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¿Qué es un anatema?
Anatema biblicamentte significa aquello que ha sido separado para ser destruido completamente


Por: Fr. Nelson Medina, OP | Fuente: fraynelson.com



Una pregunta, ¿quién es anatema en nuestros tiempos? ¿O como se puede interpretar esta palabra?

La palabra "anatema" viene del griego "anáthema" que originalmente significa lo que ha sido reservado o dedicado con un propósito particular. En la traducción llamada "de los Setenta" (Septuaginta) del Antiguo Testamento al griego pasó a indicar lo que ha sido separado para ser destruido completamente, y en ese sentido indica lo que está destinado a consumirse por completo.

Pero en esto hay más que decir: no es el simple placer de destruir. Tampoco es la destrucción de lo que es inútil o que podría considerarse como basura. Es la destrucción de aquello que pretende competir con Dios, o que se alza contra Dios. Así por ejemplo, vemos que en la guerra contra los amalecitas el profeta Samuel ordena que todo el botín sea entregado al anatema, es decir, que aquello con lo que el pueblo enemigo pretendía oponerse a Dios se convierta en una especie de sacrificio de holocausto en honor del mismo Dios.

Por supuesto, es enorme nuestra distancia cultural de ese mundo en que se le da honra a Dios quemando botines de guerra pero uno ve que el término "anatema" indica a la vez una destrucción (algo que se quema) y un sentido que va más allá del mero destruir (manifestar que sólo Dios es Dios, y que sus enemigos perecen y perecerán).

La Iglesia, ya desde los primeros tiempos, trasladó ese lenguaje y acción a la destrucción de las herejías y la condena de los herejes. Lo primero implica la claridad en la doctrina; lo segundo implica hacer claridad en la conciencia de quien yerra. Cuando a un hereje se le dice "sea anatema" lo que se está indicando es: "Tu palabra está en guerra contra la Palabra de Dios, y sólo se puede dar honra a Dios destruyendo la falsedad que pretendes enseñar". El propósito último de ese duro lenguaje es llevar al hereje a recapacitar y convertirse mientras, por otra parte, se hace ver a quienes pretendan seguirlo que han equivocado el camino.

El lenguaje de los anatemas y las excomuniones fue de mucho uso durante siglos y siglos en la Iglesia. Como creo que queda claro, tiene un propósito que no es otro sino la victoria del amor divino en todos los corazones, incluso los más empecinados por su arrogancia y terquedad. Pero es un lenguaje que tiene también sus límites. Si bien el Nuevo Testamento menciona no menos de seis veces la expresión "¡Sea anatema!", uno ve que el modo de actuar de Cristo en general es otro. No que a Cristo no le preocupen nuestras mentiras sino que su actitud de caridad parece que desarma primero al enemigo que entonces se siente libre de desapegarse de sus errores.



En esa línea quiso obrar el Papa S. Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II, de modo que su orientación fuera más pastoral que doctrinal. No es que el Papa Bueno tuviera duda alguna de la sólida doctrina de la Iglesia, ni que pretendiera que se pusiera entre paréntesis la fe de la Iglesia, sino que, dada por descontada esa enseñanza, su solicitud pastoral le llevaba a preguntarse, junto con sus hermanos obispos de todo el mundo, cómo puede llevarse esa verdad a un mundo enceguecido por tantos ídolos y distante de la Iglesia por tantos prejuicios. Ese enfoque, en cierto sentido nuevo, llevó a un modo de redacción que evita las condenas en el lenguaje tradicional: "Sea anatema".

Ello no significa, o por lo menos, no debería significar, que se mire al Concilio como una claudicación frente a la herejía. Porque hay quien piensa que la palabra misma "herejía" ya no existe o no tiene función después del Vaticano II. La verdad es que ha habido y hay herejías y herejes, y también hoy es necesario entregar al anatema las doctrinas perversas que hacen más daño que nunca. No se trata de altivez intelectual sino de tomar conciencia de cuánto vale nuestra fe.

Así que respondiendo a tu pregunta: ¿Qué o quién merece ser anatema hoy? Toda herejía, y cuanto más engañosa o más influyente, con mayor claridad debe ser denunciada. Y a sus autores y difusores hay que hacerles ver cuánto pierden y cuánto dejan de recibir del Dios bueno y santo.

 









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