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La ética luminosa

La ética luminosa
Mensaje del Lic. Carlos Abascal Carranza, secretario de Gobernación, en el marco de la Primera sesión Plenaria del Foro Ético Mundial, efectuado el día domingo 29 de enero de 2006, en el hotel Fiesta Americana, Ciudad de México.


Por: Carlos M. Abascal Carranza | Fuente: Foro Ético Mundial



¡Muy buenos días tengan todas y todos ustedes!

Me da muchísimo gusto poder participar con ustedes con un mensaje en este Foro Ético Mundial.

Este tema de la ética es uno de esos que, a fuerza de usarlo mucho, llega a desgastarse pero nunca se usa lo suficiente como para realmente impregnar todo el entorno que nos rodea, de esa profunda condición humana que tiene la ética.

Yo los felicito porque han dedicado un tiempo importante a lo largo de los últimos tres días, para reflexionar en el tema desde diferentes ángulos.

Necesitamos pensamiento, mucho pensamiento, pero con el pensamiento necesitamos compromiso y acción, porque la cosa pública, vista desde donde se le vea, desde la familia hasta el Estado, es una responsabilidad compartida.

Me parece pues, por eso, de gran relevancia, este primer Foro Ético Mundial. Llena un espacio fundamental para darle sentido a las democracias contemporáneas y, con ellas, a la libertad; valor, según algunos, sin límite ni contrapeso.

Todos sabemos que en las democracias contemporáneas dos son los grandes objetivos que se persiguen: uno, es el del ejercicio de la libertad; otro, es el del acceso a las oportunidades del desarrollo para elevar el nivel de vida de las personas desde la libertad individual. La discusión es si la libertad es omnímoda, es ilimitada o si la libertad implica límites, causes, ordenamientos que le den sentido, que permitan que coexista la libertad de unos con la libertad de otros, en una trama compartida.

Me parece fundada la crítica al neoliberalismo, que pretende consagrar el ejercicio de la libertad en lo social, en lo económico, en lo político, en lo cultural y hasta en lo espiritual, bajo la premisa de que libertad y valores absolutos se contraponen.

La libertad tiene como finalidad última, en la visión neoliberal, el bienestar. Los paradigmas de esta visión de la libertad son poder, dinero, placer y éxito, cada uno de los cuales exigen siempre una medida para saber cuánto dinero, cuánto poder, cuánto placer y éxito son necesarios para garantizar la libertad y, por lo tanto, la felicidad de todas y todos los seres humanos. Parecería que hoy el perfecto demócrata debe encogerse de hombros o lavarse las manos ante el juicio moral de los actos humanos, más aún, en la política, y delegar ese juicio moral en la voluntad mayoritaria.

Para Poncio Pilato, la verdad era inalcanzable. Aunque pregunte por ella lo hace en un dejo de decir “a mí, ¿qué más se me da?” y “¿qué es la verdad?”. Lo que le importa a él es actuar conforme la mayoría lo exige. Por ello, no extraña que muchos juristas -positivistas, por cierto- aprueben la democrática decisión de Pilatos, aunque haya costado la vida del inocente.

Idénticos problemas se plantean en muy diferentes momentos de la historia de la humanidad. Cuando Saharov concluye la primera prueba, los primeros experimentos de las armas nucleares soviéticas, brinda porque esas armas nucleares nunca estallen sobre ciudades habitadas. Y los científicos que comparten con él aquél éxito científico, le dicen: “es que a nosotros no nos toca juzgar sobre la bondad o maldad del arma atómica, esa decisión es una decisión que está lejos de nosotros”. Es una posición muy cómoda. Esto puede multiplicarse tantas veces cuantos casos hay en los que, sin duda, está involucrada la necesidad del juicio moral.

La ética, como conjunto de valores universales escritos en el corazón del hombre, desde siempre, es un peligro para la libertad en el neoliberalismo, pues le pone fronteras definidas, pues, dicen ellos “le cortan las alas a la libertad”. La solución del demócrata liberal consiste en unir democracia y relativismo, otorgándole al principio mayoritario, muy bueno, para decidir la inmensa mayoría de las cosas de la vida en común y, desde luego, para decidir quién gobierna --excelente principio- otorgándole a ese principio atributos para definir la verdad y el bien, dejando así el camino a la arbitrariedad, consecuencia del subjetivismo que se expresa en el voluntarismo mayoritario.

