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Trabajando en equipo
¿Tienen hombre y mujer aportaciones propias y exclusivas que hacerse uno al otro?


Por: Andrea Lago | Fuente: Mujernueva.org



Frecuentemente escucho en televisión y leo en los periódicos acerca de acciones que exigen la inserción de la mujer en el campo laboral. Los gobiernos aplican leyes que favorecen la incorporación del sexo femenino en el trabajo, llegando a aprobar “cuotas”, es decir, porcentajes mínimos dentro de un nivel profesional o de una empresa. Incluso lo vemos en política con las cuotas exigidas a los partidos o las Cámaras del Congreso.

Algunos lo consideran algo exclusivamente matemático: si las mujeres son la mitad de la población, entonces tienen derecho a acceder a la mitad de los puestos de trabajo. Otros, principalmente los grupos feministas radicales, lo consideran un medio para que la mujer acceda al poder y desbancar así una sociedad y cultura machista.

Para un tercer grupo, la inserción de la mujer es una necesidad básica para la sociedad. Poseen la certeza de que hombre y mujer tienen, cada uno, una aportación específica que ofrecer y en justicia debe dárseles a ambos el espacio necesario para realizarla. Este argumento requiere a su vez una base: hombre y mujer son diferentes y, por lo tanto, aquello que uno puede dar es distinto de lo que aporta el otro y se requiere el aporte de ambos para obtener el mejor resultado final.

En algunas áreas comprobar la diferencia de la aportación de cada sexo es clara: para un niño, la cercanía de padre y madre es indispensable. Porque, aunque la psicología muestra que en las distintas etapas de desarrollo el peso relativo del padre o la madre son distintos, ninguno puede faltar para ofrecer al niño el mejor ambiente y las mejores condiciones de desarrollo.

¿Existirá algo similar en el mundo laboral? ¿Tienen hombre y mujer aportaciones propias y exclusivas que hacerse uno al otro?

Partimos de la premisa de una diferencia entre los sexos que va más allá de lo puramente físico. Una diferencia que no se encuentra en la dignidad, ya que ambos comparten la misma naturaleza humana y, por lo tanto, son merecedores del mismo respeto. La diferencia debería estar en la forma en que cada uno se relaciona con el mundo y lo transforma, lo mejora.

Llegados a este punto, ¿podemos decir que la diferencia entre hombre y mujer tiene alguna incidencia en el campo laboral? Si es así ¿cuál puede ser la aportación específica de la mujer?

La propia experiencia nos demuestra que ambos sexos enfrentan de forma distinta las relaciones personales y se plantean metas y objetivos diversos. Por ejemplo, en un puesto directivo el hombre suele dirigirse con más agresividad a la productividad, colocando en segundo lugar las condiciones y exigencias hechas a sí mismo y a su equipo de trabajo para obtenerla. Por el contrario, aunque la mujer no olvida la necesidad de obtener beneficios, tiende a equilibrar esto con la búsqueda de condiciones de trabajo más satisfactorias para los empleados.

La mujer posee una capacidad de interiorización, de atención a lo humano, de servicio desinteresado y generoso y de búsqueda de lo espiritual mayor que la del varón. Para algunos es fruto de su capacidad de ser madre que la ha “preparado” para ser salvaguarda de valores específicamente humanos y más espirituales; menos pragmáticos y concretos. Para otros es fruto de su mayor sensibilidad y apertura hacia los demás que le hace buscar el bien de los que la rodean, bienestar no sólo material sino también emocional y psíquico.

Aquí es donde podemos descubrir el gran equipo que están llamados a constituir hombre y mujer en la construcción de la sociedad actual. Es indispensable el apoyo y la cooperación de ambos. Utilizando una analogía: una empresa debe ser productiva para no cerrar, y ofrecer puestos de trabajo y medios de superación; pero no puede transformarse en un lugar carente de calidez humana. Y en la sociedad sucede lo mismo.

En este complementarse de ambos se encuentra la base del éxito. Hoy en ciencias administrativas y empresariales es cada vez más reconocida la importancia que tiene aprender a trabajar en equipo, ofreciendo cada uno sus mejores posibilidades y capacidades. Y ¿existe una empresa más importante que la propia vida y la sociedad misma? Ahora nos toca aprender hombres y mujeres a trabajar en equipo. Busquemos aportar cada uno lo propio y evitemos las imitaciones baratas.







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