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Mientras sigamos siendo libres
Max Silva Abbott profundiza en la libertad de opinión y el derecho a la información tomando ciertos ejemplos de atentados contra la verdad.


Por: Max Silva Abbott | Fuente: Arbil.org



A la par que la libertad de opinión y el derecho a la información son proclamados a diestra y siniestra, desde hace bastante tiempo se está produciendo un fenómeno inquietante y peligroso que se encuentra en las antípodas de tales derechos.

En efecto, hay muchas cosas que debieran saberse y se ignoran, y en otros casos, se ha impuesto una ‘verdad oficial’ contra la que está prohibido oponerse, en atención a no ser ‘políticamente correcto’. Hay varios ejemplos de todo tipo, tomados al azar.


Uganda ha sido el único país del mundo que ha podido bajar las cifras de contagio del sida, promoviendo la abstinencia, luego la pareja única, y el último lugar, el condón. El resultado ha sido francamente espectacular, porque a principios de los 90, la población portadora ascendía a cerca del 20%, y actualmente oscila entre el 6 y 7%. Sin embargo, esto es algo que casi no se dice, e incluso ha sido duramente criticado a nivel internacional.

A mediados de año, un experto de fama mundial de la Universidad de Kansas demostró que el feto siente dolor desde etapas muy precoces de su gestación; pero parece que es una noticia que los abortistas no han sentido en lo más mínimo.
Europa vive un horrible invierno demográfico, al punto que de seguir así las cosas, la conquista islámica del Viejo Continente, que no pudo realizarse por las armas en los siglos pasados, se logrará finalmente por la inmigración y la resistencia europea a tener hijos, demasiado preocupados de su propio bienestar.

Pero allá casi nadie se atreve a criticar la ‘emancipación de la mujer’ de las últimas décadas, o a defender la familia como realidad natural, ni para qué hablar de criticar la anticoncepción o al mismo aborto.

Hay varios estudios respecto de la homosexualidad que muestran los graves problemas sanitarios que ella provoca de ser vivida activamente, y los reales tiempos de convivencia (muy breves) de sus parejas; pero esto no se divulga, siendo un tema tabú.

Un informe de mediados de año señalaba que el trasplante de células madre en animales producía tumores; mas el empecinamiento por obtener y experimentar con células madre embrionarias continúa, y no parece preocuparse por nimiedades.

Recientemente en España se denunciaba la sistemática negación a reconocer y difundir los estudios del llamado ‘síndrome post-aborto’; pura casualidad, sin duda alguna.

Hace muy poco, un estudio señalaba que a diferencia de la versión oficial, en algunos países la forestación ha aumentado en los últimos años, aun cuando a nivel global el resultado siga siendo negativo; pero parece que actualmente es un delito negar el llamado ‘holocausto climático’.

Finalmente, en febrero, el historiador británico David Irving fue condenado en Austria a tres años de cárcel por negar el Holocausto, pese a haberse retractado (para no ser condenado a diez); con lo cual hay que tener cuidado con lo que se investiga en historia.

Son sólo algunos ejemplos en distintas áreas. Por eso, ¿cuánto durará el derecho de pensar diferente? El problema es que la ciencia realmente puede florecer en un ambiente de libre discusión, que tolera las discrepancias y, sobre todo, está abierta a la verdad, aunque no coincida con los deseos de sus protagonistas. Lo contrario es asistir a un dogmatismo científico, y en algunos casos, a una auténtica caza de brujas.
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Max Silva Abbott







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