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Turismo y sociedad
El turismo lleva en su propia naturaleza aquellos elementos que han sido el origen y están acelerando la globalización


Por: Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes | Fuente: www.vatican.va



Por las dimensiones que ha alcanzado, la actividad turística se ha convertido en una de las principales fuentes de ocupación laboral, tanto por el empleo directo o indirecto, como por las actividades complementarias que genera. Para muchos países es éste uno de los más fuertes atractivos del desarrollo turístico, aunque en no pocas ocasiones se carece de una adecuada visión de las condiciones laborales propias de esta actividad. Para salvaguardar la dignidad de las personas que trabajan en el turismo, además del respeto a los derechos de los trabajadores reconocidos por la comunidad internacional, será preciso tomar en consideración aspectos específicos que exigen medidas particulares.

De estos rasgos específicos, el primero que cabe mencionar es el de la estacionalidad. La actividad turística, en general, se produce según los períodos estacionales y se concentra en fechas determinadas del año. Esto ocasiona una oferta laboral fluctuante, que sitúa el trabajador en la inseguridad y la precariedad. A ello se une por regla general la intensidad del trabajo, con horarios poco habituales, el alejamiento temporal de su hogar, con la consecuente disgregación de la vida familiar y social, y una seria dificultad para la práctica religiosa. En esta situación, es necesario no sólo la adopción y el cumplimiento riguroso de leyes que fomenten la previsión y regulen las condiciones de trabajo, sino también la adopción de medidas que garanticen la necesaria convivencia familiar y la participación del trabajador en la vida social y religiosa[8].

Un segundo aspecto importante se refiere a la formación. Si resulta del todo evidente que el éxito de la actividad turística exige una alta preparación de los agentes y operadores, no debería ser menos exigible la adecuada formación de todo el personal laboral. En ambos casos hay que tener en cuenta que la actividad turística reclama una preparación específica, que no atañe tanto al aspecto técnico del trabajo a desarrollar, sino al ambiente en que se desarrolla, es decir el de las relaciones humanas. En la actividad turística resulta más evidente que "la actividad humana así como procede del hombre, así también se ordena al hombre"[9]. Toda ella está al servicio de las personas, se concibe como oferta de medios para que puedan ver cumplidos los objetivos que se propusieron para su tiempo libre.

Parecidas consideraciones son también válidas por lo que se refiere a otras actividades relacionadas con el turismo, como las pequeñas actividades comerciales, los medios de transporte, las agencias turísticas y similares, donde no son raros los casos en que se intenta sacar del turismo un beneficio rápido y excesivo.

Durante las últimas décadas el turismo internacional ha representado para muchos países un factor determinante de su desarrollo y previsiblemente lo seguirá siendo por mucho tiempo. Su influencia se extiende no sólo a la actividad económica, sino también a la vida cultural, social y religiosa de toda la sociedad. Ahora bien, esta incidencia del turismo no siempre ha cosechado resultados positivos para el desarrollo global de la sociedad[10]. Este hecho ha puesto de manifiesto algunas condiciones que deben ser necesariamente respetadas a fin de salvaguardar los derechos de las personas y el equilibrio del medio ambiente. Estas exigencias son recogidas en las propuestas de un turismo que se adecue a los principios de un “desarrollo durable”, algunos de cuyos puntos merecen ser subrayados.

La condición básica que se impone a la actividad turística es el principio de corresponsabilidad, por el que los operadores turísticos, las autoridades políticas y la comunidad local deben participar conjuntamente en su planificación y en la disposición de beneficios. El ejercicio de este principio debe ser adecuadamente regulado por las autoridades públicas en el marco de los principios internacionales, que rigen la cooperación entre los países, y en el cumplimiento de su deber institucional de atender al desarrollo global del país.

La actividad turística debe armonizarse en todo lo posible con la economía del conjunto del país en cuanto a infraestructuras y servicios, especialmente por lo que hace a las comunicaciones y la utilización de recursos. Se produce una grave injusticia cuando se dan enclaves turísticos dotados de servicios de los que carece habitualmente la comunidad local. Semejantes casos son especialmente condenables cuando se trata de medios necesarios para una subsistencia digna, como es el agua, o para la salud.

