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51. El amigo del hijo

51. El amigo del hijo
Sembrando Esperanza II.


Por: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net




“En la esperanza seremos salvados”. Con esta
frase de San Pablo a los Corintios, el Papa Benedicto
nos ofrece su nueva Encíclica. Con Cristo nuestra vida
tiene sentido, nuestro futuro se hace seguro, nuestra
meta será una realidad. Cristo vino al mundo para
indicarnos el verdadero camino del cielo, estamos de
paso y somos peregrinos, y precisamente Navidad
es la oportunidad para recibir a Dios, y por lo tanto,
la esperanza que tanto nuestro corazón anhela. Solo
con Dios hay esperanza y sin Dios no puede haber
esperanza.
Esta esperanza y esta experiencia de Dios le
llevó a este papá hacer una elección en su vida, difícil,
comprometedora, pero al fin y al cabo llena de fe y de
confianza en Dios.
Era la reunión del domingo por la noche de
un grupo apostólico en una iglesia de la comunidad.
Después que cantaron los himnos, el sacerdote de
la iglesia se dirigió al grupo y presentó a un orador
invitado; se trataba de uno de sus amigos de la
infancia ya entrado en años.
Mientras todos lo seguían con la mirada,
el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar
esta historia: “Un hombre junto con su hijo y un
amigo de su hijo estaban navegando en un velero
a lo largo de la costa del Pacífico, cuando una
tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas
se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de
ser un marinero de experiencia, no pudo mantener
a flote la embarcación y las aguas del océano
arrastraron a los tres”.
Al decir esto, el anciano se detuvo un momento
y miró a dos adolescentes que por primera vez, desde
que comenzó la plática, estaban mostrando interés; y
siguió narrando:
“El padre logró agarrar una soga, pero
luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su
vida: escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el
otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos
para decidirse.
El padre sabía que su hijo era un buen
cristiano, y también sabía que el amigo de su hijo
no lo era. La agonía de la decisión era mucho mayor
que los embates de las olas.”

Miró en dirección a su hijo y le gritó: “¡TE
QUIERO, HIJO MIO!” y le tiró la soga al amigo de su
hijo. En el tiempo que le tomó al amigo jalar hasta el
velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo
los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás
lograron encontrar su cuerpo.
Los dos adolescentes estaban escuchando con
suma atención, atentos a las próximas palabras que
pronunciara el orador invitado.
“El padre -continuó el anciano- sabía que
su hijo pasaría la eternidad con Cristo y no podía
soportar el hecho de que el amigo de su hijo no
estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por
eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de
Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!”
Dicho esto, el anciano volvió a sentarse y
hubo un tenso silencio. Pocos minutos después
de concluida la reunión, los dos adolescentes se
encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo
cortésmente:
“Esa fue una historia muy bonita, pero
a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya
sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el
otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo”.
“Tienes toda la razón”, le contestó el anciano
mientras miraba su Biblia gastada por el uso y
sonreía. Miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo:
“Pero esa historia me ayuda a comprender
lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a
su Hijo por mí. A mi también me costaría trabajo
creerlo si no fuera porque el amigo de ese hijo era
yo”.
No he sido creado para mis jeans, no he sido
creado para una semana en Cancún; he sido creado
para una eternidad al lado de Dios..., y si esto no
es cierto, somos los hombres más desdichados del
mundo, porque este mundo con todo lo maravilloso
que posee, se vuelve cruel e injusto sin el amor y la presencia de Dios.



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  • P. Dennis Doren LC


    Puedes escuchar esta meditación en audio entrando al Podcast de Catholic.net aquí:





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