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¡Levantaos! ¡Vamos!
Amigos internautas americanos me bombardean contínuamente, lamentando los continuos ataques al catolicismo, la proliferación de sectas, y sus destructores efectos.


Por: Alejo Fernández | Fuente: Arbil.org




Amigos internautas americanos me bombardean contínuamente, lamentando los continuos ataques al catolicismo, la proliferación de sectas, y sus destructores efectos. Costumbres y creencias ancestrales van desapareciendo. Están obsesionados con la extensión que están adquiriendo las sectas y LA NUEVA ERA, un movimiento que con sus teorías sobre el relativismo moral y de todo tipo, termina inculcando a las personas la idea de que nada es bueno o malo. Todo vale si produce placer, poder o dinero.


Ante un escrito en el que suponía que la antorcha del buen sentido y de la moral había pasado a América, me responden desde allí que: “ Norteamérica está aún más podrida moralmente que Europa”.

Desgraciadamente, ni la mayor parte de los americanos ni de los europeos nos hemos enterados de nuestra podredumbre. Los bárbaros, como en tiempo de los romanos, aparecen ante las sociedades decrépitas. Y los tenemos a las puertas, y siempre vencen.

¿Qué la vida y la moral están un poco o un mucho degradadas? Cierto, pero ¿De qué nos vale lamentarnos? Ya San Pablo se lamentaba de “esta generación mala y perversa” en su carta a los efesios. La Iglesia ha pasado por otras épocas mucho peores, y siempre se ha levantado y vuelto a empezar. Basta leer a San Pablo, al AT o los primeros tiempos de las persecuciones de la Iglesia. No eran mejores aquellas épocas en que los reyes, cuando ganaban una batalla o entraban en una población, daban al antema, pasando a cuchillo, a todo bicho viviente; o aquel otro, en que cada familia –eran miles- tenia sus terafines y dioses particulares; o si el rey cambiada de religión tenía, bajo pena de muerte, que cambiarla todo su pueblo.

Contra la Iglesia Católica, contra las sanas costumbres se utilizan armas sinuosas: leyes usadas de formas torticeras, fuertes grupos de presión, gobiernos y jueces entre los que se han infiltrado personas con intereses ocultos, medios de presión mediatizados como la TV, radio, prensa, etc. Y mucho odio, demasiado odio, en gran parte provocado por aquellos que incapaces de comprender la superioridad y la belleza del cristianismo, intentan envilecer lo que no pueden entender, generalmente debido a una oposición frontal entre sus vidas y la doctrina de Cristo.

Es de notar como cada vez que se ataca a una de esas organizaciones destructivas, inmediatamente emprenden acciones legales muy peligrosas para los atacantes. Además la prensa y TV adictas unen sus acciones furibundas contra los osados. Entre otras cosas esas sectas o grupos están muy organizadas a nivel nacional y mundial, disponen de departamentos legales y lobbys con enormes poderes y dinero. El enemigo común, casi siempre es la Iglesia Católica, última trinchera, última valla, que se enfrenta resueltamente y en todos los casos a la degeneración de la moral y las costumbres en curso. Y esto, a pesar de sus propios defectos humanos.

En esta contienda cada uno tiene que ocupar un puesto en el frente o en la retaguardia. Alguien tiene que llevar municiones, ropa y alimentos al frente. No hay alternativas. Cristo dijo algo así como : los que no están conmigo están contra mi. Así que no hay posibilidad de esconderse; además San Juan escribió en el Apocalipsis la bromita aquella sobre “vomitar a los tibios”. Y ¡Somos tantos!

¿Qué hacer? Pues. lo de siempre.

1º Oración. Los judíos saben bien que la victoria la da siempre Dios a los que le aman; tanto si son muchos y fuertes como si son pocos y débiles.. Nuestras acciones, por muchos que seamos, no valen nada si no estamos injertados en la vid de Cristo. Y ninguna “oración”, ninguna arma, incluida la bomba atómica, es más potente que la misa y la comunión diaria, tesoros demasiado olvidados que urge recuperar. ¿Cómo cayó el comunismo?

2º Sacrificios. ¿ No se sacrificó y murió Cristo por salvarnos? Las revoluciones no se hacen nunca sin sangre y sin dolores. Pero, ¿Qué sacrificios? El primero, cumplir bien nuestras obligaciones diarias, recordando que exigir nuestros derechos forma parte de nuestras obligaciones. Si no damos ejemplo con nuestra vida nadie nos respetará. Los sacrificios voluntarios y pequeños tienen un enorme valor, cuando se hacen por amor a Dios.

3º Acción o apostolado. Empezando por nuestros familiares, amigos y compañeros, sirviéndoles como a hermanos. Los que podamos hemos de intervenir en la vida social de acuerdo con nuestras aptitudes: sindicatos, política, asociaciones diversas, escritos cortos a los periódicos, partidos políticos,...Dejemos de actuar como “pardillos”, las personas que no trabajan agrupadas no existen en democracia. Es demasiado cierto que una oveja sóla es una oveja perdida. Se impone integrarnos en algún grupo para la lucha. Los grupos de internautas se están mostrando muy eficaces. No nos engañemos; el silencio, la pasividad, en las circunstancias actuales, constituyen una forma como otra cualquiera de complicidad.

Recordemos que cualquier “chichinavo” se cree con derecho a ofender impunemente a la Iglesia y con cualquier motivo; con el agravante de saber por adelantado que los católicos no responderemos. Nos han perdido el respeto por nuestra pasividad y ¿cobardía?. En gran parte se debe a la falta de formación religiosa; y esas ignorancias son la base de las manipulaciones a que estamos sometidos. En muchas ocasiones no sabemos que hacer, no sabemos que contestar, ante sectarios que si saben cuatro pseudoverdades con las que dejar calladitos y en ridículo a los que no leen la Biblia ni el Catecismo. No se puede ganar una guerra, ni meter goles, ni triunfar en ninguna empresa, tampoco en la Iglesia, sin preparación y entrenamiento

“Es necesario padecer mucho para entrar en el Reino de los cielos” dicen los Evangelios. ¡Nó! No es cómoda la religión católica, ni sirve para personas débiles o enfermizas . Sin embargo, en la guerra, al atacar, vibra la orden del oficial a los soldados : ¡Levantaos! ¡Adelante! También en la Oración de Getsemaní, siguen resonando las palabras de Cristo ante el peligro: ¡ Levantaos! ¡Vamos!. Y aun escuchamos la incitación del Papa: ¡ No tengáis miedo! ¿Cómo vamos a tener miedo si tenemos la victoria asegurada? Pues Cristo nos dice :“Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos” Se perderá alguna batalla, pero al final se ganará la guerra, como ha ganado todas las guerras nuestra Iglesia en los últimos dos mil años.

¡Cuánto vociferan los enemigos! ¡Cuánto agrandan lo defectos y cuanto silencian las virtudes! Pero, fuera del templo, en los medios de comunicación, en la calle ¡Que pocas veces hablan los obispos! ¡Qué pocas veces hablan los religiosos! y ¡Que pocas veces hablamos los laicos! Y sin embargo, esta Iglesia durará: ”hasta el final de los siglos”. Lo malo podría llegar cuando, tras pasar a la otra vida, nos pregunten ¿Y tu que hiciste?







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