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Matrimonios abiertos a la vida
Todo un sistema de anticonceptivos más o menos eficaces han hecho posible lo que un experto describió con tres simples palabras: “amor sin hijos”.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



En el mundo moderno ya parece normal que unos esposos jóvenes no tengan hijos los primeros años. Todo un sistema de anticonceptivos más o menos eficaces han hecho posible lo que un experto describió con tres simples palabras: “amor sin hijos”.

Después de varios años, cuando la pareja deje abierto el camino de la vida, quizá nazcan uno o dos niños. Pero surgirá en seguida el deseo de cerrar otra vez el grifo, normalmente de modo casi definitivo (si es que por haber tenido hijos tan tarde la misma naturaleza diga “basta”, aunque la pareja quiera tener otro niño).

En realidad, usar métodos anticonceptivos para impedir la llegada de un hijo va contra un aspecto muy profundo del amor. Lo propio del amor es darse sin reservas, acoger plenamente al otro, sin condiciones, sin límites, con generosidad, con alma grande.

Acoger y darse, en el acto sexual dentro del matrimonio, significa decir: soy todo para ti. Decirlo con una “voz mutua”, pronunciada por los dos, con cariño, con respeto, con gozo. Si uno no quiere, si uno se siente presionado o, peor, amenazado a realizar el acto sexual, sufre una agresión más o menos grave que le hiere en su dignidad, que daña el amor, que deja heridas profundas en la vida de pareja.

Pero también produce daños al amor el darse y el acogerse “a medias”. Aunque los dos estén de acuerdo en usar métodos artificiales que impiden la concepción. Aunque por un tiempo no vean nada extraño en lo que hacen.

No es el caso recordar aquí las muchas técnicas anticonceptivas, algunas de ellas no siempre exentas de peligros para la salud de la mujer (al alterar su sistema hormonal y algunos aspectos de su psicología), y otras, aunque muchos no lo saben, con posibles efectos abortivos (como la espiral u otros métodos hormonales). Lo importante es recordar que en todas las prácticas anticonceptivas el amor resulta manipulado, al perder su horizonte propio, natural y espiritual: la apertura a nuevas vidas humanas, a los hijos.

Volver a presentar esta verdad permitirá a las parejas jóvenes (o a las parejas ya adultas, pero todavía fértiles) pensar en su relación bajo la luz de la plenitud, y no bajo la óptica del miedo. El amor de los esposos no tiene que sentirse amenazado por la posibilidad de que inicie un embarazo. Cada nuevo hijo no es un rival, sino un continuador, una plenitud del amor que existe entre sus padres.

Ello no quita el que vivamos en un mundo difícil, lleno de "necesidades" (algunas realmente superfluas), lleno de angustias, con poca seguridad laboral, con pisos pequeños, con tensiones familiares. Se dan situaciones realmente graves que aconsejan a la pareja el retrasar por un tiempo la llegada de un hijo. Pero no a través del uso de métodos anticonceptivos...

Los métodos naturales, en ese sentido, permiten a los esposos respetarse plenamente, y respetar la riqueza de su sexualidad, que no es engañada, manipulada o vivida de modo artificial con el uso de “técnicas” que implican, en el fondo, falta de respeto hacia uno mismo o hacia el otro, y una herida (aunque al inicio nadie se dé cuenta) al amor.
 

 

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