En realidad, la supuesta oposición entre moral y libertad, moral y democracia-libertad, tiene sus raíces en el desconocimiento del papel que juega la ética en el desarrollo de la humanidad.

“El hombre es ético, por ser constitutivamente temporal”, dice José Luis del Barco. “Contemplada como singularidad impar de la existencia temporal, la ética es el modo humano de ganar tiempo. Vivir éticamente -continúa Barco- significa sentirse calurosamente invitado a no retrasar la tarea de llegar a ser los que somos, a no dejarlo pasar lerdamente, actitud que suele ir acompañada del deseo banal que muchos expresamos cuando caemos en cuenta de que la vida se nos ha ido de entre las manos como agua; el deseo banal de recuperar ese tiempo. La ética nos invita a no gastar el tiempo en cosas inútiles para realizar la gran faena de la existencia. La ética es el modo humano de vencer al tiempo, de usar el tiempo para desarrollarnos completamente y desplegar todas las dimensiones humanas” -hasta aquí la cita de Barco.

El desarrollo biológico tiene límites muy claros. En cambio, el perfeccionamiento moral de la persona humana, como persona, es infinito. La condición ética del ser humano lo convierte en el único, el único ser abierto a la eternidad gracias a la libertad, pues es imposible procurar la propia realización de manera obligada. Sólo la libertad es capaz de ser el motor del perfeccionamiento ético del ser humano.

La justicia es la razón de ser de la política. La esencia de la política es la conciliación entre posiciones diversas. La ética establece el límite de los pactos posibles. La justicia, desposeída de criterios universales, es capricho que da lugar al asesinato del inocente, a la tortura del detenido, a la muerte del migrante, al salario precario, a la ganancia desproporcionada. Sobre una justicia concebida de manera relativista, no es posible edificar la convivencia política y, en ese caso, la política se pervierte y la burocracia se convierte en una promesa vacía de futuro, incapaz de procurar el bien común.

La tarea de todos los hombres, porque estamos llamadas a la felicidad, consiste en saborear la existencia, en compartir lo mejor de ella con los demás, idénticos en dignidad, como un reclamo de nuestra naturaleza, gracias a nuestra libertad fundada en la ética. La ética, encuentra su fundamento último en el absoluto, el Absoluto, para evitar convertirse en ideología oportunista, pues como muestra Thomas Mann: “el olvido del Dios trascendente impide aceptar sólidamente valores absolutos”. Por eso, dice… {inaudible}, como dicen ex presidentes como Clinton y cada vez más personas coinciden con esta expresión: “o el siglo XXI es el siglo de la religión, de la religación del hombre con Dios, o no será”.

Lo más paradógico de todo esto, es que la propia democracia neoliberal, en el sentido en el que me he referido a ella, tiene que valerse de un cierto dogmatismo que le es antagónico para mantener la vigencia de valores morales; robar, mentir, atentar contra los animales “es malo”, pero si la mayoría aprueba el homicidio de no natos, la infidelidad conyugal o una violación en los derechos humanos de una minoría, por ejemplo, “eso es bueno, porque es la ley”.

El relativismo democrático que absoluta el principio mayoritario, se convierte irremisiblemente en nihilismo. Recordemos, nuestra historia está todavía muy fresca. Ni el nazismo ni el comunismo dudaban en realizar en cualquier acción, incluso bajo la forma de ley, si ayudaba la “la causa”, si ayudaba al movimiento. Nada era bueno ni malo, sino útil o inútil para el movimiento. Y lo que aquí estamos discutiendo es cómo las personas somos mejores personas para construir una sociedad más justa, más a la medida del hombre, para construir una sociedad que propicie el bien común.

Pero, cuando iba en este momento de la reflexión, caí en cuenta de algo que es mucho más apremiante: no basta la aceptación intelectual de la ética, no basta que nos convenzamos intelectualmente de que, sin ética, el ser humano queda abandonado a sus pasiones y al relativismo. El reto mayor es la educación, la formación de los hábitos buenos; es, el reto mayor, la concreción de la ética en la vida ordinaria de la comunidad. Y es que, ni duda cabe, la ética está hasta cierto punto desprestigiada, tanto porque aparece como un sin fin de prohibiciones como porque muchos jóvenes ven que los adultos hablamos mucho de ética, pero no damos testimonio ético en nuestra conducta.

