales renovándose en su organización (160). En este sentido, se presenta como muy importante, además de conveniente, alentar la formación de comunidades vivas de fe y promover la participación de asociaciones y movimientos en sus proyectos pastorales dentro de la porción del Pueblo de Dios confiada a su cuidado.

Es claro, por lo demás, que hay problemas y asuntos que sobrepasan el ámbito propio de la parroquia. Ya el Papa Juan XXIII indicaba: «Si los acuciantes problemas sociales o de otro orden con los que en determinados lugares y casos han de enfrentarse los católicos sobrepasan, tanto por su peculiar naturaleza como por sus soluciones, el restringido ámbito de la parroquia, entonces el impulso y la coordinación vendrán, para ser eficaces, de más arriba» (161).

La parroquia debe ser signo e instrumento visible de comunión y participación. Y como tal debe acoger y promover la presencia, desarrollo y proyección de los movimientos y asociaciones eclesiales, dándoles el espacio correspondiente para que puedan llevar a cabo su servicio eclesial. Su plan pastoral debe contemplar la articulación de estas comunidades en el proyecto global de la Iglesia particular. Las parroquias deben alentar la participación de todos aquellos que el Espíritu ha convocado en orden a la misión de la Iglesia, respetando siempre sus características particulares. En ese sentido no hay motivo para que no se acepte y se aliente la presencia en la parroquia de movimientos y asociaciones eclesiales, más todavía cuando éstos han sido debidamente reconocidos por el Obispo o son de carácter nacional o internacional, reconocidos por la Conferencia Episcopal o, según el caso, por la autoridad de la Sede Apostólica. Se debe reconocer a las asociaciones y movimientos libertad para actuar, respetando siempre su carisma y estilo eclesial, así como la necesaria autonomía para su gobierno interno y el establecimiento de sus prioridades de acción. La inserción de los movimientos y asociaciones al interior de la vida y de la pastoral de la parroquia debe realizarse, pues, sobre la base del respeto y el aliento del propio carisma, y, por lo tanto, de sus acentos apostólicos y pastorales. Y, finalmente, en lo que se pueda, se les debe acompañar y ayudar en la formación en vistas al crecimiento y madurez de sus miembros según la estatura de Jesucristo (cf. Ef 4,13). Como se recomienda en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros: «...el párroco, siempre en la búsqueda del bien común de la Iglesia, favorecerá las asociaciones de fieles y los movimientos, que se propongan finalidades religiosas, acogiéndolas a todas, y ayudándolas a encontrar la unidad entre sí, en la oración y en la acción apostólica» (162).

Los movimientos, por su lado, deben integrarse según sus posibilidades y de acuerdo a su propia identidad en el proyecto pastoral de las parroquias y ayudar en la dinamización y proyección apostólica. En su acción deben respetar las instancias y estructuras parroquiales. Deben tener también un cuidado muy especial en no desplazar a iniciativas de la misma parroquia o a otras comunidades con diferente carisma -tanto comunidades de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, como otras asociaciones y movimientos eclesiales-.

No han faltado ocasiones de tensiones que deben ser superadas en espíritu de caridad evangélica. La fecundidad apostólica de los movimientos debe ser prudentemente encauzada para bien de toda la Iglesia en un diálogo entre sus dirigentes y el párroco y los colaboradores de las diversas pastorales de la parroquia.


5.3.Las comisiones de pastoral

Pero además de la parroquia las Iglesias locales también tienen otras instancias de participación pastoral en las que también se debe tener en cuenta la integración y el servicio de los movimientos eclesiales. Se puede mencionar, por ejemplo, a las comisiones de pastoral. En la labor de coordinación que realizan a nivel de la Iglesia particular, será de gran utilidad tener en cuenta la riqueza y vitalidad de las asociaciones y movimientos.

En la proyección de los planes pastorales no es saludable oponer las diversas iniciativas. Debe primar siempre el espíritu de concordia y de coordinación, buscando la complementariedad antes que la exclusión o el conflicto (163). De esta manera los proyectos de las comisiones o las iniciativas de las estructuras tradicionales de la Iglesia particular no deberían entenderse como las únicas, ni plantear sus iniciativas de manera excluyente. Antes bien deben tener un espíritu de apertura para acoger las diversas expresiones y proyectos de la vida asociada y ayudar a canalizar sus dones en la Iglesia local.

