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El Carisma, origen de la propia espiritualidad
Para seguir construyendo grandes cosas es necesario, además de mirar el futuro con esperanza, tener la certeza de saber quién se es en la vida


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



La preocupación de Benedicto XVI.
Cada uno de los pontificados ha sido guiado por el Espíritu Santo. Para los que tienen fe, la voz del Vicario de Cristo es la misma voz de Cristo que se extiende a lo largo de los siglos. Como mencionábamos anteriormente, tener puntos de referencia fijos que sirvan para guiar e iluminar el camino de la Iglesia es una condición necesaria para no caer ni en el individualismo ni en el relativismo. Sólo de esa manera la barca de Pedro no será zarandeada por cualquier viento contrario a la fe que Cristo nos ha dejado. “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina” (Ef. 4, 14).

Uno de esos puntos fijos de referencia es el Magisterio de los Sumos Pontífices. A lo largo de la historia este Magisterio ha presentado enseñanzas y directivas que han servido para iluminar las más variadas situaciones de la Iglesia. Para secundar las indicaciones del Magisterio se requiere una postura de humildad y de inteligencia. Humildad, para no abrogarse la facultad de dar soluciones personales a problemas o situaciones en las que el Magisterio ha dado indicaciones claras y precisas. Y también inteligencia para saber aplicar dichas indicaciones con prudencia, sensatez y exactitud, un balance nada fácil de lograr, especialmente cuando se trata de situaciones candentes.

Una de estas situaciones candentes es la vida consagrada. Durante estos cuarenta años del post-concilio la vida consagrada se ha desarrollado en forma extraordinaria y ha debido pasar por momentos y situaciones difíciles. Aún se encuentra en los albores de lo que debe ser su futuro, no porque deba descubrir su identidad, la cuál ya ha estado afirmada por el Concilio Vaticano II, sino por las inmensas posibilidades que tiene aún por delante, como lo recordaba Juan Pablo II: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas.”1

Pero para seguir construyendo grandes cosas es necesario, además de mirar el futuro con esperanza, tener la certeza de saber quién se es en la vida. Lo que se hace es o debe ser fruto de lo que se es, siguiendo el principio metafísico de “primero se es, luego se hace”. Es la identidad de la vida consagrada la que dará la base y la solidez para ir construyendo firmemente esas grandes cosas. Así lo había afirmado el Concilio al centrar la renovación en la propia identidad: “La adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos.”2

Esfuerzos se han hecho, varios y laudables, de parte de innumerables congregaciones, institutos de vida consagrada y sociedades de vida consagrada por lograr esta adecuada renovación. La empresa no ha sido fácil y para muchos, la renovación ha costado no pocos sacrificios, y a veces, con escasos frutos. Pero la renovación no es un proceso que se hace una vez y basta. No es un ponerse al día, como quien debe reestructurar un edificio para que todo funcione a norma de la ley y así seguir ejercitando la labor o las labores que venía desempeñando. Sería demasiado fácil y no respondería a la renovación interna, auspiciado por el Vaticano II y que comporta todo un proceso, del cual se conoce el inicio y cuyo final no siempre conviene prever, es más, ni siquiera se debe considerar el final. La renovación debe ser un proceso constante, con el fin no sólo de adaptarse a los constantes cambios de la sociedad y del hombre de hoy, sino para no anquilosarse en la contemplación de los propios problemas3 , sino para buscar las soluciones más adecuadas a ellos y lograr una perenne frescura y lozanía que le permita siempre ir al paso del tiempo y de los acontecimientos, dejando una fuerte huella de cariz evangelizador.

No han faltado en este proceso de renovación institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica que, llevando a cabo empresas e iniciativas de gran calibre se han lanzado a la conquista de su propia identidad para buscar luego la mejor respuesta a los desafíos del mundo. Algunos de ellos han conseguido resultados sorprendentes. Otros, continúan el debate interno para lograr la tan anhelada renovación. Hay quienes han perdido la esperanza y se han dejado llevar por un pesimismo o han caído en la desesperanza. Ésta es quizás una de las situaciones por las que está pasando la vida consagrada en Europa. Al pensar que podrían cambiar el mundo y ahora se encuentran desilusionados y cansados porque, lejos de cambiar el mundo éste se encuentra peor de cómo lo encontraron.4

Por otro lado, se dieron las corrientes completamente contrarias al Concilio Vaticano II, o para mejor expresarlo, aquéllas que eran enarboladas por autores contrarios al Magisterio de la Iglesia, pero que para justificar sus posturas invocaban en todo momento para justificar su postura la tarabilla: “Es el espíritu del Concilio el que se debe buscar.” Esta ambigüedad generó confusión en la Iglesia y muchas congregaciones procedieron a la renovación, dejando a un lado los elementos esenciales de la vida consagrada, sustituyéndolos con elementos laicales o incluso, con elementos de religiones de corte orientalista5 .

Otra postura fue la de sujetarse de la psicología para llevar a cabo el cambio. Desconfiando de los elementos esenciales de la vida consagrada, a los que sólo había que adaptar al mundo de hoy, a través del propio carisma, se lanzaron a experimentar con herramientas psicológicas de dudosa procediencia, olvidando el hecho de que todo instrumento psicológico tiene detrás una escuela de psicología y toda escuela de psicología responde a una antropología precisa. Por tanto, es muy difícil que un instrumento psicológico pueda separarse de la ideología que tiene a sus espaldas para que sea aplicado “sin daño alguno contra la fe” a un medio o instrumento católico o cristiano, como puede ser la dirección espiritual. Esta situación fue vivida en varios conventos durante las décadas precedentes. Prueba de ello es la declaración de la Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, cuando escribe en la Lettera circolare In seguito a gravi della Congr. per i religiosi e gli istiututi secolari al presidente del’Unione dei superiori generali, del 30 de enero de 1969 y que a continuación transcribimos los párrafos más interesantes: “(…) Essendo risultato che le attività del CIDOC e CIF (Centro Intercultural de Documentación – Center for Intercultural Formation di Cuernavaca) hanno avuto dolorose ripercussioni e conseguenze nella disciplina ecclesiastica, la commissione ha formulato l’unanime parere che venga vietata l’ulteriore partecipazione di sacerdoti, di chierici, di religiosi e di religiose ai detti centri.” La carta venía titulada Ai religiosi è vietato partecipare a corsi di psiconalisi y deja claro las consecuencias negativas del psiconálisis para las personas consagradas y además, el tratar de suplantar la dirección espiritual con el psiconálisis.