Dice un pensador: “tenemos el estereotipo de que la moral sólo puede existir en aires clausurados de catacumba o de convento, como los mohos; moral combina mejor con el color morado de medio luto, que con el azul espléndido y alegre de la vida”. Hemos desprestigiado la ética.

Por eso, necesitamos realizar dos grandes núcleos de acción: uno, que consiste en recuperar los espacios de la ética y, otro, que consiste en recuperar el compromiso personal con la ética. Recuperar los espacios, primero que nada, en la familia. No podemos aspirar a que haya empresarios y políticos con una clara visión ética de su responsabilidad social si no logramos -desde el principio de su vida social que es la familia- inculcar no sólo intelectualmente, sino los hábitos buenos de la justicia, de la solidadaridad, del compromiso con la verdad, de la honradez, de la responsabilidad social.

La familia, es la primera escuela de valores. La familia, es la escuela de la forja de la libertad responsable. La familia es el espacio en el que tenemos el privilegio de poder orientar derechos y deberes de todas y de todos. La familia es el espacio privilegiado para que brote la responsabilidad personal, la capacidad, el compromiso de responder por uno y por los que le han sido confiados a uno. La familia es el espacio privilegiado para enseñar y mostrar una moral objetiva, formando la conciencia de los integrantes de la familia para que nunca busquen comprar reconocimiento, riqueza, poder, cualquier cosa, sacrificando la verdad.

Tenemos que recuperar el espacio de la educación y ensanchar allí no sólo la transmisión de conocimientos, sino la forja del carácter. A fin de cuentas, el ser humano es mucho más ser humano, es mucho más espléndidamente humano cuando es dueño de su parte más instintiva que cuando se subordina y se abandona a los instintos perdiendo el señorío de la conducción de su vida. Familia y educación, como dos valores, dos espacios, en donde cada una y cada uno de los mexicanos y de los seres humanos, tenemos una responsabilidad compartida.

Y tenemos que recuperar el espacio de la empresa, el espacio de la convivencia cívica, el espacio de la política. En efecto, no es posible pensar en justicia social sin salarios justos. No es posible pensar en justicia social sin ganancia justa. No es posible pensar, tampoco, en justicia social sin una política comprometida con la construcción de consensos y, por lo tanto, de paz, orden y de armonía para propiciar el desarrollo del bien común.

Es necesario recuperar y fortalecer el espacio de la comunicación, particularmente los medios electrónicos de comunicación que juegan un papel fundamental en la formación o deformación del carácter, en la transmisión de valores o en la transmisión de disvalores que atentan contra la cohesión íntima de cada persona y, por tanto, contra la cohesión social.

Es necesario recuperar, con absoluta libertad de credo, la religión, como el espacio que propicie la vinculación, la revinculación del ser humano con su destino trascendente para que le dé sentido a los valores éticos que han de comprometer su existencia diaria.

Es necesario recuperar el espacio de la globalidad. Al final, la globalidad no es más que la suma de familias globales o, dicho de otra manera, la globalidad no es más que la expresión más amplia de la sociabilidad individual del ser humano, que sólo en comunidad encuentra su plena realización.

Si bien es necesario recuperar esos espacios, se requiere algo más para recuperar el prestigio de la ética: necesitamos actitudes. No podemos seguir pensando los padres de familia en que la ética es ese recurso último que nos permite fundamentar nuestra autoridad sobre nuestros hijos (“lo haces así, porque yo sé que es bueno, porque lo mando yo”). Es mucho más que eso: formar caracteres; es mucho más que eso, comprometerse con esa obra de arte, insustituible, única, la más grande que puede existir sobre la tierra, que es forjar un alma humana.

