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Derecho a tener obligaciones
Será el día en que todos entendamos que tenemos la obligación, y es un privilegio, de tratar a los demás como personas


Por: José Fernando Juan | Fuente: mambre.wordpress.com



Llegará el día, no está lejos, en el que reconozcamos como un privilegio humano el vivir en sociedad y abracemos con entusiasmo y defendamos con coraje el derecho a tener obligaciones por los demás. Por los más cercanos, a los que prometeremos y prometemos no abandonar jamás, y estar cuando lo necesitan. Y por los más lejanos, para impedir que las distancias se conviertan en anonimatos, y los anonimatos escuden un modo de vida poco humano, poco personal, poco digno. El derecho a obligarme a saludar, a sonreír o llorar según corresponda, a sentarme junto al otro en los vagones desangelados e iniciar una conversación que llegue al alma, a escuchar antes a las personas que a sus músicas y no canturrear por la vida con palabras de otros. Será el derecho que me obligará a saberme persona, y tratarme como tal, en medio de personas con derechos comunes e idénticos a los míos. El derecho que nos obligará a no traspasar las líneas que destruyen, dividen, fragmentan al hombre. El derecho a tener la obligación de salir de casa, la obligación de no encerrarme en mí mismo, la obligación de buscar y encontrar mi vocación para obligarme a algo más de lo que tengo. El derecho a ser fiel, a ser constante, a ser recto, a desear lo correcto, a amar al diferente. No será reservado sólo a unos pocos, y todos serán educados en él. Pasará a tener la dignidad de los derechos fundamentales de las personas, de los pueblos. Constituirá por él mismo un grupo estable, la cuarta generación, podríamos llamarlo.

Será el derecho a querer el bien del otro, a obligarme por darle su merecido premio, su merecida palabra, su merecido saludo. El derecho a acercarme a quien sufre, a quien llora, a quien está solo. Será el derecho que aproxime a las personas para confiar los unos en los otros. El derecho a obligarme a mí mismo por en un trabajo que ofrezca a la sociedad lo mejor que tengo, mi don humano más valioso, mi inteligencia rectamente orientada, mi mejor sonrisa y sentimiento. El derecho a no hacer las cosas mediocremente, sino con excelencia y dignidad. El derecho a educarme en lo trascendente que anida en cada hombre, en su humanidad más preciada. Será el derecho, por encima de los derechos, el derecho a ligarme, unirme y hacer lazos con quienes no conozco, a dialogar con quienes piensan diferente; la obligación incluso de pensar diferente, de nadar contracorriente, de ser original y único. El derecho que me impondré a mí mismo de respetar las leyes, pensando en todos, y de sacar las mejores fotografías, las mejores palabras, los mejores ánimos de donde sea. La obligación de ser persona, no menos. Y no dejar que nadie me trate por debajo de lo que soy, por debajo de mí mismo. Un derecho que me obligará incluso a mí mismo a respetarme, querer alcanzar los imposibles e impedir que me siente tranquilo y cómodo con menos. El derecho a no terminar a medias los trabajos, a no tener prisas por vivir cada momento. El derecho de cumplir un horario, ser persona de fiar con mis palabra, sellar con mi firma un pacto de confianza y libertad.

Será el día en que no me somentan al bien, ni me fuercen a lo bello, ni me obliguen ni esclavice la verdad. Será el día en que yo mismo quiera eso, el bien, lo bello y la verdad como lo único que fundamenta y da consistencia a la persona, a sus relaciones personales, a la vida en común y en sociedad. Ese día, en el que se aparque la reclamación y la sospecha, se suspenda la necesidad de pedir y de gritar. El día en que todos entendamos que tenemos la obligación, y es un privilegio, de tratar a los demás como personas, y nunca por debajo de esa línea. Como personas, con su libertad, con su derecho a equivocarse, con su capacidad para entregar lo mejor, con su deseo de felicidad.

 







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