El crecimiento en la fe en la «Ciencia de la Cruz» de Edith Stein
Por: Lic. Verónica Ríos | Fuente: X Jornadas de Psicología cristiana/Universidad Católica Argentina

“Todos nosotros hemos sido llamados
a estas bodas espirituales en que Jesucristo es el esposo y la esposa nuestra misma alma.”
San Bernardo
“Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es Perfecto” (Mt. 5,38 -48)
El fin de la vida del hombre es la unión con Dios. La perfección a la que somos llamados en el Evangelio consiste en llegar a la unión perfecta con nuestro Creador. Para llegar a la meta de la unión hay que transitar bien el camino del crecimiento espiritual. En este camino –nos dice santa Teresa- el alma parte de la periferia hacia el centro de ella misma, lugar de la unión con Dios. En este crecimiento espiritual actúan dos fuerzas: el amor de Dios al alma y el amor del alma a Dios.
Este proceso se desarrolla en toda alma que tiene vida espiritual verdadera y si bien se pueden distinguir ciertas etapas que no faltan nunca en el proceso, cada alma recorre un camino único ya que, por un lado, la acción de Dios es recibida en un sujeto único (cada recipiente recibe en sí según su propia forma), y por otro, los designios de Dios son impenetrables y Él bien puede alterar el orden y duración de cada una de las etapas.
Las realidades espirituales, al no tener una potencia que las capte directamente, serán siempre misteriosas para nosotros mientras no lleguemos a la Patria Celestial; por eso muchas veces estos procesos permanecen ocultos o parcialmente incomprendidos hasta para la misma alma en la que se desarrollan. Y como cada alma es única y lo sobrenatural se adapta a la naturaleza que lo recibe, la acción de Dios en el alma no tiene una forma sensible determinada, sino que es experimentada al modo del temperamento de aquel en quien se produce (1).
Para llegar de la periferia del alma hasta su centro, ésta ha de recorrer un camino de purificación, que san Juan de la Cruz llama “noche”.
Nos adentraremos en el estudio de este proceso recurriendo a una de las obras de Edith Stein: la “Ciencia de la Cruz”, que fue encomendada a nuestra autora por sus superiores carmelitas con ocasión de la celebración del cuarto centenario del nacimiento de san Juan de la Cruz (1942).
Allí, nos dice Edith que: “la noche mística no debe entenderse cósmicamente. No nos llega desde el exterior, sino que tiene su origen en la interioridad, y afecta sólo al alma en la que emerge. Pero los efectos que desata en el interior, son comparables a los de la noche cósmica; implica un hundimiento del mundo exterior, aunque el exterior se encuentre en clara luz de día. Establece al alma en la soledad, la aridez y el vacío, bloquea la actividad de sus potencias, la angustia con miedos amenazadores que en ella se ocultan. Sin embargo, también aquí hay una luz nocturna, que descubre un nuevo mundo en lo más hondo de la interioridad y, al mismo tiempo, ilumina desde dentro el mundo exterior, de tal manera que se nos devuelve completamente transformado” (2).
Noche es, entonces, privación y desnudez. Pero ¿de qué nos privamos y desnudamos?
San Juan de la Cruz nos dice que el alma viene al mundo como una tabla rasa, y todo lo que llega a saber le viene por los sentidos, que son como las ventanas por donde le llega la información sensible. Si niega lo que puede percibir por los sentidos, queda como a oscuras y vacía(3).
Esta primera etapa de purificación, se ocupará de la parte sensitiva, y la conocemos como “Noche del sentido”. Corresponde a la entrada activa en la noche. Es el seguimiento de la Cruz. Aquí se da la privación del gusto en todas las cosas.
Nos dice Edith Stein al respecto: “No quiere decirse que no se perciba ya con los sentidos. Son las ventanas por las que penetra la luz del conocimiento en la oscura cárcel de nuestra vida ligada al cuerpo; y no podemos prescindir de ellas mientras vivimos. Pero tenemos que aprender a ver y a oír, etc., como si no viéramos ni oyéramos. La actitud fundamental ante el mundo que cae bajo los sentidos tiene que ser otra. Con la instauración de la “noche oscura” comienza algo completamente nuevo: toda la cómoda familiaridad con el mundo, el sentirse colmado de los placeres que ofrece, el deseo de estos placeres y la consecuente adhesión a este deseo…, todo esto es a los ojos de Dios tiniebla e incompatible con la luz divina. Tienen que ser arrancados tosas sus raíces, si se ha de dejar sitio en el alma para Dios”(4) .