Por otro lado, el que existan iniciativas pastorales a nivel de la Iglesia particular no elimina ni margina otras iniciativas pastorales de comunidades eclesiales -tales como encuentros, cursos, campañas-. La riqueza y abundancia de ocasiones de encuentro, formación y testimonio deben ser mantenidas y alentadas en vistas a la tarea de la evangelización. Cuidando que no se dupliquen inútilmente esfuerzos y que se coordinen, cuando sea el caso, fechas y ocasiones, se edificará una Iglesia local donde la comunión sea visible y sea testimonio ante el mundo.


5.4.Iglesia particular y universalidad de los carismas

Los carismas son dones del Espíritu para toda la Iglesia. Por consiguiente, una asociación o movimiento que tiene su origen en un carisma tiene necesariamente carácter universal. Esto es así incluso para aquéllos aprobados a nivel diocesano o nacional. Cuando un Obispo aprueba una asociación o movimiento lo hace no sólo como Pastor de una Iglesia particular, sino como miembro del Colegio episcopal. La historia de la Iglesia muestra que generalmente los carismas se expanden poco a poco fuera de las diócesis donde se originaron, manifestando así su universalidad como una expresión característica de su eclesialidad. Más aún, como señala el Papa Juan Pablo II en la Redemptoris missio, «la acción evangelizadora de la comunidad cristiana, primero en su propio territorio y luego en otras partes, como participación en la misión universal, es el signo más claro de madurez en la fe» (164). Esta universalidad debe llevar a que se permita la necesaria autonomía geográfica; autonomía no sólo interna sino también externa. Todo esto lleva a afirmar que las asociaciones y movimientos eclesiales constituyen un servicio a toda la Iglesia universal en la Iglesia particular.

En la relación de las asociaciones y movimientos eclesiales con las diócesis y las parroquias se debe tener en cuenta, pues, la dimensión supraparroquial y supradiocesana -muchas veces de carácter internacional- de estas comunidades. Esto constituye una fuente de enriquecimiento para las Iglesias locales y para las parroquias -cada cual en su nivel-. Parece oportuno recordar que el "localismo" termina siendo a menudo empobrecedor, a la vez que limita el horizonte de la misión. No es éste un asunto que ha sido sólo recientemente objeto de atención por parte de la Iglesia. Por ejemplo el Papa Pío XII afirmaba: «Que pueden existir, por otra parte, obras de apostolado seglar extraparroquiales y aun extradiocesanas, Nos diríamos, con preferencia supraparroquiales y supradiocesanas, según que el bien de la Iglesia lo exija, es igualmente verdadero y no es necesario repetirlo» (165). En el Concilio Vaticano II, a su vez, hablándose del apostolado de los laicos se dice: «...para responder a las necesidades de las ciudades y de las zonas rurales, no deben limitar su cooperación al ámbito de la parroquia o de la diócesis, sino que deben procurar extenderla a los campos interparroquial, interdiocesano, nacional o internacional; tanto más cuanto que, al crecer cada día más la emigración de los pueblos y al aumentar las relaciones mutuas y la facilidad de comunicación, ningún sector de la sociedad pueda permanecer cerrado en sí mismo» (166). Se puede recurrir a situaciones análogas en la relación de las comunidades de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.

Las diócesis y parroquias no deben cerrarse a su espacio geográfico y cultural. Los movimientos y asociaciones que están extendidos más allá de sus límites geográficos son un estímulo para mantener viva la conciencia de la universalidad de la Iglesia, así como para ampliar el horizonte apostólico. Los Pastores deben asimismo respetar la identidad y carisma de las asociaciones y movimientos, su carácter, estilo, fines y derecho propio. No se debe exigir que asuman obras o actividades que no correspondan al carisma de su fundación. También deben tener en cuenta las Iglesias locales los distintos tipos de asociaciones y movimientos que están presentes en su territorio, considerando las diferentes características jurídicas y pastorales.

Los movimientos y asociaciones eclesiales deben, por su lado, hacer un esfuerzo serio por inculturarse y por integrarse, desde su carisma, identidad y estilo propio, en las diversas realidades eclesiales y culturales. Deben poner al servicio de la comunidad sus dones particulares haciendo un esfuerzo permanente por salir al encuentro de las necesidades de la Iglesia local. Asimismo deben armonizar la exigencia fundamental de seguir fielmente su carisma y obras propias, con las necesidades pastorales locales. Esto puede exigir prudentes y convenientes adaptaciones de los medios. Es muy útil para ello una permanente coordinación.

