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Luz en una nueva era de oscuridad

Luz en una nueva era de oscuridad
Benedicto XVI: El nombre es el programa, y el nombre es el hombre


Por: George Weigel | Fuente: catholiceducation.org



En el año 480 nació San Benito, en una pequeña aldea de Umbría. En el 529, la Academia de Platón cerraba en Atenas, mientras se formaba una población monacal para San Benito y sus monjes frente al Monte Cassino. Este suceso ilustra maravillosamente la convicción del difunto Juan Pablo II: "En los diseños de la Providencia, no hay meras coincidencias". Mientras una importante representación de la cultura clásica cerraba sus puertas, se establecía al mismo tiempo la "academia de la Cristiandad", como el nuevo Papa la llamó una vez.

Favorablemente también, el Imperio Romano iba en rápida decadencia, acosado por las guerras, por la dislocación económica y por el desorden social. El nivel de civilización alcanzado por la Academia de Platón se pudo haber perdido; la cultura clásica podría haber padecido la suerte de los Mayas. Estas circunstancias no le afectaron mucho a San Benito. Sus monjes no sólo preservaron los elementos cruciales de la civilización de Atenas y Roma durante la Alta Edad Media; también transformaron esta civilización infundiéndole una comprensión bíblica del ser humano, la comunidad, sus orígenes y destino dentro de la cultura clásica que ellos preservaron para las futuras generaciones en sus scriptoria y en sus bibliotecas.

El resultado de esa fusión entre Jerusalén, Atenas y Roma se convirtió en lo que conocemos como "Europa," o, más ampliamente como "Occidente." Fue una aportación colosal para la historia del mundo. Un logro totalmente coherente con lo que el Papa Benedicto XVI recordó recientemente en una entrevista como "un lema benedictino: Succisa virescit - podado, crece otra vez-". Gracias a San Benito y al monacato Occidental, el final de la civilización clásica fue la ocasión para un nuevo principio y, eventualmente, para la realización de una civilización más notable.

Benedicto XVI describió esta realización con otro lema benedictino: Ora et labora, ora y trabaja. "Convirtiendo la tierra en un jardín", -le dijo al periodista alemán Peter Seewald en el año 2000-, "y sirviendo a Dios (fueron) fusionados juntos y convirtiéndose en un todo... Alabar Dios siempre tiene prioridad... Pero al mismo tiempo se trata de cultivar y renovar la tierra con una actitud de alabanza. Esto implica también superar el ancestral prejuicio contra el trabajo manual... El trabajo manual se convierte ahora en algo noble... una imitación del trabajo del Creador. [Y] paralelamente a esta nueva actitud hacia el trabajo viene un cambio en nuestras ideas acerca de la dignidad del hombre". Así la cultura del mundo clásico no sólo se preservó; se transformó en una cultura de libertad.

Benedicto XVI hace tiempo ya que manifiesta su preocupación de que Occidente se arriesga a la posibilidad de entrar a una nueva Edad Oscura. Lo que él describía en un sermón, un día antes de su elección, como una nueva "dictadura del relativismo", es una dimensión del problema. Si sólo existen "tu verdad" y "mi verdad" y no hay nada que entendamos como "la verdad", entonces ¿sobre qué bases y principios puede Occidente defender sus grandes logros: la igualdad ante la ley, la tolerancia y la civilidad, la libertad religiosa y los derechos de conciencia, el auto-gobierno democrático? Si la única medida de nosotros somos nosotros mismos ¿no es el horizonte de nuestra aspiración muy reducido? (Y si usted quiere ver lo que esa clase de aburrimiento metafísico y espiritual puede hacer a una gran civilización, basta mirar hacia Europa Occidental, donde el ensimismamiento y una resistencia obstinada en decir que nada es “verdad” ha llevado a un continente al borde del suicidio demográfico).