La aportación del turismo al desarrollo económico del país implica también la utilización de recursos derivados de actividades tradicionales, como la agricultura y la pesca, o artesanales. Interesa, igualmente, a la transferencia de conocimientos a través de la formación de cuadros y de trabajadores. La utilización de recursos derivados de la producción local, por otra parte, deberá ser compatible con el mantenimiento de su carácter tradicional, sin que éste se vea sometido a una transformación debida únicamente a factores exógenos no asimilados.

Es importante, además, que el desarrollo económico de la actividad turística respete las condiciones e incluso limitaciones derivadas de la situación medioambiental. Particularmente en áreas sensibles, como costas, pequeñas islas, bosques y áreas protegidas, el turismo no sólo debe imponerse una razonable autolimitación, sino que debe asumir una parte considerable de los costes de su protección.

El respeto de estas pautas de actuación resulta mucho más necesario cuando se trata del turismo en países en desarrollo. Es evidente que en numerosos casos la iniciativa turística ha perpetrado graves daños no sólo a la convivencia social, a la cultura, al medioambiente, sino a la misma economía del país con la ilusión de un inmediato desarrollo. Es necesario aplicar todas las medidas necesarias para frenar estos procesos, en los casos en que actualmente se da, y para impedir que pueda darse en el futuro.

Para una correcta comprensión de las estructuras del turismo actual no puede dejarse de mencionar su relación con el proceso de globalización de la economía. El turismo, en efecto, lleva en su propia naturaleza aquellos elementos que han sido el origen y están acelerando la globalización. La apertura de fronteras, tanto a las personas como a las empresas, o la homogeneización legislativa y económica, han sido siempre condiciones favorecedoras del turismo. Por su apertura a las culturas, su capacidad de suscitar el diálogo y la convivencia entre ellas, el turismo podría ser presentado como el rostro “amable” de la globalización.

Una cierta globalización, sin embargo, conlleva graves consecuencias para los países y para la humanidad. A través suyo se ha agravado la distancia entre países ricos y países pobres, se ha introducido una nueva forma de esclavitud y dependencia frente a los países más débiles, se concede, en fin, una primacía al orden económico que atenta a la dignidad de la persona[11].

En un marco semejante se agravan necesariamente los peores efectos que en no pocos lugares acompañan al desarrollo turístico: la explotación de las personas, sobre todo mujeres y niños, en el ámbito laboral o para fines sexuales; la propagación de patologías que someten a grave riesgo la salud de grandes segmentos de la población; el tráfico y consumo de drogas; la destrucción física de la identidad cultural y de recursos vitales, etc. No se puede culpar a la globalización de todas estas lacras que padece la humanidad, como tampoco puede hacerse al turismo su único responsable, pero no puede en ningún caso ignorarse que ambos pueden favorecerlas.

“La globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin en sí mismo, y es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad e del bien común”[12]. Esta observación vale, también, para el turismo, que debe siempre respetar la dignidad de la persona, tanto del turista como de la comunidad local.

En realidad, el turismo puede ser promotor de la “globalización de la solidaridad” deseada por Juan Pablo II[13], animando iniciativas que luchen contra la marginación global o personal en el campo de la transferencia de conocimientos, del desarrollo de las culturas, de la conservación del propio patrimonio o de la protección del medio ambiente.


Notas

[8]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14.9.1981), 23.

[9]Conc. Ecum. Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 35; cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14.9.1981), 26

[10]Sobre el desarrollo conseguido durante la etapa que mencionamos (1960-80), Juan Pablo II escribe: "No se puede afirmar que estas diversas iniciativas religiosas, humanas, económicas y técnicas, hayan sido superfluas, dado que han podido alcanzar algunos resultados. Pero en línea general, teniendo en cuenta los diversos factores, no se puede negar que la actual situación del mundo, bajo el aspecto del desarrollo, ofrezca una impresión más bien negativa" (Carta enc.Sollicitudo rei socialis[30.12.1987], 13).

[11]Cf. Juan Pablo II, Exhort. apost. Ecclesia in Asia (6.11.1999), 39

[12]Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academa de Ciencias Sociales (28.4.2001), 2.

[13]Juan Pablo II, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 1998, 3.







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