Se dieron también la introducción de aquellos medios surgidos de la psicología humanista y que, en palabras de Paul Vitz, la han convertido en una pseudo-religión: “Sostengo que la psicología (contemporánea) ha llegado a ser una religión, en particular una forma de humanismo secular fundada sobre el culto del sí mismo (self) (...) (Se da) la existencia de una psicología como autorrealización plena del hombre, es decir, como religión. La psicología como religión puede ser criticada sobre la base de un razonamiento que no tiene nada que compartir con la religión. La psicología como religión es fuertemente anticristiana. Aún más, es hostil a la mayor parte de las religiones. La psicología como religión es sostenida por una vasta escala de escuelas, universidades y programas sociales financiadas con la tasa de millones de cristianos. Este uso del dinero público para mantener algo que está convirtiéndose en religión seglar del Estado, levanta graves cuestiones políticas y sociales. Por último, la psicología como religión ha destruido por muchos años a individuos, familias y comunidades. Pero apenas ahora se comienza a descubrir la lógica destructiva de dicha religión seglar.”6

Frente a este espectáculo, desgraciadamente nada halagüeño, la palabra del Papa puede ayudar a despejar dudas, dirigir los pasos a metas seguras y encontrar los medios más idóneos para lograrlos. La meta, lo sabemos, es vivir los ideales del Concilio, esto es, la adecuada renovación. Ha pasado ya casi medio siglo desde la invitación que hizo el Concilio a las personas consagradas a revisar sus estatutos de vida y adaptarlos, con el adecuado discernimiento, a las nuevas circunstancias. Ahora el Papa, a modo de balance y de indicaciones certeras dice: “No se puede lograr una auténtico relanzamiento de la vida religiosa si no es tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de la fundadora.”7

La preocupación del Papa Benedicto XVI no es ya por lograr la adecuada renovación, preocupación más bien de Pablo VI o de Juan Pablo II. Su preocupación nace de ver una vida consagrada que aún no ha logrado los cometidos propuestos por el Concilio Vaticano II, que desde hace más de cuarenta años espera una vida consagrada pujante, actual dinámica, a la altura de los tiempos8 . Por ello utiliza la palabra relanzar que en el idioma italiano tiene una fuerza aún mayor: ripresa9 .

El contexto en el que debe leerse dicha palabra nos dice mucho sobre la situación de la vida consagrada. Sin pretender hacer un resumen de la situación por la que ha pasado, bien podemos traer el comentario de uno de los expertos de la vida consagrada para saber en qué momento nos encontramos: “Verso il 1980, dopo una lunga oscurità purificante, iniziò il periodo della sintesi e di una certa stabilità formativa, con la riscoperta vitale del proprio carisma e la presenza nelle case di formazione di piccoli gruppi di giovani delle nuove generazioni, più sereni e, a volte, anche più passivi o indifferenti verso la grande svolta culturale che si prolungava ancora, se pure con ritmi più moderati.”10

Por tanto, la preocupación del Papa Benedicto XVI es lograr que la vida consagrada, dejando ya definitivamente a un lado los experimentos y las dudas que la han desmantelado y la han dejado postrada en la inactividad y la desesperanza en Europa o la han lanzado a una labor desenfrenada de voluntariado o de activismo social sin incidencia en la evangelización, se decida a ser ella misma, a vivir con claridad y conciencia su propia identidad.


¿Cómo lograr un auténtico “relanzamiento” de la vida consagrada?
No se trata de buscar recetas fáciles, sino descubrir en las palabras de Benedicto XVI la forma más adecuada para lograr que la vida consagrada cumpla con los cometidos que le asignó el Concilio Vaticano II. Es quizás un nuevo problema –uno más-, el que debe afrontar en estos momentos la vida consagrada, es decir, buscar qué es lo que debe hacer para ser ella nuevamente. Iniciemos de la invitación que hace Benedicto XVI a la vida consagrada: la vida consagrada debe relanzarse.

Esta invitación la hace el Papa en un contexto muy definido y que nos dará el marco de referencia para captar lo que debe hacer la vida consagrada en estos momentos. El Papa está escribiendo a los miembros de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica que se reúnen para celebrar una Asamblea plenaria de dicha congregación. Ahí el Papa les dirige un saludo y les da algunas directrices para los temas que tratarán en la Asamblea. Además, el Papa expresa algunos puntos que él considera importantes para la vida consagrada: el relanzamiento de la vida consagrada, el cultivo del don de sí mismos y la vivencia de la vida de comunión en la Iglesia por parte de la vida consagrada. Por lo tanto el tema del relanzamiento es tema de la iniciativa personal del Santo Padre. Y en un encuentro a nivel de la curia romana para tratar asuntos de suma trascendencia para la vida consagrada a nivel mundial. Hablar por tanto de relanzamiento de la vida consagrada en este nivel significa algo realmente importante. No es sólo un consejo o una sugerencia del Papa que se limita a lo anecdótico.

No es fácil dirimir la cuestión de los términos. Cada uno quiere expresar una connotación precisa y objetiva. No se debe confundir por tanto el relanzamiento con la adecuada renovación de la vida consagrada. Así lo expresa el Santo Padre cuando afirma: “Deseo que las indicaciones fundamentales ofrecidas entonces por los padres conciliares para el camino de la vida consagrada sigan siendo también hoy fuente de inspiración para quienes comprometen su existencia al servicio del Reino de Dios.”11 Todas las indicaciones del Concilio fueron hechas para lograr la adecuada renovación de la vida consagrada. Y fruto de esa adecuada renovación es el relanzamiento de la vida consagrada. Podemos afirmar por tanto que cuando se cumplen, o se está en vías de cumplir las indicaciones del Concilio para llevar a cabo la adecuada renovación de la vida consagrada, puede esperarse entonces que se consiga este relanzamiento de la vida consagrada. Algo muy lógico y normal, ya que cuando se realiza el proceso de renovar, surge la misma realidad con mayor ímpetu, con más energía, con más esfuerzas. Nada se renueva para que permanezca igual. Permaneciendo inalterada su esencia, siendo la vida consagrada siempre idéntica a sí misma, al renovarse adecua esa esencia a las nuevas circunstancias, se adapta a las nuevas formas de vida, se despoja de viejos esquemas que no le permitían ser ella misma. Una vez lograda esta adaptación, está en capacidad de lanzarse a nuevas conquistas, a buscar nuevos horizontes, nuevas posibilidades. La vida consagrada, al estarse renovando o ya renovada (recordemos que es un proceso perenne), vuelve a ser ella misma y ofrece al mundo su verdadero rostro, no el rostro apesadumbrado de quien no ha querido o no ha podido renovarse, ni el rostro falso de quien, en la creencia de haberse renovado, ha tomado prestados medios que no le corresponden. El efecto es nefasto, pues sólo ofrece una distorsión, una caricatura de lo que es la vida consagrada.