Las tensiones o faltas de entendimiento y coordinación que puedan surgir en este sentido deben ser afrontadas con paciencia, flexibilidad, prudencia, magnanimidad y sobre todo caridad, por parte de todos (cf. 1 Cor 13,1-10).


5.5.Ámbitos de inserción

La inserción de los movimientos eclesiales en la Iglesia local evidencia la existencia de lo que se puede calificar como ámbitos diversos de participación y comunión. Estos ámbitos se entrecruzan entre sí. Tener en cuenta su existencia ayuda a organizar una pastoral eficaz y orgánica así como a comprender el aporte que pueden significar las asociaciones y movimientos eclesiales en los proyectos de pastoral de conjunto.

Se pueden mencionar por lo menos dos ámbitos:

-Ámbitos territoriales. Se trata de aquellos ámbitos circunscritos a un determinado territorio geográfico. Se debe considerar aquí a las diócesis y a las parroquias. También se incluyen barrios, o lugares concretos como escuelas, universidades, centros de trabajo u hospitales.

-Ámbitos funcionales. Se trata de ámbitos que no están circunscritos a territorios. Se refieren más bien a una vinculación de tipo funcional que atraviesa espacios o territorios comunes. Así, por ejemplo, el mundo del trabajo, la política, la educación, el arte, el deporte, los medios de comunicación social, el mundo campesino, etc. Se pueden también incluir los vínculos de edad -jóvenes, ancianos, etc.-, de ocupación -abogados, médicos, estudiantes, artesanos, etc.-, de situación personal -viudas, huérfanos, minusválidos, enfermos, etc.-.

Se debe añadir entre estos dos tipos de ámbitos lo que se puede llamar apoyo pastoral que se incluye en ambos, pero que por sus características peculiares e importancia merece también tenerse en cuenta. Se trata fundamentalmente de todos aquellos servicios de formación -en sus distintos aspectos: doctrinal, espiritual, en la acción-, de celebración y de compromiso evangelizador y solidario.

Los movimientos y asociaciones eclesiales ofrecen la posibilidad de un importante aporte en los dos ámbitos y en los campos de apoyo pastoral. Teniendo en cuenta los desafíos que la pastoral en las ciudades presenta a las parroquias, se debe destacar el enorme servicio que pueden ofrecer especialmente en los ámbitos funcionales. Las Iglesias locales no deben desaprovechar los dones de estos movimientos y asociaciones, antes bien deben poner los medios para que fructifiquen para bien de todo el Pueblo de Dios en cada territorio. Se podrá así impulsar mejor la presencia de la Iglesia en los "areópagos modernos" (167), en los cuales se configuran muchas de las tendencias culturales y en los cuales a menudo se olvida al Creador y Redentor.


5.6.Los sacerdotes diocesanos y los movimientos eclesiales

Asociado orgánicamente al ministerio del Obispo está el sacerdote diocesano. Dado su papel en la Iglesia particular, le corresponde también, dentro de su servicio ministerial, un importante rol en relación a las asociaciones y movimientos eclesiales, especialmente en su inserción en la pastoral de la Iglesia particular. Como colaborador del orden episcopal le toca ayudar en la acogida y acompañamiento de los movimientos, así como en la coordinación cotidiana y la orientación en los diversos campos de inserción y servicio pastoral.

Cabe mencionar aquí la figura del asistente eclesiástico o consejero espiritual que en no pocas oportunidades puede recaer en un sacerdote diocesano. Ha sido costumbre que las asociaciones eclesiales laicales cuenten con un sacerdote que acompañe con su ministerio sacerdotal, asesorando en nombre de la Iglesia. El Código indica que las asociaciones públicas deben tener un capellán o asistente eclesiástico que es nombrado por la autoridad eclesiástica (168). En el caso de las asociaciones privadas es elegido por la misma asociación y presentado para su confirmación a la autoridad eclesiástica; en este caso es una figura optativa que puede pedir la asociación, y tiene el nombre de consejero espiritual (169).

En los movimientos más recientes donde se dan integrados orgánicamente los diversos estados de vida -entre ellos el sacerdocio ministerial- los sacerdotes que han crecido en el seno de las mismas comunidades cumplen naturalmente este rol. Uno de ellos puede asumir una responsabilidad especial en este sentido, que la Jerarquía confirma.

Es recomendable que cuando sea posible el sacerdote que haga las veces de asistente eclesiástico o consejero espiritual tenga una vinculación con la comunidad en cuestión. La Apostolicam actuositatem sugiere también: «Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y adecuadamente formados para ayudar a las formas especiales del apostolado de los laicos» (170). El sacerdote que cumple con este servicio deberá ser siempre para el movimiento ministro de la vida sacramental, animador de la vida espiritual, educador en la fe, artífice de comunión y reconciliación, promotor del servicio apostólico (171).

