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El misterio revelado a los pequeños

El misterio revelado a los pequeños
Homilía del Papa Benedicto XVI. Palacio Apostólico Vaticano, Capilla Paulina, Roma. 1 de diciembre de 2009


Por: S.S. Benedicto XVI | Fuente: chiesa.espresso.repubblica.it



Queridos hermanos y hermanas, las palabras del Señor que hemos escuchado recién en el pasaje evangélico (Lc 10, 21-24), son un desafío para nosotros, teólogos, o quizás sería mejor decir, una invitación a un examen de conciencia: ¿Qué es la teología? ¿Qué somos nosotros como teólogos? Hemos sentido que el Señor alaba al Padre, porque ha ocultado el gran misterio del Hijo, el misterio trinitario, el misterio cristológico, frente a los sabios y a los doctos – ellos no lo han conocido -, pero lo ha revelado a los pequeños, a los "nèpioi", a los que no son doctos, a los que no tienen una gran cultura. Este gran misterio les ha sido revelado a ellos.

Con estas palabras, el Señor describe simplemente un hecho de su vida, un hecho que comienza ya en los tiempos de su nacimiento, cuando los Magos de Oriente preguntan a los competentes, a los escribas, a los exégetas el lugar del nacimiento del Salvador, del Rey de Israel. Los escribas lo saben porque son grandes especialistas, pueden decir rápidamente donde nace el Mesías: ¡en Belén! Pero no se sienten invitados a ir hacia allí, ya que para ellos sigue siendo un conocimiento académico que no afecta a su vida, razón por la cual se mantienen afuera. Pueden dar información, pero ésta no llega a formar parte de su propia vida.

Luego, durante toda la vida pública del Señor, encontramos lo mismo. No es posible para los doctos comprender que este hombre no docto, galileo, pueda ser realmente el Hijo de Dios. Sigue siendo inaceptable para ellos que Dios, el grande, el único, el Dios del cielo y de la tierra, pueda estar presente en este hombre. Saben todo, conocen también Is 53 y todas las grandes profecías, pero el misterio permanece oculto. Por el contrario, le es revelado a los pequeños, comenzando por la Virgen hasta los pescadores del lago de Galilea. Ellos saben, como también sabe el capitán romano bajo la cruz, que éste es el Hijo de Dios.

Los hechos esenciales de la vida de Jesús no pertenecen sólo al pasado, sino que están presentes de diferente manera en todas las generaciones. También en nuestra época, en los últimos doscientos años, observamos lo mismo. Hay grandes doctos, grandes especialistas, grandes teólogos y maestros de la fe que nos han enseñado muchas cosas. Conocen a fondo los detalles de la Sagrada Escritura y de la historia de la salvación, pero no han podido ver el misterio mismo, el verdadero núcleo: que Jesús era realmente Hijo de Dios, que el Dios trinitario entra en nuestra historia, en un determinado momento histórico, en un hombre como nosotros. ¡Lo esencial se ha mantenido oculto! Podríamos citar fácilmente grandes nombres de la historia de la teología de estos doscientos años, de quienes hemos aprendido mucho, pero el misterio no se ha abierto a los ojos de sus corazones.

Por el contrario, en nuestra época están también los pequeños que han conocido ese misterio. Pensemos en santa Bernardita Soubirous; en santa Teresa de Lisieux, con su nueva lectura "no científica" de la Biblia, pero que penetra en el corazón de la Sagrada Escritura; en los santos y beatos de nuestro tiempo: santa Josefina Bakhita, la beata Teresa de Calcuta, san Damián de Veuster. ¡Podríamos mencionar a tantos!

Pero de todo esto nace la pregunta: ¿por qué es así? ¿El cristianismo es la religión de los necios, de las personas sin cultura, no formadas? ¿Se apaga la fe allí donde se despierta la razón? ¿Cómo se explica esto?

Quizás debamos mirar a la historia una vez más. Cuanto Jesús ha dicho se mantiene como cierto, tal como se puede observar en todos los siglos. Y sin embargo hay una "especie" de pequeños que también son doctos. Bajo la cruz está la Virgen, la humilde servidora de Dios y la gran mujer iluminada por Dios. También está Juan, pescador del lago de Galilea, pero es ese Juan quien será llamado "el teólogo" justamente por la Iglesia, porque realmente supo ver el misterio de Dios y anunciarlo: con mirada de águila ha ingresado en la luz inaccesible del misterio divino.

