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La Educación Católica ante este Milenio

La Educación Católica ante este Milenio
La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene toda su vida del espíritu de Cristo, y al mismo tiempo ayuda a todos los pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana...


Por: Andrés Cardó Franco | Fuente: multimedios.org




Emprendamos el camino del reencuentro con el Señor Jesús


«Les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo Señor» (Lc 2,10-11). Estas palabra del ángel a los pastores de Belén cobran una especial solemnidad por las próximas celebraciones del Jubileo del 2000 e inicio del tercer milenio cristiano. Constituyen un mensaje de rigurosa vigencia y actualidad por las situaciones que vive el mundo de cara al nuevo milenio.

A la luz de la carta apostólica del Papa Juan Pablo II sobre «el tercer milenio que se acerca» (Tertio millennio adveniente), son posibles varias lecturas y vivencias de estos acontecimientos: en clave bíblica en primer lugar, también en claves de evangelización, de reconciliación, social, ecuménica, cósmica y otras. Entre todas estas lecturas, interesa por razones de este trabajo destacar la dimensión de evangelización, hacia la cual nos urge orientar el esfuerzo futuro.

En la citada carta apostólica el Papa nos presenta su gran preocupación pastoral por la evangelización del mundo, así como lo hizo en 1990 a través de su encíclica misionera: «La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestra energías en su servicio» (10).

Jesucristo, Dios hecho hombre, es el único Salvador de todos los hombres y pueblos y de todos los tiempos. Sin embargo, la mayor parte de la humanidad todavía no lo conoce hoy. Aproximadamente el 70% de los hombres en el mundo aún no conocen al Señor Jesús ni a Santa María, su Madre. Además, en los países de mayorías católicas y cristianas, como el nuestro, urge un redescubrimiento de Cristo y un acercamiento a Él y a su Iglesia por parte de tantísimos bautizados de todas edades, para que lo conozcan o lo reconozcan mejor y deje de ser Jesús un ilustre desconocido.

Desde que tenemos conocimiento de lo sucedido en la antigüedad, en su persistente búsqueda de la verdad y salvación los hombres han creado sus expresiones y mitos religiosos, aún sin saber que Dios sale a su encuentro con una propuesta histórica concreta, que se llama Jesucristo. El Santo Padre lo expresa en forma categórica en su carta apostólica en que nos invita a prepararnos al nuevo milenio: «Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y, por ello mismo, es su única y definitiva culminación» (11).

Significativamente, los cuatro Evangelistas recogen al final de sus relatos el mandato del Resucitado a los Apóstoles y a la comunidad de todos los que creemos, de proclamar la Buena Nueva (ver Mc 16,15), hacer discípulos a todos los pueblos transmitiéndoles su enseñanza (ver Mt 28,19-20), ser sus testigos hasta los confines de la tierra (ver Lc 24,48; Hch 1,8). Y Juan relaciona directamente la misión que Jesús confía a sus discípulos con la que Él mismo recibió de su Padre: «Como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes» (Jn 20,21).

Celebrar e iniciar el año 2000, reviviendo la venida en carne humana del Verbo divino, enviado por el Padre, significa retomar la misión básica de todas las misiones: la misión del Señor Jesús, la misión del Espíritu y la de su Iglesia de la que formamos parte. Es el momento de encender la llama de una memoria viva, de escuchar el llamado fuerte para emprender con nuevo impulso el anuncio del Evangelio en todas partes. Para ello es preciso despertar en cada comunidad cristiana o grupo apostólico un nuevo ardor misionero, sin el cual no podrá haber ni primera evangelización de los no cristianos, ni nueva evangelización para los bautizados alejados... Con ese ardor será posible entrar, estar presentes y dar una respuesta cristiana a los grandes desafíos de la evangelización en los nuevos y exigentes ámbitos sociales y culturales: el mundo del trabajo, la familia, los medios informativos, el campo de la investigación, los nuevos areópagos del hombre moderno y otros (12).

El Papa, en su libro Cruzando el umbral de la esperanza, sostiene que la Iglesia renueva cada día la lucha por el alma del mundo. Porque por un lado están presentes el Evangelio y la evangelización, pero por el otro hay una poderosa antievangelización. Afirma que «la lucha por el alma del mundo contemporáneo es enorme allí donde el espíritu de este mundo parece más poderoso».

Continúa el Santo Padre indicando que «la evangelización renueva su encuentro con el hombre» y «está unida al cambio generacional», que «mientras pasan las generaciones que se han alejado de Cristo y de la Iglesia, que han aceptado el modelo laicista de pensar y de vivir, o a las que ese modelo les ha sido impuesto, la Iglesia mira siempre hacia el futuro; sale, sin detenerse nunca, al encuentro de las nuevas generaciones. Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones acogen con entusiasmo lo que sus padres parecían rechazar. ¿Qué significa esto? -se pregunta el Papa, y él mismo responde-. Significa que Cristo es siempre joven. Significa que el Espíritu Santo obra incesantemente». La Iglesia «no cesa de mirar con esperanza hacia el futuro» (13).

En la búsqueda y acercamiento de las nuevas generaciones y para llevar a cabo su misión, la Iglesia se sirve principalmente de los medios que Jesucristo mismo le ha confiado, sin omitir otros que, en las diversas épocas y las variadas culturas, sean aptos para conseguir su fin sobrenatural y para promover el desarrollo de la persona.

En la sociedad actual, caracterizada entre otras manifestaciones por el pluralismo cultural, la Iglesia capta la necesidad urgente de garantizar la presencia del pensamiento cristiano, puesto que éste, en el caos de las concepciones y de los comportamientos, constituye un criterio válido de discernimiento. La referencia a Jesucristo enseña de hecho a discernir los valores que hacen al hombre, y los contravalores que lo degradan.

El pluralismo cultural invita pues a la Iglesia a reforzar su empeño educativo para formar personalidades fuertes, capaces de resistir el relativismo debilitante, y de vivir las exigencias del propio bautismo (14).

Es sobre todo por estas razones, y porque para la Iglesia la educación es considerada como un deber y un derecho recibido del Señor Jesús, que en los tiempos actuales y advenientes esta misión reviste caracteres de urgente e insustituible.

El Concilio Vaticano II en su declaración Gravissimum educationis define los alcances de esta urgencia insustituible que hoy cobra actualidad, frente a la descripción de los problemas que han sido tratados anteriormente: «El deber de educación corresponde a la Iglesia..., porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con precaución constante para que puedan alcanzar la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene toda su vida del espíritu de Cristo, y al mismo tiempo ayuda a todos los pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana, incluso para el bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente la edificación del mundo» (15).

La tarea educativa, entre otras actividades eclesiales, mantiene vigencia y trascendencia. Se le abre un horizonte de gran dinamismo apostólico en el empeño que debemos tener en la búsqueda del reencuentro con el Señor Jesús, como motivación central de lo que nos debe animar en el inicio del próximo siglo XXI.







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