La relación de los sacerdotes con las asociaciones y movimientos eclesiales es una ocasión para poner de manifiesto la complementariedad entre las diversas vocaciones, ministerios y carismas al interior del Pueblo de Dios. Como se afirma en la Apostolicam actuositatem, «el apostolado de los laicos y el ministerio pastoral se complementan mutuamente de modo muy especial» (172).

Las asociaciones y movimientos son también una ocasión de enriquecimiento para la vida sacerdotal. Muchos sacerdotes se han vinculado a asociaciones y movimientos y han encontrado una instancia de comunión que ha redundado en diversos beneficios, incluso para su misma acción ministerial. El Papa Juan Pablo II en la Pastores dabo vobis señala que los sacerdotes pueden allí acceder a «ricos dones espirituales»: «Es éste el caso de muchas asociaciones eclesiales -antiguas y nuevas-, que acogen en su seno también a sacerdotes: desde las sociedades de vida apostólica a los institutos seculares presbiterales; desde las varias formas de comunión y participación espiritual a los movimientos eclesiales» (173).

Uno de los aspectos que se debe cuidar en la relación de los sacerdotes con los movimientos es el peligro del clericalismo. La conciencia cada vez más extendida de la responsabilidad del laicado en la vida de la Iglesia debe llevar a que los laicos puedan insertarse y participar adecuada y activamente en su misión. Es éste un problema que debe cuidarse tanto en los fieles clérigos como en los mismos fieles laicos, en aras de contribuir eficazmente en la misión de la Iglesia.

Pero tampoco está bien que por evitar el clericalismo se desdibuje la identidad propia del sacerdote. Son iluminadoras las palabras del Santo Padre: «En las organizaciones y asociaciones en que prestáis servicio -¡no os equivoquéis!- la Iglesia os quiere sacerdotes y los laicos con quienes alternáis os quieren sacerdotes y nada más que sacerdotes. La confusión de carismas empobrece a la Iglesia, no la enriquece en nada» (174).

Finalmente, también se debe tener en cuenta el ambiente fecundo que están resultando muchas asociaciones y movimientos eclesiales en relación al surgimiento de vocaciones sacerdotales. La experiencia de fe y de comunión es campo propicio para escuchar la llamada del Señor y para responder y crecer en la vocación. El Papa Juan Pablo II hace una mención de ello en la Pastores dabo vobis: «También hay que mencionar aquí a los numerosos grupos, movimientos y asociaciones de fieles laicos que el Espíritu Santo hace surgir y crecer en la Iglesia, con vistas a una presencia cristiana más misionera en el mundo. Estas diversas agrupaciones de laicos están resultando un campo particularmente fértil para el nacimiento de vocaciones consagradas y son ambientes propicios de oferta y crecimiento vocacional. En efecto, no pocos jóvenes, precisamente en el ambiente de estas agrupaciones y gracias a ellas, han sentido la llamada del Señor a seguirlo en el camino del sacerdocio ministerial y han respondido a ella con generosidad. Por consiguiente, hay que valorarlas para que, en comunión con toda la Iglesia y para el crecimiento de ésta, presten su colaboración específica al desarrollo de la pastoral vocacional» (175).

La participación de las asociaciones y movimientos eclesiales en lo relativo a la pastoral vocacional no termina con lo mencionado. Deben también, como viene sucediendo en muchos casos, aportar a la formación de los aspirantes al sacerdocio. «También las asociaciones y los movimientos juveniles -señala el Papa Juan Pablo II-, signo y confirmación de la vitalidad que el Espíritu asegura a la Iglesia, pueden y deben contribuir a la formación de los aspirantes al sacerdocio, en particular de aquellos que surgen de la experiencia cristiana, espiritual y apostólica de estas instituciones. Los jóvenes que han recibido su formación de base en ellas y las tienen como punto de referencia para su experiencia de Iglesia, no deben sentirse invitados a apartarse de su pasado y cortar las relaciones con el ambiente que ha contribuido a su decisión vocacional, ni tienen por qué cancelar los rasgos característicos de la espiritualidad que allí aprendieron y vivieron, en todo aquello que tiene de bueno, edificante y enriquecedor. También para ellos este ambiente de origen continúa siendo fuente de ayuda y apoyo en el camino formativo hacia el sacerdocio» (176).

