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El quiero y no puedo de la madre trabajadora

El quiero y no puedo de la madre trabajadora
María Altaba realiza un profundo análisis de la situación laboral de la mujer y la conciliación con la vida familiar


Por: María S. Altaba | Fuente: Alfa y Omega



(2004-06-24)


La incorporación de la mujer al mercado laboral ha supuesto una verdadera revolución y la dignificación de su papel en la sociedad. Sin embargo, este cambio no ha ido acompañado por las necesarias transformaciones sociales para acompasar el trabajo femenino fuera de casa y las labores que las mujeres desempeñan en el hogar, incluido el cuidado de niños y de ancianos. La situación dista de ser la deseada, pero hay caminos para conciliar vida laboral y familiar, siempre que se cuente con el esfuerzo de todos los implicados: padres, empresas y Administración pública

Cuatro de cada cinco mujeres está satisfecha por tener un trabajo fuera de casa. Sin embargo, la mitad de las madres considera que esta situación es mala para los niños. Estos dos datos, aportados por un estudio dirigido por doña Constanza Tobío, profesora de la Universidad Carlos III de Madrid, demuestran que la conciliación de la vida laboral y la familiar sigue siendo un problema, que se puede resumir en un quiero y no puedo. Es el gran dilema de las madres trabajadoras.

La incorporación de la mujer al mercado laboral se puede considerar uno de los grandes logros del pasado siglo. No sólo dignifica el papel de las mujeres, sino que demuestra que en este campo son iguales a los hombres. En cuanto las mujeres han tenido la oportunidad de avanzar en el terreno profesional, han demostrado evidentes capacidades que, en muchos casos, han servido de complemento para las aptitudes del hombre trabajador.

Entrega, capacidad de organización o humanización de la empresa son algunos de los elementos positivos que la mujer ha introducido con su trabajo.

Poco a poco, se van rompiendo los techos que les impiden acceder a puestos de responsabilidad, y hoy ya no suena extraño que una mujer opte a la Presidencia de un Gobierno, dirija una gran empresa multinacional o porte sobre su hombro un fusil de asalto. Sin embargo, esta llegada de la mujer a los puestos de trabajo, masiva desde mediados de los años 80, no ha ido acompañada de los cambios necesarios en la estructura de la sociedad para que quedaran cubiertos los papeles que antes correspondían exclusivamente a las madres.

Las labores del hogar, el cuidado y la educación de los niños, la atención a los ancianos, los enfermos y los incapacitados, o la gestión de la economía doméstica, eran tareas encomendadas, durante siglos, a las mujeres de la casa. El hombre tenía un papel muy delimitado como proveedor. A él le correspondía ganarse el pan con el sudor de su frente, y esta labor parecía dejarle exento de cualquier otra tarea.

Cuando la mujer dejó de dedicarse por completo a la casa y a la familia, nadie tomó el relevo. Pero los días de esas madres seguían teniendo 24 horas, como antes; sólo que ahora estaban obligadas a estirarlas hasta el límite. La conciliación de la vida familiar y la laboral se convierte, en muchos casos, en un verdadero infierno. Pero la mujer trabajadora, incluso aunque trabaje sólo por dinero, y no por la satisfacción de desarrollarse a través de una carrera profesional, no está dispuesta, en un 80% de los casos, a renunciar a esa oportunidad. Pero es consciente de que parte del coste de ese cambio en la sociedad lo van a pagar las personas a su cargo, hijos y ancianos.

Los múltiples debates sobre la situación de la infancia en la actualidad siempre pasan por el trabajo de las madres. «Ya no hay bocatas en el recreo -explica una profesora de un colegio concertado de Madrid-; ahora todos traen bollos en sus paquetitos de plástico».

Éste es uno de los síntomas que demuestra que, si la madre ya no puede hacer los bocadillos de las once, nadie más en la casa se ha puesto a hacerlos. Y si la madre no controla lo que ven los hijos en la televisión, se enganchan a cualquier programa de adultos que se emita en esa franja horaria. Si la madre no puede ir a recoger a los niños al colegio, acabará apuntándolos a demasiadas actividades extraescolares, hasta el punto de que los niños sufrirán algo tan desconocido hasta ahora como es el estrés infantil. En muchos casos, las abuelas, que ya ejercieron en su día de madres, se verán obligadas a repetir el papel, pero esta vez con muchas menos energías. Y cuando, por la noche, madre e hijos consiguen estar juntos, a ninguno de los dos le apetece ponerse a jugar.

