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El deber de divertirse
El descanso para un cristiano es un tiempo para volver a Dios. Aquí se presentan ideas para disfrutar las vacaciones con la familia.


Por: Antonio Orozco | Fuente: Catholic.net




Llega un momento en que la persona que trabaja seriamente tiene ganas de divertirse. Es lógico. Dice la Sagrada Escritura que todo tiene su tiempo, y todo cuanto se hace bajo el sol tiene su hora. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar (Eccl 3, 1-5). Y un poco más adelante: disfruta mientras eres joven y pásalo bien.

No está bien visto en la Sagrada Escritura el que sólo vive para el estudio, porque el demasiado estudiar desgasta el cuerpo (Eccl 11, 7-12).

Aunque no cabe olvidar este consejo que se da a la vez: Acuérdate de tu Hacedor .... No sería un programa normal de vida cristiana el que excluyera la diversión.

En uno de los más importantes tratados de Teología de todos los tiempos -la Summa Theologiae, de Santo Tomás de Aquino-, figura la diversión como una nota indispensable de la vida del cristiano.

Faltan por defecto en la diversión -dice el llamado Doctor Angélico- los que no profieren ni siquiera un chiste, y se molestan si los demás bromean; porque no toleran la expansión moderada de sus semejantes. Esos tales son viciosos y se llaman agrios y adustos (S. Th. II-II, q. 168, a. 4 c).

Que nadie imagine la vida cristiana como un luto sin salida. Si Nuestro Señor Jesucristo hubiera sido un hombre triste, teatral -como se le suele representar en las películas-, los niños no se hubieran acercado a El.


RECUPERAR LAS FIESTAS SALUDABLES

Habría que recuperar aquellas fiestas (bailables o tradeadas) que se celebraban en casa de los propios padres o de los de algún amigo o amiga, bajo luces claras y la mirada discreta, pero atenta, de alguna persona mayor.

Así era fácil divertirse limpiamente. Siempre es posible, si se quiere, traspasar los límites de la moral (se puede hacer incluso en una iglesia), pero cuando se toman las precauciones debidas, es más difícil incurrir en lo que no estaba en la voluntad.


En las discotecas pasa lo contrario: quizá alguna persona privilegiada, tal vez muy ingenua o un poco tonta, pueda pasar una noche bailando y bebiendo sin ofender a Dios. Pero lo más fácil y seguro es lo contrario. Las discotecas donde casi es imposible hablar, propician un tipo de expresión basada únicamente en el contacto físico, en la vibración y en los instintos estimulados por el sonido, la penumbra, cuando no por el alcohol o la droga.

Es preciso advertir también que hay ambientes que si bien no determinan ofensas actuales a Dios, distorsionan la formación de personalidades que podrían llegar a ser ricas, profundas, maduras. Los padres que puedan, deben animarse a organizar fiestas para sus hijos y los amigos y amigas de sus hijos.

«Urge recristianizar las fiestas y costumbres populares. -Urge evitar que los espectáculos públicos se vean en esta disyuntiva: o bobos o paganos». »Pide al Señor que haya quien trabaje en esa labor de urgencia, que podemos llamar "apostolado de la diversión"» (Camino, núm. 975).


QUÉ SIGNIFICA DIVERSIÓN

Di-versión, divertirse, suena a verterse o volcarse, salir en cierta manera de uno mismo. Si uno sale y se pierde, está perdido. Pero si sale bien pertrechado, con dominio de la situación, conseguirá un reencuentro más gozoso consigo mismo. Cuántas veces, por el contrario, la diversión deja un poso de amargura.

