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Cuentos

La ley de la libertad
Vivir sin normas es atractivo, pero puede ser una forma de esclavitud.


Por: P. Miguel Segura | Fuente: Catholic.net





Al visitar a la gente o al comer en su casa, solían contarme las vidas de los anteriores misioneros del Collado del Acebal, remontándose a veces hasta dos o tres siglos atrás. He aquí lo que me contó una anciana asegurándome que había sido real:


...y un día el joven caminó resueltamente hacia el misionero y le dijo:

- Me voy. Tu Iglesia tiene muchas normas que me agobian. Voy a fundar una ciudad y una Iglesia propia donde pueda ser libre.

Y el misionero le dijo:

- No te vayas, espera...

Pero el joven dió media vuelta y se internó en la selva, hacia el sur. Reunió en torno a sí a muchos otros que también querían ser libres y cuando llegó el atardecer fundaron la Iglesia de la libertad.

Todos eran felices porque se habían librado de una vez por todas de aquellas leyes oprimentes. Pasados los días llegaron unos desconocidos y les gustó el ambiente que se respiraba en el nuevo poblado, así que decidieron quedarse a vivir allí. El joven les acogió con alegría y les invitó a vivir libremente, como deben vivir todos los seres humanos. Pero uno de ellos le respondió:

- ¡Cómo! ¿Aún no sabes nada? En esta época vienen por aquí los mercaderes de esclavos, son gente cruel y despiadada. Ellos no respetan la libertad de nadie y dentro de poco ninguno de vosotros seréis libres... yo huiré a las montañas para salvarme.

Y se fue.

Una gran costernación invadió el pueblo. No podían perder algo tan grande como su libertad. Se reunieron en la plaza y estudiaron el asunto con detención. Al final escribieron un plan para la defensa y todos se aseguraron de que se llevara a cabo hasta la última tilde ¡La libertad estaba en juego!

Cuando llegaron los comerciantes de esclavos no pudieron entrar en la ciudad y maldijeron a los hombres libres asegurándoles que volverían en el momento menos pensado. Los hombres libres rieron y repasaron las páginas del plan de defensa felicitándose mutuamente por lo atinado de las consignas.

Al cabo del tiempo surgieron casos de corrupción y el pueblo acudió de nuevo al joven diciéndole:

- Y ¿qué haremos para protegernos de la corrupción entre nosotros?

El caso preocupó al joven y aquella noche no pudo dormir. Estudió los informes y dictó unas normas para salvaguardar al pueblo de la corrupción. Las normas estaban tan bien pensadas que tuvieron un éxito fuera de lo común y, en agradecimiento, le dedicaron una de las calles del pueblo. El joven no quería que se la dedicaran pues él estaba sólo interesado en proteger la libertad de todos sus amigos y vecinos.

Poco más tarde se enteró de que en cierta zona de la ciudad se daban abusos sobre los campesinos y, después de consultarlo con sus mejores amigos, pusieron manos a la obra y redactaron un código rural muy simple que garantizó la libertad de los agricultores. Quedaron tan agradecidos que le nombraron "Guardián de la libertad", cada año pasaban a saludarle y le regalaban los mejores alimentos que encontraban en sus campos. El joven no quería recibirlos, y les repetía una y otra vez que sólo pretendía ayudarles a ser libres y que en ello encontraba su recompensa. Con el tiempo el joven solucionó todos los problemas del pueblo y escribió mucho.

El "Guardián venerable" -como le llamaron desde entonces- era amigo de todos y les ofrecía consejos para vivir en plena libertad. Editaron sus libros, en muchos y voluminosos tomos, y tuvieron un gran éxito; "Normas prácticas para no caer en manos de los traficantes de esclavos", "Normas para no ser esclavo de los ricos", "Normas para no ser esclavo de los demás", "Normas para saber ser libre"... y pasaron los años y el joven envejeció satisfecho porque había ayudado a todos a saber ser libres.

Pero un día se acercó un muchacho muy abatido y con el rostro ensombrecido por una pena muy grande.

- ¿Qué te sucede? -preguntó el envejecido Guardián- ¿Por qué estás tan apesadumbrado? ¿Es que no eres libre?

El muchacho se detuvo ante él y, entre sollozos, negó con la cabeza.

- ¡¿Cómo?! -exclamó el guardián enfurecido- ¿quién se ha atrevido a esclavizarte?

- ¡Amigo mío! -explicó el muchacho con vergüenza- soy esclavo de mí mismo... ¿qué puedo hacer?

Y junto al muchacho vinieron otros muchos hombres y mujeres, y le preguntaron lo mismo al Guardián de la libertad y le pidieron una normativa.

Entonces el Guardián enmudeció y por primera vez bajó la cabeza desconcertado y lloró en el pueblo que él había fundado. Se abrió paso entre la multitud y se retiró cabizbajo y pensativo a vivir en una cueva, tras una cascada cristalina que dejaba pasar mucha luz...

Pasaron los días. Muchos pensaban que estaba escribiendo "Normas para no ser esclavo de sí mismo", pero un día le vieron salir resultamente de su morada caminando con paso firme por el sendero del norte. Unos le preguntaron a dónde iba y otros quisieron seguirle, pero él no lo permitió y apretó el paso. Cuando desapareció en la selva, los hombres se precipitaron hacia la cueva para registrarla hasta el último rincón... fue inútil.

- ¡Nos ha abandonado! -dijeron los hombres del pueblo- ¡Se ha ido sin enseñarnos las normas para ser verdaderamente libres!

Y se abatieron profundamente.

Pero al cabo de un tiempo un vigía gritó que el "Guardián de la libertad" caminaba hacia la ciudad. El pueblo entero se abalanzó sobre las murallas y le vieron aparecer en el camino haciendo vigorosos gestos con los brazos.

Y a su lado caminaba un anciano misionero, que lloraba y sonreía como un niño.

Vivir sin normas es atractivo, pero puede ser una forma de esclavitud. Lo importante en realidad es encontrar y vivir las normas de la verdadera libertad.

 







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