Así, también luego de su resurrección, en el camino hacia Damasco, el Señor toca el corazón de Saulo, quien es uno de los doctos que no ven. Él mismo, en la primera carta a Timoteo, se define «ignorante» en ese tiempo, a pesar de su ciencia. Pero el Resucitado lo toca: se torna un ciego y, al mismo tiempo, se torna realmente vidente, comienza a ver. El gran docto se torna pequeño, y precisamente por eso ve la estulticia de Dios que es sabiduría, un saber más grande que todas las sabidurías humanas.

Podríamos seguir leyendo de este modo toda la historia. Sólo una observación más. Estos doctos y sabios, "sofòi" y "sinetòi", aparecen en la primera lectura en una forma diferente (cfr. Is 11, 1-10). Aquí, "sofía" y "sínesis" son dones del Espíritu Santo que se basan en el Mesías, en Cristo. ¿Qué significa esto? Aquí surge que hay un doble uso de la razón y un doble modo de ser sabios o pequeños.

Existe un modo de usar la razón que es autónomo, que se pone por encima de Dios en toda la gama de las ciencias, comenzando por las naturales, en las que se universaliza un método adecuado a la investigación de la materia: en este método Dios no entra, en consecuencia no hay Dios. Lo mismo ocurre, por último, también en la teología: se pesca en las aguas de la Sagrada Escritura con una red que permite capturar sólo peces de cierto tamaño, y todos los que están más allá de ese tamaño no entran en la red y, en consecuencia, no pueden existir. De este modo, el gran misterio de Jesús, del Hijo de Dios hecho hombre, se reduce a un Jesús histórico: una figura trágica, un fantasma sin carne ni huesos, un hombre que ha permanecido en el sepulcro, que se ha corrompido y es realmente un muerto. El método sabe "capturar" ciertos peces, pero excluye el gran misterio, porque el hombre se convierte él mismo en la medida: tiene esa soberbia que al mismo tiempo es una gran estulticia, porque absolutiza ciertos métodos no adecuados a las grandes realidades; ingresa en ese espíritu académico que hemos visto en los escribas, quienes responden a los Reyes magos: no me toca, permanezco encerrado en mi existencia, la cual no es afectada. Es la especialización que ve todos los detalles, pero que no ve jamás la totalidad.

Hay otro modo de utilizar la razón y de ser sabios: es el modo del hombre que reconoce quien es, reconoce su propia medida y la grandeza de Dios, abriéndose humildemente a la novedad del obrar de Dios. Así, aceptando la propia pequeñez, haciéndose pequeño tal como lo es realmente, alcanza la verdad. De este modo, también la razón puede expresar todas sus posibilidades, no se apaga sino que se extiende, se torna más grande. Se trata de otra "sofía" y "sìnesis", la cual no excluye el misterio, sino que es precisamente comunión con el Señor en quien reposan la sapiencia y la sabiduría, así como también su verdad.

En este momento queremos orar para que el Señor nos conceda la verdadera humildad. Que nos dé la gracia de ser pequeños para poder ser realmente sabios; nos ilumine, nos haga ver su misterio de la alegría del Espíritu Santo, nos ayude a ser verdaderos teólogos, que podamos anunciar su misterio porque hemos sido tocados en la profundidad de nuestro propio corazón, de nuestra propia existencia. Amén.


LAS LECTURAS COMENTADAS POR EL PAPA


Del Libro del profeta Isaias (11, 1-10)

En esos días saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.
Y le inspirará en el temor de Yahveh.
No juzgará por las apariencias,
ni sentenciará de oídas.
Juzgará con justicia a los débiles,
y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra.
Herirá al hombre cruel con la vara de su boca,
con el soplo de sus labios matará al malvado.
[La] Justicia será el ceñidor de su cintura,
[la] verdad el cinturón de sus flancos.
Serán vecinos el lobo y el cordero,
y el leopardo se echará con el cabrito,
el novillo y el cachorro pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá.
La vaca y la osa pacerán,
juntas acostarán sus crías,
el león, como los bueyes, comerá paja.
Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid,
y en la hura de la víbora
el recién destetado meterá la mano.
Nadie hará daño, nadie hará mal
en todo mi santo Monte,
porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh,
como cubren las aguas el mar.
Aquel día la raíz de Jesé
que estará enhiesta para estandarte de pueblos,
las gentes la buscarán,
y su morada será gloriosa.


Del Evangelio según san Lucas (10, 21-24)

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado esas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».


Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.


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