Menu


La Pasión de Cristo y Mel Gibson. El arte y el artista cristianos I
La Pasión de Cristo, una representación cinematográfica de las últimas doce horas de la vida de Jesucristo ha llegado a la pantalla grande en la cuaresma del 2004.


Por: Jesús Villagrasa | Fuente: Catholic.net




La Pasión de Cristo, una representación cinematográfica de las últimas doce horas de la vida de Jesucristo ha llegado a la pantalla grande en la cuaresma del 2004. El 25 de febrero, miércoles de ceniza, en Estados Unidos; durante al segunda quincena de marzo en países de Europa y América Latina. La película es ya a un hito en la historia del cine. Mel Gibson, director y "alma" del filme y co-autor del guión, la ha financiado con 25 millones de dólares de su bolsillo y la ha defendido de acusaciones desmesuradas y de varios intentos de boicot.

La expectación previa al estreno -entusiasta o llena de animadversión- suscitada en parte por las polémicas de que fue objeto, ha superado a cualquier otra película. A pesar del rechazo inicial de las grandes compañías distribuidoras, en la primera semana de proyección la película ha batido el record de recaudación. Durante la filmación muchos dudaron que pudiera tener éxito y, sin embargo, ahí está... rompiendo esquemas y previsiones1.

El presente artículo considera el fenómeno La Pasión de Cristo desde tres perspectivas: la crónica cinematográfica, la polémica y sus motivos, y desde el punto de vista artístico. Esta última perspectiva revela la explicación última del fenómeno, la razón de ser de la originalidad y belleza de esta película: se trata de una genuina obra de arte cristiano.

1. Crónica cinematográfica

Bajo la dirección de Mel Gibson, el trabajo de producción y rodaje de la película comenzó el 4 de noviembre de 2002 en Matera, al sur de Italia, para aprovechar la particular luminosidad de las semanas inviernales. Las escenas de interiores fueron filmadas, posteriormente, en los estudios romanos de Cinecittà. La parte antigua de Matera, abandonada hace 50 años, mantiene la apariencia de una ciudad de hace 2000 años; su arquitectura y el paisaje de las áreas circundantes se asemeja a las construcciones y parajes de la Jerusalén del tiempo de Jesús.

Rodada en dos lenguas muertas, latín y arameo, la película no iba a tener subtítulos. Durante meses, Mel Gibson quiso omitirlos con la intención de ofrecer una película lo más fiel posible a la historia real. La intención de Gibson ha sido mostrar todo tal cual fue hace 2000 años. Sin doblaje, en cualquier rincón del mundo los espectadores asistirían a la pasión de Cristo representada por actores que hablan -en opinión del director- en las lenguas usadas en la Palestina de los tiempos de Jesús. Por sí solas, las imágenes deberían ser capaces de contar el drama. Una decisión de este tipo exigió a los actores dar lo mejor de sí mismos. Deberían ser capaces de expresar "todo" sin el auxilio de palabras inteligibles2. Estimulados por este reto y bajo la dirección de Gibson, los actores han realizado una extraordinaria puesta en escena. Algunos colaboradores del director y muchos invitados a proyecciones previas de una versión subtitulada dudaban de que sin subtítulos pudiera lograrse la admirable síntesis de historia y teología que se alcanza con ellos. Gibson cambió su idea original en beneficio de la comprensión de la película.

La historia se centra en las doce últimas horas de la vida de Jesucristo, desde la agonía en el Huerto de Getsemaní hasta la muerte en cruz. La película sumerge al público en la experiencia de la Pasión, pero la secuencia final es la resurrección. La piedra del sepulcro rueda y la tumba queda abierta, la luz penetra en las sombras, caen las telas que envuelven el cuerpo de Jesús. Cristo sentado de perfil en la tumba se pone en pie, con las llagas en las manos, y camina hacia la luz de la nueva vida. Con estas imágenes el público deja la sala. Si al martirio de Cristo se dedican dos horas, bastan dos minutos para recordar que la última palabra del Viernes Santo es la Resurrección, que el clímax del Misterio Pascual es la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

El guión relata los acontecimientos sirviéndose de los cuatro evangelios. Por ejemplo, el temblor y la rasgadura del velo del templo son de Mateo; el joven huyendo en Getsemaní, de Marcos; las mujeres de Jerusalén, de Lucas; el diálogo con Pilatos sobre la verdad, de Juan.

Se trata -dice el director- de la historia del mayor de los heroísmos, del amor más grande. La historia de un hombre extraordinario, Jesús, que los cristianos creemos que es verdadero hombre y verdadero Dios, que da la vida por los demás; consciente y voluntariamente va a su pasión y muerte para salvar a los hombres de la muerte eterna. Un hombre muere a causa de nuestros pecados y para la redención de los pecados de todos. De todos los pecados. Y en primer lugar, por los pecados de los protagonistas de la pasión: Judas lo traiciona, el Sanedrín lo acusa con mentira y lo condena injustamente, los discípulos lo dejan sólo, Pedro lo niega tres veces, Herodes se burla de él, Pilatos se lava las manos irresponsablemente, la muchedumbre manipulada pide a gritos su ejecución, los soldados romanos lo flagelan, humillan y crucifican sin piedad. Y entre todos los personajes se mueve la presencia insidiosa de Satanás que desde el Huerto a la Cruz acecha los pasos de Cristo para ver si cede ante los tormentos, si renuncia a su misión. En la primera escena de la película Jesús libra el combate, la agonía, del Huerto, y Satanás es vencido: un enérgico pisotón de Jesús a la cabeza de una serpiente recuerda la promesa de Génesis 3, 15: "Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar".