Parafreasando a Santa Catalina de Siena podemos afirmar que si la vida consagrada es lo que tiene que ser, prenderá fuego al mundo y de esta manera podrá llevar a cabo los cometidos que le asignó el Concilio y que han sido recordados por el Magisterio de la Iglesia12 . La nueva evangelización, la búsqueda de vocaciones, la educación de la niñez y la juventud, son tan sólo muestras de lo que es capaz la vida consagrada cuando se ha renovado y por consecuencia se ha relanzado. Por ello podemos establecer un pequeño esquema. La adecuada renovación logra el relanzamiento de la vida consagrada, relanzamiento que permite cumplir las tareas que fueron encomendadas por el Concilio Vaticano II a la vida consagrada.

Hemos visto que para lograr el relanzamiento de la vida consagrada se deberán cumplir con las indicaciones que ha dado el Concilio Vaticano II para la adecuada renovación. Indicaciones que se encuentran sobretodo en el Decreto Perfectae caritatis .
y que han venido haciéndose explícitas en los documentos del Magisterio de la Iglesia de estos últimos 40 años, especialmente los que se encuentran en la Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consacrata. La aplicación de todos ellos da como consecuencia el relanzamiento de la vida consagrada. Como resumen de dichos elementos, el Papa no duda en sintetizarlo de la siguiente manera: “llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de fundadora.”13

Nos encontramos de frente a un resumen extraordinario del recorrido que ha seguido la vida consagrada en este periodo de la renovación. El elemento primordial sobre el cual gira el consejo del Papa es el de no anteponer nada al Amor, al único Amor. Este es el elemento que será cimiento para relanzar la vida consagrada, una vez que se hayan vivido todas las recomendaciones del Concilio para lograr la adecuada renovación. Todas estas recomendaciones vienen sintetizadas en el número 6 del Decreto Perfectae caritatis14 , cuando afirma que la verdadera renovación no podrá llevarse a cabo sin la búsqueda y el amor de Dios, una manera diversa pero que quiere significar lo mismo que no anteponer nada al Amor. De alguna manera el Papa Benedicto XVI ha querido utilizar este término para recordar el número de la regla de San Benito15 en la que se afirma que el monje, podíamos nosotros decir, la persona consagrada, es aquella que no antepone nada al Amor. Y para lograr amar al Amor, tenemos todo un programa en la Encíclica Deus caritas est, de la que en el número 1 encontramos una síntesis de lo que consiste amar este Amor: “Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”16

No anteponer nada al Amor de Dios se convierte por tanto en el encuentro con una Persona, con un acontecimiento. Esta persona para el cristiano, y aún más para el consagrado, es Cristo. Fundamentar la vida entera en este encuentro resulta la clave para lograr la adecuada renovación de la vida consagrada y por tanto llevar a cabo su relanzamiento. Esta ha sido la norma suprema establecida desde siempre para la vida consagrada y que debería haber sido el inicio de todo proceso de renovación: “Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema.”17

Seguir a Cristo implica vivir una vida de total dedicación a Él y no anteponer nada a su Amor, es la consecuencia lógica de dicho seguimiento. Una vida de total dedicación a Cristo es una vida dedicada al cultivo del Espíritu, que permite vivir la misma vida de Cristo. El seguimiento de Cristo no tiene otra finalidad que la de buscar ser semejantes a Él, tratando de vivir los mismos sentimientos que Cristo. A esto tendía el Concilio, a buscar que todas las personas consagradas fueran ante todos otros Cristos: “La persona, que se deja seducir por él, tiene que abandonar todo y seguirlo (cf. Mc 1, 16-20; 2, 14; 10, 21.28). Como Pablo, considera que todo lo demás es « pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús », ante el cual no duda en tener todas las cosas « por basura para ganar a Cristo » (Flp 3, 8). Su aspiración es identificarse con El, asumiendo sus sentimientos y su forma de vida. Este dejarlo todo y seguir al Señor (cf. Lc 18, 28) es un programa válido para todas las personas llamadas y para todos los tiempos.”18

La vida espiritual se convierte por tanto para la persona consagrada en una condición sine qua non para vivir adecuadamente su consagración, ya que la vida espiritual, el ser espiritual, la vida en el Espíritu no es otra cosa mas que vivir la misma vida de Cristo, tener sus mismos sentimientos19 . “Il fondamento della vita spirituale e della teologia spirituale consiste nell’incontro con Cristo vivo. (…) Tale incontro è semplice, immediato, a portata di mano. È soprannaturale, divino e umano, spirituale e corporale. L’incontro con Cristo viene accompagnato dall’effusione dello Spirito santo. Ci inserisce nella vita divina, nella comunione con il Padre, per riprodurre nella nostra esistenza concreta i misteri della vita di Cristo, dall’incarnazione fino alla passione e morte per la risurrezione.”20

Esta vida espiritual, que debe estar a la base de toda la vida de la persona consagrada a Dios, se realiza primordialmente dando espacio en el corazón a la presencia del Espíritu santo, para llegar de esa manera a vivir la misma vida de Cristo, vivir sus mismos sentimientos y reproducir los misterios de su vida en cada una de las vidas de las personas consagradas. Pero no pensemos que esta vida espiritual es una vida desencarnada, hecha de suspiros o sólo de buenas intenciones. Es una vida que puede y debe ejercitarse, primero, adquiriendo un conocimiento experimental de Cristo, esto es, haciendo la experiencia de Cristo, teniéndolo como un verdadero amigo, como la persona en quien podemos confiar y a quien podemos amar21 . Sin este conocimiento experimental, la vida espiritual se reduce a una comedia, o a lo más, a una vida cultual, hecha de ritos, de oraciones, pero desencarnada, ya que no se puede amar lo que no se conoce.