El alma, entonces, para desnudarse, no necesariamente ha de carecer de las cosas, sino que debe desnudarse del gusto y apetito de ellas.
La noche no aniquila las potencias, sino que mortifica el apetito (5), ya que cuando los apetitos dominan sobre el alma, ésta se halla en tinieblas y le es arrebatado el espíritu de Dios. Esto acaece porque, como fue dicho, los sentidos nos ponen en contacto sólo con el mundo sensible, pero como Dios es puro espíritu, éstos no pueden captarle. “Son la inteligencia y las potencias espirituales del alma las que, por medio de los datos sensibles, hallan a Dios y su gracia”(6) .
Por tanto, las percepciones sensibles son una etapa necesaria en este camino de crecimiento espiritual, pero, para poder seguir adelante en el mismo, el alma ha de adentrarse activamente en la noche oscura y preparar así el terreno de su alma para la unión con Dios en fe, ya que “la fe es el sólo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios” (7).
La noche activa del sentido ha de preparar el alma para la unión, acomodando el sentido al espíritu. Mediante este proceso de purificación, las potencias sensibles (sentidos exteriores e interiores y la imaginación) y la parte de las facultades intelectuales que está en relación con las potencias sensibles, van adecuándose al espíritu, ya que mientras esto no ocurra las afecciones a las criaturas ocupan todo el espacio no dejando lugar a Dios. Mientras las tinieblas de las afecciones no sean ahuyentadas del alma, no podrá venir la luz de Dios a morar en ella, ya que dos contrarios no pueden caber en un sujeto.
Para llevar a cabo este trabajo, Edith enumera algunos de los consejos que Juan de la Cruz da a sus hijos espirituales. La principal es mortificar y vaciar los sentidos de todo gusto que no sea para la pura honra y gloria de Dios. Para mortificar las pasiones (gozo, esperanza, temor y dolor) el santo recomienda “inclinarse siempre a lo más desabrido, a lo más dificultoso, a lo más trabajoso; a no querer nada, sino a estar desnudos y vacíos a todo lo que no es Cristo”
Todo este trabajo activo que el alma realiza está encaminado entonces a liberarnos de los apegos a los bienes creados que atan el espíritu a lo terreno y no le permite volar hacia las alturas.
Pero, nos dice nuestra santa carmelita que “este caminar activo por la noche oscura del sentido [significa] lo mismo que tomar voluntariamente la cruz y llevarla con perseverancia… Pero sólo con llevar la cruz no se muere. Y para atravesar totalmente la noche, el hombre tiene que morir al pecado. Puede entregarse para la crucifixión, pero no puede crucificarse a sí mismo. Por eso, lo que la noche activa ha comenzado tiene que ser completado por la noche pasiva, es decir, por Dios mismo” (8).
Es aquí cuando la oscuridad producida en el alma por la mortificación activa, comienza a espesarse ya que Dios mismo es quien intervendrá en el alma para que ésta pueda librarse del espacio que aún ocupa la sensibilidad en la vida interior.
Cuando Dios comienza su trabajo en el alma, ésta experimenta sequedad, y la causa es, en palabras de Juan de la Cruz: “porque mudó Dios los bienes y fuerza del sentido al espíritu, de los cuales, por no ser capaz el sentido y fuerza natural, se queda ayuno, seco y vacío. Porque la parte sensitiva no tiene habilidad para lo que es puro espíritu…” (9).
Esto causa desgana de todas las cosas exteriores y sensibles e impotencia. Pero para distinguir si esta sequedad proviene de la tibieza, de los pecados e imperfecciones o de la acción de Dios en el alma, Juan de la Cruz nos da algunas señales características: una de ellas es que – cuando el origen de éstas es la purificación -, el alma no halla gusto en las criaturas; la segunda es que el alma piensa que ya no sirve a Dios por el sinsabor en que se ve en las cosas de Dios y la tercera es que ya no puede meditar ni discurrir con la imaginación.