Es importante no perder de vista que, como indica el Papa Juan Pablo II, «un movimiento o espiritualidad "no es una estructura alternativa a la institución. Al contrario, es fuente de una presencia que continuamente regenera en ella la autenticidad existencial e histórica. Por esto, el sacerdote debe encontrar en el movimiento eclesial la luz y el calor que lo hacen ser fiel a su Obispo y dispuesto a los deberes de la institución y atento a la disciplina eclesiástica, de modo que sea más fértil la vibración de su fe y el gusto de su fidelidad"» (177). Lo que lleva al Santo Padre a afirmar que «la participación del seminarista y del presbítero diocesano en espiritualidades particulares o instituciones eclesiales es ciertamente, en sí misma, un factor beneficioso de crecimiento y de fraternidad sacerdotal» (178).


5.7. Vida consagrada, sociedades de vida apostólica y movimientos eclesiales

Otro de los aspectos que se debe considerar en la inserción en la Iglesia particular es la relación entre los movimientos y asociaciones eclesiales, y las comunidades de vida consagrada y sociedades de vida apostólica. Una plena inserción y articulación en la Iglesia particular requiere la vivencia de la complementariedad -desde el respeto a la propia fisonomía e identidad- y la colaboración entre las diversas formas asociativas. Es amplia la gama de posibilidades de colaboración e interacción entre fieles laicos y miembros de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica que se han abierto en los últimos tiempos (179). Se manifiesta aquí singularmente aquello que, desde la perspectiva de una eclesiología de comunión, ponía de relieve el Papa Juan Pablo II: «En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es común -mejor dicho, único- su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisonomía, y al mismo tiempo, cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio» (180).

Hay pues un aspecto de complementariedad a partir de la diversidad de la original e inconfundible fisonomía propia de cada estado de vida, clerical y laical. Esta complementariedad se da también en la relación entre asociaciones. Los diferentes estados de vida y las diversas comunidades «se unifican profundamente en el "misterio de comunión" de la Iglesia», pero a la vez «se coordinan dinámicamente en su única misión» (181).

Otro tipo de relación también se ha establecido entre personas consagradas y movimientos eclesiales. La flexibilidad de los movimientos en su organización y proyección ha llevado a que miembros de institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica se integren y participen de estas experiencias con gran provecho para su vida personal y, en ocasiones, también para su comunidad de origen. Los consagrados, por su lado, aportan mucho a los movimientos desde su tradición, espiritualidad y carisma. La Iglesia particular se enriquece con este tipo de relaciones que genera un intercambio muy beneficioso para todos. Debe evitarse, sin embargo, que se diluya el carisma e identidad espiritual, así como la propia fisonomía y el carácter tanto de la vida consagrada como del movimiento. La condición para una relación provechosa -de ambos lados- no puede ser otra que la solidez de la propia identidad (182).

El Papa Juan Pablo II ofrece en la exhortación post-sinodal Vita consecrata los siguientes criterios de discernimiento: «En estos años no pocas personas consagradas han entrado a formar parte de alguno de los movimientos eclesiales surgidos en nuestro tiempo. Con frecuencia los interesados se benefician especialmente en lo que se refiere a la renovación espiritual. Sin embargo, no se puede negar que en algunos casos esto crea malestar y desorientación a nivel personal y comunitario, sobre todo cuando tales experiencias entran en conflicto con las exigencias de vida comunitaria y de la espiritualidad del propio Instituto. Es necesario por tanto poner mucho cuidado en que la adhesión a los movimientos eclesiales se efectúe siempre respetando el carisma y la disciplina del propio Instituto, con el consentimiento de los Superiores y de las Superioras, y con disponibilidad para aceptar sus decisiones» (183).

Hay que tener en cuenta en relación a este asunto la diversidad de asociaciones y movimientos. Como se señala en el documento La vida fraterna en comunidad, cuyas orientaciones sobre el particular son muy valiosas, «algunos movimientos son simplemente movimientos de animación; otros por el contrario, tienen proyectos apostólicos, que pueden ser incompatibles con los de la comunidad religiosa» (184).

Y, por otro lado, se deben tener en cuenta también los diversos tipos de vinculación y pertenencia. Son muchas las posibilidades de vinculación a los movimientos que se pueden presentar para las personas consagradas. «Algunas participan sólo como asistentes; otras, sólo ocasionalmente; otras son miembros estables y en plena armonía con la propia comunidad y espiritualidad» (185). Es loable cuando una persona consagrada acompaña y aporta desde su propia identidad a las asociaciones y movimientos. Se debe tener cuidado, sin embargo, cuando la vinculación a la asociación aleja de la comunidad de vida consagrada o sociedad de vida apostólica generándose un distanciamiento tanto sicológico como pastoral, a la vez que un debilitamiento de la propia identidad espiritual.