Para colmo, la mujer también tiene deseos de prosperar en la empresa -aunque en la mayoría de los casos vence su interés por la familia-, pero sabe que, en las circunstancias actuales, es muy difícil crecer profesionalmente con el lastre de una familia. Si eligen reducción de jornada -una medida bastante frecuente en España-, saben que no sólo irá acompañada de una reducción de sueldo, sino que su situación en el organigrama empresarial posiblemente empeorará, no la considerarán capaz de adquirir responsabilidades.

Aun así, los datos son explícitos: las mujeres quieren trabajar, aunque eso dificulte sus vidas en el plano familiar. Los motivos por los que están dispuestas son variados. Según un estudio sobre las estrategias de compatibilización familia-empleo, el 57% de las mujeres trabaja por motivos económicos, es decir, para complementar el sueldo que aporta el varón al núcleo familiar.

Para un 17,5%, tener un empleo es muy positivo, bien porque les gusta la labor que desempeñan, bien porque están satisfechas por ejercer la profesión para la que están preparadas. Un 13% se decide a trabajar para garantizar su propia independencia económica y evitar depender del marido o deberle sumisión. Ahora bien, según otro estudio elaborado por la escuela de negocios ESADE, el 14% de las mujeres prefiere el concepto de familia clásica, es decir, con madres que no trabajen fuera de casa.

Carrera de obstáculos

Las razones que llevan a la mujer a dedicar gran parte de su tiempo a un trabajo fuera del hogar, dependen mucho del estrato social de la familia. En los niveles más bajos, la mujer trabaja por necesidad, y su ausencia del nido supone un serio trastorno, puesto que no suelen tener recursos suficientes para contar con alguien que le cuide a los niños, o sufragar los costes de una guardería. En las capas altas de la sociedad se percibe un mayor deseo de la mujer por desempeñar una labor profesional fuera del ámbito doméstico.

Claro que, en general, tienen más facilidad para encontrar vías de escape a la conciliación, tales como cuidadoras para los niños y ancianos. A veces, estas mujeres con más responsabilidad tienen también más dificultades para disponer de tiempo libre y para saber, con seguridad, a qué hora terminará su jornada laboral.

Independientemente del status social de la madre, y aun con las marcadas diferencias, no son pocos los obstáculos para conciliar los dos mundos, el laboral y el familiar. Pero, como explica don Carlos Obeso, director de estudios de ESADE, «la causa debe buscarse en la forma y condiciones en que trabaja la mujer, y no en el hecho de que la mujer trabaje». Entonces, ¿por qué motivo falta la adaptación necesaria para que la mujer trabaje sin que, por ello, se resienta la familia? No se puede hablar de un único factor. Son muchos los elementos y los actores que participan en este proceso: el papel de los padres, la adaptación de los trabajos, las ataduras sociales, las infraestructuras escolares o las relaciones con la familia extendida.

Respecto al papel de los padres, los expertos se muestran cada vez más optimistas, porque, de la misma manera que la mujer, una vez que ha entrado en el mercado laboral, no quiere renunciar a su profesión, el hombre, incorporado a la educación de sus hijos, tampoco quiere renunciar a verlos crecer. Aun así, el papel del padre sigue siendo secundario, es decir, aunque es cierto que cada día colabora más, no tiene tareas fijas encomendadas, sino que actúa como comodín ante situaciones a las que la madre no puede hacer frente. Un estudio elaborado por la Universidad Autónoma de Barcelona demostró que el hombre utiliza su papel de proveedor de recursos como coartada para no participar en las tareas domésticas. Y si entra en estas funciones, siempre lo hace desde un planteamiento de ayuda, no de responsabilidad. Un dato llamativo, obtenido en el análisis elaborado por doña Constanza Tobías, es que, en la mayoría de las familias sólo hay dos tareas domésticas que haga el hombre de principio a fin: ayudar a los niños con los deberes y, curiosamente, regar las plantas.