Jim Caviezel interpreta a Jesús en un modo creíble, natural, normal, sin misticismos raros. De la misma edad de Jesús, alto, con el físico fuerte de quien ha trabajado con sus manos y que puede enfrentar los sufrimientos terribles de la pasión antes de morir, aun reconociendo -como hace la película- el misterio de una carga y un suplicio que supera toda fortaleza humana.

La actriz rumana Maia Morgenstern interpreta magistralmente a María, la madre de Jesús. La presencia discreta, dulce y fuerte de la madre acompaña a Cristo durante toda la pasión. La madre, desde la fe y con el corazón, participa hondamente de la pasión, penetra progresivamente en el misterio, recoge la sangre preciosa derramada en el suelo del pretorio después de la flagelación, besa los pies sangrientos y llagados del hijo en la cruz, sostiene a Jesús bajado de la cruz como en el motivo de la Pietà. Durante todo el filme su porte es serio. Habla poco. Nada de histrionismos. El vínculo entre madre e hijo es sugerido en varios momentos más por el contacto visual que por las palabras. Cada vez que Cristo caído cruza la mirada con la madre recobra fuerzas para levantarse.

Satanás, el tentador inteligente y discreto, aparece inicialmente como un personaje andrógino, con rasgos de mujer y voz de varón, pero se torna cada vez más femenino, sobre todo en el Via Crucis cuando cruza una larga mirada con María, la nueva Eva, y en la escena de la crucifixión. "Enemistad pondré entre ti y la mujer...".

El filme intercala algunos flashbacks (saltos al pasado) que, sin romper el coherente relato evangélico de la pasión, permiten penetrar en el alma de los personajes y en el sentido de las acciones. María aparece en dos flashbacks, seleccionados de la infancia de Jesús y de su vida en Nazaret: cuando Cristo cae bajo la Cruz, María recuerda una caída de su niño, como corrió y se abalanzó sobre ella para consolarlo; en la pasión, María corre con la misma premura para sostener a su hijo yacente en el enlosado, bajo la cruz, y le dice: "Jesús, estoy aquí contigo", y él, mirándola: "¿Ves, Madre, cómo hago nuevas todas las cosas?". Durante el juicio Jesús recuerda un momento entrañable de la vida en Nazaret: está haciendo una mesa moderna, alta, en su taller del carpintero y María le dice, "eso no tiene futuro". Jesús bromea con su madre, la salpica con agua mientras se lava las manos, la besa. Es el único momento cómico de una película dramática. La luminosa vida cotidiana de la Sagrada Familia en Nazaret contrasta con la sordidez de un juicio injusto y amañado, y con la crueldad de los azotes, golpes, insultos y burlas.

En otro flashback la persona de María Magdalena se funde con la mujer descubierta en adulterio de Juan 8; en el momento de las negaciones, Pedro recuerda sus promesas de lealtad en la Última Cena. Cuando la muchedumbre lo injuria camino del Calvario, Cristo recuerda su llegada triunfal a Jerusalén. Las escenas de la Eucaristía en la Última Cena insertadas en la crucifixión, gracias a la combinación de imagen y textos evangélicos, son de gran densidad teológica y descubren la íntima conexión entre la Eucaristía y el Sacrificio de la Cruz. Mientras Jesús ofrece el pan, que es su cuerpo, su cuerpo es dolorosamente sacrificado y entregado por nosotros en la cruz. Cuando ofrece el vino, que es su sangre, Jesús se desangra en la cruz, por todos. El pan levantado, la cruz alzada. Jesús dice a sus discípulos que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, y ahí está él mismo crucificado, dando la vida, amándonos hasta el extremo. Y les pide que celebren la Eucaristía para que su pasión y muerte siga presente en medio de ellos. De esta manera, en breves pero densos trazos, el guión destaca los diversos aspectos de la Eucaristía: el banquete, la comunión, la presencia y el sacrificio de Jesús.

Algunas escenas no evangélicas, tomadas de escritos de místicos de la pasión, o de tardías historias legendarias y de evangelios apócrifos (la Verónica y su paño), parecen incluidas para interpretar y penetrar el misterio que se realiza. Así, los niños que incordian a Judas tras la traición representan simbólicamente los turbios pensamientos que lo atormentan.

La técnica cinematográfica y la fotografía de Caleb Deschanel son óptimas. Del azul intenso en el Huerto de los Olivos se pasa al fuego y a la sangre que invaden el resto del filme. La iluminación, en ocasiones, está inspirada en la obra de Caravaggio. Todo concurre a la recreación histórica y a la comunicación del mensaje: el vestuario extraordinario, las escenografías desoladas y, sólo cuando es necesario, suntuosas; el eficaz maquillaje. Mel Gibson, antes del estreno, confesó haber puesto "todo" en esta película: "Si esta obra falla, durante cincuenta años no habrá futuro para el cine religioso. En esta película hemos echado el resto: todo el dinero que hacía falta, prestigio, tiempo, rigor, el carisma de grandes actores, la ciencia de los eruditos, la inspiración de los místicos, experiencia, técnica de vanguardia y, sobre todo, nuestra certeza de que valía la pena, de que lo que ocurrió en aquellas horas incumbe a cada hombre. Con este Hebreo tendremos que vérnoslas todos después de la muerte. Si no lo logramos nosotros, ¿quién podrá hacerlo? Pero lo conseguiremos, estoy seguro: nuestro trabajo ha estado acompañado de demasiados signos que me lo confirman".

2. Las polémicas previas al estreno
3. Una obra de arte cristiano

Visita la página oficial de la película desarrollada por Catholic.net

Si te interesa conocer más sobre el tema, no dejes de leer nuestros demás artículos y participar en los foros de discusión -exclusivos de la cinta- con más personas, que como tú, han disfrutado enormemente la película







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |