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El Reino de los cielos
Ciertamente no hay por qué exigir a una película el rigor histórico de una investigación profesional, tan sólo que capture algo de su esencia y la muestre de modo novedoso. El reino de los cielos no logra ninguna de las dos cosas.


Por: Gustavo de Prado | Fuente: Televideo Familiar - Arvo.net



Dirección: Ridley Scott.
Intérpretes: Orlando Bloom, Eva Green, Jeremy Irons, Liam Neeson.
Título original: Kingdom of Heaven. USA/España/UK.
Valoración: Jóvenes-adultos.


  Es una pena observar el progresivo declive de un director como Ridley Scott. Dirigió –hace ya mucho- Alien, el 8º pasajero y Blade Runner, dos obras maestras en sus géneros, pero desde entonces su imaginería ha caído en lo mediocre o, directamente, en lo malo.

Ciertamente no hay por qué exigir a una película el rigor histórico de una investigación profesional, tan sólo que capture algo de su esencia y la muestre de modo novedoso. El reino de los cielos no logra ninguna de las dos cosas. Los hechos son tratados caprichosamente y cae en lo ya visto mil veces. La película trata a Sybilla como una mujer bondadosa cuando en realidad envenenó a su hermano (el rey Balduino) y a su propio hijo para ser reina. Los templarios aparecen como mafiosos obsesionados por la riqueza atacando a los mercaderes sarracenos cuando, al menos en aquellos momentos, su preocupación era evitar que el Islam se reuniera en un ejército común y retomara Jerusalén. Saladino aparece como alguien bondadoso que ofrece protección a sus prisioneros cuando en realidad vendió a todos como esclavos. ¿Por qué la realidad histórica es más apasionante que la propia película?

Y es que lo que a Scott le preocupa en el apartado ideológico no es la fidelidad a los hechos históricos sino la correción política o, por ser más exactos, el miedo: mejor alabar a los moros que a los cristianos. Por si acaso. Él sabe muy bien las facilidades que tuvo para rodar en España –incluso en el interior de templos cristianos- y los problemas que tuvo en Marruecos, donde el set tuvo que ser protegido por el ejército para evitar incidentes. Parece que tras el 11-S hubiese caído en una especie de síndrome de Estocolmo.

Desde luego, la religiosidad no la entiende. Pone en boca de los personajes, especialmente sacerdotes y obispos, afirmaciones como estas: quien es quemado no puede resucitar, a los que se suicidan hay que cortarles la cabeza... Evidentemente se trata o bien de una ignorancia preocupante o bien, directamente, de mala uva. Posiblemente lo último, porque cualquier religioso cristiano que aparece está dibujado de modo sarcástico.

Pero lo que hace de El reino de los cielos una película débil, pese a manejar un amplio presupuesto, es su apartado cinematográfico. Ciertamente está conseguida toda la puesta en escena y el diseño de producción: decorados, fotografía, ambientación... pero los errores en otros campos son numerosos.

  En primer lugar, la idea de que un herrero llegue a ser un gran señor (la normalmente estimulante historia del antihéroe) está muy bien para Willow o La Guerra de las Galaxias pero en esta clase de películas emplear el recurso “sorpresa” de tú eres mi hijo, yo soy tu padre, resulta caricaturesco y casi hasta tonto. Apoyar el relato en algo tan débil, solucionar en unos segundos el aprendizaje de caballero, constreñír la evolución de un personaje a un instante, significa falta de profundidad.

Lo peor quizá, por tratarse de una película de supuesto tono épico, es la carencia de ideas en las batallas. El naufragio está resuelto de un modo que no aceptaría un principiante. La carga de los templarios contra los sarracenos queda escamoteada con un cambio de escenario: simplemente vemos la aproximación de los ejércitos y, luego, el campo lleno de cadáveres. La destrucción del lienzo de muro de Jerusalén se resuelve con un fundido a negro tras el apelotonamiento de ejércitos. La única batalla seria sólo nos llega a las 2 horas de metraje. Y lo grave es que Scott, como quiere, explícitamente, emular la batalla de Gondor de El Señor de los Anillos, obliga al espectador a compararlas. Y Scott no le hace ni sombra a Jackson. La única secuencia verdaderamente lograda en toda la película, cargada de fuerza y sentido, es la del Kerak, con la entrada del leproso Balduino, oculto tras su máscara, dispuesto a poner orden.

Existe una decidida apuesta por construir la historia sobre términos de viaje iniciático: la evolución y maduración del carácter de un personaje a través de un periplo que simboliza la vida. Lo cierto es que, al final, con perplejidad, nos queda la extraña sensación de que todo aquello no es más que un recorrido para encontrar novia. Uno se pregunta por qué el protagonista no escogió a una chica del pueblo cosa que, por otra parte, sabe hacer la mayoría de la gente sin meterse en tantos problemas. El viaje iniciático queda aniquilado porque la evolución del personaje ha sido nula.

 El reparto actoral: Orlando Bloom, un secundario resultón, no tiene carácter ni dotes para emprender una empresa protagonista como ésta. Sus discursos en momentos cruciales nos dejan indiferentes ¿Por qué no es el protagonista David Thewlis cuya formación teatral le permite pronunciar las frases con empaque arcaico? Al ver esto, uno añora al Mel Gibson de Braveheart o El patriota.

Liam Neeson es eficaz, pero hay que poner buena intención para no sonreír ante el personaje tan tópico que le han construido. El mejor, en cualquier caso, Jeremy Irons: como brazo derecho de Balduino realiza una interpretación vigorosa que, pese a la brevedad, acaba por ser la que más resalta.

 El error de El reino de los cielos, con un voluntario de ONG pacifista-ecologista que no nos podemos creer, es el mismo que acabó con las recientes Troya y Alejandro. Creen que, en la épica, lo políticamente correcto debe suplantar a la lucha entre el Bien y el Mal. La antigua épica de honor ha sido sustituida por el desencanto tristón del racionalista. Y así, claro, el espectador no consigue enganchar.







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