Para don Manuel Cervantes, director de recursos humanos de la multinacional IBM, empresa pionera en programas de conciliación de vida laboral y familiar, «las dificultades existen, tanto en hombres como en mujeres; no es fácil para nadie». El señor Cervantes cree firmemente en la igualdad de hombres y mujeres, y asegura que los datos confirman esta tendencia positiva. Para el Secretario de Acción Sindical de USO, don José Vía, el problema de la conciliación atañe a todos, incluidos los padres.

Donde es más necesario incidir, porque afecta tanto a hombres como a mujeres, es en las medidas tomadas por la propia empresa. Don José Vía destaca la importancia que, en este sentido, tiene la negociación colectiva, y cree que, a través de este mecanismo, «la conciliación es posible, además de una necesidad objetiva», pero reconoce que, hasta ahora, eran cuestiones poco contempladas en la negociación de los convenios. Hay varios aspectos en los que las empresas podrían adaptarse para facilitar la vida familiar a las mujeres: flexibilización de horarios laborales, trabajo desde casa y reducción de la carga laboral. Pero, para lograr estos objetivos, «hace falta la sensibilización de todos los agentes», dice el señor Vía. «Y no se logra en 24 horas», completa el señor Cervantes.

Ni la sociedad ni el entorno profesional están aún adaptados para admitir estos cambios, a pesar de que, como recoge un estudio de ESADE, el 90% de los directores de recursos humanos considera que lograr una buena conciliación de trabajo y familia mejora el rendimiento de los empleados. Según un gran número de estudios, la productividad de la madre es incluso superior a la de la mujer que no lo es. Estos datos acaban con el extendido mito que llevaba a muchas empresas a no contratar mujeres en edad fértil por el miedo a las bajas, los días libres o los retrasos para llegar al trabajo.

Los problemas de conciliación de vida laboral y familiar que se plantean en las zonas rurales, no tienen nada que ver con los que se presentan en zonas urbanas. Así lo explica doña Lola Merino, Presidenta de AMFAR, una federación de familias y mujeres del ámbito rural. La vida en el campo tiene algunas implicaciones negativas. En primer lugar, en un entorno donde la media de edad es de 55 años y el nivel de cultura es muy poco elevado, es más frecuente encontrar en los varones ideas más machistas y tradicionales.

Otro grave problema habitual en el campo es la falta de infraestructuras. En las localidades más pequeñas, muchas veces no hay un colegio, porque se comparte un único centro con varios pueblos de la zona. Y es aún menos frecuente la existencia de guarderías para los más pequeños.

Por último, las mujeres del campo «trabajan, pero no tienen empleo», explica doña Lola Merino. Aunque colaboren con sus maridos en las tareas del campo, no tienen ningún tipo de contrato. Por suerte, esa situación está cambiando. Antes, las mujeres no declaraban a la Seguridad Social si echaban una mano, porque la única manera de hacerlo era darse de alta como autónomas en el régimen especial agrario. Ahora se les permite aparecer como empleadas de su marido.

Los puntos negativos que implica la vida en el campo, se matizan con aspectos positivos con los que no se puede contar en las ciudades. En primer lugar, en los pueblos se suele vivir con un concepto de familia ampliada, donde son muchos los que comparten tareas como la crianza de los niños o el cuidado de los ancianos necesitados.

Además, en los pueblos es frecuente que las distancias sean muy cortas, de modo que una madre puede aprovechar realmente permisos como el de lactancia. Hace poco, en una ciudad se dio un caso en que una madre solicitaba cambiar su permiso de lactancia, de media hora diaria, por un mes más de permiso después de la baja maternal. La empresa se negó a aceptar la petición. Pero el tribunal dio la razón a la madre que alegaba que, en esa gran ciudad, con media hora no tenía tiempo de llegar hasta su casa, y menos aún de dar de mamar al bebé y volver a su puesto de trabajo. El juez consideró más lógico que la madre, que tenía derecho a ese tiempo libre, disfrutar de él de corrido.

En general, la vida en los pueblos es más fácil. El sentimiento de comunidad -inexistente en las ciudades donde prima el individualismo- es una tranquilidad para la madre que, incluso aunque tenga que trabajar durante muchas horas, sabe que siempre habrá alguien dispuesto a ayudar a sus niños si se encuentran en un apuro.

Siempre con el tiempo justo

No se debe negar la evidencia, los datos demuestran que un 27% de mujeres ha llegado tarde en el último trimestre por motivos familiares, cifra que se reduce a 22% en el caso de los hombres. En cuanto a las salidas anticipadas del trabajo, ascienden al 33% en las mujeres y el 27% en los hombres. Y un 28% del personal femenino ha tenido que faltar un día en tres meses para ocuparse de los suyos, mientras que lo han hecho un 23% de los empleados varones. Pero estas cifras sólo demuestran la importancia de la flexibilidad laboral, y no deben relacionarse con la falta de productividad.

Don Manuel Cervantes explica su experiencia personal respecto a la flexibilidad de horarios y al trabajo desde casa: «Cuando alguien me pregunta cómo controlo a un trabajador si no está en la oficina, yo le respondo que cómo se le controla si está en la oficina. Lo importante es el resultado». Ahora bien, para alcanzar esta valorada meta, «es necesario predicar con el ejemplo -dice este director de recursos humanos-. De nada sirve permitir que alguien entre antes a trabajar y salga antes si el jefe le va a poner mala cara».

España tiene, respecto al horario laboral, un verdadero problema. El resto de los países de Europa tienen jornadas laborales que hacen más fácil la conciliación de familia y empleo. Pero en España se ha tomado lo peor de cada casa, y se entra a trabajar a la misma hora a la que entran nuestros vecinos comunitarios, pero se abandona el trabajo mucho más tarde, con una jornada partida en dos que desespera a las madres, que casi siempre tienen la opción de dejar a sus hijos a comer en el colegio y preferirían trasladar ese par de horas libres, inútiles para ellas, al final de la jornada.

Para doña Nuria Chinchilla y doña Consuelo León, autoras del libro La ambición femenina, tras estas jornadas eternas se esconde uno de los mayores problemas de las mujeres. Pero la solución pasa por una transformación radical de la percepción de que, si uno no ocupa su silla hasta suficientemente tarde, no está trabajando. La flexibilidad de horarios es aún más positiva si, como explica el señor Cervantes, viene acompañada de otras medidas complementarias. En IBM, todos los empleados que, por la labor que desempeñan, pueden, cuentan con un ordenador portátil para trabajar desde casa. Además, en la empresa se fomentan medidas para mejorar la eficacia, tales como reducir el empleo del correo electrónico a cuestiones únicamente profesionales, establecer las reuniones de trabajo a horas que no perjudiquen en exceso a las madres, o alarguen sus jornadas de manera innecesaria, preparar estas reuniones antes de llegar a ellas, para agilizar el ritmo de trabajo y exprimir al máximo los recursos, establecer criterios que garanticen la eficacia de estas reuniones de modo que se disuelvan si se comprueba que, con los medios disponibles, no se llega a ninguna conclusión de utilidad, o permitir trabajar fuera de la oficina si esto facilita el buen desarrollo del objetivo marcado.

Pero en muchas empresas sigue imperando, como criterio de promoción, el que utiliza como referencia quién es el último en abandonar la oficina, independientemente de que esa persona haya llegado a su puesto de trabajo bien entrada la mañana y haya dedicado parte del día a brujulear por Internet o hablar por teléfono. Sin embargo, todo apunta a que la situación está cambiando. Las señoras Chichilla y León demuestran, con los estudios realizados para elaborar su libro, que cada vez son más los hombres que exigen, como aspecto a valorar en su trabajo incluso por encima del sueldo, que el horario les permita volver pronto a casa. Eso significa que, de aquí a unos años, puede que queden pocos jefes dispuestos a alargar el día, porque prefieren trabajar mucho a estar en casa con sus hijos.

Las madres no se atreven

Esta sensación de que, a pesar de haber hecho el trabajo, si no estás en la oficina, no cuenta, impide a muchas mujeres emplear estos mecanismos de conciliación. Según un estudio del IESE, elaborado por el profesor Sandalio Gómez, el 47% de las mujeres trabajadoras reconoce que ser madres afecta de alguna forma a su carrera. De hecho, el 34% espera una mentalidad más abierta por parte de la empresa, porque, dadas las implicaciones que tiene no seguir el horario habitual de trabajo, el coste puede ser demasiado elevado. Por ejemplo, aunque a un 49% de las trabajadoras les ofrecen la posibilidad de trabajar menos horas, sólo acepta un 29%. Según se desprende del estudio realizado por la señora Tobías junto con otros investigadores, el 50% de las mujeres desearía trabajar menos, pero sólo un 15% estarían dispuestas a dar ese paso si supusiera una reducción del salario. Es decir, las madres trabajadoras no quieren dejar de serlo, pero sí querrían poder organizar mejor su tiempo sin perder por ello su eficacia.

