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¿Estamos en retirada?

¿Estamos en retirada?
Los católicos no estamos en retirada, porque el mundo hoy, como siempre, necesita a Cristo.


Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic net



Unas veces la idea aparece en la prensa, en Internet, en la radio. Otras veces la escuchamos al dialogar con un familiar o un amigo: los católicos están en retirada, la Iglesia ha perdido la batalla de la modernidad.

La idea supone que existen dos (o más) bandos que luchan por conquistar algo. La pregunta, entonces, surge espontánea: ¿cuáles son esos bandos? ¿Qué desean conquistar?

La respuesta no es fácil, máxime si recordamos que la historia humana ha dado muchas vueltas, y no sabemos exactamente dónde nos encontramos ahora.

Los medios de comunicación, los líderes de la cultura, importantes escritores, analistas más o menos serios, pueden ofrecer sus opiniones sobre el tema. Pero la situación real del mundo, en su rica y variada policromía cultural, no permite elaborar un cuadro uniforme sobre lo que está pasando en nuestro planeta.

¿Es que podemos unir bajo un mismo análisis lo que ocurre en el corazón de Irán y lo que pasa en el interior de Francia? ¿Es que tenemos ideas claras de hacia dónde camina el complejo tejido social de La India? ¿Hemos comprendido un poco lo que se fragua en las diversas zonas de África, en el Norte, en el Centro, en el Sur, con sus variantes raciales y sus fuertes desigualdades económicas?

Incluso el así llamado mundo occidental presenta un panorama variopinto. Por un lado, hay grupos de presión que buscan dirigir la marcha de sus países hacia intereses muy concretos. Por otro, la población en general, con sus variantes (ricos y pobres, instruidos y con pocos estudios, autóctonos e inmigrantes), corre el riesgo de caminar entre indiferente y conformista bajo el yugo del pensamiento impuesto por esos grupos de presión.

Pero en medio de tanta variedad económica, cultural, religiosa, perviven en cada ser humano dimensiones constantes, ineliminables, que nos permiten identificar líneas de fondo comunes.

Porque más allá de las discusiones sobre el cambio climático, sobre los derechos de las minorías, sobre la globalización y sobre otros temas más o menos importantes, los hombres y mujeres de hoy, como los de ayer y los de mañana, tarde o temprano reconocen la propia fragilidad, esa que nos hace mortales y vulnerables. Es entonces cuando muchos temas quedan en segundo lugar, y aparecen preguntas mucho más profundas e irrenunciables.

¿Venimos del azar? ¿Vamos hacia el vacío? Quien no ha conocido ni amor ni justicia en este mundo, ¿no encontrará algo o Alguien que le colme en otra vida?

Ante estas preguntas, la así llamada modernidad ha dado a veces respuestas vagas y contradictorias, otras veces pesimistas. Entre los hijos del Iluminismo y de la compleja y no fácil de comprender postmodernidad, muchos pensaron que había llegado la hora de cerrar el acceso al cielo para buscar paraísos en la tierra. Sus fracasos más estruendosos en las dictaduras raciales (Hitler) o marxistas (Lenin, Stalin, Mao) muestran que lo más profundo del ser humano, así como muchos factores naturales imprevisibles, no quedan nunca aprisionados bajo las ideas más atrevidas ni bajo los cálculos de las computadoras más precisas.

En este contexto mundial, y ante millones de hombres y mujeres que no encuentran sentido a su riqueza o a su pobreza, los católicos no estamos en retirada. Porque hemos recibido un regalo que viene de Dios y que habla a los hombres en sus distintas situaciones. Y porque sabemos que los dones de Dios son capaces de cambiar los corazones de quienes los reciben, y renuevan desde dentro la marcha de la historia humana, mientras caminamos irremisiblemente hacia el triunfo definitivo del Cordero.

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