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El Desarrollo de los valores a través de la historia
Artículo de Carmen Vargas en el que nos habla de la axiología y el desarrollo de los valores como tema central del trabajo comunicativo.


Por: Carmen Vargas | Fuente: Escuela Pastoral para Laicos, Papantla, Ver.



Al hablar de “valor” estamos tocando el tema central de la axiología. Antiguamente, los valores: bien, belleza, justicia, etc. fueron el tema central de las tesis de varios filósofos, pero no fueron estudiados como valores en sí, pues el valor para ellos estaba incluido en el ser, e incluso hay quien dice que los valores no son más que los viejos modos del ser, postulados por Aristóteles. Ahora bien, un valor en sentido axiológico no existe por sí mismo.

Los valores podríamos decir son “cualidades o propiedades” de los objetos, pero no solo de objetos físicos, ya que este tipo de cualidades también se adhieren a las formas y estados psicológicos. Es por ello que hablamos de un sentido del “valor” como intrínsecos al ser humano, pues existen desde el momento de su nacimiento.

Así mismo no pueden existir por separado, necesitan de un ser ya existente para adherirse o incorporarse a él. La flor puede existir sin ser bella, pero la belleza necesita depositarse en algo para existir.

Es la civilización Griega la que primeramente hace mención a los valores, los cuales eran de suma importancia, para ellos son cuatro los principales: la democracia, la libertad, la belleza y la verdad. Existía dentro de su sociedad una búsqueda profunda de la verdad, principalmente por los grupos de intelectuales o filósofos, pero es durante la etapa del Imperio Romano cuando la legislación y el nacimiento del derecho se hacen presentes, los romanos se encargan de “expandir la cosmovisión Griega”, y eso es a lo que se denomino el mundo GRECORROMANO

Debemos recordar que la religión Romana y Griega, tenía como principal característica el ser ritualista y prácticamente vacía, pues sus Dioses, figuras como Zeus, Afrodita, Hera, Cronos, Apolo, Atenea, por mencionar algunos eran humanos e imperfectos. Carecían entonces de un sentido correcto de la verdad, que nosotros encontramos dentro de la figura de Jesucristo.

A partir del siglo IV la teología cristiana contribuyó a la aparición de un nuevo horizonte, calificado por Zubiri como horizonte de la nihilidad. "La idea de una creación ex nihilo (de la nada) hace aparecer todas las cosas, vistas desde Dios, como una nada. La teología llama entonces la atención sobre algo que Grecia ignoró: “la realidad del espíritu humano como capacidad de entrar en sí mismo para descubrir allí la manifestación del Espíritu infinito de Dios. De este modo el hombre queda segregado del universo y proyectado excéntricamente sobre la divinidad"

Durante el Imperio Romano el César era la figura central y sucedió que el mensaje de Cristo, en aquellos tiempos se convirtió en una amenaza latente. Posterior a la muerte de Jesús, el cristianismo se va entramando con el Imperio Romano mediante el mensaje evangélico de dos grandes testigos de Cristo: Pedro y Pablo.

Recordando las palabras que Pablo, apóstol de Cristo Jesús, dirigiera en una de las tres cartas apostólicas a Timoteo y Tito :

“El fin de nuestra predicación es el amor que procede de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1ª. TIM 1,5)

Como valor central del Cristianismo encontramos el AMOR, tal como lo mencionara Pablo en su 1ª. Carta a los Corintios, 13, 1-13 “ahora pues son válidas la fe, la esperanza y el amor, las tres, pero la mayor de estas tres es el amor”

Jesús vino a salvar lo que estaba perdido, a los pobres y a los pecadores. Ofreció su amor a todos voluntate tamen inequali, reza la tradición teológica. Este AMOR gratuito que el Padre entrega a todos sus hijos a través de la presencia de Jesús, es la misericordia que lleva a amar al que menos tiene, al marginado por la sociedad, a la adúltera, y a todos los pecadores, se cual fuere su condición, ahí en donde no existe credo, color ni raza alguna, el lugar en el que la misericordia del Padre manifestada en el hijo y actuante a través del Espíritu Santo, se derrama a brazos abiertos.


"En cuanto comprendí quién era Dios, comprendí que yo sólo podía vivir para Él".
Charles de Foucault







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