De las posible soluciones tratadas en los párrafos anteriores: flexibilidad de horarios, jornadas parciales, teletrabajo, o aumento de los índices de eficacia, entre otras, muy pocas se aplican en la realidad. Aunque, como explica don Manuel Cervantes, no sólo es viable, sino que es positivo. Pero el cambio de mentalidad necesario es importante. Don Manuel pone un ejemplo: si un empleado o una empleada dice que prefiere preparar una reunión en su casa y se marcha después de comer con su ordenador portátil, cabe la posibilidad de que, al llegar a casa, se duerma una siesta. Pero, ¿es eso un problema? En realidad, no. Si, después de dormir, esa persona va a rendir más, mejor que duerma la siesta. Si, en lugar de la siesta, lo que tiene que hacer es recoger al niño del colegio y con eso se le quita parte del estrés que tenía, pues el remedio también ha sido bueno. «Las personas suelen ser honestas -dice el señor Cervantes-, agradecen este tipo de medidas y responden a la confianza depositada en ellos». Siempre hay algún empleado que abusa de las facilidades dadas por la empresa, pero, según don Manuel, no sería lógico enrarecer el clima laboral por unas cuantas personas.

El buen clima laboral genera importantes réditos. De hecho, aunque no hay datos exactos, los expertos en conciliación de vida familiar y laboral aseguran que una madre trabajadora es incluso más eficaz que cualquier otro empleado. Don José Vía, del sindicato USO, asegura que suelen presentar menos bajas, y además son más responsables. Al fin y al cabo, son conscientes de las dificultades que se pueden encontrar después para acceder a un nuevo puesto de trabajo.

Por el momento, en la mayoría de las empresas, todas estas medidas de conciliación son una utopía. Aún hace falta que la presión de los sindicatos lleve estas cuestiones a las negociaciones colectivas. Y, sobre todo, es necesario que todos los agentes, incluido el Gobierno, se den cuenta de que, aunque la Ley 39/1995, de 5 de noviembre, para promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras, ha permitido avanzar mucho, sobre todo respecto a los permisos por maternidad y paternidad, hace falta una normativa más amplia. Al fin y al cabo, esos primeros meses dedicados al cuidado de los niños no resuelven más que una etapa mínima. Pero lo que de verdad interesa a las madres trabajadoras es que se les faciliten las cosas entre los cuatro meses y los catorce años de sus hijos, no sólo los primeros cuatro meses. do de los ancianos:

Don Manuel Cervantes, director de recursos humanos en IBM, una de las empresas con más prestigio por sus programas de conciliación de vida laboral y familiar, está contento con los avances en este campo. Pero hay un punto en el que todo el optimismo emanado de los logros conseguidos -flexibilidad de horarios, aumento de la eficacia, teletrabajo...- desaparece bajo el grave y cercano problema de la tercera edad.

Las estadísticas más recientes apuntan a que un 17% de la población tiene más de 65 años, y cada año se incorporan 100.000 nuevas personas a esta franja de edad. Las previsiones no son nada halagüeñas. Para el año 2020 se espera que, entre el 18 y el 23 por ciento de las personas, estén ya en edad de jubilación. Y, para el 2050, la cifra podía aumentar hasta un 31,5%.

El problema del cuidado de los mayores necesitados es que es mucho más complicado que el de los niños. Cuando una mujer tiene que hacerse cargo de sus padres, no puede contar con muchos apoyos. Posiblemente, sus hijos aún no tienen edad de ocuparse de forma habitual de los abuelos. Y, si tienen la edad, es poco probable que la madre acepte cargar con este trabajo a los más jóvenes de la casa porque se produce el mismo abuso que cuando los abuelos educan a los nietos.

En cuanto a los varones, aunque no hay datos exactos, parece que están más dispuestos a cuidar de niños que de ancianos.

