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El cambio que necesita la comunidad internacional

El cambio que necesita la comunidad internacional
Palabras de Mary Ann Glendon sobre la movilidad de los recursos y erradicación de la pobreza en el contexto de un programa de acción para los países menos desarrollados.


Fuente: Arvo.net



Mary Ann Glendon, presidenta de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y jefe de la delegación de la Santa Sede en la Consulta de Alto Nivel sobre los Países menos Desarrollados de ECOSOC 2004 (Consejo Económico y Social de Naciones Unidas), habló el 29 de junio sobre "Movilidad de los recursos y erradicación de la pobreza en el contexto de un programa de acción para los países menos desarrollados en la década 2001-2010".

La Santa Sede - ha dicho - une su voz a la de aquellos que piden con urgencia a la familia de las naciones que se ocupen de las necesidades de sus miembros más vulnerables, porque como ha repetido Juan Pablo II: «Los pobres no pueden esperar». Nadie puede negar la envergadura del reto de invertir la tendencia de lo que a veces parece ser un ciclo perpetuo de pobreza, especialmente en los países menos desarrollados. Pero la magnitud de ese desafío no puede servir de excusa; más bien debe espolearnos a un mayor esfuerzo. La Santa Sede quiere subrayar que cualquier medida para promover el desarrollo auténtico y duradero tiene que defender la dignidad y la cultura humanas. Lo que se necesita es un cambio del corazón, que la comunidad internacional sea más sólida, más generosa, más creativa, más enérgica en su esfuerzo para acabar por fin con la división del mundo en zonas de pobreza y de abundancia».

Mary Ann Glendon es catedrática de Derecho en Harvard y ha sido miembro del Comité Central del Jubileo del 2000, así como participante en el Sínodo de los Obispos de América. En anterior ocasión declaraba al semanario «Avvenire» que «también los ricos y los potentes tienen que ser evangelizados, pues de ellos dependen las decisiones que después pesan sobre todos. En el Evangelio, Jesús no se preocupa demasiado por la salvación de los pobres, favorecida por su condición desafortunada, sino que tenía miedo por el alma de los ricos. El Papa considera que su mensaje no puede dividirse. La cultura de la muerte, como repitió en San Luis, no sólo amenaza a los no nacidos y a los ancianos, sino también a las personas débiles o inútiles, como los pobres. Quien acepta sus enseñanzas sociales tiene que entender que no puede separar la lucha contra la pobreza o la pena de muerte de la lucha contra el aborto y la eutanasia.

Ahora hace poco más de un año -17 de enero de 2003-, al ser nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad de Navarra, en su discurso, se preguntaba:

«¿Cómo puede uno vivir la fe sin rebajas si no conoce la propia fe?». Y tocaba un punto neurálgico que afecta a la vida de cada uno de los católicos y a la eficacia de su acción en el mundo: la cuestión de la formación cristiana a todos los niveles:

«Creo que no es una exageración decir que nosotros, los católicos, nos encontramos ahora en medio de una crisis de formación que afecta a la formación de nuestros teólogos, de nuestros educadores religiosos, y, por tanto, a la educación de los padres. Es una crisis que deja a los padres pobremente pertrechados para educar las almas de las generaciones venideras, que difícilmente pueden competir con la agresividad de las escuelas estatales, fuertemente secularizadas, y con la gran industria del entretenimiento que se complace en derribar todo lo que sea católico. Esta crisis representa especialmente un peligro en las sociedades modernas porque, si la educación religiosa no se sitúa en el nivel general de la educación laica, nos llegará a resultar difícil defender nuestras creencias incluso para nosotros mismos.

Habiéndonos dado la Iglesia católica una larga y distinguida tradición intelectual, es trágico que hoy muchos católicos sean incapaces de responder incluso a los más simples ataques relativistas, historicistas y nihilistas. Es un escándalo que muchos católicos se callen cuando se confrontan con anti-católicos. Además, cuando se supone que una de las glorias de nuestra fe es que podemos dar razones de las posiciones morales que mantenemos, razones que son accesibles a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a otras confesiones o a los que no tienen fe. Como ha escrito el Papa Juan Pablo II, “Para que el testimonio cristiano sea eficaz, especialmente en temas delicados y controvertidos, es importante realizar un esfuerzo especial en explicar con rigor las razones de la posición de la Iglesia, subrayando que no se trata de imponer a los no creyentes una visión que nace de la fe, sino de interpretar y defender los valores enraizados en la misma naturaleza del hombre”.

La idea fundamental que quiero subrayar es que los educadores e intelectuales católicos tienen que volver a familiarizarse de la gran tradición intelectual que es nuestra herencia fundamental. Lo necesitamos no sólo por el bien de nuestra vocación bautismal, o por el de la Iglesia, sino también por el bien de nuestras sociedades. Como miembro del Consejo bioético de los Estados Unidos, en los últimos meses he participado en varias discusiones interdisciplinares sobre la clonación, la investigación en las células madre y en la ingeniería genética. En el transcurso de estas discusiones, he visto lo importante que es para filósofos y teólogos conocer los avances en las ciencias naturales, y también he observado cuánto necesitan las ciencias naturales de las ciencias humanas. El hecho es que la ciencia natural no puede por si misma generar la sabiduría que necesita para progresar sin hacer daño.

A.O.D, 3 de julio 2004.







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