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4. Evangelización de los medios electrónicos
Documento realizado por Mons. John Myers en el que analiza el uso de la tecnología y cómo puede ésta estar al servicio de la Nueva Evangelización.


Por: Mons. John J. Myers | Fuente: VE-Multimedios




La unión de la tecnología con la ideología que comenzó a finales del siglo XIX y se despliega por el siglo XX ha tenido consecuencias de largo alcance.

Los logros tecnológicos de las naciones del hemisferio norte les ha permitido dominar política y económicamente a los países del sur.

La unión de la tecnología con las ideologías marxista y nacional-socialista ha hecho de este siglo el siglo de las "megamuertes", en la medida en que las nuevas tecnologías de destrucción y control han permitido a los gobiernos totalitarios estrangular la vida y la libertad de millones de personas (9).

La unión del secularismo con las nuevas tecnologías de comunicación masiva también plantea una amenaza potencial a la humanidad.

De hecho, el secularismo y el materialismo de hoy en día son las fuentes de la cultura de muerte que amenaza tan seriamente las estructuras de las sociedades occidentales.

Paradigmas familiares seculares, irrespeto a la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, un concepto de libertad separado de la verdad, consumismo descontrolado, hedonismo y avaricia pueden ser promovidos con una facilidad y extensión sin precedentes por medio de la cultura electrónica.

La comunicación instantánea, poco costosa e interactiva, el alcance mundial de las redes, el acceso inmediato a casi toda forma concebible de información -incluyendo la pornografía, la literatura del odio y propaganda anti-católica- significan que el mundo moderno, con todo lo bueno y todo lo malo que contiene, será llevado directamente a los hogares de innumerables familias.

Así como el marxismo, la ideología del secularismo fracasará finalmente debido a su «propia debilidad interna» y «como consecuencia de sus propios errores y abusos» (10). Pero no podemos esperar a que continúe corriendo por su curso destructivo.

El Pueblo de Dios y todos los hombres y mujeres de buena voluntad tienen la obligación de oponerse a esta ideología.

Debemos combatirla con un esfuerzo evangelizador constante, un compromiso activo de los laicos, las familias y los profesionales católicos y con incesante oración.

Los 17 años de pontificado del Papa Juan Pablo II, dedicados a la implementación de las enseñanzas del Vaticano II, nos proveen de un análisis crítico de la cultura moderna y un modelo para la acción.

Él ha leído los signos de los tiempos y ha visto en la búsqueda de la liberación y de los derechos humanos las aspiraciones más profundas del hombre moderno.

Sus encíclicas han explorado el verdadero significado de liberación y los terribles resultados de la libertad separada de la verdad: licencia que inevitablemente lleva a nuevas formas de dominación de los fuertes sobre los débiles.

Su magisterio sobre la dignidad humana y la dignidad de cada persona única e irrepetible ha sumado una profundidad y articulación inusitadas a la cuestión de los derechos humanos.

Él ha presentado repetidamente sus análisis a todo el mundo, desde las Jornadas Mundiales de la Juventud hasta sus libros best-sellers.

Nuevamente, hace poco viajó a otro gran areópago del mundo moderno, las Naciones Unidas, para invitar a todas las personas de buena voluntad a «construir en el siglo que está por llegar y para el próximo milenio una civilización digna de la persona humana, una verdadera cultura de la libertad» (11).

Cristo, a través del Papa está llamando a «los hombres de hoy, especialmente a los jóvenes, a ponerse en camino por las rutas del Evangelio en dirección a un mundo mejor» (12).

«En el mundo contemporáneo se siente una especial necesidad del Evangelio, ante la perspectiva ya cercana del año 2000» (13).

Con todos los medios de transporte y de comunicación que nos son accesibles, «nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos» (14).

Es imperativo que hagamos presente nuestra misión evangelizadora en el mundo de la información. No podemos retrasar, no podemos dejarnos sobrepasar por el movimiento de la cultura porque corremos el riesgo de pecar por omisión.

«¡Ay de mí si no evangelizare!» (1Cor 9,16) dijo San Pablo. Tenemos que propagar la Buena Nueva de Cristo y de la Iglesia.

Tenemos que hacer que se conozca la poderosa síntesis de la reciente enseñanza papal de tal modo que llegue a la imaginación popular e influencie la opinión pública.

Esto significará diseñar y desarrollar materiales catequéticos para el espacio cibernético, materiales de alta calidad que sean atractivos, interesantes, conmovedores y que hablen a las esperanzas, aspiraciones y problemas de las personas de hoy.

Dada la naturaleza transdiocesana de las redes de comunicación esto necesariamente será un trabajo colaborativo de las conferencias regionales de obispos.

A pesar de nuestros mejores esfuerzos tecnológicos, el Papa nos recuerda, sin embargo, que la evangelización será siempre una tarea difícil.

«La salvación no consiste en hábiles palabras o esquemas humanos, sino en la cruz y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo» (15). Hasta Pablo fue acallado en el areópago cuando mencionó la muerte y resurrección de Cristo. «Sin embargo, no se rindió. Derrotado en Atenas, reanudó con santa tozudez el anuncio del Evangelio a toda criatura» (16).

En La misión del Redentor, el Santo Padre nos recuerda que «el trabajo en estos medios... no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio.

Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo.

No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna» (17).

Pablo VI en Evangelii nuntiandi observó que las culturas mismas necesitan ser regeneradas por medio del contacto con el Evangelio (18). Convencido de los lazos inquebrantables entre la fe y la cultura, el Papa actual ha enfatizado repetidamente que la evangelización «se inserta también en la cultura de las Naciones, ayudando a ésta en su camino hacia la verdad y en la tarea de purificación y enriquecimiento» (19).