En segundo lugar, es una vida espiritual que debe ejercitarse con las obras, se debe encarnar en la vida ordinaria de la persona consagrada. No se es persona espiritual porque se esté pensando siempre en el Cielo y se desprecie la tierra. Al contrario, se es persona espiritual porque se contempla el Cielo con los pies muy firmes en la tierra y se pone en práctica lo que se ha contemplado. “Spirituale non significa immateriale, di per sé, né designa una sostanza superiore o un ente misterioso, ma un dinamismo, un modo d’essere che si può anche acquisire, anzi che ogni uomo deve lentamente conquistare.”22

Este dinamismo, este modo de ser no es otra cosa que la espiritualidad, entendida como un camino para abrirse a Cristo y al prójimo, de forma que se pueda amar a Cristo con el corazón humano y amara al prójimo con el corazón de Cristo. La espiritualidad23 podemos decir que es una escuela, un camino, una forma para llegar a vivir en el corazón de Cristo, que comporta un conocimiento vivencial y experimental de Cristo y una forma muy específica de relacionarse con el mundo, de acuerdo con este corazón que se ha amasado en la cercanía de Cristo. Cada escuela de espiritualidad ofrecerá diversos caminos para alcanzar la vida en Cristo. Difieren una de otra por los métodos, los medios y los caminos que ofrecen y si bien, coinciden en el fin que es el de alcanzar a Cristo, éste se presenta en forma diversa, siendo éste la característica esencial de cada escuela de espiritualidad.

Si bien todas tienden a vivir la misma vida de Cristo, cada escuela de espiritualidad presenta un Cristo diverso, o mejor expresado, una faceta diversa de Cristo. El Cristo es el mismo para todos, pero hay quien hace énfasis en el Cristo resucitado. Hay quien pone su atención en el Cristo que cura a los enfermos, a semejanza del Buen samaritano. Hay quien fija su mirada en el Cristo que toma a un joven y tocando su lengua le dice “¡Effetà!” Es el mismo Cristo, pero contemplado desde un ángulo diverso. Y no sólo se presenta una faceta diversa de Cristo. En ocasiones, el punto central de una escuela de espiritualidad puede ser un misterio divino. Así nos encontramos con escuelas de espiritualidad que tiene como centro el misterio de la encarnación, el de la purificación de María en el templo o el de la Visitación. Y a partir de ese ángulo o misterio divino se explica el organismo de la vida espiritual presentado por cada espiritualidad.

Cada espiritualidad será el medio para vivir la vida en Cristo, esto es, la vida del Espíritu, de forma que las personas consagradas no antepongan nada al Amor de Cristo y vivan una vida de acorde a las exigencias del evangelio. Por ello se puede hablar de una espiritualidad propia basada, como veremos, en el propio carisma. “La consagración religiosa se vive dentro de un determinado instituto, siguiendo unas Constituciones que la Iglesia, por su autoridad, acepta y aprueba. Esto significa que la consagración se vive según un esquema específico que pone de manifiesto y profundiza la propia identidad. Esa identidad proviene de la acción del Espíritu Santo, que constituye el don fundacional del instituto y crea un tipo particular de espiritualidad, de vida, de apostolado y de tradición (cfr. MR 11). Cuando se contemplan las numerosas familias religiosas, queda uno asombrado ante la riqueza de dones fundacionales. El Concilio insiste en la necesidad de fomentarlos como dones que son de Dios (cf PC 2b). Ellos determinan la naturaleza, espíritu, fin y carácter, que forman el patrimonio espiritual de cada instituto y constituyen el fundamento del sentido de identidad, que es un elemento clave en la fidelidad de cada religioso (cf ET 51).”24

La espiritualidad, en la medida que se le conozca, se le aprecie y se ponga en práctica, ayuda a relanzar la vida consagrada, puesto que permite llevar a cabo la adecuada renovación y por ende, cumplir con los cometidos del Concilio. Cuando un Instituto de vida consagrada o sociedad de vida apostólica conocen el Cristo o el misterio divino que el fundador ha dejado como modelo a seguir tiene la capacidad de enfrentar las tareas de la renovación sugeridas por el Concilio, a condición de que la espiritualidad sea viva25 . Fijando su mirada en el Cristo o en el misterio divino que ha dejado el fundador como punto central de la espiritualidad, las personas consagradas tienen la capacidad de llevar a cabo la renovación en sus cinco vertientes propuestas por el Concilio: vertiente cristocéntrica, vertiente carismática, vertiente eclesiológica, vertiente antropológica y vertiente espiritual.

La vertiente cristocéntrica sugería tener a Cristo como regla suprema de la vida consagrada y que ha sido recordada por Benedicto XVI en la Asamblea plenaria de la congregación para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica: “Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema.”26 Cuando un Instituto de vida consagrada conoce y sabe cuál es su espiritualidad, conoce el fin y los medios de la vida espiritual. Conoce el Cristo que el Fundador le ha dejado o el misterio divino en el que se ha inspirado el Fundador, o mejor dicho, el que el Espíritu ha sugerido al fundador para llevar a cabo la obra27 . Como todo carisma es una experiencia del Espíritu (Mutuae relationes, 11) que hace el fundador y que puede ser compartida por sus discípulos, éstos pueden conocer el Cristo del fundador y seguirlo, de la misma manera que lo conoció y que lo siguió el fundador. De este conocimiento de Cristo, el Cristo específico que experimentó el fundador, se desprenden los puntos de espiritualidad que permitirán a los discípulos entrar en la persona de Cristo y vivir los mismos sentimientos de Cristo, con una visión muy específica. Quien por ejemplo vive el carisma de la hospitalidad aprenderá a ver el Cristo que acoge a los peregrinos. Y a partir de ese Cristo podrá estructurar toda una secuela, de forma que su vida sea un apropiarse de los sentimientos de Cristo para imitarlo, en su vida personal y en su vida de relación con los hombres, es decir, en el apostolado.

