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Unas sugerencias en el camino de la formación
Hoy nos damos cuenta que la formación, ya sea la formación inicial como la formación permanente, tienen como objetivo primario lograr que la persona viva como cristiano, dentro de un proyecto carismático bajo un signo evangélico claro y preciso.


Por: German Sanchez Griese | Fuente: Catholic.net



¿Etapas, fases o camino en la formación?

La formación en la vida consagrada se presenta hoy más como un riesgo, como una aventura que como un camino con diversas etapas que debe de recorrer. La misma palabra etapa nos habla de una cierta dimensión en el tiempo: tienen un inicio y tiene un final. Sin embargo hoy nos amos cuenta que en la formación esto no es así o no debería ser así. No se puede ya establecer períodos definidos en los que el formador por fuerza debe lograr ciertos resultados en los formandos, como si fueran productos finales de un proceso en cadena de una maquinaria industrializadora.

Hoy nuestros jóvenes llevan en sí mismos heridas y fragilidades que se llevan consigo mismo a lo largo de toda su vida. El proceso de sanación, o el mismo proceso de la asimilación de la fe “hasta que Jescucristo tome forma en cada uno de ellos” (Gal 4, 19) no puede dividirse en etapas precisas y definidas. Es mejor hablar de fases de un camino, ya que la misma palabra camino nos habla de un continuum, es decir de un proceso continuado, que no acaba, ni mucho menos, con la profesión perpetua. Al contrario, es el inicio de un proceso continuo y constante de la asimilación de la fe y del proyecto carismático que cada congregación o instituto de vida consagrada lleva en sí mismo. Un camino que no tiene una meta definida, sino una meta continua en la que la persona sea capaz “de personalizar e interiorizar los valores vocacionales, es decir, una capacidad de síntesis, de autonomía formativa y de armonía entre el real y el ideal. El pasar de una historia alocada y desenfrenada de la propia existencia con tantos segmentos de vida sin sentido, a la historia de la salvación que recoge la historia personal y la llena de sentido. El haber llegado a alcanzar una buena identidad vocacional a través de una síntesis robusta de fe y vida que pueda envolver en un solo sentido y armónicamente la biología, la psicología y la espiritualidad de la propia persona. Vivir con un fuerte sentido de pertenencia vocacional que no es solo un hecho canónico si un sentir con profundidad, que lo hace capaz de pasar por dificultades y crisis superando un sentido de pertenencia débil que lo hace refugiarse en personalidades compensatorias y defensivas. Haber encontrado por último, una metodología propia para avanzar gradualmente en la vida sin necesidad de grandes altibajos ni en un modo excesivamente desordenado”1.

Este camino continuo será sobretodo un camino para asimilar los contenidos de la fe. Quizás durante mucho tiempo se pensó que la formación en la vida consagrada era una formación casi exclusiva para llevar a cabo una tarea apostólica dentro del proyecto carismático de la congregación o para adquirir una cierta espiritualidad, un poco alejada del mundo real. Hoy nos damos cuenta que la formación, ya sea la formación inicial como la formación permanente, tienen como objetivo primario lograr que la persona viva como cristiano, dentro de un proyecto carismático bajo un signo evangélico claro y preciso. Expliquemos un poco estos términos.

Vivir como cristiano
Los cambios tan dramáticos que estamos viviendo hacen mellan también en la vida consagrada. El relativismo al que el mundo se enfrenta no perdona la vida consagrada. Lo que ayer tenía un valor en sí mismo, hoy se cuestiona y mañana se rechaza, incluidos también los valores que la fe cristiana propone. Por ello, el objetivo primordial de toda formación en la vida consagrada debe ser ayudar al consagrado a vivir primero como cristiano, como una persona de fe. “El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo2.” La gestación de este hombre nuevo no es más que el ser cristiano, es decir, buscar la adhesión personal al proyecto que Dios tiene sobre cada uno. La formación inicial deberá dar las herramientas para que el consagrado sea capaz a lo largo de su vida de descubrir lo que Dios le propone en cada momento de su vida. Dios no se revela a la persona en un solo momento, como en Abraham, Dios sigue una pedagogía de la fe, llevando al hombre por senderos oscuros, misteriosos o claros y transparentes. “Lo que esta Palabra comunica a Abrahán es una llamada y una promesa. En primer lugar es una llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a una vida nueva, comienzo de un éxodo que lo lleva hacia un futuro inesperado. La visión que la fe da a Abrahán estará siempre vinculada a este paso adelante que tiene que dar: la fe « ve » en la medida en que camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios”3. La llamada y la promesa Abrahán tendrá que encontrarla día a día, no le fue revelada en un solo momento. De la misma manera, el consagrado tiene que ir descubriendo día a día esta palabra que lo interpela, que lo llama a “salir de su tierra…”, todos los días.

