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El Pájaro

El Pájaro
El pico al aire, el viento de tu viento respirará gozoso en la arboleda porque tu voz es todo mi alimento


Por: Dominicos.org |



"Si fuera yo, si fuera yo, si fuera
un pájaro de llama enamorado
un pájaro de luz tan incendiado
que en el silencio de tu noche ardiera;
si pudiera subirme, si pudiera
muy más allá de todo lo creado
y en la última rama de mi amado,
pusiera el corazón y el alma entera;
si aún más alto, más alto y más volara
allí donde tu mano es agua clara
y no es preciso mendigar consuelo,
allí –¡qué soledad!– yo me dejara
dulcemente morir de tanto cielo..."


(J.L. Martín Descalzo)


Al releer este poema de Martín Descalzo recordé a un pájaro que vive en mi Monasterio. En un ángulo del jardín hay un grupo de cipreses, están muy juntos, tanto que parecen uno sólo. Son altísimos. La última ramita del más esbelto es apenas visible, tan pequeña y delgada es.

Un día atrajo mi atención el canto de un pájaro. Intenté ubicarlo y no lo podía creer: en la misma puntita de la última rama se había posado el pajarito. Con las alas abiertas parecía el ser más feliz del mundo, mientras yo seguía preguntándome como podía sostenerse allí. No me fue difícil adivinar su secreto: pesaba poco...

Dentro de mí revolvía con frecuencia este pensamiento: volar alto, poder posar muy arriba, agitar las alas y mirar contento el horizonte lejano... Sorber con el pico abierto el aire puro más allá de las nubes, como mi pájaro, sólo es posible si se va por la vida ligero de equipaje, con las alas muy ágiles..., soltando lastre, despegando todo aquello que retiene, aligerando el peso de las alas que entorpece el vuelo.

Un poeta cantó, no sin cierto idealismo, pero con su fondo de realidad, que "Volar consiste en no dejar que el suelo se acerque a nuestros pies". Consentir en ser "expropiados" para que nuestras manos queden más ágiles para servir mejor. No retener ni aún aquello que tratamos de dar, lo cual no deja de ser un fácil y sutil peligro.

Escribía Raïsa Maritain: "Que las abejas saqueen tu corazón, pero ¡cuídate de no retener cautiva a alguna de ellas, por la belleza de tu alma!"

Y es que, en verdad, es mucho, lo que hay que afinar para que nuestras entregas sean puras, porque fácilmente las alas se vuelven pegadizas... a lo que sea. El secreto está en que de nosotros quede libre esa zona en la que sólo pueda "hacer pie" Dios, porque es suya, le pertenece..., y todo cuanto se adhiere, estorba.

"Que quede tan poco de mi –escribía R. Tagore– que pueda llamarte Mi Todo. Que quede tan poco de mi voluntad, que pueda sentirte en todas partes y ofrecerte mi amor en cada instante..."

"Que quede tan poco..." Agilidad. Poder dar el salto a lo infinito sin ataduras, soltar amarras...

Siempre me llama la atención la narración del ciego de Jericó. Y no precisamente por el milagro, sino por la actitud de aquel hombre. Llamaba a Jesús a gritos y le hacían callar. El gritaba más fuerte. Y Jesús dijo: "Llamadle". "Animo, levántate, que te llama"

Y él, arrojando el manto, de un brinco fue donde Jesús" (Mc. 10,49-50)

"Arrojando el manto..." De no haberlo hecho así, tan rotundamente, tal vez se le hubiera enredado en los pies, impidiéndole dar el salto...

Volvamos al "Pájaro solitario" de Martín Descalzo:

"El pico al aire, el viento de tu viento
respirará gozoso en la arboleda
porque tu voz es todo mi alimento.
Y, mientras a tus pies mi canto queda,
en el silencio dormiré contento.
Lejos, el mundo rueda, rueda, rueda..."







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