Aquilino Polaino, conocido catedrático de Psicopatología, en una conferencia reciente sobre la famosa depresión , contaba lo que sucede al final del verano:

-En septiembre nos encontramos en las consultas con la llegada de los veraneantes cansados, lo que en principio resulta bastante paradójico. ¿Qué ha sucedido? Sucede que hay gente que no sabe descansar y que pretende hacerlo en ambientes ruidosos y masificados, donde relajarse realmente resulta una empresa difícil. Es obvio que la montaña es euforizante y por tanto buen factor preventivo para la depresión, mientras que un buen número de ambientes playeros cuentan con un factor depresógeno. Y aunque de momento pueden tranquilizar la ansiedad, es posible que al cabo de pocos días la depresión se presente de nuevo, más profunda".

El desafío de las leyes morales siempre lleva consigo un deterioro de la integridad de la persona, del equilibrio psíquico y no raramente del físico. Pero como no siempre se ve el mal enseguida, se suele pensar que si no se mata y no se roba, es seguro que no hago mal a nadie. Sin embargo no matar y no robar es compatible con hacerse un daño profundo, aunque no sea sensible, a sí mismo y también a muchos otros.

Nada de lo que acontece en nuestra intimidad personal deja de repercutir de algún modo en el ambiente -familiar y social- que nos rodea.

La diversión, por tanto, ha de contar, como ingrediente principal -aunque, como la sal en muchos platos, esté y no se note-, con las normas morales. Sin ellas no cabe la felicidad que siempre andamos de alguna manera buscando.

Es lamentable que se ignore u olvide tanto esta verdad: las normas morales establecidas por Dios no tienen otra finalidad que la de hacer feliz al hombre. Dios nos ha creado y nos ha revelado unos Mandamientos para que sepamos por dónde se va a la felicidad temporal y a la eterna.

SALIR, PERO SIN PERDERSE

Las vacaciones es salir un poco de lo habitual, del esfuerzo constante. Es salir un poco de nosotros mismos.

Pero la alegría, el sosiego, la paz, la recuperación de energías no se consigue huyendo del verdadero centro de nuestra existencia, que es como nuestro centro de gravedad espiritual. Apartarse de Dios es una violencia profunda en lo más profundo del núcleo personal; y esto no puede proporcionar descanso auténtico. Cuando el Señor dice: Venid a mí los que estáis cansados..., entre otras cosas nos está advirtiendo que fuera de El no hay descanso verdadero.

En otras palabras: para divertirse es preciso convertirse, vertirse o verterse hacia nuestro verdadero centro que es Dios, y desde ahí, ocuparnos en esas actividades que relajan y reparan fuerzas para que después seamos capaces de mayores esfuerzos (que es, en el decir de Santo Tomás, el fin del descanso).

Cuando se plantean las cosas del modo inverso y se tiene la diversión como fin en sí mismo, se espera de la diversión algo que no tiene y, por tanto, no puede dar.

Por eso es frecuente la tristeza y la depresión en lunes, o en el período que sigue a las vacaciones. Cuando la diversión que se había tomado como fin termina, comienza el desencanto, la desazón del alma. Quizá se suspira entonces por nuevas diversiones, nuevos descansos, que si siguen tomándose como razón de ser de la existencia, nunca conseguirán hacer feliz.


EL AMBIENTE VERANIEGO

Vendrá el verano, volverá, como las golondrinas. Y quizá muchos habrán olvidado el mal sabor que dejaron las vacaciones pasadas, en ambientes teóricamente óptimos para un merecido descanso, pero prácticamente pésimos para el sosiego de lo que más importa: el alma.

El ambiente, las relaciones sociales de muchos lugares de veraneo repercuten muy negativamente en la vida espiritual de jóvenes y mayores. El que sean muchos los que se han sometido voluntariamente a esa tortura moral (o lamentable claudicación, según los casos) no cambia las cosas, ni inmuniza contra el mal; al contrario, el mal, cuando es de muchos, presenta características de epidemia, a la que hay que oponer medidas extraordinarias.

A pesar de todo, muchas veces se reincide, se tropieza en la misma piedra. Ahora que todavía hay tiempo para programar el verano próximo, vale la pena ponderar el asunto con seriedad y hondura.