Esto nos habla de la necesidad de formar al consagrado en todo su camino formativo, pero especialmente en la formación permanente, en el adecuado discernimiento. Se habla mucho de un adecuado discernimiento en el proceso vocacional. En la etapa de la pastoral vocacional, en le del pre-noviciado, pero luego parece que se olvida esta que debería ser una prerrogativa indispensable en la vida de todo consagrado.

Si hemos dicho que Dios habla constantemente en la vida del consagrado y le va presentando en forma pedagógica su propio plan4, no debemos olvidar que el hombre herido por el pecado original muchas veces no es apto parra escuchar la voz del espíritu bueno, sino la voz de su propio espíritu o la voz del espíritu malo. Es necesario por tanto educar a los jóvenes en formación a saber realizar un adecuado discernimiento para saber distinguir quien es el que está hablando en sus vidas. No basta dar unas nociones de lo que es el discernimiento de espíritus, es necesario contar con maestros de espíritu que enseñen en la práctica a hacer este discernimiento.

Este discernimiento del que tanto se habla en las primeras etapas de formación, será siempre necesario para que el consagrado pueda llevar a cabo la voluntad de Dios en su vida, de forma que haga siempre en él la voluntad de Dios y no su propia voluntad o incluso la voluntad de sus superiores. “Tanto en la vida religiosa contemplativa como en la activa, siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras. Del contacto asiduo con la Palabra de Dios han obtenido la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario que les ha servido para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos. Han adquirido así una especie de instinto sobrenatural que ha hecho posible el que, en vez de doblegarse a la mentalidad del mundo, hayan renovado la propia mente, para poder discernir la voluntad de Dios, aquello que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (cf. Rm 12, 2)”5.

Y al hablar de superiores no debemos olvidar que ellos deben ser los primeros en conocer lo que es el discernimiento para también hacerlo sobre las personas que Dios les ha encomendado. Hacer discernimiento sobre los miembros en formación o los miembros en comunidad significa buscar la voluntad de Dios para ellos. Una voluntad de Dios que se sintetiza en la simbiosis del carisma personal de cada uno de ellos y el proyecto carismático de la congregación en una racionalidad del servicio de la autoridad. “La autoridad deberá ser paciente en el delicado proceso del discernimiento, que intentará garantizar en sus fases y sostener en los momentos críticos; y será firme a la hora de pedir la puesta en práctica de cuanto se decidió”6. 

Dentro de un proyecto carismático
Uno de los grandes logros del Concilio Vaticano II para la vida consagrada fue el haber propuesto a todas las congregaciones el regreso a los orígenes. Estos orígenes para la vida consagrada no son más que el evangelio y la experiencia del espíritu que llevó a cabo el fundador y que supo transmitir a sus primeros discípulos como única prerrogativa de su ser de fundador. Por ello las congregaciones que han realizado la adecuada renovación saben que el carisma de su congregación es un don que Dios que se presenta como una experiencia del espíritu7 que ha hecho el fundador y que les ha transmitido.
De dicha experiencia del espíritu se desprende una forma de ser, una forma de actuar, una forma de llevar adelante la misión y al mismo tiempo esta experiencia del espíritu permea todos los elementos de la vida consagrada8 dándole una especificidad única. La formación inicial y la formación permanente deberán ayudar al consagrado a conocer dichos elementos pero siempre bajo la perspectiva de la experiencia espiritual del fundador. Es tarea del formador iniciar al formando a buscar por sí mismo su configuración con Cristo, objetivo de todo cristiano, pero dentro del camino específico que le ofrece la experiencia espiritual hecha por el fundador. Si la experiencia espiritual no es clara, tampoco será clara la identidad de la persona consagrada. Sin esta experiencia del espíritu, el formando no podrá configurar su vida con un Cristo que quedará definido en las constituciones, reglas y sanas tradiciones que de alguna manera serán el reflejo del carisma del fundador. “La creciente configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece. Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es conformándose con ellos, como los religiosos crecen en su unión con Cristo”9.