Teniendo en cuenta el respeto a la propia identidad y los criterios de complementariedad de carismas se abre un sugerente ámbito de relación y colaboración entre las asociaciones y movimientos eclesiales y los consagrados en sus diversas formas. «Los movimientos pueden constituir un desafío fecundo para la comunidad religiosa, para su tensión espiritual, la calidad de su oración, la audacia de sus iniciativas apostólicas, su fidelidad a la Iglesia y la intensidad de su vida fraterna. La comunidad religiosa debería estar abierta al encuentro con los movimientos, con una actitud de mutuo conocimiento, de diálogo y de intercambio de dones» (186).

Se debe mencionar también la presencia de las llamadas tradicionalmente terceras órdenes. Se trata de asociaciones fundamentalmente laicales que tienen una vinculación directa y orgánica a un carisma y a un instituto determinado (187). La historia de la Iglesia es rica en ejemplos de servicio armónico, donde se han complementado muy bien los diversos estados de vida y ministerios en orden a la misión de la Iglesia.

Los movimientos y asociaciones eclesiales, como se ha mencionado, se han constituido también en un fértil ámbito para el surgimiento de vocaciones para la vida consagrada y las sociedades de vida apostólica (188). Esto ha sido puesto de manifiesto en diversos documentos y está siendo tomado cada vez más en cuenta en las distintas instancias de orientación vocacional (189).

Pero además de las formas tradicionales de vida consagrada cabe destacar como un nuevo don del Espíritu el surgimiento de nuevas formas de consagración a través de o en contacto con los movimientos eclesiales (190). Se trata de experiencias en muchos casos aún en maduración, pero que en otros ya se han organizado de diferentes maneras, dándole así a un mismo carisma diversas concreciones. Algunas de ellas han generado al interior del movimiento o en vinculación con él, asociaciones de fieles, institutos de vida secular o sociedades de vida apostólica (191). En varias de estas nuevas experiencias se mantiene el carácter laical de la consagración, no obstante el compromiso de castidad perfecta por el reino que se hace -incluso el de obediencia y el de pobreza en diversas modalidades que tienen en cuenta los tiempos actuales- (192). Es éste un horizonte nuevo para la Iglesia que se presenta con señales muy esperanzadoras.


5.8.Relaciones de movimientos y asociaciones entre sí

Otro aspecto de la articulación en la Iglesia particular es la relación de las asociaciones y movimientos eclesiales entre sí. A todo lo dicho con respecto a otras realidades de la necesidad del complemento, respeto mutuo y coordinación, se debe añadir -por las particulares circunstancias de descristianización de nuestra sociedad- la importancia de impulsar la concordia y acción convergente de los movimientos y asociaciones eclesiales.

El Papa Juan Pablo II propuso todo un programa sobre el particular que ilumina esta realidad: «Cada movimiento sigue su objetivo, con sus propios métodos, en su sección o en su medio. Es importante, sin embargo, adquirir conciencia de vuestra complementariedad y establecer lazos entre los movimientos, no sólo de estima mutua y diálogo, sino también una cierta concertación e incluso una verdadera colaboración. Estáis invitados a ello en virtud de vuestra fe común, de vuestra común pertenencia al Pueblo de Dios, y más precisamente a la misma Iglesia particular; y en virtud de la identidad de enfoques fundamentales sobre el apostolado, frente a los mismos problemas que afrontan la Iglesia y la sociedad. Sí, es saludable adquirir conciencia de que la especialización de vuestros movimientos permite, por lo general, captar profundamente un aspecto de las realidades, pero requiere otras formas complementarias de apostolado» (193).

Así pues, se debe promover en la Iglesia los vínculos de fraternidad entre los movimientos y asociaciones eclesiales, alentando la colaboración y la estima mutua (194). El fortalecimiento de la comunión en la Iglesia debe llevar a valorar la complementariedad y la concertación. Debe en este sentido eliminarse todo espíritu de contienda y rivalidad, para dar ante el mundo el testimonio de unidad que el Señor pide. De esta manera podrán fructificar plenamente los dones que el Espíritu derrama en los corazones de los fieles y así contribuir eficazmente a la misión de la Iglesia.