Dios está liberando en este proceso a las potencias interiores de la dependencia respecto a las potencias exteriores y las somete a su propia influencia. Los sentidos quedan aislados de la dirección de las facultades interiores y su actividad es ahora desordenada e inútil(10).
Nos dice Edith Stein que “sólo se percibe el morir del hombre sensible sin que se rastree la irrupción de una nueva vida que en ella se esconde. No es ninguna exageración si llamamos crucifixión a los sufrimientos del alma en este estado. Se encuentran como clavadas en su incapacidad de usar sus fuerzas” (11).
Pero, a pesar de la percepción que el alma tiene de sí en este estado, viéndose sumergida en la noche, “esta noche no está sin luz, si bien los ojos del alma no están todavía acomodados a ella y no la pueden percibir”… “Con la muerte del hombre sensitivo comienza a dar sus primeros pasos el hombre espiritual” (12).
Nos adentraremos ahora en la consideración de la noche del espíritu de la cual nos dice Edith Stein que: “La segunda noche es más oscura que la primera, porque esta corresponde a la parte inferior sensitiva del hombre y por ello es más externa. Por el contrario, la noche de la fe corresponde a la parte más elevada y racional, y es por tanto, interior, y priva al alma de la luz de la razón o la ciega” (13).
Esta noche es la más penosa de todas. Ahora Dios se comunica al alma de forma directa. Es, en palabras de Juan de la Cruz “lenguaje de Dios al alma, de puro espíritu a espíritu puro”(14) . Pero, ¿por qué Dios, que es luz, al irrumpir en el alma causa oscuridad y sufrimiento? Juan nos da la respuesta: por la ineptitud e impureza del alma, que causan un obstáculo a la acción de Dios que ahora se produce en la sustancia del alma y el lenguaje que Dios habla allí es un secreto para los sentidos. Esta irrupción divina causa una verdadera revolución psicológica (15) de la cual nos ocuparemos más adelante.
Esta purificación de la noche viene a completar la realizada por la noche del sentido. Los apetitos, apegos, imperfecciones, siguen estando en el alma, ya que la primera noche podó las ramas, o sea, detuvo las manifestaciones exteriores, pero el tronco y las raíces aún permanecen en el espíritu, en la raíz misma de las facultades (16) .
¿Cómo se da esta purificación más profunda que afecta a lo más íntimo? Nos lo explica la santa carmelita con estas palabras: “la desnudez que se exige para esta unión transformante tiene que actuarse en el entendimiento por medio de la fe, en la memoria por la esperanza y en la voluntad por el amor” “…la fe ofrece al entendimiento un conocimiento seguro, aunque oscuro. Le muestra a Dios como luz inaccesible, incomprensible e infinito, ante quien fallan todas las fuerzas naturales, y precisamente por ello lleva al entendimiento de nuevo hacia su total nada; reconoce su propia impotencia y la grandeza de Dios. Del mismo modo, la esperanza vacía la memoria, porque se ocupa de algo que no posee.
Nos enseña a esperarlo todo de Dios y nada de nosotros mismos o de las criaturas; esperar de Él una felicidad sin fin y renunciar por ello en esta vida a todo gusto y posesión. Finalmente el amor libera la voluntad de todas las cosas, en cuanto que obliga a amar a Dios sobre todas ellas. Pero esto sólo es posible cuando se ha eliminado el apetito de las criaturas” (17).
La razón de la necesidad de esta purificación es que todo lo creado es incapaz de ser medio eficaz para la unión con Dios.
