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Cristiano de hoy

Los seglares somos sacerdotes
Meditación sobre el sacerdocio de los seglares, hombres y mujeres.


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net



No es la primera vez que en nuestro Programa sale un tema siempre actual en la Iglesia, y más en nuestros días: el sacerdocio de los seglares. Es un tema que se hace cada vez más actual, mientras se discute el tan traído y tan llevado sacerdocio de las mujeres, sobre el que la autoridad suprema en la Iglesia ya nos ha dicho que eso ni se cuestiona, desde el momento que Jesucristo y los Apóstoles decidieron el sacerdocio ministerial sólo para los varones.

Pero, ¿quiere decir esto que los seglares, incluidas las mujeres, no somos sacerdotes?

Es cierto que no tenemos el sacerdocio ministerial, pero sí el sacerdocio real de Jesucristo, participado gloriosamente por todos los bautizados.

Siempre se ha considerado en la Iglesia como honor supremo el ser sacerdote. Y el pueblo cristiano ha tributado al sacerdote el honor correspondiente. Pero ha habido muchas veces un error de perspectiva.

¿Quién es sacerdote? Nosotros, los seglares, ¿somos sacerdotes? Y si somos sacerdotes, ¿cómo lo somos y cómo ejercemos nuestro sacerdocio?

Se cuenta muchas veces el dicho de San Francisco de Asís,
- Si me encontrara en un camino con un ángel y con un sacerdote, saludaría y dejaría el paso primero al sacerdote y después al ángel.

¿Tenía razón el bendito San Francisco? ¿Nos toca algo de esta dignidad a los seglares?...

Hoy la Iglesia, por el Concilio, nos ha recordado y enseña lo que siempre creyó y vivió. Con palabras de la Biblia nos ha dicho que Jesucristo, el Señor, ha hecho a su nuevo Pueblo un reino de sacerdotes para Dios su Padre. Porque somos una estirpe elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo que Dios se ha elegido para que proclamemos sus obras maravillosas.

¿Sabemos la dignidad que nos confiere el ser sacerdotes? Cuando se reunió el primer Concilio de la Historia, asistían a él más de trescientos Obispos. El Emperador Constantino, que acababa de dar la paz a la Iglesia después de las persecuciones, acudió a él como invitado de honor.
- ¡Emperador, aquí!
Y le señalaron el primer puesto en la asamblea. Pero él, que ni estaba aún bautizado, replicó firme:
- ¡Oh, no! Ese puesto no me toca a mí. Soy el primero en el Imperio Romano, pero aquí soy el último. Vosotros sois sacerdotes de Dios, y yo no.

Nosotros recordamos ahora lo que nos dice la Iglesia con su magisterio sobre el Sacerdocio, el de Jesucristo, el de los ministros, el nuestro de los bautizados.

Empezamos por decir que Sacerdote no hay más uno: Jesucristo, que se ha ofrecido a Sí mismo como víctima sobre el altar de la cruz para dar toda gloria a Dios y para salvar al mundo.

Sin embargo, Jesucristo consagró a los apóstoles en la Ultima Cena, y dejó en su Iglesia el Sacramento del Orden, con el cual los Obispos, sucesores de los Apóstoles, imponen las manos y consagran sacerdotes ministros para servicio de la Iglesia.

¿Y los laicos? ¿Cómo somos sacerdotes?

Nosotros, por nuestro Bautismo y por la Unción del Espíritu Santo, tenemos un verdadero sacerdocio. Estamos consagrados como sacerdotes y participamos del único sacerdocio de Jesucristo.
Por medio de los sacerdotes ministros, ofrecemos a Dios la misma y única Eucaristía.
Con la recepción de los Sacramentos, junto con los sacerdotes ministros, ejercemos continuamente nuestro verdadero sacerdocio.
Con nuestra oración y acción de gracias, tributamos a Dios el sacrificio de alabanza.
Con nuestro trabajo y nuestro sacrificio, levantamos continuamente a Dios una hostia santa, fruto de nuestra abnegación y entrega.
Con la pureza de nuestros cuerpos y vida santa, somos continuamente una hostia viva, santa y agradable a Dios.
Con nuestro amor que actúa siempre y se prodiga a los demás, nos damos como Cristo en la Cruz para la salvación de todos.
Con nuestra vida metida en medio del mundo, y con nuestro testimonio, vamos consagrando el mundo para hacerlo más digno de Dios.

Todo esto --señalado expresamente por el Concilio-- es el ejercicio de nuestro sacerdocio.

El ejercicio del ministerio puede ser muy honroso y meritorio, pero lo grande ante Dios es ser verdaderos sacerdotes, tanto el hombre como la mujer, por haber sido consagrados como tales por el Bautismo y la Confirmación, que nos comunicó abundantemente el Espíritu Santo.
¡Qué grande es el cristiano, siempre alzando la hostia de su oración y de su trabajo ante Dios!...
¡Qué grande es el cristiano, hecho hostia con Cristo con una vida pura!...
¡Qué grande es el cristiano, que junto con el ministro de la Iglesia ejercita su sacerdocio en la ofrenda de la Eucaristía!

El cristiano, todo cristiano, es mayor que un rey, un emperador o un presidente, y no envidia nada, ni a los Angeles del Cielo, porque con Cristo y en unión de Cristo asiste siempre ante el Altar de Dios para tributarle honor, alabanza, y para salvar con Cristo al mundo...







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