5.9.Relación con otros fieles laicos

 

 

 

 



 

 

En la articulación en la Iglesia particular los movimientos y asociaciones eclesiales deben tener también en cuenta a quienes no pertenecen a algún tipo de asociación, ya que la mayoría de los fieles no tiene vinculación con una asociación o movimiento eclesial. El Papa Juan Pablo II ha señalado sobre el particular: «...no podéis nunca olvidar que, además de vuestras asociaciones, hay todo un pueblo de bautizados, de confirmados, y de fieles "practicantes" que, sin inscribirse a un movimiento, realizan personalmente un verdadero apostolado cristiano, un apostolado de Iglesia en sus familias, en sus pequeñas comunidades y especialmente en sus parroquias, mediante su ejemplo y entregándose a múltiples tareas apostólicas» (195).

También en este caso se debe promover la coordinación y la complementariedad con todos los fieles, especialmente con quienes en la Iglesia se comprometen en acciones de servicio apostólico y solidario. Las asociaciones y movimientos pueden ser una importante instancia de apoyo y ayuda para quienes actúan individualmente, cuidando siempre de respetar la misión y características personales.

Se debe tener en cuenta que cuando la Jerarquía convoca a impulsar algún proyecto apostólico, ninguno de los convocados puede arrogarse la representatividad de todos. Por otro lado, resulta saludable que se generen instancias donde los miembros de asociaciones eclesiales puedan colaborar con otros laicos en un ambiente de profundo respeto mutuo, donde se viva y promueva la comunión y la participación eclesial.


5.10.En todo caridad

Finalmente, ha ocurrido que en el proceso de inserción y articulación de las asociaciones y movimientos eclesiales en el servicio pastoral de las Iglesias locales se han producido algunas situaciones tensas y a veces conflictivas en las que no han faltado las incomprensiones. Con auténtico espíritu evangélico se debe evitar toda situación de tensión buscando en todo que prime el respeto, nutrido por la caridad, como regla de conducta.

En el proceso de surgimiento y desarrollo de las asociaciones y movimientos a lo largo de la historia no ha sido extraño que se presenten dificultades e incomprensiones por parte de otros miembros del Pueblo de Dios. Son muchas las causas que han producido estas situaciones, tanto de lado de miembros de las mismas asociaciones y movimientos como también de parte de otros miembros del Pueblo de Dios. La novedad de los carismas ha sido en ocasiones un factor que ha dificultado su comprensión y aceptación.

Se debe realizar un esfuerzo por generar un clima de comprensión y entendimiento en la Iglesia. Una regla de oro que se debe tener en cuenta es la que enseñaba San Ignacio: «Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla...» (196). No han faltado situaciones que han devenido en conflictos por causa de insuficiente información, juicios apresurados o falta de diálogo. Incluso se han generado situaciones tensas como producto de opiniones vertidas sin suficiente fundamento, y, lamentablemente, en ocasiones con temeraria ligereza. En este sentido no está demás tener presente lo que señala el Código de Derecho Canónico sobre el derecho a la buena fama que todos tienen, incluyendo por extensión a las asociaciones: «A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza» (197); como tampoco a nadie le es lícito calumniar (198). Esto va parejo con el sano sentido crítico que se ha de tener sobre opiniones o "testimonios" negativos, los que en deber de justicia y caridad deben ser siempre evaluados y contrastados con la realidad para así determinar su verdadero peso específico. En el fondo se trata de esforzarse por vivir con mayor exigencia y mayor coherencia las exigencias de la fe, así como la apertura a las diversas manifestaciones del Espíritu.

Viene al caso recordar a las asociaciones y movimientos eclesiales, especialmente a los de origen más reciente que han experimentado algunas pruebas y dificultades en su inserción en la Iglesia local, lo que afirma el documento Mutuae relationis: «La exacta ecuación entre carisma genuino, perspectiva de novedad y sufrimiento interior, supone una conexión constante entre carisma y cruz; es precisamente la cruz la que, sin justificar los motivos inmediatos de incomprensión, resulta sumamente útil al momento de discernir la autenticidad de una vocación» (199).


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NOTAS

146.Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 28-V-1992, 7ss.

147.LG, 27.

148.CD, 17.

149.AA, 23.

150.S.S. Pío XII, Nos sentimos, 7-XII-1947.

151.Catecismo de la Iglesia Católica, 791.

152.AA, 23.

153.C.I.C., c. 515 § 1. Cf. CD, 30.

154.Cf. Puebla, 644.

155.AA, 10.

