De una ética a una estética de la comunicación
Por: . | Fuente: SOI-RIIAL
Enrique Planas, del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales (publicado por SOI-RIIAL)
La avalancha informativa que sufre la actual sociedad de la comunicación y que potencia las nuevas tecnologías se va convirtiendo, cada vez más, en un problema. La indigestión de informaciones, noticias y comunicaciones empieza a modelar a los individuos y a definir sociedades carentes de sentido de orientación. Parece que muchas brújulas hayan empezado a enloquecer, solicitadas por multitud de campos magnéticos, a menudo contrapuestos.
Como contribución a una solución del problema, se está señalando, a modo de remedio tópico, "el paso de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento". En general, sin embargo, se desconoce en qué consiste este paso, quién puede ayudar a darlo y cuáles son las condiciones necesarias para que esta exigencia de maduración individual y colectiva suceda.
La Comisión Europea, con mucha frialdad y un poco de maniqueísmo, fija unas coordenadas: "El gasto en investigación, educación, nuevas tecnologías y formación continuada, así como la cantidad de científicos por habitante, son los parámetros que indican la situación de un país por acceder a la sociedad del conocimiento".
Nadie duda de que, con el progreso, pueden obtenerse bienes de toda índole, ¿pero estamos seguros de que, en la potencia económica o en la cantidad de cerebros tecnológicos por metro cuadrado, se encuentra la solución a la actual falta de norte? La verdadera sabiduría está más allá del mero avance en el conocimiento cientificotécnico.
Creemos que, llegados a este punto, es legítimo insertar el concepto relativamente nuevo de agencias de sentido: viejas y nuevas realidades que saben -o deberían saber- aportar coherencia y orden a aquello múltiple e innovador, además de la necesaria pedagogía que ayude a incorporar las nuevas riquezas a un crecimiento homogéneo, individual y social. Familia, escuela, Iglesia, política y comunicación social tienen esta vocación en el fondo de su razón de ser.
En líneas generales, incluso no hace mucho, la comunicación social cumplía aceptablemente este papel. Hace pocos años se mezclaba continuamente, en clave de comunicación social, el concepto de opinión pública.
Para muchos se trataba de una fuerza sin apellidos, pero no anónima, opuesta a cualquier manifestación de autoritarismo o totalitarismo -había quienes la emparentaban con la cultura democrática cristianooccidental-.
Esta opinión pública sintetizaba y armonizaba las llamadas "corrientes de opinión" de manera que, respetando la multiplicidad, se alcanzara una armonía relativa a través de una amplia comunicación, sobre todo entre antagonistas.
Se diría que hoy no se pretende tanto armonizar como imponer, ni entender como proyectar. Lo cierto es que se habla cada vez menos de opinión pública -expresión noble, según mi juicio- y cada vez más de encuestas o sondeos de opinión.
Sabemos que, muchas veces, más que buscar una opinión, la imponemos, a menudo mediante la puesta en marcha de motores sentimentales, de la hipertrofia del rumor, de la promoción de una pretendida "causa colectiva", la simplificación de planteamientos que exigen un sí o un no. En pocas palabras, se pretende conseguir una influencia, la de la encuesta sobre el encuestado. Las técnicas para hacerlo son muy conocidas por los especialistas.
A la inversa, el adagio que dice "la falta de noticias son buenas noticias" también funciona: si los medios informativos describen, demasiado reiteradamente, una situación que no conviene a los poderes de turno, lo mejor es crear, provocar, el vacío informativo. Con la falta de noticias, el mal queda conjurado. Si quisiéramos, podríamos citar ejemplos muy recientes.
Como diría el filósofo Julián Marías, "la perspectiva, si es real, exige multiplicidad", mientras que, actualmente, se descubre una tendencia hacia la "perspectiva única". Estamos convencidos de que la solución al problema radica en la gestión de la complejidad. Una simplificación y homogeneización impuestas son contrarias a la verdad, cuyo servicio es regla de oro en comunicación.
Hasta ahora, ante los abusos, los excesos, los errores y las simplificaciones, se recurría a la ética, que ha facilitado los criterios de valoración. La ética como ciencia normativa, porque el hombre no puede hacer nada más que valoraciones morales y, por tanto, referencias al precepto, como pauta de criterio y acción. Ciertamente la ética sigue siendo válida, en términos absolutos, pero es necesario preguntarse si, ante la tremenda complejidad que ha adquirido el fenómeno informativo en este momento histórico, la ética es la que tiene la última palabra.
Queda claro que, de una manera o de otra, se debe dar sentido a aquello que, en apariencia o en realidad, es desorden. Por lo tanto, las "agencias de sentido" tienen un indudable papel que cumplir. ¿Pero es suficiente para estas agencias, en los tiempos y las circunstancias actuales, con el reclamo de la norma moral, con el fin de dotarlas del sentido necesario y dirigir las desviaciones? Para ceñirnos a la problemática de la comunicación social, ¿están dispuestos los mass media a aceptar la disciplina de una escala consensuada de valores? No me refiero a los códigos deontológicos o de autodisciplina, cuya aceptación queda cada vez más cuestionada.
Quizá sería necesario apelar a un concepto que no es nuevo pero que, por ahora, está cobrando un valor y una consideración insólitos. Un concepto que mezcla y asume un conjunto de categorías, siempre llenas de vida: belleza, amor, comunión, sacrificio, libertad. Hemos entrado en el terreno de la estética. De hecho, el corazón del cambio cultural que vivimos, el amplio terreno donde se ha enseñoreado la ética, se está reduciendo para dar paso a una nueva -o renovada- soberanía de la estética, que no impone sino que fascina y atrae.
Una estética que no es esteticismo sino armonía, soporte de una belleza que no es la convencional que venden los mass media. Armonía a la que se llega por la madurez. Orden que se alcanza a través de una sana simpatía y no por miedo o por conflicto.
Quedan estos planteamientos a modo de intuición. En este punto, quisiera traer a colación una serie de citas e ideas alrededor del valor y la potencialidad de la estética en la conducta y del sentido, la tipología y la razón de ser de la verdadera belleza y su capacidad de emulación y atracción, así como de la tremenda fuerza edificante de la armonía. Estamos convencidos de que éstas son verdaderas pistas para construir la sociedad del conocimiento y de que sus parámetros se encuentran en la estética, como ciencia de la belleza, idea que, según Platón, es la única que tiene el privilegio de hacerse visible a los mortales.
Desarrollar estos conceptos sería materia para muchas páginas. De momento contentémonos con afirmar, al menos como propuesta, la legitimidad del título: "De una ética a una estética de la comunicación social".