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La Santa Misa en el día del Nacimiento de Jesús
Cuando nos acerquemos a la eucaristía, pidámosle a María: ¡Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre!


Por: Padre Jesús Martí Ballester | Fuente: www.ciberia.es/~jmarti/



1. Las tres lecturas de este día tan bello nos hablan de una presencia entre nosotros: la presencia de Dios que ha querido vivir con nosotros. Isaías un pasaje jubiloso nos trae el saludo del mensajero de la paz, del portador de la buena noticia de que Dios reina. Gritan jubilosos los centinelas porque Dios se nos ha dejado ver cara a cara. Sus pies son hermosos y pequeñitos, ya se harán grandes para ir delante del rebaño y para ser clavados en la cruz. Vemos a Dios, al Inmenso, en una carita de Niño diminuta que nos sonríe y conquista y enamora. La humanidad estaba sumida en las tinieblas del mal y del pecado, igual que Jerusalén estaba destruida, el pueblo de Israel desterrado y humillado, y Sión abandonada. Pero viene Dios en la humildad de este niño y nos trae el anuncio de que Dios reina en quienes le quieran recibir, y realizará con su vida la gran victoria de Dios sobre todos los enemigos de la humanidad: el odio, la guerra y los pecados que deshumanizan a los hijos de Dios. Por eso "los ángeles cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor que vuelve a Sión" "Gloria a Dios en la tierra y a los hombres a quienes Dios ama".

2. Esta Noche hemos leído el relato del nacimiento de Jesús narrado por san Lucas. En la misa de la Aurora hemos leido que los pastores fueron a Belén y encontraron al niño como les habían dicho: junto a su madre, una humilde doncella que guardaba en el corazón las cosas tan grandes que Dios iba manifestando. Junto a José, un humilde carpintero que debía velar por ambos. Un niño un pesebre como los más pobres de los pobres y el más humilde de los humildes. Dios se nos muestra  sin la prepotencia de los conquistadores y sin la violencia de los poderosos. Sin armas y sin ejércitos. Sin provocar gritos de terror ni llantos de angustia. Ante su presencia amorosa los ángeles y los pastores cantan de alegría.

 3. El prólogo del evangelio de san Juan. nos dice lacónicamente que la Palabra de Dios, por la cual Él hizo los mundos, ha puesto su morada entre nosotros, como si hubiera plantado su tienda de pastor entre las ovejas del rebaño, para iluminarlas con la luz de su presencia que aleja las tinieblas. Esta Palabra eterna y creadora se hace carne humana para que por ella todos los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios. Nuestro corazón debe hoy desbordar de alegría y gratitud. Por la cercanía amorosa de Dios, por la salvación y por el perdón que nos ofrece. Porque nos revela que quiere nuestra felicidad. Y que Él quiere ser para nosotros un Padre amoroso que siempre nos espera y nos acoge. Los cristianos, al celebrar el nacimiento de nuestro salvador, tenemos que comprometernos a compartir con todos esta alegría, haciendo de nuestras vidas un testimonio del amor de Dios, que se nos ha manifestado de forma tan espléndida. Un amor que da vida y trae paz, que cura y consuela, que perdona y acoge.

4. El comienzo de la carta a los Hebreos, nos habla de lo que Dios ha hecho por nosotros, por todos los seres de este mundo: nos ha dirigido su Palabra, en el pasado, en distintas ocasiones y de muchas maneras por medio de los profetas. Pero ahora ha querido hablarnos cara a cara. No desde el esplendor de su gloria y su potencia, sino en la humilde existencia de este niño, su Hijo, su heredero universal. El contraste es muy grande. La manifestación de Dios no se nos impone con fuerza arrolladora, pues los ángeles nos anuncian que nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor envuelto entre pañales, acostado en un pesebre, un niño indefenso en brazos de su madre. Por eso cantan la gloria de Dios en los cielos y la paz en la tierra para todos los seres humanos, los seres que Dios ama.

5. Si en las misas de medianoche y de la aurora hemos contemplado el acontecimiento del nacimiento de Jesús, en la Misa del día leemos textos que nos acercan a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios que manifiesta y vela a la vez aquella historia. La profecía y el salmo responsorial proclaman la finalidad universal de la  Encarnación, cuyos beneficios son para todos los pueblos. En el mismo tono elevado, los prólogos de la carta a los Hebreos y del Evangelio de san Juan anuncian solemnemente las etapas de la salvación, que llegan hasta el misterio del Verbo divino que «se hizo carne, y acampó entre nosotros».



6. Cuando nos acerquemos a comer el fruto del vientre de María en la eucaristía, pidámosle a Ella que nos lo muestre como a los pastores. "Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre", llena de plenitud de gozo. Haz que sepamos encontrarlo en nuestros hermanos, sobre todo en los más pequeños y desprotegidos. Amén.







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