“El mundo natural – nos dice Edith – lo conoce a través de formas y figuras que perciben los sentidos. Y estás no le sirven para adelantar en el camino que conduce a Dios. Y también lo que aquí en la tierra puede conocer del mundo sobrenatural, tampoco puede ayudarle a conocer de una manera precisa a Dios. El entendimiento no puede con sus propias fuerzas formarse un concepto adecuado de Dios ni la memoria con su fantasía crear formas e imágenes que puedan representar a Dios, la voluntad no puede saborear ningún placer o gusto parecido a aquel que es Dios mismo. Las potencias cognoscitivas que poseemos – sentidos e inteligencia - no son capaces de conducirnos a la unión con Dios, ya que los sentidos exteriores se mueven en el mundo sensible y nos ponen en contacto con él, pero no van más allá de los seres materiales y Dios es puro espíritu; en Él no hay cuerpo ni materia, por tanto no hay en Él cualidades sensibles que puedan ser captadas por los sentidos”(18).
“La fe es el sólo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios”, nos dice Juan de la Cruz(19).
La inteligencia, potencia finita, no puede con sus propias fuerzas conocer al Infinito. Necesita, como nos lo dijo Juan de la Cruz, de la fe, virtud sobrenatural que nos da Dios y que se sobreañade a nuestras facultades naturales haciendo que podamos adherirnos a Dios.
Con esta ayuda divina estamos en condiciones de realizar actos de fe, que Santo Tomás define como: “acto de la inteligencia que se adhiere a la voluntad divina bajo la moción de la voluntad, movida ella misma por Dios mediante la gracia”(20). La fe nos permite, entonces, un contacto directo con Dios, “porque es tanta la semejanza que hay entre ella y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios, o creído”(21) , nos dice Juan de la Cruz.
“Mediante las tinieblas espirituales de esta noche - nos dice Edith Stein – quedan todas las potencias de la parte superior del alma a oscuras. De esta manera no puede percibir nada, ni se entrega a cosa alguna fuera de Dios, para llegar a Él. Es liberado de todas las formas, imágenes y aprensiones, que son un obstáculo para la unión duradera con Dios. No puede ya apoyarse en ninguna iluminación del entendimiento, ni en guía externo, para encontrar consuelo o contento” (22).
Veamos ahora cómo es que se da este crecimiento en la fe, que es el que nos lleva, como ya se dijo, desde la periferia del alma hasta su más profundo centro, lugar de la unión con Dios.
En este camino debemos pasar del conocimiento sensitivo al conocimiento puramente espiritual, (preparado por las noches), que es el conocimiento por fe. Este conocimiento por fe, es oscuro, (a diferencia del conocimiento natural), ya que la luz de la fe, al ser excesiva respecto a la luz natural del entendimiento, causa un exceso y vence a esta luz natural. Esta nueva luz infusa potencia al entendimiento para que conozca las verdades divinas, sin la claridad que le es connatural respecto a las verdades naturales. Y estas verdades divinas son tanto más oscuras y ocultas al alma cuanto más divinas son. Se deduce de aquí que cuanto más cerca está el alma de Dios, mayor será la oscuridad en la que se encuentra, ya que lo que va conociendo es oscuridad para la inteligencia.
Estos nuevos conocimientos que se van adquiriendo a través de la oscuridad de la fe son, por otro lado, de una certeza absoluta, ya que se apoyan en el testimonio de Dios. Pero, como se dijo, es un conocimiento oscuro para nuestras potencias naturales; por ello, la firmeza en la aceptación de estas verdades requiere una sumisión completa y perfecta de la inteligencia.
Pedir la sumisión de la inteligencia, sobre todo en nuestros días, parece algo imposible de lograr, es algo que va contra nuestros actuales fundamentos culturales.
Sin embargo, sin esta sumisión, no hay crecimiento en la fe, porque crecer es aumentar, progresar, y en el camino de unión con Dios, esto no puede darse mientras no comencemos a tener los pensamientos de Cristo en vez de los nuestros.
Al ir avanzando hacia estas cumbres de la unión, necesariamente nos alejamos de lo puramente natural, que es a lo que estamos habituados.
Cuando el único Dios es suplantado por ídolos, -como lo es la razón en nuestra época- y se nos enseña a vivir de modo “razonable”, entendiendo por esto el conformarnos a esta orgullosa y endiosada razón autónoma, diciéndonos que así seremos hombres sanos y libres, se hace imposible desarrollar todo el potencial de la vida humana, porque se cercena precisamente la capacidad de Dios que es su fin último y se la condena al fracaso.
