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La educación del hombre: un proyecto a tres dimensiones

La educación del hombre: un proyecto a tres dimensiones
Cada hombre es un ser complejo, a veces complicado, a veces acomplejado...


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



A la hora de establecer un proyecto educativo hemos de preguntarnos: ¿cómo es el ser al que queremos ayudar pedagógicamente? Si el deseo de educar es algo fácil de comprender, no es tan fácil, sin embargo, determinar cómo es el hombre al que dirigimos nuestro esfuerzo educativo.

Nos puede ayudar, para comprender al ser humano, el considerar que su conciencia se mueve en tres dimensiones u órbitas. Cada una de esas órbitas se construye sobre la anterior, como el castillo de arena que un niño levanta en la playa sobre los cimientos rudimentarios que otras manos han forjado antes que él.

La primera órbita es la fisiológica. Al inicio de su vida cada niño se siente parte de un todo que lo engloba. Poco a poco el niño forma una imagen de su cuerpo; observa sus manos, sus pies. Percibe las formas externas y las va clasificando: buenas o malas, interesantes o aburridas. El sistema nervioso agudiza su atención, perfecciona sus respuestas. El niño empieza a acostumbrarse a escuchar siempre los mismos sonidos cuando los mayores se acercan a él (su madre siempre le musita al oído su nombre). La memoria se enriquece con un cúmulo de recuerdos personales, que le hacen aumentar el cariño hacia los rostros y formas familiares, incluso hacia aquellas que inicialmente le asustaban (el bigote o la barba del padre o del abuelo), y que ahora son un dato del amor que recibe. Quizá aún le aterran o admiran algunas formas extrañas, pero cada vez las asimila con mayor velocidad.

A este nivel el niño va formando su conciencia fisiólogica, es decir, la conciencia de ser un sujeto con un cuerpo en el espacio y en el tiempo, hacia el cual los demás tienden (o huyen, como es el caso de las lagartijas o de las moscas que no se dejan atrapar). Esta conciencia nos acompaña toda la vida: siempre tenemos nuestro cuerpo presente. Por eso, sin hacer muchos cálculos, sabemos si podemos pasar por debajo de una puerta o no, reconocemos si la actitud del perro que viene a nuestro encuentro es peligrosa o cordial, corregimos inmediatamente el desequilibrio de nuestro cuerpo cuando amenaza una caída estrepitosa.

La segunda órbita es más compleja. No somos solamente un cuerpo animal, que se mueve entre peligros y placeres, que camina en la vida hacia lo provechoso y huye de lo difícil. A partir de una cierta edad, el niño construye su pequeño “yo”, un “yo” del que arrancan opciones, sueños, ideales; un “yo” que quiere realizarse, que quiere triunfar, que acepta sus fracasos o se justifica obstinadamente en defender una inocencia que no existe. Este “yo” psicológico ocupa la mayor parte de nuestra atención. Con un poco de atención podríamos calcular cuántas horas al día están dedicadas a pensar en nosotros mismos, en nuestras cosas, en nuestros intereses, en nuestros planes, en lo que creemos que los demás piensan de nosotros... Es un dato comprobado y desvelado en los teléfonos de Estados Unidos: la palabra más usada con mucho es “Yo”...

Pero queda una tercera órbita: la de la personalidad. El hombre no es sólo un cuerpo vivo (primera órbita), ni una conciencia psicológica (segunda órbita), sino que es un ser que escribe su vida, su biografía, que tiene una historia y que se proyecta hacia el futuro desde una perspectiva muy concreta, la del propio modo de ser.

Por eso una educación auténticamente humana, es decir, que englobe al hombre integral, no puede fijarse en una sola de las tres órbitas. La educación fisiológica mira a ayudar a cada niño a desenvolverse con destreza entre coches, escaleras, juguetes y pasteles. La educación psíquica debe reforzar la destreza corpórea y permitir el nacimiento de un “yo” maduro y equilibrado, capaz de asumir la responsabilidad de lo que hacemos. La educación de la personalidad integra las dos órbitas anteriores para que el educando pueda aceptarse y aportar la riqueza del propio ser en un mundo de relaciones interpersonales complejas y continuas.

Como estas tres órbitas penetran en cada instante y circunstancia de la vida de todo hombre y de toda mujer, se puede afirmar con verdad que el proceso educativo es permanente. Compromete a todas las personas que están alrededor del educando, y comprometen a quien debe crecer como hombre (y todos podemos mejorar en algo) en las múltiples actividades que pueda realizar, desde entrenar en un equipo de fútbol en las mañanas hasta resolver problemas de alta matemática a las 12 de la noche...

Cada hombre es un ser complejo, a veces complicado, a veces acomplejado... Pero cada hombre tiene en su interior energías y capacidades que puede desarrollar y con las que puede siempre iniciar un proceso de cambio, hacia lo mejor o hacia lo peor. Por eso nadie puede darse por completamente fracasado, ni nadie puede sentirse absolutamente seguro de sus logros y éxitos. Este es el gran reto de ser hombres. La educación nos podrá ayudar en un buen trecho del camino, pero cuando la esfera de la personalidad alcance mayor autonomía, será cada uno quien decida sobre su destino. Se integrará armónicamente en sus tres dimensiones (fisiológica, psíquica y espiritual) o se irá destruyendo poco a poco. La elección depende, por lo tanto, de cada uno. Y siempre es posible cambiar para bien...







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