La vertiente carismática pedía conocer con exactitud el carácter y la finalidad de cada Instituto28 . Viviendo la vida de Cristo en la forma específica como la ha dejado el fundador, los institutos de vida consagrada están en la posibilidad de conocer el espíritu y la finalidad por la cuál el fundador emprendió la obra encomendada por Dios. Este es uno de los aspectos más importantes de la renovación, pues permiten al Instituto abstraerse de las circunstancias de tiempo y lugar en el que fue fundado y proyectarse en el tiempo y en el espacio. Cuando el fundador concibe la idea, inspirado por el Espíritu, de fundar el Instituto, lo hace pensando no sólo en solucionar una necesidad urgente de la Iglesia, sino en socorrer el sufrimiento de Cristo en las personas que atraviesan por dicha necesidad. No serán ya por tanto las niñas que no tienen educación en el Veneto del setecientos, ni la soledad de los migrantes italianos de finales del siglo XIX en Nueva York, ni los adolescentes italianos que deambulan por las calles de la Torino que se abre al proceso de industrialización, sino que es el Cristo que sufre en las niñas del Veneto, en los inmigrantes de Nueva York o en los adolescentes de Torino. El interés del fundador es “curar” el Cristo que sufre en una forma muy específica.

Este “curar el sufrimiento de Cristo” será el carácter y la finalidad del Instituto que se extenderá por todos los tiempos y lugares, sin importar ya las restricciones espacio-temporales en las que nació el carisma. Esta forma de afrontar el sufrimiento de Cristo da origen a una espiritualidad específica que permitirá afrontar apostolados a veces diversos a las necesidades que dieron origen a la fundación. Diversos, pero no contrarios, pues lo que importa será la aplicación del mismo espíritu que el fundador tuvo al iniciar la obra, es decir, aplicar la espiritualidad del Instituto.

Este aspecto nos lleva a pensar en la tercer vertiente, es decir la vertiente eclesiológica, en la que el Concilio invitaba a participar de la vida de la Iglesia, pero respetando el propio carácter de cada Instituto29 . Este “respeto por el carácter del propio Instituto” es lo que deja el campo abierto para que las personas consagradas puedan vivir con el propio espíritu la vida de la Iglesia. Cuando se conocer la propia espiritualidad no se corre el peligro de ser absorbido por nuevas tendencias ideológicas que muchas veces son contrarias a la Iglesia, o buscar en las religiones orientales formas de vivir la liturgia, la misión, la pastoral. Cuando se conoce la espiritualidad propia, es ésta la que enriquece a la Iglesia, viviendo de manera particular el encuentro con Cristo en la Biblia, en la oración, en la misión. Como una ejemplo de esta admirable simbiosis la tenemos en la congregación fundada por la beata Madre Teresa de Calcuta, que con sus Misionarias de la Caridad participa de la vida de la Iglesia con su carácter propio, sin renunciar a su propia espiritualidad y sin traicionar las indicaciones de la Iglesia. Así vemos que siguen la liturgia en una forma oriental, pero rezan y participan con la Iglesia universal. Su hábito es también de tipo oriental, pero respetan las indicaciones de la Iglesia en lo que se refiere al hábito30 . Y todo ello porque tienen clara su espiritualidad, es decir, la forma de vida en Cristo.

La vertiente antropológica del Concilio para la vida consagrada31 se refiere a conocer las características de los hombres para mejor entenderlos y hacerles llegar el mensaje de salvación, como ha dicho un autor moderno: “Per svolgere un ruolo efficace peri l riordinamento della società umana e per un più giusto orientamento della storia, la Chiesa cattolica deve attrezzarsi anche culturalmente adeguando le sue strutture e la formulazione delle sue dottrine ai modelli culturali e ai paradigmi linguistici del tempo.”32 La ayuda que las personas consagradas deben dar a los hombres debe partir de su propia espiritualidad. Si el fundador ha sido capaz de salir en ayuda de los hombres, enfrentando las circunstancias más adversas, ha sido posible gracias a la experiencia del Espíritu que hizo y que le ha permitido ver a Cristo en las personas que necesitaban una ayuda a sus necesidades. No se hace un adecuada renovación de la Iglesia a partir de la lectura horizontalista de las necesidades de los hombres, sino a partir del propio carisma, que conforma una manera muy especial de leer y de resolver estas necesidades. Esta forma es la misma que el fundador instauró al solucionar los primeros problemas que dieron origen a la familia religiosa. Quien conoce y aplica la propia espiritualidad a la solución de las nuevas necesidades, se dará cuenta que, antes de solucionar las necesidades desde el punto de vista humano, será necesario hacerlo en una forma integral, es decir, integrando el espíritu y la materia en la solución del problema. La propia espiritualidad en la resolución de los problemas y necesidades del hombre permite tener una visión especial, una toma de postura única y una solución específica, pues se hace uso no de la ciencia humana, sino de la ciencia del espíritu, la vida en Cristo, misma que vivió el fundador. Juan Pablo II ha resumido esta espiritualidad del fundador con las siguientes palabras: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial.”33

Por último la vertiente espiritual invitaba a las personas consagradas a realizar la renovación teniendo como punto fundamental la misma renovación espiritual: “Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar.”34 El punto fundamental de la renovación consistía básicamente en tener una fuerte vida espiritual, que animara todos los aspectos de la renovación que el Decretohabía sugerido. Parecería para algunos un callejón sin salida, pues si las indicaciones que daba del Concilio para tener una adecuada renovación eran las de contar con una fuerte vida del espíritu, es decir, iniciar con una vida del espíritu, se necesitaría contar por tanto con una propia espiritualidad. Muchos Institutos no conocían y no vivían una propia espiritualidad.

El camino que debería haberse seguido consistía en realizar primero una investigación para saber realmente cuál era la propia espiritualidad, la vida del Espíritu que Dios había inspirado al fundador, partiendo de la experiencia del Espíritu. Con mucha paciencia se tendría que haber recogido los hilos conductores de esta espiritualidad hasta llegar a establecer el tejido que conformaría los medios usados para alcanzar la vida del Espíritu que el fundador habría diseñado para conocer y seguir al Cristo o al misterio divino que era fundamento de su experiencia del Espíritu. Sólo de esta manera se habría podido establecer una verdadera renovación espiritual. De lo contrario, como desgraciadamente sucedió en muchos casos, se optó por tomar elementos variados y muy ajenos a la espiritualidad cristiana y se les incorporó en el Instituto, dando como resultado la pérdida de identidad del Instituto.


