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Comunicación y retórica

Comunicación y retórica
Para que la comunicación sea efectiva precisa de echar mano de recursos retóricos y poeéticos específicos. El Dr. Andreas Böhmler nos ofrece una profunda orientación sobre ello en este texto.


Por: Dr. Andreas Böhmler. | Fuente: http://www.iespana.es/revista-arbil/




A lo largo de estas consideraciones nos hemos topado continuamente con el aspecto retórico de la comunicación. Precisamente, cuando los recursos retóricos se ordenan principalmente a un interés de poder, se ve claramente la relación íntima entre retórica, poder y violencia. Más adelante intentaremos darle a esta relación un giro positivo; ésto a lo largo del desarrollo del tema «Comunicación y Poética».

Ahora bien, como punto de partida, es obvio que la comunicación para que sea efectiva precisa echar mano de los recursos retórico-poéticos, pero sin agotarse en éstos. Esto es así porque la comunicación, para ser efectiva, tiene que contar con la constancia de la voluntad, o sea, hace falta mantener la credibilidad de lo que se comunica.

Comunicar es más que un vehículo de poder en orden a mis intereses. Hay quienes interpretan acríticamente el carácter de medio de los medios de comunicación; pero, los medios pueden no mediar, es decir, que se engaña quien piensa que, invirtiendo en los medios de comunicación, la comunicación se establecería automáticamente.

Confunden el qué con el cómo. Esta marginación del qué y para qué de la comunicación frente al cómo es resultado de su cientificación y técnificación, proceso respaldado y avalado ciegamente por el «positivismo» y «funcionalismo».

En la medida que el cómo se pone en primera línea la comunicación corre peligro de convertirse en una actividad manipuladora, strictu sensu. Lo que importa es la difusión y transmisión pública de mi mensaje, precindiendo de su conveniencia o no-conveniencia social e individual, de su veracidad o no-veracidad. Según nos dicta la experiencia y el sentido común, la comunicación, no obstante, es un proceso del hombre para el hombre, no simplemente una técnica de transmisión de mensajes.

Es patente, sin embargo, que frente al sentido común predomina la fenomenología descriptiva de la comunicación basada en el dato empírico, sea físico o psicológico, -ficción ya acusada más arriba-, que ha permitido que se organicen disciplinas particulares: lingüística, teoría de la información, teoría de la comunicación, ciencia de la opinión pública, teoría de la imagen, tecnología de la información, semiología (teoría de los signos), etc...

Hay un «corpus» académico más o menos identificable. Pero no existe una interpretación sistemática con base antropológica común. El predominio de la descripción sociológica de los medios y su análisis funcionalista sobre el carácter humano de la mediación comunicativa conducen a la desfiguración académica, científica y operativa de la información y del entero proceso de la comunicación social.

No se puede llegar a conocer bien ni la dimensión teórica ni práctica de la comunicación si no se entiende que tiene como punto de convergencia a la persona y su trascendencia social.

Anteriormente dejamos constancia de la necesidad de restitución de una comunicación social tal que haga posible que el hombre pueda efectivamente prometer, aportar, crecer. Para fomentar tal restitución, no debe caber duda, la retórica juega un papel fundamental aunque no fundante.

La mera información no mueve a la acción; hay que echar mano de los recursos retórico-poéticos, pero no debe creerse que la finalidad de tal herramienta pueda limitarse al cinismo de echarle una mano al discurso científico-técnico para que éste pueda lograr sus objetivos: la productividad o actividad incrementada.

Evocamos, a modo de ejemplo, todo el aparejo técnico-científico-psicológico de la publicidad para desencadenar una compra. La actitud cínica consiste en convertir lo retórico-poético en un poder en orden al interés propio. En la organización política o empresarial, la comunicación debe ser un verdadero arte, no un simple artilugio manipulador de cara a la comunicación externa, ni tampoco un discurso meramente lógico-formal aplicado a la «organización formal».

O sea, también de cara a la comunicación interna ésta debe ser un arte, un modo de comunicación que afecte vitalmente la conciencia dando a luz un conocimiento experimental (implicación de la voluntad) no un mero conocimiento teórico (mero registro intelectual). Por tanto, el modo formal -propio de los procedimientos comunicativos de la dirección y organización social dominantes- no es suficiente para que haya comunicación, puesta en común.

En la actualidad se está poniendo de moda que los directivos deberían tratar a sus empleados/electores como si fueran clientes, esto, sin embargo, no significa más que lo siguiente: aplicar las técnicas propagandísticas de la comunicación «externa» a la par a la comunicación «interna».

El comprobado poder de los recursos retórico-poéticos (palabra, imagen, sonido, etc.) se está desplegando con vistas a un triunfo comunicativo también al interior de la organización en cuestión (partido, empresa). Esto, ciertamente, representa un avance.

Pero, -para decirlo de una manera un tanto polémica-, los dirigentes han tomado conciencia de que el hombre, ya no solo en cuanto consumidor, sino también en cuanto productor, -en el sentido más ámplio-, ya no es susceptible a que se le asemeje a una máquina, -a la que se dan instrucciones formalizadas-, sino que hay que elevarle a categoría de animal sofisticado, o sea, una compleja caja de resonancia entre estímulos y respuestas. Me parece que la teoría de la motivación, sea de Maslow o de otros muchos, no va más allá de esto.

Sin embargo, hay que ir en búsqueda de un planteamiento más radical, o sea: más profundo, de la comunicación. Si bien es cierto que los recursos retórico-poéticos son esenciales para que pueda nacer y darse una auténtica comunicación, tanto en la sociedad en general como en la empresa en particular, es más cierto todavía que tales deben ser un arte no manipulador sino liberador.

El verdadero arte hace crecer, no esclaviza; esto ya nos lo hacía ver Aristóteles en la «Poética» reivindicando el sentido curativo del arte (katharsis); de otro modo, no habríamos pasado más que de una comunicación mecánica a una socio-psicológica; ésta no valora al hombre en su sentido personal, sino meramente específico, es decir, como miembro de una «grege» (especie) peculiar. Bajo tal enfoque el hombre empobrece su racionalidad a la mera producción de «consumo».

A tal hombre el economista y sociólogo W. Röpke le bautizó de homo sapiens consumens. Nos consta que quien así nos habla fue una autoridad dentro del campo neoliberal alemán de la posguerra.

Por lo tanto, ser un defensor de la libertad no tiene porque estar reñido con la sensibilidad, aunque esos liberales sensibles acaso no extraen todas las lecciones (consecuencias) de esa sensibilidad, hecho que invariablemente conduciría al abandono del liberalismo doctrinario (baste el ejemplo de la imponente figura de Donoso Cortés).

En último término, el dirigirse comunicativamente a la conciencia vital sin depravarla, el saber hacerlo no es cuestión de ciencias, ni técnicas de la información o comunicación sino es estrictamente cuestión de arte, de tacto, de tino, de gusto.




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