Si contar con una empleada del hogar para el cuidado de los niños es caro, más caro aún resulta en el caso de los ancianos, que muchas veces no pueden quedarse solos ni un momento y necesitan un sistema de turnos con varios empleados. Además, un anciano visita muchas más veces el médico que un niño. El mayor problema de esta situación es que cada día se agrava un poco más: hay más ancianos y menos niños, la tercera edad se ha alargado mucho gracias a los avances médicos, y el sistema de pensiones difícilmente podrá aguantar este peso demográfico.

Pocas soluciones

Con los pies sobre la tierra, el panorama no es muy alentador. Las madres no tienen demasiadas soluciones reales para sus problemas. Muchas recurren a los abuelos, pero es una carga injusta que convierte a los jubilados en tutores de hijos que no son suyos, y transforman «una colaboración en una obligación», como explica don José Vía. Según el estudio dirigido por doña Constanza Tobías, prima la ayuda de la abuela materna por un proceso de «solidaridad intergeneracional de los linajes femeninos».

Los datos hablan por sí solos: para el 64% de las mujeres trabajadoras, la ayuda de la familia en el cuidado de los hijos es importante, cifra que aumenta considerablemente en la franja de mujeres de entre 30 y 40 años, donde un 74% considera necesaria esa ayuda, y más aún en la de mujeres de menos de 30, que cuentan con la familia en un 86,5% de los casos.

Otra solución es la de la guardería, aunque presenta dos problemas. En primer lugar, las madres reconocen que prefieren no tener que llevar a los niños tan pronto al colegio. Si pueden evitarlo, bien gracias a la ayuda de la abuela, bien con servicio contratado, lo evitan. Pero además, cuando la guardería es el último remedio, puede que su coste sea demasiado elevado -aunque menor que el de contratar una cuidadora-, o puede que no haya ninguna guardería que permita compatibilizar los horarios de hijos y padres. Una de las reivindicaciones más frecuentes en los centros de trabajo, según explican en el sindicato USO, es, precisamente, que se habiliten guarderías junto al lugar de trabajo de los padres, y que éstas tengan amplios horarios de apertura. Según las localidades o los barrios de las ciudades y el porcentaje de menores que vive en ellos, hay zonas que están muy poco dotadas de recursos para los más pequeños.

En los mejores casos, la familia puede contratar una empleada del hogar que se ocupe de los niños mientras la mujer trabaja. Pero, en ocasiones, esta persona se lleva todo el sueldo que gana la mujer. Aunque, aun así, la medida puede ser beneficiosa para que la madre no se vea obligada a desengancharse del mercado laboral durante los tres o cuatro primeros años de vida de los niños.

Las tatas solucionan muchos problemas a las madres con más ingresos, que también se ven más perjudicadas por las jornadas eternas, y no pueden organizar el día de los niños sobre la base de un horario estable que ellas no tienen.

Los padres comienzan también a tener un papel destacado para solventar las lacras en el proceso de conciliación. Cada vez se ven más hombres en las puertas de los colegios. En las familias que no cuentan con ayuda externa, el padre y la madre tratan de organizar sus turnos de trabajo de modo que, la mayor parte del tiempo, uno de los dos esté en casa. Un sistema frecuente es el de las actividades extraescolares, que alarga la jornada del niño en el colegio. Aunque mantener al niño en clase es una solución parcial, que siempre plantea problemas durante el verano, cuando los alumnos tienen vacaciones de tres meses y los padres, con algo de suerte, contarán con un mes.

Pero las tareas asignadas a las madres van más allá del cuidado de los niños. Muchas trabajadoras se ven obligadas a dedicar todo su tiempo de ocio a las labores domésticas. No es extraño ver a una empleada que aprovecha el descanso de la comida para poner la lavadora, o que después de cenar, en lugar de disfrutar de un rato de asueto, se mete en la cocina a preparar la comida del día siguiente. Esta sobrecarga genera elevados grados de ansiedad en aquellas madres que no pueden contar con una asistenta que les ayude.

Aunque los expertos se muestran optimistas respecto a los avances obtenidos en la conciliación de la vida familiar y laboral, para las madres trabajadoras sigue siendo un quiero y no puedo, un debate permanente entre su derecho a desarrollarse profesionalmente y sus deberes al frente de una familia. Hace falta un esfuerzo de todos, y al mismo tiempo.







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