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Cristiano de hoy

El hombre y la mujer americanos
Meditación


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net



¿Qué es nuestra América? La pregunta va dirigida especialmente por Latinoamérica. Se le llama el Continente de la Esperanza, por su enorme potencial humano --muy joven, por cierto--, por las inmensas riquezas de nuestro suelo y también por la calidad de nuestras gentes. Somos muy ricos en bienes de la naturaleza y en dones del espíritu, que es lo que más cuenta.

Sin embargo, personas muy lúcidas y responsables miran con cierto recelo y pesimismo nuestras tierras queridas. ¿Por qué?..

Un distinguido gobernante de una República suramericana aseguraba gravemente que no haremos nada hasta que tengamos hombres. Y cuando el Presidente Kennedy estableció la famosa Alianza por el Progreso, un periódico sensato proponía:
- Destinemos esa ayuda a formar el hombre en las escuelas; lo demás será perder el tiempo y el dinero.

Los dos puntos de vista convergen en lo mismo y tienen toda la razón. Una masa ingente de habitantes no hará grande sin más a nuestra América ni a ninguna de nuestras Repúblicas en particular. Pero si nuestros niños y nuestros jóvenes se forman bien como hombres y como cristianos, nuestra América será enormemente rica.

Decimos siempre como hombres y como cristianos. ¿Por qué?

Muy sencillamente. Porque nuestra América, cristiana y católica, nunca nos dará hombres y mujeres completos si se le arranca su fe en Jesucristo o se les infunde otra fe alienante, sin las exigencias y compromisos de la fe en que se bautizaron.

Dice una bella sentencia hindú:
- Los regadores canalizan las aguas; los escultores tallan la madera; los hombres juiciosos se forman a sí mismos.

En estas palabras descubrimos todo ese programa de vida humana y cristiana que necesita el hombre americano.

El hombre es en sus propias manos una masa de materia prima. ¿Qué va a hacer con ella? Lo que él mismo quiera.

El agua puede correr inútilmente al mar, sin que se aproveche una gota.

La madera puede permanecer un tronco basto, sin belleza ni provecho alguno.

El hombre puede quedarse de por vida en un ser puramente vegetativo y animalizado. Será únicamente la formación la que hará de él un ser de provecho inestimable.

Con el deporte se formará un atleta.
Con el estudio, un intelectual.
Con la educación, todo un caballero.
Con la constancia, un carácter recio.
Con el trabajo, un bienhechor del mundo.
Con la piedad, un santo.

Siendo esto así, miramos con cariño inmenso todo lo que sirve a la formación de nuestra gente.

La familia, como base de todo. Con buenas familias, el ciudadano americano tendrá la materia prima de la cual saldrá después el ciudadano cabal.

La escuela, como complemento obligado. La instrucción de nuestros niños debería ser la niña de los ojos de nuestros Gobiernos.

El gimnasio y campo deportivo, como unos modeladores del carácter a la vez que del cuerpo sano y vigoroso, tan importante para la formación integral de la persona.

El templo en especial, como la síntesis de toda formación: porque quien es cristiano de verdad, será también un hombre o una mujer que habrá alcanzado el desarrollo humano perfecto en todos sus órdenes.

El apóstol San Pablo, con palabras vigorosas, nos incita a formarnos hombres y mujeres cabales, a la vez que cristianos de categoría:
- Corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, del amor, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura.

Que es como si nos dijera a cada uno de nosotros, aquí y ahora:
- Eres materia prima en tus propias manos. ¿Cómo te estás modelando tú, en este día y en este instante concretos?...

Porque queremos una América grande --y que nuestra República sea grande dentro de América--, miramos preocupados e ilusionados a la vez la formación de nuestros niños y jóvenes. El futuro de América está en ellos.

Por lo tanto, nada de lo que hacemos por ellos está de más. El mejor dinero empleado por nuestros Gobiernos es el dedicado a la educación.

Y queremos también la formación de las personas mayores. Porque la formación ha de ser permanente, ya que no acaba sino con la vida.

La historia del mundo nos tiene reservado un puesto de privilegio. ¿Lo vamos a desaprovechar, no vamos a responder a tantas ilusiones como se ponen en nosotros?... .

1Tim. 6,11. - Dhanmapadn.







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