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La Iglesia y los embriones

La Iglesia y los embriones
La posición de la Iglesia en relación a los embriones, está vinculada al hecho de la defensa de la vida humana


Por: Josep Miró i Ardèvol | Fuente: ForumLibertas



29/10/2008


La Iglesia se opone al uso de embriones humanos como material de laboratorio. Se opone de una forma generalizada. Esta postura es criticada como contraria al progreso en razón de lo que se entiende por tal cosa. Progreso es para muchos lo más nuevo, lo más reciente. Y si se pueden utilizar embriones para obtener células pluripotenciales a partir de ellos, obtener bebes-remedio o eliminar riesgos de enfermedades futuras, mediante la selección embrionaria, se debe hacer sin más consideraciones morales, sociales o económicas, incluso políticas, o todas ellas juntas.

La cuestión es si la premisa “se puede – se debe” es suficiente, y si la Iglesia basa su posición en criterios irracionales que en nada tiene en cuenta los hechos científicos.

Consideremos esta última cuestión. La posición de la Iglesia en relación a los embriones, está vinculada a dos hechos. Uno es el de la defensa de la vida humana, la no aceptación de que ésta sea un valor variable cuyos límites son fijados en función de las características del sujeto. Porque cuando rige esta premisa, la vida con valor variable según de quien se trate, el poderoso siempre tendrá la tentación de fijar aquellos límites en función de lo que mejor le convenga. El más poderoso en poder político, en riqueza, pero también en fuerza, en presencia social o, simplemente, porque ya ha nacido, porque es autónomo y su vida no depende de la acogida de los demás serán quienes dictaran las reglas de la vida.

En esto la Iglesia sigue su mandato transhistórico, el de preservar la Creación, en este caso en aquello más importante querido por Dios, el ser humano, así como la defensa del más débil: “No explotarás a viudas ni huérfanos porque si los explotas y ellos gritan a mi, yo los escucharé”, se dice en el Éxodo.

Pero, en la posición de la Iglesia hay otra consideración mucho más actual, de índole científica. El conocimiento de que el embrión es el único portador de la base material, el código genético que caracteriza a cada ser humano. Su realidad, su configuración genética, significa el fundamento necesario de un nuevo ser humano. Y esto, evidentemente, es ciencia, y reciente.

Si se une la no relativización de la vida y esta evidencia científica, el respeto hacia el embrión debería ser la consecuencia social. No es así, pero no desde siempre. No hay que retroceder demasiados años para recordar la protección jurídica especial del embrión. De hecho perdura en muchos países desarrollados, como Alemania, Italia y en buena medida Francia.

Con la reproducción asistida el legislador tuvo necesidad de desarrollar una protección del embrión, y lo hizo de manera tal que se daba la paradoja que en los países donde existía una ley de plazos para el aborto, aquel estaba más protegido que el feto. ¿Qué ha cambiado en todo esto para que la legislación acabara considerando al embrión como un simple medio? Sólo una cosa: el mercado.

La reproducción asistida ha pasado a ser un bussines importante. El uso del embrión en investigaciones permite transformar lo que antes era un coste –su conservación- en un ingreso: se abren nuevas vías de negocio mucho más poderosas con la selección embrionaria por motivos eugenésicos, porque de esto trata lo que se está haciendo. Es la tentación permanente de la concepción materialista del ser humano: eliminar a los enfermos y discapacitados profundos, impedir la vida a los que no reúnen determinadas aptitudes. Una sociedad no canónica como la nuestra en lo cultural, donde la trasgresión es la norma, se permite establecer cánones sobre lo natural, la vida peligrosa –para todos-, contradicción, que más pronto o tarde estallara.

Un film, Gattaca, describe una sociedad de este tipo. Se trata de una humanidad dividida en dos grupos sociales: “los perfectos”, la vieja tentación que nos acompaña desde el fondo de la historia, y que hoy serían aquellos cuyos padres pueden pagar la selección embrionaria y nacieron a expensas de la muerte de decenas y decenas de embriones, y la “plebe”, el resto de la humanidad, surgida de la simple relación entre un hombre y una mujer.

El desarrollo social de todo esto, más la eutanasia, la ideología de género y la homosociedad, determinaría un horizonte que poco tiene que ver con el que asociamos a la idea, historia y realidad de la humanidad. Tanto ecologismo para todo menos para el hombre. Y esta es otra contradicción inasimilable, porque en la medida que se reconoce ese “se puede – se debe” la presión sobre la sanidad pública crece: inseminación artificial, cambio de sexo, selección embrionaria.

Son actuaciones de alto coste pagados por todos para unos pocos, mientras las prestaciones básicas se degradan por una demanda creciente. Sólo el absurdo económico y la injusticia pueden combinar la bandera del co-pago sanitario en España –el país de Europa donde el usuario más paga a la sanidad pública- con un despliegue de nuevas y muy caras prestaciones generadoras de graves conflictos éticos.

Esta reflexión enlaza con la otra cuestión apuntada al inicio ¿Por qué el “se puede” se convierte automáticamente en un “se debe”? ¿Por qué solo cuenta el deseo individual y para nada la consecuencia social, el bien común? Nada justifica ambas cuestiones. Toda nueva posibilidad debe ser valorada por sus consecuencias directas e indirectas, a corto y a largo. Debe ser apreciada por razones de bien común, es decir, el bien concreto de la gran mayoría de personas, y no solo por el efecto que causa en relación a un determinado deseo.

Una sociedad que toma decisiones sobre su futuro observando solo el presente y en singular, y donde lo que cambia el sentido moral es el mercado y la expectativa de beneficio, es una sociedad sin futuro, un mundo terriblemente clasista y peligroso donde el poder dicta quién puede vivir, por vericuetos burocráticos y de manipulación de la opinión.

Amamos la Creación, el mundo hecho por Dios, porque es su obra, pero sería irracional –y la razón es una virtud- deducir de aquella premisa que debemos aceptar todo tipo de acción humana, todo tipo de proyecto social, en razón de que –de momento- gusta más. Es un error afirmar que es más beneficioso, porque simplemente se contempla aislando el hecho de sus consecuencias








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