Buscar la espiritualidad en el propio carisma.(Rintracciare la spiritualità nel proprio carisma)
Dada la importancia de la espiritualidad, de la propia espiritualidad para lograr la adecuada renovación de la vida consagrada, convendrá saber cómo puede ser descubierta, a partir del propio carisma. Si por una parte la vida espiritual es la vida en Cristo, es decir, la vida en el Espíritu, y por otra parte el carisma es la experiencia del Espíritu (Mutuae relationes, 11), el origen de la propia espiritualidad lo encontramos por tanto en el propio carisma, ya que como experiencia del Espíritu nos presenta la figura de un Cristo muy específico. Un autor espiritual moderno lo ha declarado tácitamente al escribir: “… quando sentirai addosso in tutte le circostanze della tu avita questo sguardo compassionevole e misericordioso di Cristo, sarai una persona veramente spirituale, sarai di nuovo completamente integro, vicino a ciò che possiamo chiamare pace interiore, serenità dell’anima, felicità di vita.”35

Nos queda por tanto la tarea de descubrir la forma en que el carisma encierra una propia espiritualidad. Para ello propondremos un itinerario para que cada instituto de vida consagrada o cada persona consagrada llegue a conocer la espiritualidad que se encuentra en el propio carisma. Para ello propondremos algunas consideraciones iniciales.



a) Consideraciones iniciales.36
1. El carisma es una experiencia del Espíritu que puede ser compartida.
El inicio de todo carisma es la experiencia del Espíritu que realiza el fundador. Cuando Dios le permite ver una urgencia, una necesidad en la Iglesia, el fundador, mediante la experiencia del Espíritu comienza a ver en dicha necesidad al Cristo o al misterio divino que debe socorrer. Como hemos dicho, no es ya la parte material que ve el fundador, sino el sufrimiento de Cristo. Esta transformación, este ver a un Cristo al que hay que socorrer en una humanidad doliente, espiritual o materialmente, dará origen a una conformación de la persona del fundador con la persona de Cristo. El fundador se da cuenta de que si quiere solucionar ese problema urgente que surge en la Iglesia lo hará sobre la base de su configuración personal con Cristo. Lejos de ser un filántropo el fundador es un “nuevo Cristo”, un alter Christus que se inmola por el bien de sus hermanos, teniendo como modelo de transformación la figura de Cristo, de un Cristo muy específico.37

Esta experiencia de transformarse en Cristo para ayudar a los hermanos, no es obra exclusiva del fundador. Puede ser compartida por cuantas personas Dios dispondrá para ser discípulos del fundador. No se trata por tanto ni de imitar la persona del fundador ni de realizar la misma experiencia del Espíritu que Dios obró en el fundador. Se trata más bien, que sobre la guía de la experiencia del Espíritu llevada a cabo por el fundador, cada discípulo lleve a cabo su propia transformación en Cristo. El fundador inaugura un camino específico de santidad, al proponer una forma concreta de imitar y de seguir a Cristo, pero este camino no es exclusivo para él. Como carisma, es un don de Dios para edificar la Iglesia, por lo tanto, lo puede proponer a otros para ser vivido. De esta forma, la experiencia del Espíritu y las consecuencias que de ella se desprenden, pueden ser compartidas por todos los discípulos, como lo había propuesto el documento Mutuae relaciones al explicar por primera vez lo que podría significar el carisma: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. testificatio, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.”38

2. Como experiencia del Espíritu, el carisma marca un itinerario preciso para seguir a Cristo.
El carisma es el encuentro vivo, personal y apasionante del fundador con la persona de Cristo. Dios permite ver al fundador en alguno de los misterios de la vida de Cristo o en algún misterio divino, la única solución para la necesidad urgente que ha servido de inspiración para fundar una obra en la Iglesia. De este encuentro nace una forma de vida muy precisa que busca configurarse con la persona de Cristo. Inicia por tanto un camino preciso para vivir la misma vida de Cristo, imitándolo y siguiéndolo.

Este esfuerzo por configurar toda la vida con Cristo genera una espiritualidad muy específica, es decir una finalidad y unos medios para vivir la vida del Espíritu. Podemos afirmar que el fundador es un profundo enamorado de Cristo que busca, como todo enamorado, configurar su vida con el Amado. Siguiendo las huellas de la regla benedictina se esfuerzo por no anteponer nada al amor de Cristo viviendo exclusivamente de Él y para Él y para lograrlo proponen una espiritualidad, un itinerario de vida muy concreto.

Los fundadores son personas eminentemente prácticas, que no dejan nada al caso. La puesta en marcha de comunidades, obras e iniciativas apostólicas nos hablan de una mentalidad que va a lo concreto, capaz de resolver problemas de la más diversa índole. Pensemos por ejemplo en Santa Teresa de Ávila, que aún con sus arrobos místicos era capaz de afirmar que ella con Dios y algunos maravedíes podía hacer maravillas. Esta misma practicidad que tuvieron para las cosas materiales la han tenido para las cosas espirituales, pues para ellos no hay división entre unas y otras, desprendiéndose todas ellas del amor a Cristo. Por ello, con esa practicidad que les caracteriza, han dejado un itinerario del seguimiento de Cristo. En muchos de sus escritos, sino es que las mismas constituciones, podemos encontrar en forma detallada la forma de seguir a Cristo, al estilo inspirado por el fundador. “En el seguimiento de Cristo y en el amor hacia su persona hay algunos puntos sobre el crecimiento de la santidad en la vida consagrada que merecen ser hoy especialmente evidenciados. Ante todo se pide la fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto.”39

3. El seguimiento de Cristo encierra toda una espiritualidad.
Con el Concilio Vaticano II se ha venido lanzando nuevamente la propuesta de que la santidad es una invitación para todos los cristianos y no un artículo de lujo reservado a almas privilegiadas.40 Queda claro que la santidad se alcanza a través de una vida en la que se da primacía al Espíritu y por tanto se jerarquizan todas las cosas en función al mandato de Cristo Sed perfectos…Esta invitación a la santidad fue recordada por Juan Pablo II al final del Jubileo del año santo: “En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, « ¿quieres recibir el Bautismo? », significa al mismo tiempo preguntarle, « ¿quieres ser santo? » Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: « Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial » (Mt 5,48).”41

La santidad por tanto no es impecabilidad, sino el fruto de vivir de cara a Dios, viviendo su misma vida, que para una persona consagrada se concretiza en la secuela de Cristo. Seguir a Cristo no es por tanto el cumplimiento de unos preceptos en dónde se viene juzgado por lo que se hace, o por lo que no se hace, sino que es una vida de amor al Amor. Descubrir en Cristo, el otro y seguirlo con todas las consecuencias. La persona consagrada tiene por tanto fija su mirada en Cristo y de ahí se desprende un modo de ser y de vivir muy específico. Una vida que debe ser toda para Dios y en Dios. Una vida por tanto en el que el aspecto espiritual – Dios- debe tener la primacía.

