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Entre lo pequeño, lo grande
Artículo de Arturo Robsy en el que habla de cómo el consumismo acaba con la libertad. Ofrece recomendaciones interesantes para atender cristianamente los llamados de la publicidada y la propaganda.


Por: Arturo Robsy | Fuente: www.arbil.org




Si el drogadicto no tiene libertad ante su droga, el consumista no la tiene ante su deseo y capricho

Somos, por así decir, inteligencias a la escucha. Se intenta oír y escuchar a Dios, pero hay una maquinaria carísima que substituye la voz divina por la de los locutores y por los artículos de prensa. O sea, por lo pequeño.

Cuántos se han corrompido por lo pequeño y, aunque me llame alguien alguna antigüedad, sostendré siempre que el millón de euros, que los mil millones de euros, que todo el dinero del mundo, es cosa pequeña en proximidad de la Verdad. Aún así, es fundamental atender a lo pequeño, a las palabras inertes y desnaturalizadas, para llegar a lo elevado que se trata de tapar y de olvidar.

Con lo pequeño, bien abierto el ojo del monóculo, se demuestran maravillas del tercer milenio, aunque esta que voy a citar viene de mucho antes. ¿Por qué el Bien, o sea, lo que en sí tiene el complemento de la perfección, es ahora -preguntad y veréis- objeto o servicio en venta: terminología económica?

Nada de "Perfecciones": los bienes sirven para eliminar o paliar necesidades; o sea, si hay hambre, una chuleta de cordero es el bien. Como es natural y lógico, lo contrario de el "Bien" no es el Mal, sino la "Necesidad". Si necesitas, malo. Si tienes, bueno. Un mundo bien sencillo, pero bien falso.

Pese a los milenios de experiencia y a la antigüedad del duelo entre el Bien y el Mal, aquí se nos ha construido un mundo aún más imperfecto que el de antes. No se trata de retirarse a la Tebaida a comer saltamontes (Hola, San Antonio) o pasar la vida como el Estilita, encolumnado, sino de recordar que Dios nos hizo libres y que una sociedad invadida por el mal nos hace siervos.

Ser libre, -Oh, Diógenes- es no necesitar nada. Así se alcanza a ser hombre completo y, por lo tanto, a trascender, a disponer de todo tu para trabajar en lo grande. Cada necesidad quiebra tu libertad: comer mismo. Beber. Enfermar...

Pero ahora (y temo que por los mismos padres de la Globalización) se crean tantas necesidades nuevas como son posibles. Es decir la necesidad de usar esas cosas, de someterte, dicen, "a tu tiempo". Pero cuantas más necesidades te insertan desde lo pequeño, menos libre quedas: en servidumbre a la materia, y eso intentan de modo "malvado" porque si el drogadicto no tiene libertad ante su droga, el consumista no la tiene ante su deseo y capricho.

Este mundo, que es pista de pruebas de almas nobles, se basa ya en necesitar y pagar. En vender y comprar. Quizá no guste a todos, pero el método, con los refuerzos de publicidad y propaganda, crea adicción. Nadie silencia que desear y conseguir es un engaño para que tengamos una efímera sensación de felicidad: consumir lo nuevo deseado.

Yo mismo estoy atrapado por ese vicio, porque necesitaba decir esto. Aunque con buena fe.

 

 

 







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