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Recuerdos de Juan Pablo II

Recuerdos de Juan Pablo II
A un mes de la muerte de Juan Pablo II


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



Muchos hombres y mujeres, también entre quienes se dicen “no practicantes”, se han sentido tocados por la muerte de Juan Pablo II. Algunos lo han dicho en público, sin miedo. Otros han guardado el secreto en su corazón, pero no por ello han llorado y han empezado a ver las cosas de un modo diferente.

Juan Pablo II ha entrado de muchas maneras en millones de seres humanos. En los que pensamos creer, desde el recuerdo de una alegría, de una convicción, de una esperanza, de un testimonio: el testimonio de quien nos confirmaba en la fe, de quien daba voz al Evangelio en el creemos, de quien nos recordaba los mandamientos y nos invitaba siempre a mirar a Cristo.

A los que piensan no creer (quizá creen sin saberlo) les ha dejado un sentimiento de respeto, de afecto, de compasión. Quizá no aceptan algunos puntos de la doctrina católica. Seguramente no van a misa los domingos, no se confiesan porque no ven sentido al tener que decir los pecados a un sacerdote, no comprenden la doctrina católica sobre la vida conyugal. Pero había algo en Juan Pablo II, en sus palabras, en su silencio y en su agonía, que ha suscitado un movimiento interno que lleva a pensar que con este hombre la humanidad ha perdido un amigo, un guía espiritual, un auténtico líder, un testigo de los valores del espíritu.

El tiempo pasa, y las emociones, las lágrimas, las preguntas, los deseos más profundos pueden aquietarse o quedar sepultados bajo la rutina. El trabajo llena nuestro tiempo, la sed de información nos ahoga con mil mensajes de noticias urgentes, la vida normal, hecha de encuentros y de sorpresas, hace que el corazón vaya de un lado para otro, y que la impresión dejada por lo ocurrido el sábado 2 de abril de 2005 empiece a empañarse, quede allí como algo lejano, un recuerdo cada vez más confuso. Además, la Iglesia sigue su camino, ya tiene nuevo Papa (que quizá nos sorprenderá con un modo nuevo de decir el mensaje “viejo” y siempre fresco de Jesucristo), y todo ha vuelto “a la normalidad”.

Habrá, sin embargo, muchos en los que la emoción ha abierto nuevos horizontes. Algunos han empezado a leer textos y discursos del Papa Wojtyla. Tal vez cogen entre sus manos algunas de sus encíclicas para saborearlas, poco a poco, como un testamento a la Iglesia y a los hombres de buena voluntad. Otros ojean esas cartas escritas a los niños, a las familias, a las mujeres, a los ancianos; o los discursos sentidos, profundos, dirigidos a tantos grupos humanos (especialmente a los enfermos, a quienes llevan en su vida parte de la cruz de Cristo). Otros han comprado o comprarán alguno de los “libros” del Papa: “Cruzando el umbral de la esperanza”, “Don y misterio”, “Levantaos, vamos”, o el último “Memoria e identidad”. Desean penetrar así, con los ojos del recuerdo, en la vida y el corazón de quien ha sido un Papa “Magno”.

No faltarán muchos que redescubran discursos que dirigió Juan Pablo II al visitar su propio país, o incluso su ciudad. Sentirán el recuerdo de los aplausos, de las emociones. Alguno, incluso, evocará que pudo tocar, con sus manos, la blanca sotana de Juan Pablo II.

También es posible que otros permanezcan indiferentes o incluso lejanos ante la vida y el mensaje de Juan Pablo II. Porque no aceptaron algunas intervenciones disciplinares, o porque no compartieron la enseñanza católica sobre la moral personal o comunitaria. Quizá sea un momento para pensar si, de verdad, no vale la pena prestar un poco de atención, dar una oportunidad a un hombre que tuvo un corazón tan grande como el mundo; que buscó, de mil modos, acercar al lejano, acoger a los cristianos divididos, pedir humildemente perdón por los errores cometidos por tantos bautizados...

Todos podemos rezar. Rezar para que el legado de Juan Pablo II llegue lejos, penetre en profundidad, ilumine oscuridades y avive conciencias dormidas. Rezar para que lo que ha ocurrido en tantos corazones tras la muerte del Papa, tras la llegada de un Papa nuevo, dé un fruto fecundo. Porque, en el fondo, el Papa (cualquier Papa) sólo quiere enseñarnos una cosa: Cristo, que es Camino, Verdad y Vida.

Ese fue el sueño más profundo de Juan Pablo “Magno”. Ese fue su compromiso desde que nos dirigió su primera encíclica (Redemptor hominis, 1979) hasta que publicó la última (Ecclesia de Eucharistia, 2003). Ese fue, quizá, el sentido de su última palabra, en los momentos de agonía: “Amén”. Sí: así sea. El Señor viene, y podemos estar en vela, el Evangelio en mano, y la mirada profunda y tensa, como la que tuvo un Papa “venido de lejos”...


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