Pero los santos, que son los únicos que conocen la verdadera psicología de las almas perfectas, nos enseñan otro camino: es el camino de la fe, que no pertenece al plano de nuestra razón natural, sino que se mueve en un plano superior. Cuando un cristiano quiere realmente serlo y, por lo tanto, con la ayuda de la gracia que lo previene, emprende el camino de la purificación que luego Dios culminará, notará en sí la inversión psicológica ya mencionada y verá como la inteligencia no actuará ya según lo que se le ofrece desde el exterior, sino que la fuente de todo conocimiento provendrá del fondo de su alma.
Esto, para el mundo es locura. Y es que, visto desde fuera y sin fe, lo parece; más aún si tenemos en cuenta dicha inversión genera un desorden en lo psicológico, que se manifiesta en impotencia e impresiones dolorosas, aunque revestirá formas diferentes en cada sujeto, según su temperamento. A esto hay que agregar – debido a la unión de cuerpo y alma- los efectos físicos, ya que lo que acaece en el espíritu, repercute en la parte sensitiva.
En cambio, desde el punto de vista de la fe, todo esto que se está operando en el alma, aunque duro y doloroso, es bueno y deseable. Sin esta muerte en la cruz al hombre viejo –sensitivo- no puede haber nacimiento del hombre nuevo –espiritual-.
Sin la purificación del alma, sin una transformación de nuestra vida en vida divina, no somos verdaderos cristianos porque no somos verdaderamente hombres.
Para poder llegar a este grado de humildad, que nos hace postrar nuestra inteligencia ante la infinita Sabiduría, que es Dios, debemos, antes, arrojar de nuestra mente todas las estructuras impuestas por la matriz cultural contemporánea, las cuales nos enseñan que no existe la verdad ni la realidad objetiva, y por tanto, el hombre no tiene un fin que le es propio, sino que cada uno determinará cuál sea ese fin de forma totalmente subjetiva.
Lamentablemente, esta concepción se encuentra también en muchos creyentes (o, al menos, en muchos que creen serlo).
Evidentemente, quienes así piensan están aún en la periferia del alma y, si no se cuestionan seriamente y cambian, nunca emprenderán el camino hacia su centro, y terminarán viviendo una vida que no se corresponde con las exigencias de su naturaleza. Vivirán siempre fuera de sí mismos, en el más completo desorden. Y, como nos dice Edith Stein, quienes no llegan hasta lo más profundo de su alma, que es el lugar de la libertad, nunca tomarán decisiones completamente libres, “porque sólo desde el centro más profundo uno es dueño absoluto de sí mismo”. Somos dueños de nosotros mismos sólo cuando comprendemos la realidad y a nosotros mismos desde la mirada del Creador, que es el único que conoce las cosas como realmente son.
Cuando el alma no está en su más profundo centro, -o no está, al menos, en camino hacia este santuario- no conoce realmente ni a sí misma ni a la realidad y, por lo tanto, se imagina cómo es o cómo quiere que sea. Esto redundará en un serio desorden psicológico, ya que por más esfuerzo que hagamos, las cosas, (la realidad, nosotros mismos, los otros, etc.), no serán nunca como deseamos o imaginamos, sino como Dios las hizo. Responden a unas leyes que no son las que nosotros querríamos imponer sino las que quiere el Divino Hacedor.
Pero, ¿por qué esta rebelión? Edith Stein nos dice que “cabe pensar que la causa de esta ceguera y de la incapacidad de llegar a lo profundo del alma no reside simplemente en una obsesión en relación a algunos prejuicios metafísicos, sino en un inconsciente miedo a encontrarse con Dios”(23) .
Este inconsciente miedo de encontrarnos con Dios proviene de la idea, sin duda inspirada por el maligno, de que Dios coartará nuestra libertad, de que podremos ser más felices si lo dejamos al margen de nuestras vidas y “construimos” una existencia fundada únicamente en nuestros deseos y gustos, hecha toda a nuestra medida.
Pero, ¡qué alejada de la realidad está esta postura!