156.Santo Domingo, 58.

157.Cf. S.S. Juan Pablo II, ChL, 26.

158.Cf. Sacrosanctum Concilium, 42.

159.S.S. Juan Pablo II, ChL, 26.

160.Es ilustrativo lo que señala Puebla: «Con todo, subsisten aún actitudes que obstaculizan este dinamismo de renovación: primacía de lo administrativo sobre lo pastoral, rutina, falta de preparación a los sacramentos, autoritarismo de algunos sacerdotes y encerramiento de la parroquia sobre sí misma, sin mirar a las graves urgencias apostólicas del conjunto» (Puebla, 633). Cf. también Medellín, 15,4; 15,13; Puebla, 78, 649; Santo Domingo, 59, 60, 257.

161.S.S. Juan XXIII, Vida parroquial, 30-IV-1960, 6. Se podrían añadir además los casos de fieles que quedan al margen de la atención pastoral de la parroquia. El decreto Christus Dominus señala: «Hay que tener una preocupación especial por los fieles que, por determinadas circunstancias, no pueden aprovecharse suficientemente del cuidado pastoral común y ordinario de los párrocos o carecen totalmente de él. Éste es el caso de la mayoría de los emigrantes, exiliados y prófugos, hombres del mar y del aire, nómadas y otros parecidos. Es necesario promover métodos pastorales adecuados para favorecer la vida espiritual de los que van de vacaciones a otras regiones» (CD, 18). Cf. también AA, 10.

162.Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31-I-1994, 30.

163.Cf. AA, 26.

164.S.S. Juan Pablo II, RMi, 49.

165.S.S. Pío XII, Discurso al I Congreso mundial de apostolado seglar, 14-X-1951.

166.AA, 10.

167.Cf. S.S. Juan Pablo II, Discurso a los miembros de la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, 14-V-1992, 4. Cf. también RMi, 37.

168.Cf. C.I.C., c. 317.

169.Cf. C.I.C., c. 324. En las Iglesias locales es el ordinario del lugar. En el caso de las asociaciones internacionales es presentado a la Santa Sede para su confirmación.

170.AA, 25.

171.Cf. Pontificio Consejo para los Laicos, Los sacerdotes en el seno de las asociaciones de fieles. Identidad y misión, Ciudad del Vaticano, 1981.

172.AA, 6.

173.S.S. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis (PDV), 31. Se puede ver: Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31-I-1994, 88.

174.S.S. Juan Pablo II, Discurso a los asistentes eclesiásticos de las Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales, 13-XII-1979, 4.

175.S.S. Juan Pablo II, PDV, 41. Cf. Congregación para la Educación Católica (para los Seminarios e Institutos de estudio), Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, 4-XI-1993, 21.

176.S.S. Juan Pablo II, PDV, 68.

177.Loc. cit.

178.Loc. cit.

179.Cf. Pontificio Consejo para los Laicos, Todos sarmientos de la única vid, Ciudad del Vaticano, 1994.

180.S.S. Juan Pablo II, ChL, 55.

181.Loc. cit.

182.Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Orientaciones sobre la formación en los institutos religiosos, 2-II-1990, 92-93.

183.S.S. Juan Pablo II, VC, 56. Cf. C.I.C., c. 307 § 3.

184.Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, La vida fraterna en común, 2-II-1994, 62.

185.Loc. cit.

186.Loc. cit.

187.Cf. C.I.C., c. 303.

188.Cf. S.S. Juan Pablo II, PDV, 41.

189.Cf. Congregación para la Educación Católica y Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Desarrollo de la pastoral de las vocaciones en las Iglesias particulares, 24-I-1992, 25, 85, 86 y 90.

190.Cf. S.S. Juan Pablo II, ChL, 56.

191.Cf. Pontificio Consejo para los Laicos, Testigos de la riqueza de los dones, Ciudad del Vaticano, 1992.

192.Cf. S.S. Juan Pablo II, VC, 62.

193.S.S. Juan Pablo II, Discurso a los responsables de los movimientos de apostolado de los laicos, París, 31-V-1980, 2.

194.Cf. C.I.C., c. 328.

195.S.S. Juan Pablo II, Discurso a los responsables de los movimientos de apostolado de los laicos, París, 31-V-1980, 2.

196.San Ignacio de Loyola, en Catecismo de la Iglesia Católica, 2478.

197.C.I.C., c. 220.

198.Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2477 y 2479.

199.Congregación para los Obispos y Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Mutuae relationis, 14-V-1978, 12.

 

 

 

 

 

 






 







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