El Papa Benedicto presiente también que una nueva Edad Oscura se está gestando en esos laboratorios donde se engendran humanos como en una fábrica -la Edad Oscura del fanfarrón nuevo mundo de Huxley. Por esto, así como podemos esperar del nuevo Papa que defienda una revitalización de la fe y de las prácticas cristianas en Europa como la condición necesaria para el rejuvenecimiento de la vida pública de Occidente, también podemos esperar que sea, como su predecesor, un defensor global de la dignidad y el valor de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.

Una primera prueba pública de estas dos verdades acerca del nuevo pontificado, la veremos cuando Benedicto XVI vuelva a su Alemania natal, para el Día Internacional de la Juventud que se celebra en Colonia. ¿Podrá reunir al millón de jóvenes que corrieron a Roma para ver el funeral de Juan Pablo II, determinados a decir adiós a un hombre en quien ellos percibieron la solidaridad de la paternidad verdadera? ¿Puede ser Benedicto un padre que inspire a estas fuerzas juveniles a enlistarse en la cultura contemporánea, no para deplorarla sino para convertirla? Gran parte de la historia del siglo XXI puede basarse en la respuesta que tendremos en estos días, a lo largo del río Rhin.

Así con el programa como con el hombre: El es un Benedicto en las profundidades de su vida interior y en sus logros intelectuales. Benedicto XVI tiene un conocimiento enciclopédico de dos milenios de teología, y también de la historia de la cultura de Occidente. Él se asemeja más al tímido erudito monástico que a la exuberante personalidad pública de su antecesor; sin embargo, ha mostrado una capacidad impresionante para un tipo diferente de "presencia" pública en su brillantemente sencilla homilía en el funeral de Juan Pablo II y en su primera aparición como Papa. Él sabe las dificultades: conoce las tentaciones modernas del totalitarismo (el paganismo unido con la tecnología) desde dentro del Tercer Reich; ha sido traicionado por estudiantes anteriores (como el teólogo brasileño de la liberación Leonardo Boff) y ex-colegas (como Hans Kung, un hombre de muchos menos logros eruditos e infinitamente con menos caridad).

Sus críticos dicen que es austero y pesimista. Mas yo tomo como una ley de hierro de la personalidad humana que un hombre es conocido por sus preferencias musicales; y Benedicto XVI es un hombre de Mozart, que sabe que Mozart es lo que los ángeles tocan para disfrutar con ello. De hecho, y a pesar de la imagen estereotipada que se tiene de Joseph Ratzinger, el Papa es un hombre lleno de felicidad cristiana quien hace mucho tiempo preguntó por qué, -en las conclusiones del Concilio Vaticano II, convocado para ser un "nuevo Pentecostés" para la Iglesia Católica-, la alegría se ha ido del catolicismo. Después de más 17 años de conversaciones con él, he podido conocerlo como un hombre que le gusta reír y que puede reír, porque está convencido de que el drama humano es, en el análisis final, una comedia divina.

El se llamó una vez un "asno," un "animal de carga" que había sido llamado a un trabajo que no era de su elección. Mas cuando Joseph Ratzinger dio el paso hacia la silla de San Pedro para comenzar un trabajo que él nunca buscó, no pude evitar pensar en la conclusión del profundo estudio de Alasdair MacIntyre acerca de las confusiones morales de Occidente, "Después de la virtud." En un tiempo cuando la testarudez y el relativismo habían llevado a un clima muy frío y sin alegría cultural, MacIntyre escribió, el mundo no esperaba a Godot, "pero sí a otro -indudablemente muy diferente-, San Benito". El mundo ahora tiene un Benito (Benedicto) nuevo. Podemos estar seguros que él nos desafiará a todos a la noble aventura humana de la bien denominada santidad.


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  • Reconocimientos:

    George Weigel. "Light in a New Dark Age: Pope Benedict XVI — The Man and the Mission." Wall Street Journal. (April 21, 2005).

    Traducción: Catholic.net









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