¿Hay algún insensato que emplee su tiempo de vacaciones para arriesgar su vida situándose en medio del ojo de un huracán, o que encuentre fascinante aspirar el aire junto a un quemadero de basuras?

LA CLOACA DEL MUNDO

Una vez oí a una madre que decía a su hijo decidido a comportarse con coherencia cristiana:
-¿Dices que quieres santificar el mundo y sin embargo no vas a la playa, no vas al cine..., ¿cómo se entiende esto?.

Y el chico respondió:
-Pero mamá, ¿no ves que esas playas, esos cines, esas discotecas, no son el mundo, sino, a lo más, la cloaca del mundo?

A la madre aquella, que ya lo sabía, le gustó la respuesta. Y los cristianos, desde luego, no tenemos la culpa de que aumenten las dimensiones de los vertederos del planeta.

Lo absurdo sería que montáramos nuestra tienda a su orilla, sólo porque también lo hacen algunos de nuestros colegas, amigos, parientes o conocidos, cuyo lema podría ser: no te prives de ello: seiscientos mil millones de moscas no pueden equivocarse.

Si no los hay, podemos crear ambientes de aguas claras y aire limpio. Hay ambientes que no son santos, pero se pueden santificar, porque pueden corregir sus defectos y conservar sus cosas positivas. Pero también hay ambientes tan deleznables que no hay modo de santificarlos como no hay modo de realizar la cuadratura del círculo.

Lo mismo pasa con el ambiente de muchos lugares playeros y de diversión. Donde no se pueda amar a Dios, donde no se puede vivir, por ejemplo, la castidad sin eufemismos, donde no puede estar una persona sin avergonzarse, allí no debe estar un cristiano callando y otorgando. Y si está así, se convierte por ello mismo en cooperador del mal, en piedra de escándalo y en responsable de quién sabe cuántas ofensas a Dios.

Por eso, como siempre ha sucedido, muchos cristianos, hoy, deciden cambiar de lugar de veraneo en defensa de la vida espiritual propia y la de su familia. Y, así comprueban, además, que se pasa mucho mejor y se descansa más a fondo.

Porque Dios se hace presente en medio de ellos, les da el ciento por uno. El es la Alegría. Y quien no sea capaz de hacer una cosa así, dejar ciertos ambientes, o ciertas amistades por amor a Dios y a los suyos, no merece llamarse cristiano.

No es una opinión, es palabra de Dios: Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí (Mt 10, 37).

Peor aún sería amar más que a Él, un ambiente determinado, unas amistades, un lugar, unas cosas, unas situaciones frívolas.

¿Y si fuera necesario pelearse un poco con alguien? También nos responde el Señor: No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su propia casa (Mt 10, 34-36).

No hay que asombrarse de que surjan protestas en casa cuando se defienden ciertos principios morales. No hay que ceder si son de Dios. Tampoco se trata de que brillen las espadas en la noche, o truenen cañonazos verbales y se enciendan los pleitos violentos. Hay que defender la verdad con fortaleza y cariño.

Ambas cosas son indispensables y compatibles. Y entonces la familia resulta más unida, más robusta, más sana y más cristiana. Es evidente que, en época de vacaciones, toda la actividad de la familia debe supeditarse a la mejor formación y atención de los hijos, para lo cual no deben escatimarse esfuerzos, incluido el económico.


CÓMO DEBE SER EL VERANO

Debe ser un tiempo de intensa vida familiar, para pasarlo verdaderamente bien. Para ello es necesario programar de algún modo actividades variadas que ayuden a aprovechar el tiempo, que resulten atrayentes a los hijos y fomenten en ellos el deseo de estar con sus padres y hermanos.

Tener en cuenta que el atractivo está en el ambiente, más que en la actividad en sí misma. Los padres han de transmitir ilusión por esas actividades, y afán de superación; han de saber contagiar buenas aficiones.

Los juegos o juguetes más caros no son los más divertidos. Hay que salvarlos de la manipulación comercial que se hace con frecuencia a través de la publicidad.
 

 







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