Esta unión que la persona consagrada busca tener con Dios viene a concretizarse en el seguimiento de Cristo. En dicho seguimiento encuentra el camino y la meta para ser una persona verdaderamente espiritual, santa, una persona consagrada. Este seguimiento de Cristo no se realiza en forma abstracto pues, como hemos visto, viene trazada de acuerdo a un modelo muy preciso que es el modelo dejado por el fundador. El seguimiento de Cristo, al estilo del fundador, genera unas formas muy específicas de imitar a Cristo y vivirlo en todos los acontecimientos y circunstancias de la vida. De ahí que el seguimiento de Cristo genere unos medios específicos para vivir una vida espiritual. Por ello podemos afirmar que el seguimiento de Cristo da vida a una espiritualidad específica, ya que señala la meta, la vida en Dios, la vida en Cristo, y los medios.

4. Si quiere ser considerada como una verdadera espiritualidad, ésta deberá reflejarse en todos los aspectos del obrar cotidiano.
El seguimiento de Cristo, origen y fuente de toda espiritualidad, crea un estilo y una actitud frente a la vida que debe abarcar toda la vida consagrada, de lo contrario no es una verdadera espiritualidad. Cuando en Concilio, refrendado por el Magisterio de la iglesia a lo largo de estos cuarenta años, invitaba a centrar la adecuada renovación en la vida espiritual, no era con el objetivo de desentenderse del mundo o de las actividades cotidianas. Era más bien para dar sentido a esas actividades cotidianas, un verdadero sentido espiritual.

Los institutos de vida consagrada llamados activos tienen la peculiaridad de conjuntar la vida activa con la vida contemplativa42 . De esta conjunción nace una verdadera espiritualidad que les permite vivir con los ojos puestos en el Cielo y los pies en la tierra. La vida de los fundadores es por demás ejemplar en este aspecto llamando la atención la capacidad que tienen estos hombres de ser profundamente contemplativos de los misterios divinos –hemos hablado del misterio de Cristo que bajo un ángulo específico logran desvelar al mundo-, y al mismo tiempo saben imbuir de ese espíritu a todas sus obras, que no son ni pocas ni intrascendentes.

“Se una persona è veramente guidata guidata dallo Spirito Santo, i suo vissuto diventa sempre più cristoforme; ‘de facto’ l’Amore di Dio partecipato alla persona umana nello Spirito Santo spinge la persona alla sua trasfigurazione; ma la ipostatizzazione della carne, della natura, delle realtà ereditate e di tutto ciò che l’uomo è, significa che si è aperto tutto all’Amore, che si è lasciato fare da Lui. (…) Dunque, la misura della vita spirituale è la concretezza spirituale vissuta nel quotidiano.”43 Por lo tanto, no puede hablarse de una verdadera espiritualidad cuando ésta no toca toda la persona consagrada y todos los elementos de la vida consagrada, como son la vivencia de los votos, el ejercicio de la autoridad, el apostolado de la congregación, la vida fraterna en comunidad, la vida de oración y una sana ascética, la misma consagración a Dios. Como en la escala de Jacob que los ángeles la recorrían de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, así la espiritualidad se nutre del encuentro personal con Cristo, para después ponerlo en práctica en todos los detalles del obrar cotidiano.

No se trata de reglamentar toda la vida para que sea vivida minuciosamente, bajo la rigidez de un estatuto. Se trata más bien de tener un espíritu de fe y ver las normas, las constituciones y los estatutos como medios inspiradores para vivir la espiritualidad propia del Instituto. La norma sin el espíritu, mata. El espíritu sin norma, se evaporiza. El seguimiento a Cristo debe generar una espiritualidad que sea tan fuerte, eficaz y radical que permita pernear toda la vida de la persona consagrada, no para reducir su libertad sino para ampliarla. La espiritualidad no es una camisa de fuerza que manipula a la persona consagrada, sino más bien le da alas para que pueda llegar al Amor de Dios, imitando a Cristo y así pueda servir mejor a los hermanos. Una espiritualidad que no baje a los detalles prácticos es simplemente una colección de consejos rituales práctico-piadosos que tocan la epidermis de la persona consagrada, pero no su espíritu.



