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El hombre: Su dignidad y su trascendencia

El hombre: Su dignidad y su trascendencia
El hombre posee una naturaleza que dada, que debe reconocer, respetar y realizar: es un ser dotado de inteligencia y voluntad y un ser libre.


Por: Lic. Marcelo Imperiale | Fuente: Fundación Aletheia



En gran medida nuestra civilización contemporánea tergiversa o ignora la dignidad de la persona humana. Vivimos una época de contrastes: Frente a los avances científicos y tecnológicos y las mejores condiciones sociales que se ofrecen en el presente, hay una gran falta de equidad en la distribución de los bienes y oportunidades; frente a un mundo hiper-comunicado a través de los mass-media e Internet, el indiferentismo egoísta y el individualismo parecen guiar buena parte de las relaciones humanas; la riqueza y posibilidades materiales han aumentado en forma geométrica en los últimos decenios pero la brecha entre ricos y pobres es cada vez más grande. La ciencia devela el patrimonio genético de la especie humana, pero en aras de la civilización y el progreso, no se duda en manipular el embrión humano, rechazando su dignidad; la idea de “crear” un hombre ‘a medida’, se torna cada vez más factible. Todo esto nos interpela y obliga a reflexionar sobre el hombre, su dignidad y trascendencia.

Dignidad y naturaleza

La dignidad en su sentido ontológico


“Dignidad” refiere a la “cualidad de digno” que una cosa o persona posee. “Digno”, se dice de aquel que es merecedor de lo que le es proporcionado a su mérito o condición. En este sentido, la dignidad humana señala la característica inherente al hombre de ser acreedor de todo aquello que le corresponde por ser hombre. Por tanto, para responder a la cuestión sobre la dignidad del hombre deberemos preguntarnos acerca de su naturaleza esencial.

“Objetivismo antropológico” vs. “Subjetivismo antropológico”

Consideramos que, en general, el hombre de todos los tiempos se debate en una “tensión” que consiste o bien en vivir conforme a su naturaleza, entendida como algo “dado”, objetivo, que debe reconocer y respetar o, rechazando la idea de una naturaleza “dada”, vivir conforme a su libertad entendida como un “poder” al margen de todo orden más allá del de su voluntad y conciencia. En el primer caso, el hombre se aboca a la tarea de “humanizar” al mundo y a sí mismo, mediante la “creación” de una cultura respetuosa de las leyes de la naturaleza de las cosas y de sí mismo; esta posición se sustenta en un realismo objetivo metafísico y antropológico. En el segundo caso, la humanización se presenta como la tarea del hombre de “crear” la misma condición humana e imponer su “poder” en las cosas a través de la cultura; se trata de un subjetivismo antropológico que suele conllevar la negación de toda metafísica realista-objetiva. En los últimos siglos ha prevalecido la posición subjetivista. Importa destacar algunos de sus aspectos y sus consecuencias.

a) “Cosificación” del hombre: El “Hombre-instrumento”. Es la reducción de la condición humana a mera “cosa” lo cual se manifiesta de distintas maneras: la explotación del hombre con fines económicos, la exclusión, la dominación política, el racismo, etc. Inherente a esta “cosificación” es una cultura en donde lenguaje, arte, política, economía, y demás expresiones del quehacer cultural del hombre se convierten en estrategias de dominación con fines egoístas.

b)Individualismo y pragmatismo. También la “cosificación” puede obrar en el individuo con respecto a sí mismo; en un marco hedonista, la dignidad humana queda ceñida al ámbito del cuerpo y las necesidades y apetitos corporales. La primacía de la autorrealización y del propio placer, convalida, asimismo, la legitimación de todo medio destinado a su consecución y el rechazo de todo lo que se le opone; es común en esta visión, el desprecio por todo dolor y sufrimiento, y el rechazo o subvaloración del hombre débil o doliente. La “aprobación” cultural del aborto y su convalidación legal; la eutanasia, la difusión de los supuestos “derechos reproductivos” como expresión de una sexualidad individualista, la indiferencia frente al anciano o al minusválido, son ejemplos de esta actitud.

El futuro del subjetivismo: “Normas para el parque humano” (Sloterdijk)

Sloterdijk, advierte el ocaso del humanismo contemporáneo, frente a la sociedad de la información y un constatable embrutecimiento de las masas debido a la difusión de nuevos medios de desinhibición. ¿Sobrevendrá, en consecuencia, una nueva humanización, basada en una antropotecnia que pretenda regir el destino del hombre a partir de una selección genética dirigida biotecnológicamente y regida por nuevas estructuras políticas en manos de una elite global?

“Conócete a ti mismo”

Esta conocida frase de origen griego se completaba diciendo: “y sé lo que eres”. Así, se sintetiza toda una antropología y una ética forjada en una cosmovisión realista y objetiva. El hombre posee una naturaleza que dada, que debe reconocer, respetar y realizar: es un ser dotado de inteligencia y voluntad y un ser libre. En razón de su inteligencia está llamado a conocer la verdad y en razón de su voluntad está llamado a amar el bien. Existe un impulso natural en el hombre que le mueve a todo aquello que le perfecciona. El destino y dignidad del hombre radica en la vida virtuosa, único medio para lograr una adecuada “apropiación” de la condición humana. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza; he aquí, las virtudes a cultivar en cada uno de nosotros. En el campo de lo social: especialmente la justicia y la solidaridad.

Imágen y semejanza de Dios

El cristianismo ha recogido los valores culturales de una cosmovisión realista-objetiva. Los ha completado con la revelación de que el hombre es imagen y semejanza de Dios. En esto, en última instancia, radica la auténtica y más profunda dignidad del hombre: en vivir de conformidad con su carácter de “imagen y semejanza de Dios”. Contamos para ello con un ejemplo y guía de lo que es realizar tal imagen y semejanza; ese ejemplo es Jesucristo. Imitar a Cristo significa vivir según la caridad lo cual conlleva vivir en el amor, llegando hasta la propia negación de sí en pos de los demás, por amor a Dios. A esto se reduce la “tensión” que referíamos más atrás y el desafío a que nos enfrenta la vida: o pretender realizarnos humanamente, pero al margen de Dios, o forjar un nuevo humanismo a imitación de Cristo: el nuevo hombre en Cristo resucitado.







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