Ya para la formación permanente, cada consagrado buscará por sí mismo, gracias a las herramientas aprendidas en la formación inicial, la forma de irse configurando con Cristo, a la manera en que la experiencia del fundador le ha ido enseñando. Este configurarse con Cristo siguiendo los signos de los tiempos es un elemento que le da elasticidad al carisma, permitiéndolo acomodar a las nuevas circunstancias de tiempos y lugares.


Bajo un signo evangélico claro y preciso
Hemos mencionado ya dos elementos necesarios para que la formación inicial engarce adecuadamente con la formación permanente. El de vivir como cristiano y aquel del proyecto carismático. Es necesario incluir un tercer elemento, aquel del signo evangélico claro y preciso.

La vida consagrada es siempre una forma de hacer presente la vida de Cristo en el mundo. Un estilo de vida basado en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. “En efecto, su forma de vida casta, pobre y obediente, aparece como el modo más radical de vivir el Evangelio en esta tierra, un modo —se puede decir— divino, porque es abrazado por El, Hombre-Dios, como expresión de su relación de Hijo Unigénito con el Padre y con el Espíritu Santo”10. Bien sabemos que los fundadores son padres y madres en el espíritu porque transmiten la vida de Dios, la vida de Cristo a través del evangelio. Como dice San Pablo, “¡Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes!” (Gal, 4, 19), los fundadores dan vida a sus discípulos de tal manera que logran conformarlos en otros Cristos. EL camino de la conformación con Cristo no se realiza de cualquier manera o mediante un conocimiento sapiencial de Cristo, sino mediante el conocimiento personal, podemos decir experiencial de Cristo.

Cada fundador tiene como única prerrogativa el transmitir el carisma que como don del espíritu ha recibido de Dios. Este don del espíritu se configura como una experiencia de la vida de Cristo, experiencia que para cada fundador tiene connotaciones muy particulares que le permiten ver y vivir el evangelio desde una perspectiva cristocéntrica muy peculiar. El evangelio que es la vida de Cristo, se lee bajo una óptica muy especial, es decir, bajo la óptica de la experiencia de Dios que como don del espíritu vivió y transmitió el fundador a sus discípulos.

Esta experiencia espiritual del fundador permite no sólo que se viva el evangelio desde un punto de vista particular, el de la experiencia del espíritu, sino que es fuente de un signo evangélico que se presenta en todo el quehacer y vivir del fundador y que a su vez lo transmite a sus discípulos. De esta manera el evangelio se convierte en un signo claro y preciso que delinea una forma de vida consagrada específica. Cada congregación que logra descubrir las características esenciales del Cristo y del evangelio vividos por el fundador, impregna en su ser y en su hacer este mismo evangelio, convirtiéndolo en vida. Y es así como nace la capacidad de adaptación del carisma a todos los tiempos. El carisma se convierte en una lectura específica del evangelio que ayuda a leer los signos de los tiempos para detectar las necesidades a las que está llamado a ayudar.

La formación inicial que tiene en cuenta la lectura específica del evangelio es una fuente segura para formar personas consagradas que podrán leer los tiempos cambiantes como un signo que interpela al carisma, de forma que puedan vivir el evangelio específico que el fundador les ha dejado. Pero para ello es necesario que desde un inicio la formación sea configurada bajo el signo claro y preciso de este proyecto evangélico, que no es un proyecto exclusivo, sino inclusivo de todas las realidades que rodean a la persona consagrada.




1 Beppe M. Roggia, Un percorso affermato? La formazione a 50 anni dal Concilio, Paoline Editoriale Libri, Milano 2012, p. 122 (Traducción libre del autor).

2 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 69.

3 Francisco, Encíclica Lumen Fidei, 29.6.2013, n. 9.

4 Dios no le presentó a Abrahán su plan sobre de él en un solo momento, sino que se lo fue descubriendo en forma paulatina.

5 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 94.

6 Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n. 20f

7 “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne”. Sagrada congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n. 11.

8 La consagración mediante los votos públicos, la comunión en comunidad, la misión evangélica, la oración, el ascetismo, el testimonio público, las relaciones con la Iglesia, la formación, el gobierno. Sagrada congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983.

9 Ibídem., n. 46.

10 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 18.

 

 

 

 

 



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