CITAS

1 Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 110.
2 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2.
3 “Otra indicación de fondo que dio el Concilio es la del generoso y creativo don de sí a los hermanos, sin ceder nunca a la tentación de replegarse en sí mismo, sin conformarse con lo ya hecho, sin caer en el pesimismo y el cansancio. El
fuego del amor, que el Espíritu infunde en los corazones lleva a interrogarse constantemente sobre las necesidades de la humanidad y sobre cómo responder a ellas, sabiendo que sólo quien reconoce y vive la primacía de Dios puede realmente responder a las auténticas necesidades del hombre, imagen de Dios.
Otra indicación de fondo que dio el Concilio es la del generoso y creativo don de sí a los hermanos, sin ceder nunca a la tentación de replegarse en sí mismo, sin conformarse con lo ya hecho, sin caer en el pesimismo y el cansancio. El fuego del amor, que el Espíritu infunde en los corazones lleva a interrogarse constantemente sobre las necesidades de la humanidad y sobre cómo responder a ellas, sabiendo que sólo quien reconoce y vive la primacía de Dios puede realmente responder a las auténticas necesidades del hombre, imagen de Dios.” Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9. 2005.
4 El mismo Benedicto XVI se hace eco de esta situación cuando habla a los sacerdotes de las diócesis de Belluno – Feltre y Treviso: “Por tanto, con una visión retrospectiva, ahora para todos nosotros no constituye una gran sorpresa, como lo fue en su primer momento, digerir el Concilio y su gran mensaje. Introducirlo y recibirlo para que se convierta en la vida de la Iglesia, asimilarlo en las diversas realidades de la Iglesia, es un sufrimiento, y el crecimiento sólo se realiza con sufrimiento. Crecer siempre implica sufrir, porque es salir de un estado y pasar a otro.” Benedicto XVI, Encuentro del Santo Padre con los sacerdotes, L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, N. 31 (2.104), 3 de agosto de 2007, p. 9.
5 Algunas posturas de estos tipos, invocando el espíritu del Concilio decían que no era posible prestar fidelidad a nada, en un mundo en el que todo cambiaba y no se sabía con certeza a dónde se dirigía. “La virtud de la vida religiosa contemporánea reside en el hecho de que hay muy poco a lo que guardar fidelidad, excepto una visión de la más excelsa naturaleza. Ahora no se trata de guardar fidelidad a una cosa, ni a una persona, ni siquiera a un modo de vida. El propio proceso de discernimiento es lo que mide la fidelidad religiosa en la actualidad.” Joan Chittister, OSB, El fuego en estas cenizas. Espiritualidad de la vida religiosa hoy, Sal Terrae, Santander, 5ª. Edición, 1998.
6 Paul Vitz, Psicología e culto di sé, Edizioni Dehoniani, Bologna, 1987, p. 13 – 14.
7 Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9. 2005.
8 La finalidad de la renovación de la vida consagrada no era otro que el de ayudarle a adecuarse a los nuevos tiempos, con el fin de brindar una ayuda más eficaz a la labor de la evangelización, como lo había hecho a lo largo de su historia bi-milenaria y cómo, era de esperarse, lo seguiría haciendo en un futuro. Así lo estableció el Concilio al fijar las cláusulas iniciales de la renovación para los religiosos: “Mas para que el eminente valor de la vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos y su función necesaria, también en las actuales circunstancias, redunden en mayor bien de la Iglesia, este Sagrado Concilio establece lo siguiente que, sin embargo, no expresa más que los principios generales de renovación y acomodación de la vida y de la disciplina de las familias religiosas y también, atendida su índole peculiar de las sociedades de vida común sin voto y de los institutos seculares. Después del Concilio habrán de dictarse por la Autoridad competente las normas particulares para la conveniente explicación y aplicación de estos principios.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 1.
9 Son varias las acepciones que el diccionario italiano da a esta palabra. Quizás una de la más adecuada sea la siguiente: “Fase del ciclo economico che segue la recessione e precede una nuova fase di espansione.” En el contexto familiar y coloquial la palabra ripresa se aplica al momento de iniciar las actividades ordinarias, después de que habían quedado suspendidas por un momento, digamos por las vacaciones estivas. Buona ripresa! sería el augurio de quien inicia sus labores después de haberlas suspendido por las vacaciones. Aplicando estos dos significados de la palabra ripresa a la situación de la vida consagrada tendríamos lo siguiente. Por un lado no se oculta la crisis por las que está pasando (recesión), pero se espera una nueva etapa, más floreciente, más vigorosa (espansión). Por otro lado es de augurar un comienzo de la vida consagrada, después de haber quedad “suspendida” por las desorientaciones y experimentos causados por las malas interpretaciones del Concilio. Por ello pensamos, junto con el p. Ángel Pardilla, cmf., que la palabra española relanzamiento no expresa adecuadamente lo que viene a significar la palabra italiana ripresa.
10 Goya Benito, Formazione integrale alla Vita Consacrata, EDB, Bologna, 1997
11 Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9. 2005.
12 Juan Pablo II lo expresaba de la siguiente manera: “Es preciso más bien comprometerse con nuevo ímpetu, porque la Iglesia necesita la aportación espiritual y apostólica de una vida consagrada renovada y fortalecida.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 13.
13 Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9. 2005.
14 “. Los que profesan los consejos evangélicos, ante todo busquen y amen a Dios, que nos amó a nosotros primero, y procuren con afán fomentar en todas las ocasiones la vida escondida con Cristo en Dios, de donde brota y cobra vigor el amor del prójimo en orden a la salvación del mundo y a la edificación de la Iglesia. Aun la misma práctica de los consejos evangélicos está animada y regulada por esta caridad.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 6.
15 “En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa. Este primado de Dios es de suma importancia precisamente en nuestro tiempo, en el que hay una gran ausencia de Dios. No tengáis miedo de presentaros, incluso de forma visible, como personas consagradas, y tratad de manifestar siempre vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que lo habéis dejado todo. Haced vuestro el conocido lema que resumía el programa de san Benito: "No anteponer nada al amor de Cristo".” Benedicto XVI, Discurso a las personas consagradas presentes en la diócesis de Roma, 10.12.2005.
16 Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 1.
17 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2a.
18 Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 18.
19 “El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo.” Ibidem., n. 69.
20 Paolo Scarafoni, I fruti dell’albero buono, Santità e vita spirituale cristocentrica, Edizionie Art, Roma 2004, p. 13.
21 “Ricordatevi d’amare con tutto il cuore colui che, tra i figli degli uomini, è il più bello (Sal 44,3). (…) Considerate la bellezza di colui che amate. Pensatelo uguale al Padre (cf. Fil 2,6) e obbediente anche alla madre: Signore del cielo e servo qui interra; Creatore di tutte le cose e creato come una di esse. Contemplate quanto sia bello in lui anche quello che i superbi scherniscono. Con occhi interiori mirate le piaghe del crocifisso, le cicatrici del risorto, il sangue del morente, il prezzo versato per il credente, lo scambio effettuato dal redentore.” Agostino, La verginità consacrata, 54.55,55.
22 Amedeo Cencini, Verginità e celibato oggi, Per una sessualità pasquale, Edizioni Devoniane Bologna, Bologna 2005, p. 103.
23 “La spiritualità è l’insegnamento sulla vita secondo lo Spirito. (…) La spiritualità quindi tratta tutto ciò che riguarda la santità; dona forza ai martiri,lacrime ai penitenti, aiuta a osservare i comandamenti e insegna tutte le virtù, soprattutto la carità. La sua azione è progressiva, perciò la sua evoluzione è definita spiritualizzazione progressiva.” T. Spildik, Spiritualità, in La mistica parola per parola, a cura di Luigi Borriello Maria R. del Genio, Tomás Spidlík, Ed. Ancora, Milano 2007, p. 336 – 337.
24 Sagrada congregación para los religiosos e inst

 

 

 

 

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