San Juan de la Cruz nos dice, en cambio, que cuando el alma va más a oscuras de sus operaciones naturales, va más segura; porque, como dice el profeta (Os. 13,9), la perdición, al alma, solamente le viene de sí misma, esto es, de sus operaciones y apetitos interiores y sensitivos, y el bien, dice Dios, solamente de mí” (24).
El alma que se dispone a caminar en la oscuridad de la fe, guiada por la mano de Dios, es “como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas, va por nuevos caminos no sabidos ni experimentados; que camina, no guiada por lo que sabía antes, sino en duda y por el dicho de otros. Y claro está que éste no podría venir a nuevas tierras, ni saber más de lo que antes sabía, si no fuera por caminos nuevos nunca sabidos, y dejados los que sabía; ni más ni menos, el que va sabiendo más particularidades en un oficio o arte siempre va a oscuras, no por su saber primero, porque, si aquél no dejase atrás, nunca saldría de él ni aprovecharía más; así, de la misma manera, cuando el alma va aprovechando más, va a oscuras y no sabiendo”(25) .
Así, dejándose guiar por este camino, donde el alma nada sabe ya, llegará a la cumbre de la unión. Independiente ya de los sentidos, la actividad espiritual se desarrollará más libremente. Esta liberación, unida a la purificación moral, somete al alma a Dios sólo. Bajo esta luz y moción que reciben de Dios, las virtudes teologales se ejercitan de modo perfecto y se produce el nuevo nacimiento espiritual, según el espíritu, donde se manifiesta una nueva manera de comprender con el entendimiento.
Liberada ahora el alma de las ataduras que obstaculizaban su vuelo a las alturas, se da ahora en ella el triunfo de la Sabiduría. La caridad reina en el alma tanto más profundamente cuanto más desprendida de lo humano meramente natural esté ella y más espacio deje a la acción de Dios en sí.
El efecto principal de la caridad es el de unir y transformar; esta caridad sobrenatural que Dios infunde en el alma es una participación de la vida divina. Se unen, así, dos voluntades, la del alma y la de Dios.
Situada, de este modo, el alma, en estas regiones, podrá ahora realizar perfectamente su misión sobrenatural. Irá avanzando por los diversos grados de amor hasta llegar a la visión cara a cara, en el cielo, con nuestro creador.
Este es el camino que debe recorrer el alma, el de la muerte y resurrección. Muriendo a sí misma y a todo lo puramente natural –a todos sus apetitos e inclinaciones- dará paso al nacimiento del hombre nuevo, a imagen de Cristo. Es la ciencia de los santos, la ciencia de la Cruz, la que es enseñada al alma por el Divino Maestro, y cuya meta y recompensa es Él mismo.
Notas
1. P. Mª. Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”, Ed. Espiritualidad, Madrid, 2002. Pág. 154.
2. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas, Tomo V. Ed. El Carmen- Monte Carmelo-Espiritualidad, Burgos, 2004. Pág. 236.
3. Juan de la Cruz Subida I,3, 3-4, en P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág. 586
4. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 241 -242
5. P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág. 586 - 587
6. P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág 520
7. Juan de la Cruz, Subida Cap. 9, Libro II, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010.
8. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 243
9. Juan de la Cruz, Noche I, 9, 4, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010.
10. P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág 611
11. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 245 - 246
12. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 248
13. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 250
14. Juan de la Cruz, Noche II, 17,4, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010
15. P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág 851
16. P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág 852
17. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 253
18. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 852
19. Juan de la Cruz, Subida II, 9,1, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010
20. Tomás de Aquino, Suma II, II, q. II, art. 9, en P. Mª Eugenio del N.J., “Quiero ver a Dios”… pág 524
21. Juan de la Cruz, Subida II, 9,1, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010
22. Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras Completas… pág. 332-333
23. Edith Stein, “Castillo interior”, en Obras Completas… pág. 104
24. Juan de la Cruz, Noche II, 16, 3, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010
25. Juan de la Cruz, Noche II, 16, 8, en Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos, 2010
Si tienes alguna duda, escribe a nuestros Consultores