No se trata de que la Iglesia domine la cultura electrónica, sino de que la sirva transformándola. Ésta es sobre todo la labor del laico creyente.

Es una responsabilidad fundamental de los Pastores de la Iglesia lograr que el laicado descubra su rol absolutamente esencial en esta evangelización de la cultura.

Deben actuar como una influencia transformadora en la cultura, con la fe y el celo de los primeros cristianos. «Pensemos, queridos hermanos y hermanas -escribió el Papa Juan Pablo II en La misión de Cristo Redentor-, en el empuje misionero de las primeras comunidades cristianas.

A pesar de la escasez de medios de transporte y de comunicación de entonces, el anuncio evangélico llegó en breve tiempo a los confines del mundo» (20).

Tenemos hoy la tarea, como está tan claramente afirmado en el Concilio Vaticano II, de revigorizar el sentido de la vocación y la misión entre los laicos. «La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión» (21).

El documento conciliar sobre el apostolado de los laicos afirma: «El apostolado de los seglares, que brota de la esencia misma de su vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia... Nuestro tiempo no exige menos celo en los seglares.

Por el contrario, las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio... (se) han ampliado inmensamente los campos del apostolado de los seglares, en su mayor parte abiertos solamente a éstos» (22).

Cristianizar la cultura no es un mandato o una tarea dada por el clero, sino que «la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (23).

«Insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado» (24).

El pueblo creyente de Cristo debe iluminar con el Evangelio a toda la sociedad mediante su presencia y testimonio en todo lugar, pero especialmente en sus hogares y espacios de trabajo. Aquéllos involucrados con los medios de comunicación social o con el mundo del arte tienen que amar la profesión escogida y practicarla con gozo y excelencia.

Al mismo tiempo, deben entender que su trabajo no tiene sentido si es que no está dirigido a la gloria de Dios y al servicio de la dignidad humana. Para que su arte sea verdaderamente creativo y no destructivo debe promover lo más alto del hombre.

Nuestra tarea como hombres de Iglesia es preparar y fortalecer el laicado para combatir el secularismo que promueve la existencia separada en compartimientos estancos que relega a Dios a una pequeña parte de la vida de la persona.

Mediante su trabajo, deben aspirar a promover la paz y la justicia en las familias y en la sociedad, promover la solidaridad humana, oponerse a las estructuras de pecado que explotan y oprimen la dignidad humana.

Recordemos las palabras de Gaudium et spes: «El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época...

El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios» (25).

Nuestra esperanza en el futuro de la cultura electrónica puede ser verdaderamente grande si podemos inculcar en los hombres y mujeres laicos la fe, la valentía, y la convicción para que siempre utilicen sus expresiones artísticas al servicio de la humanidad.

Más aún, mediante la colaboración con sus semejantes, hombres y mujeres de buena voluntad, tendrán innumerables oportunidades para comunicarles que su trabajo, si se quiere que alcance su verdadero valor, debe siempre promover la verdadera libertad y dignidad humana.

En La misión de Cristo Redentor, Juan Pablo II nos dice: «Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos... responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo» (26).

La cultura electrónica y la era de la información venidera ofrecen grandes retos y oportunidades para la propagación del Evangelio y para el desarrollo humano. Cristo dice: «¡Mi Padre obra siempre y yo también obro!» (Jn 5,17). Debemos afrontar el futuro con confianza en el poder de Cristo y del Evangelio.

El Papa afirma en Cruzando el umbral de la esperanza: «El Padre y el Hijo obran en el Espíritu Santo, que es el Espíritu de verdad, y la verdad no cesa de ser fascinante para el hombre, especialmente para los corazones jóvenes» (27).

El secularismo y otras ideologías falsas han engendrado amargas cosechas durante este siglo y el siglo pasado. Sin embargo, como el Papa Juan Pablo dijo a las Naciones Unidas a principios de este mes: «No debemos tener miedo del futuro. No debemos tener miedo del hombre...

Tenemos en nosotros la capacidad de sabiduría y de virtud. Con estos dones, y con la ayuda de la gracia de Dios, podemos construir en el siglo que está por llegar y para el próximo milenio una civilización digna de la persona humana, una verdadera cultura de la libertad.

¡Podemos y debemos hacerlo! Y haciéndolo, podremos darnos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu humano» (28).


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Notas

9. Ver Zbigniew Brzezinski, Out of control, Charles Scribner´s Sons, Nueva York 1993, pp. 3-18.

10. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, ob. cit., p. 148.

11. Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea general de las Naciones Unidas, 5/10/1995, 18. ]

12. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, ob. cit., p. 135.

13. Allí mismo, p. 132.

14. Redemptoris missio, 92.

15. Juan Pablo II, Homilía durante la celebración de Vísperas en el seminario de Yonkers, Nueva York, 6/10/1995, 3.

16. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, ob. cit., p. 126.

17. Redemptoris missio, 37.

18. Evangelii nuntiandi, 20.

19. Centesimus annus, 50.

20. Redemptoris missio, 90.

21. Lug. cit.

22. Apostolicam actuositatem, 1.

23. Allí mismo, 2.

24. Allí mismo, 3.

25. Gaudium et spes, 43.

26. Redemptoris missio, 92.

27. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, ob. cit., p. 132.

28. Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea general de las Naciones Unidas, 5/10/1995, 1

 








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