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El proselitismo de Jesús
Bien al contrario, debe entenderse como un término que sintetiza diáfanamente y con detalle, el ímpetu, el empeño, el afán y el entusiasmo de todo aquel que persiga ser discípulo de Jesús con la noble intención de hacer partícipe de la salvación redentora


Por: Vicente Franco Gil | Fuente: ForumLibertas



“No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn.15, 16). Con estas palabras tan directas y explícitas, que nos llevarían a hacer intensos ratos de oración y a meditar acerca del sentido profundo de nuestra vocación cristiana, el Señor nos muestra con una ardiente ternura su plena autoridad, la cual va unida inexorablemente a la voluntad íntima de Dios Padre, una simbiosis de amor que se derrama misericordemente sobre sus criaturas.

Probablemente el vocablo “proselitismo” y sus diversas locuciones en el ámbito espiritual, lleven a nuestra imaginación a entender esta expresión como algo enigmático, sectario y oscuro, incluso que rezume un cierto fanatismo intransigente. Bien al contrario, debe entenderse como un término que sintetiza diáfanamente y con detalle, el ímpetu, el empeño, el afán y el entusiasmo de todo aquel que persiga ser discípulo de Jesús con la noble intención de hacer partícipe de la salvación redentora de Cristo a toda la humanidad. Los pasajes evangélicos nos evocan el ardiente deseo de Jesús por congregar a todas las personas en torno al querer de Dios, no ya para abrazar su Palabra como una mera doctrina llena de virtudes, sino más bien para ceñirla a nuestra vida ordinaria sumergiéndola en las aguas cristalinas de la fe.

Con todo, es sabido que Jesucristo no suele imponer sus enseñanzas a la fuerza, ya que nos sugiere atentamente caminar por la senda por donde El mismo transita. Conmovedoramente nos indica con su ejemplo, respetado nuestra libertad, el modelo que debemos seguir diseñado por su gran amor. No obstante se observa que, en los momentos que El consideró históricamente cruciales para la proyección, erección y consolidación del edificio de su Iglesia, no dudo en hacer del proselitismo un vehículo eficaz y absoluto para que el género humano se hiciese acreedor de su entrañable acción salvadora.

A la sazón, el santo Evangelio relata con rotundidad la elección realizada por el Señor relativa a los doce apóstoles, y cómo les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia (Mt. 10, 1-7/ Lc 6, 12-16). Así las cosas, no les solicitó su opinión, no sondeó si le querían seguir o no, únicamente bastó el ímpetu y la preeminencia de su voluntad para cuajar aquel llamamiento. Recordemos también cómo fue la llamada de Leví, el hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, sin margen para reaccionar, sin tiempo para ponderar, pues súbitamente se puso en camino en el mismo instante que oyó decir a Jesús: “Sígueme” (Mc. 2,14). Contemplemos igualmente a Pedro y a Andrés, en el mar de Galilea, cuando pescando, en su trabajo habitual, oyeron la voz del Mesías diciéndoles: “Veníos detrás de mí y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4, 19-20), y dejando las redes al instante le siguieron, sin dudar, sin vacilar, ebrios de la gracia de Dios. Más ejemplos de proselitismo los tenemos en San Pablo, cuando el Señor se le apareció camino de Damasco cambiándole radicalmente su vida y, en adelante, su manera de proceder, siendo posteriormente manifiesta su valentía y su persuasión evangélica, tal como narran los Hechos de los Apóstoles: “nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el ministerio que he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20, 24). También en los mártires, que dieron y siguen dando su vida por Cristo renunciando a sus propios intereses, tenemos el sereno y sufrido testimonio de la Verdad. Y en los sucesores de la cátedra de Pedro, los Romanos Pontífices, los Vicarios de Cristo en la tierra, vemos a lo largo de la historia cómo el Espíritu Santo les va infundiendo su gracia para que el Evangelio se propague por todos los pueblos del orbe como fuego que arde en la hoguera. Por tanto los cristianos, en todo momento y lugar, debemos hacer nuestras aquellas palabras de Jesucristo recogidas en el Evangelio según San Juan: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”

Dios pone a prueba nuestra oración, con sequedad; a prueba nuestro apostolado, con aparente infecundidad; a prueba nuestra humildad, con ofensas; a prueba nuestra fe, con dificultades, y nuestra paciencia con contradicciones. Pero ante todo el Señor nos pone a prueba en nuestro obrar, nos pide nuestra entrega total y la alegría de nuestra generosa donación. Jesús siempre está atento a los movimientos de las almas, mirándonos de frente, con penetrante mirada que aviva nuestro corazón, porque es verdadera llamada a la conversión, a la santidad. De esta forma la paz se hace presente como fruto de esa entrega, un gozo que intensifica nuestra disponibilidad incondicional ante la voluntad de Nuestro Padre celestial. Buscar una santidad sin trabas, sin esfuerzo, sin lucha, no obedece a la verdadera aspiración de una vida espiritual.

Si nuestros corazones están llenos de amor filial, nada nos detendrá para hacer partícipe al prójimo de nuestra ansiada resurrección, morar eternamente en el Reino de los Cielos. Y a todo eso se le llama proselitismo, un celo encendido por acercar a los demás a la presencia de Dios. En este sentido, el Concilio Vaticano II determinó que “la vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación al apostolado”, ya que obedece al mandato inequívoco de Dios. Por tanto, el proselitismo que nos muestra Jesús, que es una mezcla de autoridad divina y de cariño de hombre, cristaliza en un dialogo personal que transforma las vidas de quienes lo escuchan atentamente con pureza de corazón. Al igual que entonces Jesús resucitado se dirigió a sus apóstoles, como pilares de su Iglesia, diciéndoles: “Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura; el que crea y se bautice, se salvará, pero el que no crea, se condenará”, así nosotros hoy debemos observar también estas palabras, para evitar todo brote de tibieza y, por amor a Dios, ser auténticos instrumentos de salvación en manos de Nuestro Señor.
 







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