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Mujer, vuelve a Dios

Mujer, vuelve a Dios
Crear la conciencia en cada una de las mujeres que me escuchan o que me escucharán en el futuro de que han sido salvadas y purificadas por la sangre de Cristo, que la dio toda entera para rescatarnos


Por: P. Antonio Rivero | Fuente: Jesucristo y Mujer



Crear la conciencia en cada una de las mujeres que me escuchan o que me escucharán en el futuro de que han sido salvadas y purificadas por la sangre de Cristo, que la dio toda entera para rescatarnos, aunque le costó mucho sufrimiento y dolores indecibles. Su amor venció todo. Y por lo mismo la mujer sólo será completa si se deja empapar por la sangre de Cristo, redimir por Él. Si no acepta a Cristo en su vida, si no se apropia los méritos de la Pasión de Cristo, si no se alimenta de Cristo en su Palabra y en la Eucaristía, si no se lava con la sangre de Cristo en la confesión...esa mujer no está completa, por más libros que lea, por más congresos que haga, por más dinero que dé a obras de apostolado. Sólo en Cristo está nuestra “completez”, nuestra autorrealización, nuestra felicidad y nuestro destino eterno.

1. Cristo en la cruz

Jesús dijo a la beata Angela de Foligno: “No te he amado en broma”. La Pasión de Cristo es el argumento más convincente del amor de Jesucristo a cada uno de nosotros. Nos amó hasta la locura, muriendo por nosotros, a fin de que nosotros nos salváramos y llegásemos al cielo.

¡Cuántos sufrimientos físicos y morales tuvo que soportar Jesús por cada uno de nosotros!

La flagelación con látigos de cuero sobre su cuerpo desnudo. Tenían estos látigos al final huesecitos o bolitas de plomo que arrancaban la carne. Por la Sábana Santa se puede saber que fueron dos los que le azotaron, pues la dirección oblicua de los golpes no es igual en los dos lados. A veces de tan cruel que era la flagelación, que dejaba al descubierto las entrañas del condenado. Algunos morían en el lugar del suplicio, otros quedaban lisiados para toda la vida.

La corona de espinas fue también dolorosa. No fue en forma de anillo, sino en forma de casquete, cubriendo toda la cabeza, como si fuera un sombrero. Los surcos de sangre de la frente, en la Sábana Santa, coinciden con venas y arterias importantes y delicadas. Se han contado 33 heridas de perforación de las espinas en la cabeza.

El camino de la cruz no fue menos doloroso. Las rodillas del hombre de la Sábana Sana revelan cortes y magulladuras atribuidas a las caídas. Jesús cayó; de ahí se explica por qué llamaron a Simón de Cirene a ayudarle. Estaría Jesús tan destrozado que el oficial romana temía que Jesús no llegara al Gólgota. En el rostro de Cristo se descubre una hinchazón que casi alcanza a cerrarle el ojo derecho. Fue en una de las caídas, que no pudo detener con las manos, atadas al travesaño horizontal que llevaba sobre sus espaldas, y que le destrozaban las espaldas.

Nos falta la crucifixión. Era un suplicio común en la época de Cristo. La practicaban romanos y griegos, como el peor suplicio. Alejandro Magno hizo crucificar a 3.000 habitantes de Tiro, después de asediar esta ciudad Fenicia. Espartaco, en el año 73 a.C. mandó crucificar 6.000 rebeldes. Como judío, no debería haber sido crucificado Jesús, sino lapidado. Pero como la condena fue confirmada por el poder judicial romano, entonces fue crucificado, que era el castigo que infligían a los condenados. Le crucificaron con tres clavos. Le perforaron el costado, por el lado derecho hasta llegar al corazón, que está en el centro. Y le hirieron la aurícula derecha, que suele contener sangre líquida en los cadáveres recientes. Recordemos que la lanzada se la hicieron a Jesús, una vez muerto.

Por todo esto, Jesús le dijo a la beata Angela de Foligno: “No te he amado en broma”.

2. Barreras que me impiden acercarme a la cruz de Cristo

a) El menospreciarse a sí mismo


No me gusta cómo soy. No acepto mis limitaciones, mis defectos, mis carencias. Envidio a los demás.

Detrás de esta postura se esconde una buena dosis de soberbia y falta de humildad. Al mismo tiempo, se percibe que no se ha dejado entrar a Cristo en el alma, no nos ha convertido en hombres y mujeres nuevos. Vivimos todavía anclados en prejuicios, en castillos en el aire.

b) El negarnos a perdonar a otros

Este obstáculo es todavía peor. No perdonar las ofensas a los demás. Esa mujer, ese hombre que así hace, ¿cómo puede rezar el padrenuestro, sin sentir que es un hipócrita? No reces el padrenuestro, si no estás dispuesto a perdonar a los demás. Es más, si no perdonas, tampoco Dios te perdonará, pues Él ha condicionado su perdón al perdón que otorgamos a los que nos han ofendido. Si yo perdono, Dios me perdona. Si yo no perdono, Dios no me perdona.

El no perdonar implica tener un corazón duro, de piedra...que todavía no ha dejado entrar el mensaje de Cristo. El corazón que no perdona es un corazón anclado en el Antiguo Testamento, y por tanto, no disfruta todavía de la novedad traída por Cristo en el Nuevo Testamento. Y esta novedad es precisamente la caridad llena de misericordia y de perdón.

Es verdad que cuesta mucho perdonar. Es verdad que en algunas ocasiones el otro no se merecería humanamente mi perdón.

En esos momentos hay que mirar a Cristo en la cruz. De su boca salió: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. No sólo nos dio la doctrina del perdón Cristo, sino que también nos dio el ejemplo.

“¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? ¿Hasta setenta veces”...Setenta veces siete”. Es decir, siempre, a todos, en todas partes. Y si al presentar mi ofrenda ante el altar de Dios, me acordare que mi hermano tiene alguna causa contra mí, yo dejaré allí mi ofrenda e iré primero a reconciliarme con mi hermano.

Y debemos perdonar no por la satisfacción de perdonar ni por la gratitud de los hombres a quienes perdonamos, sino por acercarnos a Jesucristo, a la alta cumbre de su Evangelio, donde se enarbola sobre sus enseñanzas, como una bandera de paz, su palabra, que es caridad y perdón.

El perdón es una de las facetas del amor; es cuando la caridad desciende desde su alta atalaya y se hace sencilla, suave y mansa.

“Yo perdono, Señor, fiel a tu palabra para que en el atardecer cansado de mi vida no me encuentre culpable de no haber amado. Ante la gran ofensa que te hicimos los hombres palidecen las débiles ofensas que me hacen. A los que me crucifican lentamente, a los que me persiguen y maltratan, desde lo alto de mi pequeña cruz, yo también los perdono, Señor, y como Pedro guardo mi espada refulgente, porque en tu Reino sólo penetran los mansos, los que no atizaron el fuego del deseo de odio y de venganza en las jornadas lentas y agobiantes.

c) La incapacidad de aceptar el perdón de Dios

A este pecado se la ha llamado el pecado contra el Espíritu Santo


3. Conclusiones

a) Destruir barreras
b) Aceptar la cruz
c) Subirme a la cruz

Preguntas o comentarios al autor

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