Necesitamos todas y todos, transmitir una ética luminosa, no una ética de diques, sino una ética de causes. Todos los ríos requieren un cause. Lo que nos ha pasado en Chiapas, recientemente, es que los ríos rompieron su cause y se llevaron centenares, miles de viviendas, de personas. Lo mismo sucede cuando la conducta humana rompe los causes, se lleva el hábitat de quienes le rodean, destruye el hogar íntimo de quienes son su responsabilidad comenzando con los propios hijos. El cause que te da la ética es esa manera, decíamos, de ganar tiempo, de ganarle tiempo al tiempo, para darle a tu vida un sentido, para ser dueño de tu futuro, para ser difusor de valores que enamoren a los demás del bien y de la verdad.

Estas conductas mínimas con las que tenemos que enfrentar esta transmisión de la ética son, primero que nada, el testimonio; no se vale exigir a otros lo que uno no está dispuesto a hacer. El testimonio es insustituible. El político, más que exigirle a la comunidad justicia y verdad, lo que tiene que darle a la comunidad es justicia y verdad. El padre de familia, más que grandes discursos motivantes a sus hijos, lo que tiene que dar es plena concentración en la formación del alma de los hijos haciendo aquello que pide de los hijos. El empresario, más que hablar -quizás hasta para consolar su propia conciencia de justicia social y de salario justo- lo que tiene que hacer es pagar salario justo y cobrar el precio justo. Y así, sucesivamente. El testimonio es insustituible, porque hace tanto ruido lo que hacemos, que no alcanzamos a lograr que se escuche lo que decimos.

Pero además, este testimonio tiene que darse con alegría, no rociándonos un poco de ceniza en la cabeza y poniendo cara triste porque “mira, qué virtuoso soy”. Al revés, la virtud es una bendición de la vida en la medida en la que sirve para que seas mejor persona y sirvas mejor a los demás. Esa alegría de participar de la fiesta de la vida, para la vida. Esa alegría de saber que estás construyendo en tí, y queriendo construir en quienes de ti dependen, una persona humana plena, una persona humana feliz en el sentido este de la plena armonía con su creador, consigo mismo, con los demás, con el entorno que le rodean.

Pero además, este transmitir una ética luminosa exige una búsqueda incansable de la paz. La paz es el fruto más precioso de los hombres y de las mujeres libres. La paz, la armonía en la convivencia, es el fruto más ovíparo de la convivencia humana cuando se ejerce en libertad. La paz no es ausencia de guerra. La paz es un estado permanente de construcción de la armonía entre los seres humanos.

Por eso, por último, en mi opinión, se requiere recuperar de una manera frontal, decidida, sin calumniarlo y sin secuestrarlo, un valor fundamental que es el que le da sentido y cohesión a toda la vida humana: necesitamos recuperar el amor. El amor vuelve luminoso todo acto humano. El amor le da sentido al ejercicio de la ética. El amor le da contenido y fin al ejercicio de la ética. El amor sobrenatural, por supuesto, pero el amor al prójimo, al cercano. El amor a uno mismo reflejado en servicio a los demás. El amor a la naturaleza como administradores responsables. El amor entre los hombres y entre mujeres de bien, que permita construir una sociedad en la medida del hombre. Sí, también la política necesita recuperar el amor, porque no se puede perseguir el bien común, si no es justamente amando a aquellos cuyo bien quieres. Amar no significa más que querer el bien de los demás, de una persona concreta o de una comunidad. El político tiene la grave responsabilidad de construir el bien común y, ese bien común, es fruto de un profundo amor al hombre como tal, a la persona como tal, para consagrar todas las energías, todo el esfuerzo, toda la capacidad personal para crear condiciones para que cada persona y cada núcleo social, sepa encontrar las oportunidades de su propio desarrollo para alcanzar la felicidad alcanzable en esta existencia temporal.

Así pues, los invito a no quedarnos sólo en la reflexión teórica.

Los invito a pasar a la práctica.

Los invito a sumir el compromiso personalísimo.

Los invito a descubrir en cada alma que nos toca forjar, principalmente como padres, el presente y el futuro de la humanidad.

Los invito a impregnar todos los ambientes, con esta actitud de alegría, de testimonio, de búsqueda de la paz, de amor, que nos permita pasar por la tierra dejando huella, ganándole tiempo al tiempo, para bien personal, para bien de la humanidad.

Muchas gracias.







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